NUESTRO AUXILIO ES LA LLAMADA
ORANTE, QUE NOS SITÚA EN LA REFERENCIA ADECUADA
9
de marzo de 2020
El Sentido Orante
tiene en sus presupuestos el estar bajo la confianza, bajo la consciencia plena
del Misterio Creador, como el brote fundamental desde el que emana la certeza
de vivir, la consciencia de ser cuidados, la evidencia de ser amados. No
juzgados ni castigados.
Y, consecuencia de
estás mínimas –¡mínimas!- referencias, la disolución
del miedo. Si asustamos al miedo con… la certeza de nuestra fe, confianza, credibilidad, éste –el
miedo- es muy cobarde: ¡huye!, desaparece y se disuelve entre las cenizas.
Muy probablemente,
muy-muy probablemente el miedo de la especie se sucede por la creencia de que
la Creación castiga.
Quizás desde los
albores de… terremotos, volcanes, lluvias, sequías… todo eso que no se
comprendía ni se interpretaba, pero que dolía, se fue creando la consciencia de
pecadores, de trasgresores. Y consecuentemente, el miedo a ser castigados… por
algo o por fuerzas que no se controlaban, no se conocían.
Y si “algo”, dentro
del creer, es evidente, es la condescendencia, la bondad, la infinita
generosidad que nos brinda la vida, como expresión del Misterio Creador.
Si hubiera sido
castigador, perseguidor, ¡contra sus propias criaturas!, haría tiempo ya que la
especie no existiría.
Pero… pero esa losa
de castigo… que gesta el miedo, se fue transmitiendo como una vía de
inseguridad, a la vez que crecía la consciencia de saber, de conocer, de
entender, de interpretar… Pero ese saber, conocer, interpretar de raciocinio y
de logros a veces espectaculares… no… no… no borró, no disolvió ese miedo capital de sentires, emociones,
afectos…; que ligado a… el Amor Amante de la Creación, por las perturbaciones
que el ser hacía y hace en su vivir, no se ha modificado.
Puede ser que “en
apariencia”, pero… Fíjense, nuestro vecino país –la Italia- está ¡en pánico! –¡en
pánico!-, por este contagio extraño. Se supone que el conocimiento, en saber,
el entender, el… No, no, no. “Pánico”. Una de las máximas expresiones del
miedo.
Y a partir de él,
pues el racismo, el aislacionismo… las cuarentenas, que nos recuerdan a la
historia del cólera. Esas historias que se leían como algo pasado. ¡La peste!
Y leyendo esas
historias, se sentía el ser humano superado y liberado de esas inmundicias ¡pasadas!
Pero he aquí que el fantasma revive, y lo hace con insólita espectacularidad.
Ya cuando casi se
olvida el Síndrome de Inmunodeficiencia, esa peste que apareció así, en los
años 80, y que causó y sigue causando destrozos… pero ya se hace
incorporadamente crónico. Pero el susto y el miedo fue grande. Lo que ocurre es
que la memoria es excesivamente frágil.
Anteriormente, en
estas tierras vivimos la intoxicación por aceite de colza, y el temor y el
terror era… difícil de controlar. Entremedias, el SARS –síndrome agudo de
insuficiencia respiratoria- hizo su aparición como… probando: “A ver, aquí probando…”. Y allá donde
ibas tenías que demostrar –sic- que no tenías fiebre y que tenías mascarilla.
Dejó una secuela… digamos que “dulce”, de apenas ochocientos seres fallecidos –¿por
esa causa?-, y luego… pues ya se olvidó.
Y ahora nos visita
un familiar de esa causa, con espectaculares cifras que, si realmente se
observan, no son tan espectaculares, pero sí suficientemente “explotables” como
para crear pánico.
Es curioso: si nos
fijamos en las cifras progresivas y crecientes del Alzheimer, no hay pánico. Como
ése llega poco a poco y, total, hay que olvidarse de las cosas, pues mira, es
un método eutanásico bueno, bonito y… barato no, pero sí de fácil aislamiento:
se les aísla, se les encierra y ya está.
