ES INCREÍBLEMENTE EVIDENTE LA BONDAD Y MISERICORDIA DE LA
CREACIÓN
24 de febrero de 2020
Impresionante, pero
a la vez serena, se muestra la luz de la luna.
Impresionante, a la
vez que alegre, se muestra el canto del gallo.
Impresionante, a la
vez que… sin importancia, el suelo nos soporta. Y saltamos sobre él, lo perforamos,
plantamos, edificamos…
Sin darse
importancia, las estrellas anochecen y se trasladan en sus danzas parpadeantes.
El frio, el viento,
el calor, la humedad… se señorean en su casa, siendo anfitriones de diferentes pelajes,
para hacer grata la estancia.
Las reinas de la
quietud.. en su vegetal presencia, ¡se aquietan!... a propósito, para
satisfacer nuestras visiones, para perfumar nuestro olfato, para deleitar
nuestro gusto, para cimbrearse ante la brisa, y podamos escuchar el palmoteo de
las hojas.
No es que no puedan
ir más deprisa en su movimiento, es que se aquietan para que podamos
contemplarlas.
Y cada trozo de
piedrecita, de piedra, de arena, está ahí aún más ¡inquietante! Pareciera que
carece de absoluta significancia. En cambio… en cambio, marca el sonido de
nuestra pisada… alivia el peso de nuestros pasos… o lo hace hábil para sortear
dificultades.
¿¡Hay algo que… en
el entorno del ser, tenga empeño en dañarnos!? ¿Hay algo, en la Creación, que
tenga por objetivo molestarnos, maltratarnos…?
Todo parece indicar
–cuando “bien pensar” sentimos- que están a nuestra disposición; que están a
nuestra disposición para servirnos…
La lluvia, los
ríos, los manantiales, los pozos, los arroyos… calman nuestra sed.
Los mares nos dan
la límpida belleza de su estancia, además de las maravillas de sus habitantes.
Los copos de nieve
nos suenan, nos suenan en el silencio, juguetean en su caída y desaparecen
tímidos al llegar al suelo.
¡Ay! Y mientras, al
atardecer, los gorriones se discuten la rama del dormir: un bullicio de
escándalo que sólo pretende mostrar su equilibrio, ¡su alegría de vivir!...
Y a la vez, las
hormigas no reclaman bombo y platillo; en silencio permanecen… aguardando
mejores momentos.
Todo parece estar… ¿organizado?
–¿organizar?-, ¿diseñado? –¿diseñar?-, ¡adornado! –“adornado”-, para que el
humano proceder se sienta grato, se sienta a gusto; paladee sus sentidos;
poetice su estar; agradezca y agradezca ¡tantos detalles!… –¡tantos!- más los que no se muestran
a la claridad, pero incitan a la curiosidad. Y aún más: nos promueven hacia la
admiración por vivir, por la vida.
¡Ay! ¿Será… será
que nos llaman a vivir? ¿¡Nos llaman a vivir en equilibrio, en armonía, en
variables, en novedades, en serenidades, en auxilios, en solidarias sintonías…!?
¿Serán… serán
creaciones que nos incitan al sueño y luego a la vigilia, nos despiertan hacia
el alimento, nos incitan hacia respirar?
¡Ay! ¿Serán
creaciones que ¡nos llaman!… para decirnos que nos aman? Y en consecuencia, ¡ante
tanto derroche!, ¡nos impresionamos!, y reflejamos tanto amor que nos permite… ¡enamorarnos
entre nosotros!, ¡amarnos entre nuestras sensaciones!
¿Será que nuestro
estar y seguir… está en el reino de la templanza?, ¿en la complacencia?, ¿en el
discurrir?, ¿en la escucha? ¿En el reconocerse en lo que se dice, se hace, y en
aprender continuamente, para poder asimilar tanto amor que nos ofrecen?
Y con todo ello,
¿cómo es… ¡cómo es que el proceder humano se olvida!, se distrae, se enrosca sobre
sí mismo? Y deja de escuchar su pisada, deja de mirar la flor encarnada, deja
de sentir el amanecer, hace caso omiso a la luna, ¡le molesta la lluvia!, se
queja del frio, ¡le incomoda el calor!…
¡Y todo lo que
estaba ofreciendo la Creación como muestras de Amor!, el humano proceder… ¡lo
toma como queja!:
“¡Ay!, ¡qué mal tiempo! ¡Ay!, ¡qué incomodidad de
montaña! ¡Ay!, ¡qué angustia de sendero! ¡Ay!, ¡qué plano valle; podría ser más
ancho! ¡Ay!, qué mar tan inmenso! ¡Me asusta!”.
