lunes

Lema Orante Semanal


SOMOS, ANTE EL MISTERIO CREADOR, UNOS RECIÉN NACIDOS
3 de febrero de 2020

Y al acudir a la Llamada Orante, nos disponemos sin expectativas, pero con expectación.
Nos disponemos sin ganancias, pero con ilusión.
Nos disponemos con humildad, sin logros.
Nos disponemos dispuestos… a la escucha complaciente.

Una escucha complaciente que no supone obligación, ni obediencia, ni mandato, ni orden.
Una escucha complaciente que supone… ¡alivio!

Con esa disposición, los agobios y las fatigas –esas que ‘prejuician’, condenan, preocupan, y están en discusión interna o en radicalismos impositivos-… todo ello se… se precisa que al menos ¡se aplace!
Se aplace para entrar en lo ilimitado; para entrar en lo infinito. Para entrar, desde aquí, en lo sensitivo, a lo sensible, más allá de nuestra corporeidad.
Acudir a la Llamada Orante implica una consciencia ilimitada ante lo “inconmensurable” –no medible- de la Creación, sea cual sea la opinión sobre ella; que, en cualquier caso, será una opinión… no muy lejos sino lejísimos, de lo que es la Creación.
[1]Para andar por casa, unos se afilian a… el disparo del Big Bang; otros se refugian en la actuación de una divinidad… con muchas características, ¡tantas!, humanas, que sorprende.
¡A ver si cualquier día vamos a ver a Paco o a Antonio haciendo una Creación: el primer día crea una escopeta; el segundo, un cañón; el tercero, un invernadero; el cuarto, una lagartija gigante; el quinto, un charco; el sexto… ¡¡uf!!, un monumento; y el séptimo… ¡a descansar, claro!
Cualquier parecido con el Génesis es pura casualidad.
Pero sí que está, el humano proceder, en esas batallas de sentirse el privilegio de la vida en este inmenso Universo.
¡Y se debaten, con razones y con inquinas, las lógicas y las historias!… –¡y qué vergüenza!, ¿no?-, mientras aumentan los ricos y “progresan” los pobres –por ejemplo-. Lo de “progreso” quiere decir que aumenta el número de pobres.
Se podría decir que el número de ricos es limitado. El número de pobres y miserables es ilimitado.

El Sentido Orante nos “coloca” –digámoslo así- entre los pobres. Sí; aquellos que se dan cuenta de que están en una inmensidad que no soporta la razón ni la lógica. Y que los elementos propios, como especie, hasta ahora sólo sirven para conquistar, dominar, controlar y ‘egocentrizar’ y ‘egolatrar’ la actividad humana.
Pareciera por un momento –¿verdad?- que no existen las estrellas, ni otras galaxias, ni novas, ni súper novas, ni enanas marrones, ni enanas blancas, ni agujeros negros, ni… ¡No! Es tal la constricción ‘sobérbica’ –¿sobérbica?, debe de existir- que tiene el ser de humanidad, que el ombligo se junta con la boca.
Esto es casi un koan, ¿eh? Casi.

Sabemos, desde la pobreza, que el Sentido Orante nos llama ante su Bondad, ante sus Providencias, ante sus Misericordias, ante sus Piedades. Porque, al situarnos ante ellas como pobre expresión –¡pobrísima!- de lo que puede ser la Creación en la que cada ser está inmerso, el recurrir a esas palabras es… lo más cercano a agradecer el amanecer, a agradecer el canto de los pájaros, a agradecer el sentirse “posible”, a agradecer el poder seguir nadando, sin hundirse en la miseria de lo que nos pasa, de lo que nos ocurre, de lo que nos ocurrió, de lo que nos dijeron. Es lo más cercano que tenemos desde nuestra pobreza, al buscar sentir la Misericordia, la Bondad, la Providencia…, la ternura de la nieve, la calma del riachuelo, la nostalgia viva de las nubes…

¡Ay!... Entrar ante esa llamada… es piedad; que debemos aplicarla en nuestras condenas, en nuestros momentos de acusación, en nuestros instantes de incapacidad o torpeza que podamos egoístamente sentir. Sí, “egoístamente”, porque ya el hecho de percibir esas autoagresiones nos debe despertar hacia capacitaciones que no… que no ‘egolatricen’ nuestros pesares. ¡Ay! Que si por un instante los referenciamos con otros, seríamos casi ángeles o arcángeles.
¿Que se interpreta esto como un consuelo? Bien. ¿Hay alguna maldad en consolarse? ¿No es acaso el consuelo un proyecto de modificación, una intención sanadora? ¿No consolamos acaso, al niño, cuando pierde su pelota? ¿Debemos prohibirlo racionalmente?

La Llamada Orante nos… ‘con-lleva’ –sí, es su intención- a otros aires sin agonías, sin amenazas, pero no nos aparta de nuestro estar. No. No nos aparta de nuestro estar. Destila –la Llamada Orante- fragancias, para que… amplifiquemos nuestra consciencia de vivir y descubramos esa convivencia con todo lo creado.

