SENTIRSE AVALADOS Y ALABADOS POR LA CREACIÓN
17 de
febrero de 2020
El ser se
hace espeso… cuando su protagonismo se hace denso.
Cuando su
protagonismo se hace propio… y no se abre al entorno.
Cuando su
personalismo se hace absoluto y... deplora lo que le rodea.
Se hace
denso y espeso cuando desprecia la ligereza por considerarla superficial;
prefiere la espesura y la densidad de los daños, prejuicios, temores, rabias,
descontentos, obligaciones...
Sí; algo
que existe, pero que no es la esencia del ser como presencia en el Universo. Es
algo promovido por el ser... en un momento de su historia, pero no es
consustancial con él. De ahí que el Sentido Orante advierta de la necesidad de
aligerar nuestros protagonismos, nuestros personalismos. Que se aligeren,
dejando de ser nuestros, propios. Que el ‘propietarismo’ mental se abra a la
consciencia de Universo y, a poco que contemple la luz de la luna, a poco, se
dará cuenta de la inutilidad de su posesión, de su propiedad…
Inutilidad
en cuanto a que no le permite ensoñar, fantasear, complacerse en complacer.
“Complacerse en complacer”. El juicio le devora, y piensa que juzgando y
condenando se va a librar de los fantasmas de su egolatría. O va a someter a
todo lo que acontece. Error. Error que le lleva al horror y al miedo del terror
de no ser comprendido, aceptado, asumido...
Si –como
decíamos en otro momento de Llamada Orante- “no soy de mí”; si tan solo asumo
que habito en el Universo…
Y aclarar
muy bien, al decirlo, que no es lo mismo que habitar en la Tierra; porque de
inmediato, cuando se habla de la Tierra como ser vivo, como Gaia,
como tal y como cual... cada uno tiene su parcela; cada uno reclama su bosque,
su selva, su desierto...; cada uno se siente “cuidador” de universos... y asume
preponderancias...
En
cambio, cuando nos presentamos como habitantes de Universo, nos diluimos, y nos
podemos dar cuenta... –sin entender, la mayoría de las veces- nos podemos dar
cuenta de que –cuando tomamos consciencia de que habitamos en el Universo-… nos
podemos dar cuenta de que el protagonista, de que los protagonistas no somos
nosotros –¡voilà!-; que estamos en una inmensidad inconcebible; que
estamos en una eternidad insondable. Y todo ello sin comprender, sin
entender...
Y por eso
precisamente, por no asumir el no entender, el no comprender, el no saber y
aceptar la ignorancia como habitante de Universo..., eso es lo que nos
incomoda.
El homo
sapiens actual se siente conocedor, entendedor, y exige conocer, entender,
saber. Lo exige. Se lo exige y lo exige a los demás. No deja ni una gota a la
improvisación, a la creatividad, al caos. ¡No! Todo lo tiene que tener
entendido, comprendido, atado, asegurado, dominado, controlado...
Y se
insiste, en la Llamada Orante: con un pequeño vestigio de tomar consciencia de
que soy habitante de Universo, todas esas cadenas que enrollan y que esclavizan
por su exigencia, por su dogmatismo, por su radicalismo, todas esas cadenas
empiezan a debilitarse, empiezan a perder sentido. Empezamos a aligerarnos;
empezamos a hacer, a sentir y a pensar según lo que necesitamos. Empezamos a
gozarnos del gozo de los otros. Dejamos de exigir el trato que pensamos que nos
deben dispensar.
Esa
importancia personal que demanda, que ¡exige!, le vuelve un continuo y
amenazante y desquiciado –“continuo, amenazante y desquiciado”- ser, que con
nada se contenta; que exige continuamente un mundo a su medida; que todo lo
interpreta, en su egocentrismo, como maniobras contra él; que no soporta el
humor; que no asume las diferencias, los distintos; que busca a los iguales,
parecidos o semejantes, para sentirse seguro. Y así, claro, cualquier variable
es un desquicie, es un despropósito. Su mundo ha quedado reducido a la
urbanización de colegas, amigos y simpatizantes.
¡Ni
siquiera el llamado mundo existe para él! Porque es perverso, es ¡malo!