¿Cuántos seres
humanos fallecen como consecuencia del hambre y la sed? ¿Cuántos? ¿Cuántos
millones? Mil millones, aproximadamente, no tienen infraestructura suficiente
para alcanzar la modesta edad media de 50 años, y antes se deterioran y mueren
de enfermedades infectocontagiosas como consecuencia del hambre… y de agua
contaminada.
¡Ah! Pero eso… –¡ah!,
¡claro!- eso ha sido producido por el estilo de vida humano y, en consecuencia,
no es que sea bueno, pero… pero es una consecuencia inevitable del proceso del
progreso humano.
Hace bien poco, un
oncólogo famoso nos decía que, de cada tres personas, una contraería algún
tumor a lo largo de su vida, y nos explicaba que era una consecuencia de la
evolución y del progreso humano, y era el pago que había que hacer.
O sea que podemos
decir que la sensibilidad en la consciencia del miedo, cuando ésta es producida
por la acción directa de la participación humana, es comprensible, aceptable,
adaptable y cronificable. En cambio, cuando no se tiene la certeza de “algo”,
como en el caso presente, sino que todo son conjeturas –y habrá que recurrir a
las altas matemáticas para resolverlo-, entonces el pánico se hace evidente.
Es como decir –al
estilo del principio de esta oración- que ese miedo está ahí. Y cuando no es un
daño provocado por nuestra forma de vivir, de quemar, usar, tirar, consumir… etc.,
cuando no encontramos una causa así, sino que se pierde en posibilidades sin
certezas, entonces aparece ese miedo ancestral. Y las estructuras se debilitan,
nuestros sistemas de relación con el medio se empobrecen, y es el caldo de
cultivo para cualquier deterioro.
El refrán de “cuando las barbas de tu vecino veas quemar,
pon las tuyas a remojar”, interesa recordarlo y relacionarlo con esta
advertencia orante.
El orante, aunque
fuego y batalla haya a su alrededor, sabe que nuestro auxilio es el Nombre, que nuestro auxilio es… el Misterio Creador.
Ese es el remedio, ésa
es la cura, ésa es… la vía del alivio. Y no la locura de que somos castigados,
o la impostura de acusar, acusar, perseguir y…
Como cuando estaba
en boga –no ha desaparecido aún-… pero como cuando estaba en boga el terror
islámico. Era una causa clara que se debía a unos creyentes. ¡Pero nadie se
acordaba de Hiroshima y Nagasaki!, ni de las cárceles volantes, ni de
Guantánamo, ¡ni de nada! Pero el musulmán era el culpable global. Ahora hemos
cambiado de nacionalidad. Ahora, todo lo que se relacione con lo chino es coronado como responsable, ¡culpable!
Y es así como en la
capital de este Reino –que sí es de este mundo-, restaurantes, comercios, etc.,
de ascendencia oriental, están cerrados; se han cerrado, se han… no clausurado,
pero ellos mismos se han excluido, y las gentes han huido de acudir a… ¿Cuánto
tiempo durará?
Esta advertencia
orante nos sitúa ante esos miedos ancestrales… impropios de nuestra naturaleza;
ante esas acusaciones propias de nuestro desespero; ante esos fantasmas
latentes que parecen siempre presentes, que aun en los mejores momentos laten
allí a lo lejos, con el temor “a que”… con el miedo “a que”…; latidos –sí- de
inseguridades, de desconfianzas, de celos, de recelos, de prejuicios…
¡Hay tanto que –al
menos- retocar!, que al ritmo que va la especie, no hay mucho tiempo para
remediarlo.
Además de
advertirnos, el Sentido Orante nos reclama, por nuestra procedencia, la calma,
la serenidad, el saber apreciar el disfrute de lo que se vive, el gozo hacia lo
que se alcanza…; la “memoria” de lo que se ha logrado, de lo que se vive, de lo
que se ha vivido.