Que el amanecer sea, desde la óptica Orante, una nana, una nana… ¡de despiertos!…
Y podamos, sin vergüenza, exclamar:

“Y a la nana naniiita,
Naniiita eeeaaaa...
Despierta al lucero del alba,
que te admira
¡Ay!, que te admiraaaa”.

Ese lucero del alba, sí, que parece admirarnos anunciándonos que estamos inmersos en el Misterio. Pero… ¡el Misterio que no oprime! Que nos deja balbucear en los secretos. Pero es un Misterio ¡tan acogedor!, que no… ¡no impide!

¿Acaso el bebé es consciente –cuando la madre o el padre le acogen, le abrazan, le susurran o le cantan-… ¡es consciente de todo el candor que le están ofreciendo!, ¡que le dan!, ¡y que necesita!? ¿Es consciente de ello? ¿Se inquieta por preguntar cuánto durará, cómo será...? ¿O más bien se complace, sonríe con su mueca, el bebé, y se acomoda… buscando las vueltas de nuestros torpes brazos?
No, no crecemos ante la Creación. No nos hacemos adultos, mayores… Somos, ante el Misterio Creador, unos recién nacidos, unos “amanecidos”, unos… “vivientes por amor”… o “por un amor” –por ponerle el nombre a algo que no lo tiene-.

¡Ay! Ya llegan –¡sí!, ya llegan- las promesas. Sí: esas que pululan cada vez que se inicia un ciclo, y que surgen de intención y de… ¡ganas! Pero que habitualmente sólo cuentan con el sacrificio, el esfuerzo, el trabajo –en definitiva, la importancia personal- para lograr dejar de beber, dejar de fumar, ganar más dinero, emigrar, conseguir tal poder o tal otra cosa…; que en sí no es ni bueno ni malo, pero… al surgir alejado de la Creación, como importancia personal propia, año tras año fracasan… en mayor o menor medida. Y culmina con la frase tétrica de la importancia personal: “¡Es que no puedo!... Es que no puedo…”.
¡Siempre con el poder a cuestas! ¡Siempre con la potencia personal: si puedo o no puedo!
¿No… no puede surgir la ocurrencia –ahora que estamos en un momento orante- de someter –¡sin sometimiento, simplemente como muestra!- nuestras promesas de cambio, de evolución, de ¡actitud!…, no podemos mostrarlas a la Clemencia, a la Bondad, a la Providencia, a la Piedad… ¡que evidentemente se da en este Universo, para que se dé la vida!?
¿Y no será que, cuando así lo hacemos, no se precisa del sacrificio, del dolor, de la renuncia, del “pero”, del “¡no puedo!”?
Y al desplazar esa importancia personal, entran la Misericordia, la Bondad, la Piedad…; que –insistimos- son palabras que pretenden acercarnos al Misterio de la Creación, pero que se quedan cortas, sin duda. ¡Pero se hacen grandes y evidentes!, cuando nos abrimos a ellas.
Y sin perder nuestras capacidades, nuestros recursos, nuestros medios, abordamos las expectativas, las promesas, con la firme decisión de que, si son precisas, si tenemos consciencia de necesidad de ellas, al mostrarlas, y al perder nuestro criterio de poder para “conseguir o no”, si nos sabemos situar en esa dimensión, “sin duda”, la promesa se cumplirá, se desarrollará.

Y ya que se duda tantas veces de la confianza en uno mismo y de la confianza en los demás, y se está en la duda, mostremos a lo que nos llama –el Sentido Orante-, nuestras necesidades, como si el Misterio no las supiera. ¡Porque somos pobres!
Somos pobres, de esa pobreza que no precisa, que no se ata, que no reclama…; que siente un inmenso agradecer cuando bebe agua, cuando prueba bocado o cuando puede reposar en calma.

Ejercitemos esa pobreza, esa humildad… en su belleza, que nos permite acercarnos los unos a los otros. Abramos el muestrario ¡sincero!, de lo que precisamos.

Sintamos –¡por un instante, al menos!- que la consecución –sin ganancia, pero la consecución- de esa promesa, de esa necesidad, ¡no está en nuestras manos!
Somos actores, pero el libreto, la obra… es un misterio que se derrama en todo momento.
Y por un instante, ¡dejemos de ser quien somos!, y simplemente mostremos nuestras aspiraciones, que no sean –obviamente- a costa de sufrimientos, de dolores o de daños a otros, sino que sean… esas aspiraciones que tantas veces nos avergüenzan al pensarlas, o que tantas veces hemos fracasado en pretender lograrlas.

Acompasemos nuestras muestras de lo preciso, con el mantra que airea… las palabras e ideas, y que las deja en manos “de”. “De”…

YAAAAAAAAAAAA…
YAAAAAAAAAAAA…
YAAAAAAAAAAAA…

Que el retorno de lo mundano, de lo cotidiano, de lo que se lleva entre manos, se encuentre con esa luminaria de la Providencia, de la Misericordia, de la Bondad, de la Piedad…
Dispuestos a sentirnos removidos hacia otras perspectivas, ¡pero complacidos!, ¡complacientes!…



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[1]Para andar por casa”: expresión calificativa que se aplica a las cosas que no son muy rigurosas o no están hechas con mucho cuidado.