Hace de
su cotidianidad un murmullo de bulos, de comentarios, de insinuaciones… ¡Nada
que ver con lo liviano! ¡Nada que ver con lo libertario! ¡Nada que ver con lo
inocente! ¡Nada que ver con lo dispuesto!
La
Llamada Orante nos quiere hacer crecer nuestras alas, nos quiere limar nuestras
uñas; pretende darnos la naturaleza... volátil; pretende hacernos ¡sutiles,
admirables, respetables!...
Pretende,
la Llamada Orante, acrecentar nuestras inocencias, ¡nuestras capacidades de
asombro!: el dejarnos sorprender, ¡el admirar a los que disfrutan!, ¡el admirar
a los que sonríen felices!...
Regocijarse
en todo lo ajeno que suponga gozo, equilibrio, arte, disposición, ¡ternura!...
Despojarse de la envidia de compararse con lo que tiene aquél o lo que tengo
yo. Y adaptarse a la bondad interior, ¡innata! –“innata”- de cada ser.
Y claro
está: en esa medida, hacerse ¡inmune!... a la crítica, al consejo, a la
advertencia, “a”, “a, a, a”...
Porque
sí, sí ocurre que, cuando el ser está en un instante o momento de disfrute, de
calma, de sosiego, en el mundo de hoy, eso parece ser ¡una ofensa!, y puede
recibir todo tipo de insultos y de advertencias, claro.
Pregunta: “¿Qué
prefiere usted: un día de amor, de eternidad, o una vida de asfixia permanente?”.
Y he aquí
que, efectivamente, el “a, a”… “a ver si…”, “cuidado
con…”, a ese, a ese ser –hombre o mujer-, que estaba complaciente, que
estaba diligente, con tantas “a”... advertencias, se vuelve
retraído, se vuelve escondido. Se siente pecador por no estar a la altura de la
crítica, del ácido, de la rabia... ¡Se siente ignorante, de los malos! De esos
que reniegan de ¡todo!, sin haber renegado de nada. Pero el “a, a,
a...”, si no está alarmado y alertado, terminará con su aliento; lo
convertirán y lo harán del clan de las “a, a, a… advertencias”, del clan de las
prevenciones, ¡del clan de las seguridades!, ¡del clan del futuro!, del clan
de “¡Ya te lo decía yo!”.
.- Si ya
te dije yo, cuando tenías veinte años, que cuando llegaras a setenta tendrías
el pelo blanco.
.- ¡Oh!,
¡sí! ¡Es verdad, es verdad! ¡Ya me lo decías tú!... ¡Qué clarividencia!
Y así son
las advertencias de los que dicen quererte. Claro, te quieren... te quieren
poseer; te quieren tener; te quieren llevar al redil de la ordenanza, de lo
preceptivo, ¡de lo ordenado!...
¡Ay! Pero
el Sentido Orante no... no puede consentir –y de ahí que el ser se deba sentir
“orante”- no puede consentir –y de ahí que tenga que alertarse y alarmarse-, no
puede consentir su propia evidencia de lo que vive, de lo que siente, y negarse
a ello porque el “a, a, a, a”... advierte, avisa,
¡amenaza!...
¡Amenaza,
sí!
Amenaza
con aislarte; amenaza con acecharte; amenaza con todos los posibles perjuicios
que te pueden acontecer.
Sí. Pero
he aquí que, con el sonido de las bombas, mientras se bombardea a veinte
kilómetros, los seres celebran un nacimiento o festejan un maridaje, o se
prometen amor eterno, o se construyen una silla o una mesa… ¡Mientras las
bombas suenan!, ¡mientras la metralla cae, llega!, mientras no hay aposento,
¡mientras no hay agua ni luz!, pero hay vela y cuentos...
Sí;
parecería mentira que eso ocurriera. ¡Pero ocurre! Es una manera dramática,
cierto, de desposeer al ser, de las más mínimas seguridades y recursos.
Y ante
ello, el ser no sucumbe, no se cae. Se rebusca en sí mismo. Hace un salón en
una ruina. Hace un torreón... en un descampado.
