AMANDO ES
CUANDO NUESTRA NATURALEZA ALCANZA SU VIRTUD
22 de junio de 2020
Y así, en la medida
en que se produce la pérdida de lo llamado “material”, se insinúa la ganancia
de la habilidad de lo anímico e incluso de “lo espiritual”, como si ya
estuviera, la consciencia de humanidad, dividida entre materia y no-materia,
entre espíritu y materia… Un concepto que pudiera parecer terminado. No es así.
Esa dualidad
aparente, se puede apreciar su insolvencia justamente cuando alguna de ellas
dos parece apagarse o parece aminorarse.
La semilla del
árbol es diminuta. Su oscuridad en la tierra no se percibe. Su simbiosis con el
agua no se nota. Y cuando brota… –¡ay!- es incipiente, y parece que no tiene
significado especial. Cuando crece... y llega a hacerse árbol, pareciera que es
otra cosa diferente a la semilla que se plantó. Pero cuando se gestan las
nuevas semillas desde el árbol, cabe preguntarse:
“¿Hubo alguna vez dos? ¿O simplemente hubo un transcurrir
transformado?”.
El Sentido Orante
nos llama a unificarnos; nos llama, desde la adversidad no solamente dual, a
descubrirnos como una sola entidad: la
vida.
Un Misterio… Un
Misterio Creador, singular –“singular”-… que no reclama, puesto que su origen desde
el Misterio Creador… lo sitúa fuera del conocer humano.
Nuestro conocer, aunque
busca la profundidad del aspecto, no deja de ser superficial, no deja de ser
virtual, ya que nuestra capacidad cognitiva no tiene recursos para situarse en
esa universalidad.
Nuestra capacidad
cognitiva, no, pero sí nuestros sensores sensitivos, sentidos, sensibles, que
se hacen sentires, emociones, amores.
Cuando se está en
el roce de la experiencia, de la vivencia amorosa, ni la pluralidad –“ni la
pluralidad”- ni la dualidad se hacen presentes. Se ve otra dimensión. Porque la
capacidad de la consciencia se hace un remolino que todo lo abarca, pero nada
lo explica. ¡No lo precisa!...
Cuando nuestro
nivel de amar… se escenifica, se
absolutiza y se referencia en el Misterio Creador, al ser así –al ser así- y
reconociendo al menos nuestra procedencia de ese Amar Eterno, estaremos al menos
en la vibración de que, justo amando, es cuando nuestra naturaleza alcanza su virtud…
Y es capaz de
recoger el grano, de labrar la tierra, de artesanear
la madera… y encontrar en todo ello el aliento de amor; y en consecuencia,
disolver lo ganado, lo perdido, lo material, lo inmaterial…
Sí. Ciertamente,
por momentos puede parecer un cuento de hadas. Por momentos. Pero justo en
estos momentos de Llamada Orante, no es un cuento. Es lo que verdaderamente es.
Es lo que verdaderamente somos. Y es cuando verdaderamente ejercemos como tales:
cuando amamos.
Así que si
cogiéramos incluso esa frase ya manida de que “esto está hecho con mucho amor”, y ciertamente lo fuera,
estaríamos sin consciencia de pérdida, estaríamos sin la avaricia de la
ganancia, estaríamos sin el miedo a perder… o la alarma a ser desposeídos.
Ahora que nos
confinan como materia, en la materia y por la materia, el Sentido Orante nos reclama y nos reclama y nos
reclama… el llamado hacia ese Amor Amante que la Creación establece con sus
criaturas.
¿Y no será, todo
este vivir actual, una treta universal –por encima de los que se sientan
protagonistas- para que el ser haga una conversión de su dualidad o pluralidad,
en una absoluta fusión en la consciencia de amar?
Decían –o dice el
dicho- que “Dios escribe torcido en
renglones rectos”. Es lo que se puede decir “el colmo de los colmos de lo conspiranoico”.
El vivir evoluciona
progresivamente hacia “el saber” –entre comillas- de nuestras funciones,
nuestras capacidades, nuestras posibilidades, nuestros logros, nuestra
tecnología, nuestra ciencia.
Ahí, en ese
sentido, parece no tenerlo –sentido- lo inmaterial, lo adornado, lo figurado.
No se da cuenta, el
que escarba en lo que llama “material”, el que describe cómo son sus procesos,
el que suma, resta y multiplica y no le salen las cuentas…, no se da cuenta de
que todo ello, bajo la óptica de lo concreto, es virtual. Ha sido una
percepción guiada por la posesión, la que ha generado la humanidad para
sentirse dueña, sentirse prepotente. Y basta un estornudo de su conocimiento, ¡de
su propio conocimiento!, para que todo se conturbe… y salgan los lamentos, las
exigencias, los desesperos.
