domingo

LLAMADA AL SERVICIO DE LA VIRTUD, AL INCREMENTO DE LA SOLIDARIDAD

16 de noviembre de 2020

 

Y la humanidad ha ido construyendo su evolución en base a sus talentos, que en comparación con el entorno se hacían notoriamente diferentes. Diferentes. Y esa diferencia se expresó a través de el control, la trampa, la mentira, la violencia, el poder…

A lo largo del ejercicio vital de la especie, ésta se decantó hacia ese predominio sobre todo el entorno y sobre sí mismo.

Y en ese sentido está y va. Y en ese sentido de estar e ir, como especie se va deteriorando, puesto que el ejercicio de la violencia poderosa es una génesis permanente de perdedores y de rencores; perdedores rencorosos que están a disposición de la revancha… Y así van gestando ciclos de alternancias de poder, pero llevando como “estandarte” el uso legítimo de prohibir, castigar, perseguir, controlar, dominar.

Y así, cada estamento, desde los más complejos hasta el individuo que convive en una comunidad, se hace también eco de ese estilo.

 

Hay una llamada de especie que nos muestra un índice de referencia, según el cual, su capacidad reproductora se ha mostrado, clara y decididamente, cada vez más baja. Hasta el punto de que… se prevé que, en un futuro cercano –2050 por ejemplo-, no se llegará al… –temido, por otra parte- número de 10.000 millones de habitantes.

Se sigue creciendo, pero paulatinamente –hasta cierto punto lo de paulatinamente- lentificándose, y con ello aplanándose, y con ello decreciendo.

Y cuando una especie, sin ninguna voluntad como tal de comportarse de esa forma, lo hace, es porque hay una llamada interior –vamos a llamarlo así- de supervivencia.

Es semejante al ejemplo conocido de determinadas especies que en cautiverio no se reproducen.

¿Será que se ha llegado a tal punto de violencia, posesión, mentira, manipulación, engaño, traición… que la consciencia colectiva de especie se siente en cautiverio?

Y por tanto, renuncia a su estancia, renuncia a su presencia, porque no ve, no percibe otras salidas que no sean las que ya están establecidas.

 

La Llamada Orante nos ¡llama! también a nuestra instancia subconsciente, inconsciente, colectiva, reclamándonos… –desde nuestros recursos, poderes, habilidades- reclamándonos la consciencia de nuestro origen, la procedencia en este Universo… y la capacitación para referenciarnos en el Misterio Creador: ese que nos mantiene, nos entretiene, nos hace permanecer.

Y que, en base a esa referencia, las propuestas de humanidad puedan ser otras que no la sistemática propuesta de poder, de violencia, de desafío, de radicalismos ¡atroces!... que, encima –encima de sus atrocidades-, reclaman una filiación divina.

¿No es acaso evidente que la filiación hacia el Misterio Creador nos da permanentemente la vibración de cuido, de ayuda, de sorpresa, de providencias? De una Bondad ¡inabordable! Y quizás por eso no se percibe.

Y siendo “hijos” –por así decirlo- de la Bondad superior; siendo procedencia de un nacer enamorado; siendo capacitados para… no solamente ya interaccionar con el medio, sino conseguir una convivencia, una relación, una interacción, una ¡participación virtuosa!, solidaria.

Y cuando esto ocurre –porque ocurre a veces, después de una gran catástrofe-, se puede ver cómo está ahí, late ahí esa consciencia de bondad. Pero, pasada la alarma, esa consciencia solidaria bondadosa se retira… y vuelve a por sus ganancias, sus logros, sus pertenencias, sus posesiones.

 

En consecuencia, no hay que inventarse una nueva cualidad humana. Los recursos de lo que un día llamamos “instinto de santidad” están ahí presentes.

Quizás, quizás en los planes de la Creación estaba el transcurrir en estos dramas continuos y permanentes, para darnos cuenta de que esa no era nuestra naturaleza, y que pudiéramos descubrir nuestras fuentes de recursos, de cuidados, de ayudas, de compartir, de saber guardar el intimismo y la solidaridad… como elementos unitarios.