Pero,
ciertamente, no hay que llegar a esas situaciones, aunque no se está exento de
ellas.
Y en
consecuencia, hay que saber evaluar de lo que se dispone. Porque hoy comerás,
pero aquel que en el Líbano está, en un campo de refugiados, no sabrá, ¡ni se
planteará!, si comerá o no. Y hoy te lavarás porque agua tienes, pero aquél, en
el campo de Bangladesh, sabe que ni se plantea... si podrá lavarse los pies o
las manos.
Sabes,
ser, que hoy te vestirás y elegirás entre tus ropas. Allí, ¡allí!, en los
campos de adiestramiento de China, no… no habrá ocasión para elegir. Te pondrán
el mono de reconversión para que seas un buen comunista y aborrezcas el Islam
como un deterioro mental y espiritual.
¡Sí! Y en
tu hacer cotidiano, en el que laboras, en el que “compartes con”... ¡ay!,
¡evalúalo! ¡Evalúalo! Porque otros, en India, llamados “miserables”,
“¡intocables!”, sonríen mientras lavan la ropa incesantemente, golpeándola
contra las piedras a las orillas del Ganges. No pueden elegir investigar, leer,
pasear, ir al parque… –¡al parque!- ir a caminar, hacer ejercicio, hacer
“cardio”...
No. Esos
no tendrán –¡esos millones!-… no tendrán esa oportunidad. ¡Aún así!, te mirarán
con los ojos desorbitados; sonreirán. ¡Sonríen!
¡Y no es
cuestión de comparar! Es cuestión de evaluar, de evaluarse, de valorar lo que
la Providencia nos ha regalado y puesto. Que nadie se ganó el
derecho de nacer en una familia acomodada europea.
Y es así
que el ser esclaviza a los desposeídos; controla a los miserables; abusa de los
pobres; se hace rico con su labor. Y es así que, entre ellos, los aposentados
establecen sus reinados, sus normas y costumbres, y todo aquel que quiera
liberarse de esa... ¡opresión!, es perseguido, criticado. Y es así como el ser
humano de hoy establece sus regias posiciones. ¡Es así como sale en primera
página del diario!, que la reina Isabel de Inglaterra llama a reunirse a toda la
familia, para ver qué pasa con esos desviados que están haciendo cosas raras
dentro de su familia. Primera página.
¿O
debemos inclinarnos, debemos preocuparnos también porque el príncipe… el
heredero, la heredera, ha despertado el temor de la reina Isabel de Inglaterra?
Por ejemplo.
El caso
es que el ser, a fuerza de mirarse a sí mismo, empieza con él mismo su
esclavitud, arrogándose el derecho de imponer sus criterios al entorno, y así
establecer una lucha y una demanda y guerra continua.
¡Ay! Que
no hay día en el que no transcurra una queja... un lamento… una pena...
¡Ja! Si
solo fuera una...
Cuando un
vestigio de Universo se ciñe sobre el ser, se siente en esa vibración. Aprecia
su condición. Se hace exultante en su existencia. Valora su entorno con ¡emoción!
Se hace eco... de dolores ajenos, pero sabe en su interior que somos seres
capacitados, ‘capacitantes’ y capacitadores, de eliminar ese dolor.
Y
sabernos cuidados por la Oración, en la que se nos ¡reclama!... nuestra
posición de Universo, ¡con el aval de la Eternidad!, ¡con el aval de la
Providencia!, ¡con el aval del Eterno Amante!, ¡con el aval –con el aval- de lo
disponible! Todo.
El
sentirnos avalados y ¡alabados! –avalados y alabados- por la Creación –y es
así, porque si no, no existiríamos-; el sentir el palpitar y el emocionante y
¡emotivo instante!... de una sonrisa amorosa, de una mirada complaciente, ¿no
es acaso suficiente aliciente para ir más allá, para aligerar la carga de la
incongruencia, para evaluar las calidades en las que se está...?
Y vi a lo
lejos... tan cerca que me sentí universo.
Y vi a lo
lejos... –y vi a los lejos- tan dentro... que me sentí lejos.
Y vi a lo
lejos... ¡tan allí!... que ya no estaba aquí.
Y vi... y
vi... y vi...
***