martes

Lema Orante Semanal

 

LA PROVIDENCIA NOS INDUCE A LA CONFABULADA COMUNIÓN

9 de noviembre de 2020

 

Impresiona vivir la luna, con su luz escudriñando nuestras oscuridades.

Impresiona… el lenguaje, las palabras, las actitudes que muestran… ¡algo!, que quieren decir… ¡algo!, pero que no llegan a completar su mensaje.

Al igual que impresiona la recepción de lo que se dice, de lo que se entiende. Suelen ser, cada vez con más frecuencia, distorsiones de lo que se mostró.

Además, por si esto fuera poco, el sentir de cada uno exige, pide… que el sentir de los otros sea de esta y de esta otra forma. Cuando no lo es… ya se sabe: la disconformidad, la incomodidad…

 

Quizás, esa referencia de la Torre de Babel cuando se cae… y todos empiezan a expresarse en otras lenguas, sea una muestra de cómo cada grupo humano, cada unidad humana tiene una forma y manera de expresarse.

¡Pero!…

El “pero” es que el receptor interprete adecuadamente. El “pero” es que, en la expresión, se muestra parte –“parte”- de lo que se quiere o –mejor dicho- de lo que se quisiera decir. Y el “pero” es que se exige a los que suponemos que escuchan…

“Suponemos que escuchan” porque, también habitualmente, cuando se tiene que escuchar se piensa en lo que se va a contestar, con lo cual no se sabe qué se ha dicho.

 

Ese es un poco –un poco-, el panorama que toca vivir ahora. Que no es del todo nuevo pero se ha agudizado, se ha incrementado. Los llamados “medios” han roto, han partido desde las palabras hasta las letras.

Y en la era de la… ¿comunicación?, pareciera que, ante cualquier mensaje, siempre se está comunicando; da la señal de “comunicando”.

 

Y si no se está alerta –sí, atención-, si no se está alerta, una fina y tenue trama de éste, de aquél, del otro… te envuelve, y te hace servidumbre. Te hace… sí, te hace responsable; no como una evolución, sino que te hace responsable de lo que transcurre, de lo que ocurre. Como ahora se vive a gran escala con esta pandemia.

El resultado es que la información y la comunicación, los medios –los grandes y los pequeños- envuelven al ser, y le hacen finalmente responsable de lo que ocurre.

Y claro, cuando uno es responsable de lo que ocurre hay que castigarle.

Es el lenguaje del hombre: “Tú has sido el responsable… –por no decir “el culpable”-. Habrá que castigarte”.

Como es difícil encerrar a todos a la vez, los encerramos en sus casas.

 

¿Y qué hace –no ya en este caso concreto, pero en el caso cotidiano-, qué hace el individuo?

Se encuentra enredado entre lenguajes, datos, signos… Y, “desvalido”, exige y pide algo más que ayuda. E interpreta, por supuesto, a los demás, como responsables de su situación.

Como podemos escuchar, es un verdadero enredo.

No es un fino flirteo entre lo que pienso, te digo y escucho, y en consecuencia juego con las intenciones, los deseos y las propuestas, ¡a sabiendas de que vamos a conjugarnos, a conjuntarnos! No, no. La actitud general es de ALARMA. Entre miedo y agresión.

El que siente miedo puede ser agresivo –¡lo es!-, para defenderse de la agresión que le produce el miedo.

 

La Llamada Orante nos sitúa en un aspecto de la encrucijada que requiere una atención especial.

Y nos requiere para que cada ser, en lo que siente, se muestre como tal… ¡sin agredir, sin exigir, sin culpar!...

 

Dar la oportunidad de respuestas. ¡Dar la oportunidad de la escucha!… antes del análisis justiciero, castigador e indiferente que condena, que castiga, que desprecia al entorno, a lo cercano…; incluso a lo íntimo.