Y antes de dejarnos
arrastrar por la nube de información –¡sin duda, manipulada!- con intereses
concretos… y auto-líticos, desconocidos…
Porque, a ver si no…
–y tendrá alguna explicación compleja- a ver si no resulta sospechoso, al menos,
que el señor presidente de la República Popular China diga ayer que el país se
enfrenta a la peor tragedia desde el 1947: la instauración de la llegada al
poder de la Gran Marcha y el logro de la Revolución, que supuso una convulsión
terrible en todo el país.
Y la pregunta es
muy obvia: ¿Y usted me dice que lo que está pasando ahora es tan grave, tan
conmovedor como… en 1947? Perdón, si las cifras no, no…
.- Pero las cifras que dan ustedes son de 2300-2500
personas muertas y 70000 contagiados.
.- Cierto.
.- En una población de 1400 millones. ¿Cierto?
.- Cierto.
.- ¿Es motivo para el pánico? ¿Podríamos encontrar… –pregunta inquisitorial- podríamos encontrar alguna otra enfermedad que produjera ese número de
fallecidos?
.- Sí.
.- ¡Ah!... Pero no provoca el pánico y el…
.- No.
.- Entonces, hay razones para pensar que algún tipo de….
.- Sí.
-. Y que todo esto se corresponde con una maniobra
mundial.
.- Sí.
.- Que busca alguna…
.- ¡Sí!
.- ¡Ya!...
En consecuencia,
podemos llegar a la… no conclusión, pero sí advertencia, de que delante,
detrás, a la derecha y a la izquierda hay intervención voluntaria humana. Que
no ha sido un… ¡hala!...
¿Recuerdan cuando
todas las vacas se volvieron locas? Y ante el asombro y el vaciado de
carnicerías y… –claro, a lo mejor ya no se acuerdan-, decidieron que ya no
estaban locas; que a todas las locas las habían matado. ¡Matado! Sí. Y acabaron
con todas las locas inglesas –vacas-, y ya, todos felices.
.- Ya, pero… también había locas en España y en Grecia y
en Italia.
.- ¡Bueno!, pero eran locas… “relativas”.
¿Podemos recordar
–si se nos permite- que el descubridor de esta enfermedad por priones, el señor
Prusiner, advirtió que estos priones eran muy… ¿cómo diríamos?, ¡uf!, imposibles
de eliminar: ni por ebullición, ni enterrándolos, ni… ¡que no!, y que podían
entrar en la cadena alimentaria fácilmente? El agua, por ejemplo. Igual que le
declararon casi loco cuando habló de los priones y luego le dieron el premio
Nobel, porque parece ser que sí estaban por ahí.
¿Quién no sintió
temor –después de haber comido un solomillo de buitre o de cualquier otro
animal- de volverse loco?
¿Ha desaparecido la
enfermedad… así, comúnmente llamada “enfermedad de las vacas locas”? No. Pero
se asimila, se asume, se consume.
Parece que la
especie humanidad tiene una consciencia culpable tremenda; y una consciencia de
acusación y de… irresponsable actitud. Porque, a sabiendas de los daños
producidos –que se producen diariamente-, se insiste en ello.
Esta breve memoria de
acontecimientos relativamente recientes o muy recientes, nos debe ayudar a
eliminar las temerosas y contagiadas amenazas. Y debe ser un motivo de
aprovechar para –a la hora de poner las barbas a remojar- que cada quien y cada
cual se ¡sitúe!... en emociones, en afectos, en amores, ¡fundamentalmente!,
porque eso nos referencia con lo Creador. Y eso nos permite confiar en nuestra
posibilidad, y nos acerca a solidarizarnos, no a separarnos y encerrarnos en
los guetos para no contagiarnos.
Es tan fácil, en esta
especie, amenazar, amenazarnos, asustarnos… que ya es una práctica habitual.
En vez de
acercarnos, solidarizarnos, ayudarnos, cuidarnos... aparece un sentido de
disidencia emocional esquiva, rabiosa…
¡Y nuestro auxilio
es!... esa llamada de la oración, esa llamada orante que nos sitúa en la
referencia adecuada: aquella que nos posibilita la consciencia de vivir, de
sentir-nos, de apreciar-nos, de acercar-nos, de amar-nos.
¡Ten piedad!
***