EL SENTIDO ORANTE DIRÍA: ¡QUÉ POBRE, CON TANTOS RECURSOS!
2 de marzo de 2020
Y con una sublime
inocencia… –desde la óptica de la consciencia humana- la noche se va lánguida,
pero no triste. El amanecer se insinúa… inquieto, pero alegre.
La brisa transcurre…
según sus apetencias, pero no busca dañar.
Las piedras
permanecen quietas, para que se pueda… transitar.
Las plantas se nos
ofrecen para que se contemplen, ¡sin exigir!... algo que pagar.
Los ríos
transcurren… ahí, para saciar nuestra sed.
Los mares se
cimbrean… para nuestro recreo, para nuestro alimento.
¡Todo un servicio,
casi a la carta! Lo de “casi” es porque… hay paladares muy exigentes, que les
gustaría que anocheciera más tarde o que amaneciera más temprano –por ejemplo-.
Y esa sutil
inocencia, como en actitud de un servicio anónimo –pero sabedora de sus
virtudes y no exigencias- contrasta con el estar de humanidad.
El estar de cada
ser, que reclama y reclama sus posiciones… casi en disgusto permanente, en
arrogancia continuada, en justicia… ¡imponente!
Trascurre así una
humanidad peleada, crispada, sospechosa, retraída.
Todos culpan… o se
sienten culpables.
Todos exigen o se
vuelven exigentes.
La sensibilidad se
hace puñales, ¡erizos!
La suavidad se hace
quimera… Y la impunidad se hace reinado.
De tanto pensar
unos por otros, muy pocos saben lo que piensan –de ellos mismos, claro-.
Y es así que, ante
la crispación, la muerte parece el mejor alivio.
Creados para vivir,
con recursos… imponentes, la humanidad parece haberse negado a asumir ese rol
de transcurrir en… descubrir, aprender, acercarse, confiarse, adecuarse, ¡confabularse!...
Hacer del vivir una
experiencia inigualable.
¡Es posible que ese
sea… el plan!
Y quizás en
excepciones se cumpla, o algún día se cumplirá, ¡o alguna vez ocurrió!...
El Sentido Orante
se nos muestra hoy cauteloso o… ¿distante?
Si fuera
estrictamente humano, sería desesperante.
Pero nos llaman a
orar, así que admitamos, al menos, la duda de que ¡quizás!... quizás algo de
novedad o de ¿utilidad, quizás?… pueda suponer esta descripción de humanidad,
en el tono de lánguida presencia.
¡Sí! Quizás por la
encrucijada –no es porque el Sentido Orante dude de sus capacidades-, pero sí
es evidente que sus efectos son… –desde el punto de vista de la consciencia
humana- son ¡paupérrimos!
Su inútil utilidad
se mantiene por… una misteriosa tendencia.
Y en esa sutil
inocencia creadora, ésta transcurre y continúa como si nada ocurriera, como si
confianza tuviera. No lo sabemos en realidad. Pero parece a veces ser ignorante
de nuestras correrías.
Parece decir, la
sutil inocencia creadora: “Pero ahora, ¡es
que no puedo quitar los mares, no puedo destruir los amaneceres o… el sol imponente
del mediodía!… ¡Tampoco puedo!… destruir los desiertos o abolir los árboles…
–en un lenguaje imaginario, claro-. ¡No puedo!”.
La uniformidad de
la especie, aun con grandes diferencias aún, pero la tendencia uniforme a la
vulgar repetición, a la implacable discusión, al sistemático ocultamiento, a la
rabia continuada… parece que todo ello constituye el gusto –sí- el gusto de la
especie. Parece que todo ello es el ánima, ¡la chispa de la vida!
Parece que sin
desánimo, sin rabia, sin envidia, sin malhumor… ¡sin eso!, no se pueda vivir.
La incapacidad hacia la complacencia es –desde el punto de vista orante, claro-
muy preocupante.
La facilidad con la
que se… ¡destruye!, y la enorme dificultad para construir, es muy llamativa.
A esto se añade que cada ser se establece en
su gueto o en sus niveles de influencia, y en ese egocentrismo nada parece
importarle: ni lo más allegado, ni lo más lejano.
Tan solo pendiente
de su… interés.
El Sentido Orante
diría: ¡Qué pobre, con tantos recursos!