 

Es… –bajo la ego-idolatría habitual- es “natural”, entre comillas, que el ser tenga todo perfectamente estructurado. Pero no en base a las verdaderas intenciones o inclinaciones del entorno. ¡No! En base a sus propias… –para eso uno se pertenece a sí mismo, ¿no?- en base a las propias conclusiones, elaboradas en detalles o en signos que… ¡a bien tiene interpretar!, pero no se atreve a comprobar; y menos aún se atreve a mostrarse, en acción, a propósito de lo que siente.

 

La demanda gravita continuamente. Y gravita como justiciera… verdad. Así, todos resultan culpables. Aunque en el fuero interno, cada uno se siente veraz. Al menos en la mayoría de los casos.

 

La Llamada Orante nos llama, a través de estas “vericuetosas” combinaciones, a recalar en nuestras manifestaciones, en nuestras comunicaciones, en nuestros signos.

¡En darles autenticidad!...

En ahuyentar esa “demanda” que implica mandar a otros, que implica denunciar a los otros, que implica exigir a los otros.

 

La Providencia, desde las estancias del Misterio Creador, nos promueve y nos induce a la confabulada comunión.

Nos muestra cómo las aguas del mar están de acuerdo. Nos muestra cómo las de los ríos también. Nos muestra cómo la tierra es fecunda, solidaria. Nos muestra esa biodiversidad enamorada en la que cada elemento se muestra como es, lo que es.

Nos pide, por cada sentido –vista, olfato, sabor, audición, texturas-… que nos mostremos unitariamente en nuestra necesidad, en nuestra situación. ¡Pero sin culpar a nada ni a nadie! Porque bajo la culpa está instaurada la batalla, la defensa.

Ya se sabe: todo culpable tiene derecho a la defensa.

 

Si evitamos esa repetitiva actitud demandante, exigente y culpabilizadora, probablemente, ¡muy probablemente!... podamos –a la vez que expresemos nuestras situaciones- recibir, recoger

Cuando la semilla es buena, sabe aguardar el momento oportuno para crecer… Y de seguro que la tierra la descubre, y le da cobijo para que germine.

 

En consecuencia, ser claro y transparente a la hora de mostrarse, de descubrirse… es una necesidad, podría decirse que “urgente”.

 

La Llamada Orante, además, nos recuerda –Lo que, El que, La que siempre está ahí: ese Misterio Creador- nos recuerda ese aporte que inspiradamente acompaña a nuestras muestras, a nuestras palabras, a nuestras intenciones.

Confiar en ello implica que seamos verdaderamente transparentes, ¡lúcidos!...

 

Lúcidos, para encontrar la forma, las palabras y la situación en la que la muestra que ofrezcamos sea plácida, serena… y cargada de necesidad gozosa, sin que sea demandante, ni exigente, ni culpabilizadora.

 

 

Que la expresión sea… luminosa, como la luna que nos acompaña, que da paso enseguida al amanecer que nos crea.

 

Que no precisemos el amparo de las justificaciones, siempre tan oportunas. Que no necesitemos el perdón anticipado o culminado, para mostrar nuestras posturas… sino que más bien seamos como el agua del mar que se acerca a la orilla: no tiene vergüenza, no se arrepiente, no tiene nada que justificar, no pide perdón por su llegada.

Es y Está.

 

 

Tomar consciencia de que la Divina Providencia está ahí para surtirnos de las actitudes, palabras, formas…

Y ese surtido de posibilidades está ahí, y aparece y nos llena cuando se le invoca, cuando se le reconoce, cuando se le llama. En cambio, cuando uno se reclama a sí mismo por su razón y su memoria, camufla, oculta, hace una estrategia, busca la renta.

En la Providencia, todo es provisión. Todo es esclarecedor y dador.

Y en la medida en que invocamos y sentimos, haremos de nuestra testimonial actitud algo verdaderamente referenciable.

 

Aclarar nuestra luminosidad…

Mostrar nuestro color y nuestro matiz providencial…

Apartar la exigencia –entre comillas- “natural”.

 

Las promesas de claridad… y la actitud de una auténtica escucha, pueden ser la mejor muestra de evaporar las demandas, las exigencias y las culpas.

Con ellas no se construye… Se destruye.

 

 

 

 

 

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