 

Por momentos, parece imposible; parece imposible… cambiar la faz de un ritmo de frenética y desesperada permanencia.

Pero el orante que sabe acudir, sabe que, cuando le llaman a orar, es para orientarle, sugerirle, aconsejarle... y hacerle partícipe del alimento creador. Y que, de esta manera, el ser replique bajo esa consciencia de novedad, de creatividad, de juego, de participación, de sinceridad.

 

Se interpretó –seguramente por nuestros recursos, habilidades, inteligencias y “otras artes”, digamos-… se interpretó que, de la misma forma que podemos ejercer nuestro dominio sobre hormigas, elefantes o… o el transcurrir de un río o cualquier otra situación, eso era la representación, el equivalente de la Creación.

Se interpretó que así actuaba, así se hizo el mundo, así se promueve lo Divino: castigando a los malos y premiando a los buenos. “Álguienes” fueron gestando esa idea; esa idea de un Dios castigador, celoso, vengativo, cruel. En cuyo caso, el ejercicio del poder, con su consecuente violencia, desprecio, menosprecio, control, manipulación, estaba plenamente justificado. Era seguir las pautas de Dios.

Sí. De un Dios de tormentas, rayos, fuegos, inundaciones, catástrofes, volcanes, ¡terremotos!...

Esas eran las señales interpretativas que el sujeto incorporaba. Y era consciente de que era capaz de… –y lo fue- de generar ¡una gran bomba!, con una ¡gran destrucción!; de gestar grandes guerras, en el nombre de la Fe, en el nombre de Dios… que aún hoy en día se mantienen, bien sea con armas de muerte o con actitudes de convivencia.


Y así, con ello, la especie se hizo incapaz de contemplar conjuntamente la belleza, los bienes y los dones que el entorno ofrecía, y la inteligente actitud de conjugarse con ello y conjugarse con la propia especie. Se prefirió la fractura, la individualización, la competencia.

 

Parece ¡implorar!, desde la Bondad Superior del Misterio Creador. Parece implorar, a la consciencia de humanidad, hacia los recursos virtuosos que hicieron posible –para entendimiento de lo humano- la aparición de esta especie; tanto si se ve desde la óptica solidaria de la evolución, como si se observa desde el creacionismo de, día a día, promocionar un Edén para el disfrute, para el gozo, para la complacencia.

 

¿Nos implora desde la Llamada Orante, lo Eterno, para que recojamos nuestras verdaderas esencias? ¿Es posible tanta Bondad Amorosa? ¿Tanta? ¿En una especie con un precipitado desespero?

Sí.

Y en ese está… el recogerse en la Fe y en la Instancia de Amor que cada cual genera, produce y siente.

 

Se ha confiado tanto, ¡tanto!, en la capacitación personal, grupal, de conseguir, de logar, de alcanzar… que se ha convertido en el modelo de estar y de hacer… sin deparar en que, en ese transcurrir, va dejando secuelas, huellas, pobreza, miseria…

 

Y la importancia de este Sentido de Llamada Orante, no es… –obvio que también es preciso recoger la historia y contemplarla como algo “ajeno” a nuestra presencia y actuación-. Pero no. Es advertirnos de nuestra participación. Ese implorar se escucha aquí y ahora, y en nosotros. Y probablemente muchos lo leerán, pero será distinto.

 

Y ese… si se quiere tomar así, como “privilegio”, no debe servir para de nuevo ponerse al mando y al poder, sino ¡todo lo contrario!: al servicio de la virtud, al incremento de la solidaridad, ¡con rigor! Con el rigor que supone no prostituirse, no ceder, no caer en la fácil justificación.

Pero, con ese rigor, no condenar al que no esté en nuestra vereda; no acusarlo, no perseguirlo, no castigarlo.

Dejar que nos vea, que contemple nuestra ¡templanza!, nuestra ¡devoción!, nuestra ¡entrega!

 

 

 

 

 

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