CORREGIR, RECTIFICAR, ADAPTARNOS Y DESCULPABILIZARNOS
31
de mayo de 2021
Los sistemas
vivientes, en su interrelación con el medio, corrigen, rectifican, se adaptan… Todo
ello con el sentido de permanecer, desarrollarse, evolucionar…
En cambio, en el caso
del sistema viviente humano, la rectificación es difícil; la corrección, casi
imposible; y la adaptación… es impositiva. Con lo cual, cada vez que transcurre
la presencia de la especie, ésta se resiente por diferentes lugares… –pensamientos, economías, conocimientos,
relaciones-… y nos hace evaluar que entramos en periodos de desaparición, de
innecesaria presencia… por los desequilibrios que se generan continua y
permanentemente.
Como… “particularidad”
–entre comillas- de humanidad, cuando el error o el terror o el horror se hace
presente, no aparece la rectificación, la corrección, la adaptación, sino que
aparece la culpa.
Y ésta hace sentir a
cada ser… una identidad impropia, en la que –tanto si es culpable, como si
culpa a otro- tendrá que ejercer, o bien de juez y castigador o bien de preso
y… desecho.
El Sentido Orante nos
reclama… lo que hacen los sistemas vivientes, de rectificar, corregir,
adaptarse… y no crear la figura culpabilizadora, que en definitiva es el
criterio que a lo largo de tiempos se creó en torno a divinidades, las cuales
nos castigaban con desastres naturales, con acontecimientos luctuosos
personales, etc.
Así que, en
profundidad, al buscar el sentido de culpabilidad, y no de responsabilidad, de
corrección, de arreglo, de adaptación, etc., lo que se está haciendo ante lo
culpable es erigirse en “verdad”, erigirse en juez, cargarse de prejuicios, y
castigar…; castigarse.
Hasta tal punto que
cada ser –salvo excepciones- lleva su correspondiente culpa. Y depende de las
circunstancias –claro-, se culpa a sí mismo, o se siente culpable ante lo
divino, y calcula que por esa trasgresión va a ser castigado.
El Sentido Orante nos
sugiere que esto no funciona así.
Cuando el ser se
convierte en un trasgresor sistemático, radical, prejuicioso, choca
inevitablemente con otros, y ahí vendrán ciertas desventuras. Pero no han sido
castigos. Han sido aconteceres propios de una inadaptación, de una incapacidad
de relación, de una imposibilidad de comunicación, de una falta de respeto
mutuo.
¡Pero no ha sido Dios
el que le ha castigado!
En todo caso ha sido
el otro –quien sea ese otro-: padre, madre, tío, abuela, alcalde…, juristas o
gobiernos, etc., los que establecerán pautas y normas para… castigar las
trasgresiones o los delitos diversos que se puedan cometer.
Cada vez más… se legisla, más se ordena, más se
califica. Con lo cual, cada vez es más difícil cumplir… Y en consecuencia, es
más fácil… adquirir la culpa.
Decía el refrán,
sentencia o dictamen que “rectificar era de sabios”.
Y así, en la
tradición, el sabio era aquel que era capaz de corregir, variar, modificar…
relacionarse y comportarse de diferentes formas y maneras según las mejores
necesidades para servir, para servirse.
Si la especie es
“sapiens”, algo de sabios tendrán cada uno de los seres, algo de sabiduría…
albergarán en sus sentires…
Y con ello, poder
desarrollar la capacidad –“la capacidad”- de amplificar esa rectificación, esa corrección, esa adaptación… para
servir y servirse adecuadamente, y establecer un régimen de complacencias en el
que se llegue a acuerdos beneficiosos para todos, y en el que cada uno tenga
que emplear su sapiencia.
Y huir –en consecuencia-
de los aquelarres de culpas… que nos brindaban el protagonismo de suplantar a
lo divino y de, así, hacernos… inútiles para cumplir nuestros designios.
Excluir de nuestro
léxico, de nuestra actitud, “la culpa”. E introducir lo que los seres vivientes
–menos los sapiens, salvo excepciones- hacen, que es corregir, rectificar,
adaptarse –por resumir, claro; hay más cosas-.
Esa labor orante… nos
permite además elevar nuestra consciencia en cuanto a la relación con el
Misterio Creador, de una manera humilde, disponible… y hacernos así sensitivos,
perceptivos ante las bondades que la Creación nos depara, y que no se ven
habitualmente por el síndrome del castigo.
No hemos sido creados
para ser castigados; menos aún para que otros nos castiguen.
Por supuesto que el
autocastigo, como mecanismo habitual de corrección, de adaptación, de arreglo,
es el más frecuente: “auto”. Y supone sacrificios, dolencias…; estar en un
continuo desespero.
En la medida en que
disolvemos la culpa-castigo, esa cupla
de irreverente forma de vivir, adquirimos de inmediato la similitud con… con
otra sapiencia que sabe aparecer, actuar, relacionarse y convivir para hacerse
viable.
Sin que ello suponga
un sufrimiento, un dolor, una desdicha.
Buscamos la vibración
que mejor nos pueda sensibilizar ante un cambio… “urgente”… que demanda la vida
en general, y el vivir en particular, de la especie.
aAAAAAAAAAAAAAAMMMmmmmm
Que la Piedad acoja
nuestras humildades y nuestros instintos sapienciales para corregir,
rectificar, adaptarnos y desculpabilizarnos. Y ser así vehículos de
transmisión, de comunicación, de equilibrio, de solidaridad.
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