¿Es en origen así,
la criatura humana? ¿O… entre unos y otros se dijeron que ellos eran los
referentes, ¡los que marcaban la pauta!? Y claro, dejaron de apreciar el
alimento. Dejaron de disfrutar de la mirada. Poco a poco se fueron enroscando
en sus quejas. Y así… se fueron quejando unos contra otros. Y pasaron, de la queja al desierto por estar
despoblado, a la queja de la selva, por estar tan poblada. Y crearon poblados,
¡y se quejaron por estar hacinados!
Se hizo, la
humanidad, criaturas de… disconformidad, de queja, de rabias…
Y al no sentirse
halagados por tanta Creación, contagiaron su desagrado a sus semejantes, y
entre ellos se enzarzaron en conspiraciones, bulos, opiniones, injerencias…
¡Hasta gritos proferían… esgrimiendo buenas razones!
¿¡Dónde estaba!… el
agradecer? ¿Dónde estaba el recordar? ¿Dónde estaba el ensoñar y el hacer
presente lo vivido? ¿Dónde estaba, que todo se hizo ¡revoltijo!?; a la vez que
insincero y, consecuentemente, conspirador…
Se pusieron
máscaras de carnaval todos los días, y entre murmullos, dimes y diretes, desconectados
de la Creación diaria y del infinito Amor de cada día, esgrimían sus diferencias
tomando partido, enfrentando consciencias…
Parece escucharse,
desde la Creación, un suspiro que dice: ¡Ay!,
¡qué pena de vida!...
¡Se creó con todo
lujo de detalles!, sin escatimar el color púrpura del arrecife, ¡sin descuidar
ni un instante el alga verde morada!, ¡sin descuidar ni un solo momento!... el
plumaje de la gaviota que se cimbrea con el sol.
Y más y ¡más!…
mientras el humano se escondía, ¡se refugiaba en sus pleitesías y en sus
pleitos!
Cada uno se erigía
en el mejor, y en consecuencia querían ocupar un mismo lugar. Y sólo se gestaba
devastación.
¡Ay! Si ¡por un
momento! –si por un momento-… ¡se percataran algunos seres de humanidad –algunos, ¡simplemente algunos!- de que están puestos ahí como expresión
creadora de belleza, están puestos ahí como adornos ¡de amor!, ¡están puestos
ahí!… como expresión de increíble magnificencia, y esos “algunos” vibren en esa
consciencia, para clarear… ¡para clarear
las almas de las que están dotados!, ¡despojarse de los miedos, de las
rabias!…
¿Acaso cuando
llueve caen cuchillos…? ¿Acaso cuando pisamos el suelo, éste nos engulle…? El
aire que respiramos, ¿nos escatima la dosis? ¿O, más bien, nosotros lo
estropeamos?
¡Sí! Resulta
curioso que, cuando el ser se perturba más allá de su razón y de su impositiva
verdad, trata de ¡recomponerse!, ¡arreglarse!, sanarse, curarse…
¡Con todo lo
descrito anteriormente!, ¿es posible algo de eso? ¡No! ¡¡No!! Hay demasiada y
exuberante ¡vanidad, soberbia, rabia!, como para aspirar a… ¿alivio?, ¿mejora?
¡No!
¡No! No se puede
calmar, aliviar, mejorar, cuando se está perversamente rabioso o radicalmente ¡exigente!,
¡impositivo!, ¡dominante!, ¡¡manipulador!!… No. Así no se puede ni mejorar ni
dejar que te mejoren, ni que tú mismo mejores. Porque buscarás… –¡y exigirás,
claro!- la píldora maravillosa para que puedas soportar tu soberbia, tu rabia… –¡bah!-,
y te cree un mundo feliz –a costa de los demás, claro-.
Humanidad hiriente,
que se hace sangre… y luego pretende aliviar.
¡Ay!...
Un ánima hipócrita,
sin valentía, de oscurantista verbo que esquiva, que dice y olvida, que expresa
y se esconde.