Pero cada uno con
su “experiencia” –ejem; ¿experiencia?-… pues sí, parece ser que cada uno, con
su experiencia de una semana, de veinte días, de quince años, ya tiene todo ¡tan
claro!, ¡tan evidente!…; ya tiene la justicia tan preparada, la guillotina tan
afilada, el verbo, ¡no digamos!... y la mentira, tan sutilmente elaborada…
Por supuesto, como
estamos en carnavales, ahora la apariencia todavía puede ser… intransparente.
¿Intransparente?
Sí, intransparente… Que no puede llegar
nunca a ser transparente, ¡vamos!
Y así el ser
acumula y acumula y acumula… que si penas, que si rabias, que si dolores, que
si afrentas, que si…
Todavía no se ha
dado cuenta de que el mundo no se ha hecho a su imagen y semejanza, sino que el
mundo se ha hecho a imagen y semejanza de un Misterio Creador. Pero ha sido
también tan excepcional, la creación del humano proceder, que éste se ha
sentido, “por momentos” –bueno, es un decir-… por momentos se ha sentido
creador, dueño y señor… de reglas, normas, costumbres, afectos, desafectos,
atracciones, repulsiones…
¡Ah! Pero la
humanidad ha encontrado unos mecanismos –entre la consciencia humana, ¡claro!-…
¿cómo catalogarlos?... Bueno, son esos que dicen: “aquí no pasa nada, no tiene importancia; bueno, ya veremos, no lo sé,
ya te contaré, no te contaré, ya te contaré lo que quiero contarte pero no debo
contar, ya ocultaré, ya… Perdona, disculpa, no he querido herirte, pero te he
herido, pero no ha sido aposta”…
Y así, balbuceando
inconexiones, transcurren las disculpas. ¡Y todo queda bien! ¡Ah, sí! Cada uno
se ha quedado con sus suspicacias, con sus opiniones, puntos de vista… ¡y todo
está bien!
Cualquier ¿transgresión…?
–bueno, si se sabe la referencia- es natural. Natural, natural, natural.
Es y resulta
realmente impresionante el contemplar cómo cada uno va a lo suyo, como si lo
suyo fuera… ¡el universo entero! Y por supuesto, tratara de imponer sus ópticas… por-que-sí.
¡Ayyy!... Por un
momento se puede pensar en la minuciosidad, en el cuidado, en el exquisito
desarrollo de una Creación como la que podemos contemplar. ¿En algún momento se
ha percatado, el ser, del cuido exquisito que la Creación pone en su… ¡vivir!? ¿Y
del descuido ¡más espantoso!... que el ser humano genera?
Podría decirse, en
afán de resumir, que…
Por aquello de “las
prisas”; porque todos tienen mucha prisa por ocultar, por resolver, por no
afrontar, por no… ¡bah!, ¡tantas razones!... ¡Qué fatiga!
Pero habría, sí,
esa opción de fijarse, ¡por un instante nada más!, ¡claro! No lleva mucho
tiempo. Vamos, casi no supone tiempo. Y más ahora, que estamos rodeados de
flores de almendro, y el suelo está tapizado con sus pétalos.
Por un momento, ¡por
un momento insignificante!, contemplar –realmente contemplar- una flor –¡cualquiera!-,
y recalar, al contemplarla, en su expresión; en lo que expresa. Contemplándola
con… –difícil decir la palabra- con “serenidad”.
Sin estar pendiente de ninguna otra cosa. Un instante, es. Nada más, ¿eh?
Es posible… que esa
experiencia… amortigüe tanta crispación, tanto egoísmo, tanto prejuicio, tanto
de ¡tanto!
Qué sorpresa sería,
¿no?, el que a lo mejor supiéramos que las flores fueron creadas para eso; simplemente para eso. Y que
luego disimularan sus objetivos, haciéndose fruto y cualquier otra cosa.
La Llamada Orante
es semejante a una llama de una vela: alumbra…; no se agota.
Pero el ser
prefiere la bombilla, las luminarias resplandecientes…: sus creaciones.
Así que cabría
preguntarse: “¿Qué hace esa tenue llama
ahí? ¿Qué hace esa simple flor… aquí?”.
Todo un día para ¡nutrirse!…
una eternidad.
***