Era virtual la
seguridad, ¿verdad? Era tan virtual, que un estornudo a destiempo, incalculado,
imprevisto, paraliza la materialidad y hace aflorar lo animoso, el ánima; hace
aflorar la imaginación, la fantasía, la elucubración.
Puede ser un
excelente momento para despegar hacia El Amar.
También puede ser
un trágico momento para el desespero de violencia, de destrucción.
Y pareciera que
otra vez se presenta esa dualidad. Pero de nuevo vuelve a ser ficticia. Esa
sensación de desespero, de violencia, no es ni más ni menos que un aliento del
alma, que, al desestructurarse en sus conquistas, adopta la forma de angustia,
temor, lágrimas…
Al darse cuenta de
ello, el ser debe despertar a esa consciencia de Amar, como la verdadera evidencia:
la que le da la carta de naturaleza al vivir, al vivir humano.
El ejercicio de la
Piedad, hacía sí mismo primero, y de la Piedad hacia el entorno de lo humano,
es quizás una de las primeras manifestaciones que nos acerca a la sensibilidad
de amar.
Pareciera que la Piedad
es pérdida, es abatimiento, es… inferioridad. Nos la han mostrado como algo
ligado a la muerte, al pecado, al fracaso…
Y es el primer paso
para sentirse amado y para percibirse amando.
Porque la Piedad no
es perdón; es caricia.
Porque la Piedad no
es temor…; es comprensión.
Porque la Piedad no
es pérdida…; es ternura.
Porque la Piedad no
es… llanto; es sonrisa.
Porque la Piedad no
es muerte; es vida de eternidad.
Porque la Piedad no
es vanidad, no es soberbia, no es orgullo, no es egolatría ni idolatría.
Porque la Piedad es
condescender… sin perder sensibilidad, acrecentándose en recoger ese embozo de
calor para gestar la vida, ese Auxilio permanente… Piedad.
¿Qué es… qué es, si
no, lo que tiene todo el entorno, toda nuestra naturaleza, todo el Universo,
hacia el ser de humanidad? ¿Qué es lo que tiene? ¿Qué es lo que hace? ¿Qué es
lo que ejerce?: ¡Piedad! Si no fuera
por ella, nunca habríamos respirado.
Y al sentirnos
piadosos…
Que no es sentirnos
pedigüeños ni sentirnos servidumbre. Es más bien sentirnos en la humildad, en
la sumisión ante la Creación. Es, más bien, un aleluya ante nuestra presencia,
ante nuestras evidencias de sentirnos, de acercarnos, de hablarnos, de vernos…
Y al sentir que
estamos por la Piedad –“y al sentir
que estamos por la piedad”-, y al apiadarnos de nosotros mismos bajo la
naturaleza en la que se ha descrito la Piedad, ¿a qué, a quién hay que temer?
¿De qué o de quién hay que huir?
Podíamos darnos pie
a esa Piedad, como… recordatorio. ¡Que no está olvidado!, pero sí… ocultado,
apartado. Y así:
Pieee-dadddd
Pieee-dadddd
Pieee-dadddd
Y al darnos pie a darnos,
con la sensibilidad de sabernos instantes de Piedad, expresión de un Amar
Eterno… de seguro que, en algunos momentos de ese darse, de ese “dar pie a
darse”, la naturaleza de esa entrega se hace amante.
Y con ello, Piedad.
Y con ello,
disolución de dualidades… e integración de unidades.
Es de advertir que
en el ejercicio de ese primer paso hacia la Piedad, dado que el entorno es –en
su mayoría y habitualmente- ganador, ‘conseguidor’, ‘logrador’… es fácil la
aparición del abuso. Así: “abuso”.
Cuando se permite
que se abuse de nuestra piedad, cuando lo permitimos y no somos rigurosos,
estamos siendo pasto de consumo; pasamos a ser gratificaciones del momento,
fáciles presas del que busca ganar, reconquistar, lograr conseguir…
¿Acaso no es
rigurosa la Providencia… en su infinita generosidad?
Permitir el abuso
de nuestra piedad, de nuestro primer pie hacia el que da, permitirlo es “perderse”.
Es dar la opción a los otros, al otro, de la carcajada, de la ofensa, del
aprovechamiento.
El respeto hacia el
Amar, en los primeros pasos con la Piedad, debe ser ¡pulcro!, ¡exigente!, impecable,
luminoso, sorprendente, apasionante.
No teme, pero no
permite el deterioro.
¡Que la Piedad no
sirva y no sea un vehículo de placer para el que demanda!…
¡Cuidado!
¡Ten Piedad!
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