¡Y no es en un
lugar o en otro!… Es en todos.
Y nos llaman a orar
y… ¡qué privilegio! ¿Cómo es posible que aún esto ocurra?
Pero por supuesto,
también ante ello hay queja, porque nunca es a gusto de cada uno.
¡Qué horror!
Se vuelve a
escuchar: ¡Ay!, ¡qué pena de vida!…
Cuando todo se
dispone para ti, para ti, para ti, para ti, para aquel, para el otro, para ¡todos!,
con ambrosías. Y en cambio, cada cual coge su pico y su pala, delimita su
territorio, aspira al espacio de otros… y porfía con hoces, martillos,
billetes, bancos…
¡Ay! Y las eternas
mentiras que deambulan y deambulan, y se hacen hasta verdades. Y los
historiadores ¡copian y copian y copian lo que escuchan de unos y otros!, y lo
poco que pueden ver por sí mismos. Y nos relatan… ¿qué nos relatan?
¿Qué certeza hay,
que con mentiras no se haya contado? “¿Qué certeza hay, que con mentiras no se
haya contado?”.
¡Y lo sorprendente
y lo increíble es que, con todo ese pesar de “¡Ay!, ¡qué pena de vida!”, ¡sigue floreciendo el almendro!...
¡Qué… qué regalo!
¿Continúan su confianza hacia nosotros? ¿Es posible?
Sí. Y la luna
señorea e incita al poema y la luz de la noche. Pareciera que no supieran de
nuestros procederes. Pareciera que… “¡Bueno!
Ya se les pasará”. “Ya nos mirarán
con afecto” –dicen las estrellas-. “Ya
pisarán con cuidado” –dicen los sembrados-. “Ya beberán con alegría” –dicen las aguas-.
“¿Cuándo es “ya”? ¿¡Cuándo!…
es “ya”? –reclama la
oración, insistente-. ¿Cuándo?”.
Mientras que a la
vez nos recuerda… que la pluma sigue el aliento del viento. Mientras que la
primavera se prepara de nuevo, con nuevas galas, con nuevas texturas
“¡¡A ver si esta vez hay suerte!!… y los humanos nos
miran”.
A ver si hoy, ¡la
vigilia de hoy!, se hace alegre, y no es causa de queja, de escondite, ¡de
desapego!...
La luna no se
oculta. Se transforma; se diversifica.
Las estrellas… no
huyen.
El suelo no
desaparece.
¿Por qué el hombre ¡tanto
oculta!? Y además, ¡es curioso!: oculta sus… ¿sus qué? ¿Qué es lo que oculta?
Lo que aquel dijo, lo que el otro susurró, lo que él pensó…
¿¡Se siente tan
importante!, que lo que oculta es valioso? ¿En verdad es valioso para la vida
del escarabajo o el futuro de las cigüeñas? Por ejemplo. ¿O es un secuestro el
ocultar, y mostrar otras facetas?
Por un momento, el Sentido
Orante –por un instante- nos dice: “¿Y si
mañana no amanece…? ¿Qué harás de aquí a entonces, cuando el frío hiele tu
mente?”.
El ser de humanidad
vive con insolencia; con el desparpajo de sentirse creador. Y se siente seguro
de lo que va a ocurrir mañana, y apuesta por pasado mañana.
¡Ay!...
No se da cuenta de
que el más mínimo brote de verde que asoma, lo hace por decisión innombrable
del Misterio Creador ¿Cómo es que no se da cuenta de eso?
¿Cómo es que no
clama ¡de alegría!… y comparte sus fantasías?
¿Cómo es que no se
hace solidario con ideas, proyectos, acciones?
¿Cómo es que está
más pendiente de los demás, de los otros, y no termina nunca de hacer su tarea?
¿Cómo es que…?
¿Se ha olvidado de
vivir…? Y ha implantado otra cosa que llama “vida”…
Y se escucha otra
vez: ¡Ay!, ¡qué pena de vida!...
¡Es tan terrible y
dramáticamente injusta la actitud humana!, que es increíblemente evidente la
Bondad y Misericordia de la Creación.
Las venturas, como
virtudes, se atreven a hacerse aventuras cuando el ser se enamora, ama aún…
Aún.
¿Será que aún es posible?
***