LAS DÁDIVAS DE LA CREACIÓN ESTÁN PARA
SANTIFICAR LO COTIDIANO
20 de abril de 2020
Bajo el Sentido Orante,
el miedo humano se diluye, puesto que la referencia en el Misterio Creador se
hace fluida, se hace sentida…
Dejan de ser
referencial, la actividad –como protagonista de la vida-, los logros y
consecuencias humanas; pasan a ser una acción propia de la naturaleza de los
seres, sin que ello constituya un referencial.
Si bien, los que
toman como referencia esa posición Creadora, son equivalentes que permiten, a
los que no se encuentran, encontrarse en la vía de la permanente Creación.
Quizás sea mucho
decir “nunca”, pero… se acerca. Quizás sea mucho decir: “nunca” el ser ha
tenido una confianza plena –salvo excepciones- en el Misterio de la Fe, de la Generosidad,
de la Benevolencia, la Piedad permanente.
Quizás, sintiéndose
pequeño, sintiéndose sin recursos para salir de su bolita azul, pensó… pensó
que todo lo que había fuera de él era poderoso, prepotente y castigador.
Nunca emanaba
premios, ni aplausos, ni gozos. Así se fue labrando la mente, bajo la idea del
castigo. Y a la vez, separándose de esa omnipotencia Creadora, en busca de
sustituirla por su propia actividad. Ponerse en el lugar de algo que
desconocía, pero que producía similares efectos a los que él sentía.
Quizás… así surge
el hombre prepotente que arrasa lo que encuentra, que de bondades anda escaso,
y que de guerras, sobrado. Y productor de miedos exuberantes.
¡Y así se van
gestando generaciones ¡indefensas!...
bajo el poder de otros… de otros pocos humanos, que han suplantado, por su
propuesta, por su amenaza, lo que en otro tiempo otros interpretaron: que el
Cielo era inmisericorde, castigador, perturbador de la vida.
Y así se fueron
gestando “indefensos”. Indefensos que se entregaban al desespero o a la molicie.
Alguno, al enfrentamiento.
No obstante, en
cada nivel de indefensos también se establecían concursos de potencia, a ver
quién más tenía, poseía o… quién más dolor producía. Y en base al dolor que se
producía, así era su valía.
¡Increíble!... que
su valor, su potencia y su poder se base en el daño que es capaz de producir.
Seguramente ese era
el modelo que el humano –en su “siempre” o “casi siempre”- gestó con respecto a
la Creación.
La propuesta Orante
nos susurra… –¡ayyy!- la idea, el impulso, las ganas, las muestras…
¡Parece que el
Cielo, la Creación, clama sus bondades! Y parece –más que “parece” es cierto-
que el hombre, como especie, ¡da la espalda!, porque no la puede controlar, no
la puede dominar. Porque ya la ha sustituido por él mismo. Porque ya la ha
juzgado como peligrosa, vengativa, castigadora. Y, en base a ello, el ser ha
creado su posición desalmada, gestando a su alrededor –cada uno a su manera y
cada uno en su potencia- seres desvalidos…, ¡indefensos!
Y cada uno a su
nivel –increíblemente- vive esa dualidad de sentirse castigado, perseguido,
humillado, y a la vez ¡potente, prepotente, castigador!…
¡Qué drama!
Y al reconocerse el
poder y la valía de cada uno, en base a su potencial destructor, inhibidor,
coercitivo, productor de indefensos, así, cuando cualquiera de ellos –salvo
excepciones- se encuentra con la pregunta de su fe, de su esperanza, de su
relación con el Misterio, con lo místico, con lo Divino, con lo que quieran o
como quieran llamarlo, lo hace siempre con el temeroso perfil de que algo malo
se ha hecho; con el perfil de merecedor de castigos.
Y ciertamente –podríamos
decir en nuestro argot de humanos-, Dios se siente ¡perplejo!
“¿Por qué me temes? ¿¡Por qué me temes, si te cobijo!? ¿Por
qué me temes, si te hago prolijo? ¿Por qué me temes, si te cuido? ¡Te doy la
sorpresa de vivir y de amanecer, y el encanto de enamorarte! ¿¡¡Por qué me
temes!!?”.
Algo así podríamos
escuchar o interpretar.
Parece –salvo
excepciones- que… ¿nunca? –quizás no tanto- se ha sabido interpretar, ni al pie
de la letra, ni en el espíritu de la letra –y lo que es peor: sin letras-, no
se ha sabido interpretar la Condescendencia Creadora. Y dada su grandeza, se ha
intimidado el ser. Y ya, cuando empieza a orar, no lo llama “llamada”, sino que
es él el que ora, el que pregunta, el que dice. Y por delante van sus
condolencias de pecados, pidiendo clemencia anticipada.
¿Acaso –recordando
el soplo Krístico- acaso algún padre o madre daría de comer, a su hijo, una
piedra o una víbora? ¿No sería lo más habitual darle pan… y una caricia?
Pues bien, si eso
es así, amplificado hacia el infinito –¡amplificado hacia el infinito!- nos
dan, sin juzgarnos.
Las religiones nos
imbuyeron en el pecado; nos confinaron en interpretaciones a lo Divino, bajo el
sentido de que éramos malos. Y así, el peregrinaje orante se hacía doliente…
Y lo que es aún más
llamativo: ¡para ser “digno de”, había que ser un gran sufriente, un gran
doliente! Para ser “digno de”, había que haber sido perseguido, maltratado, ¡torturado!…
Y si estuviera muerto por su fe, todavía mejor.
¡¡Dios no quiere
santos muertos!!
Las dádivas de la
Creación… ¡están para santificar lo cotidiano!; ¡para santificar el saludo, la
ayuda, el beso, el verso, el convivir, el hacer!...
Podríamos decir –sin
pretender que así fuera, pero para acercarnos un poco al Sentido Orante-…
podríamos decir que la Creación, el influjo Divino, no creó imperfecciones. No
creó… juguetes para castigos. No creó marionetas inútiles. ¡No creó seres para
intimidarlos!, sino para glorificarlos…
¡Ahhh!... Pero, a
estas alturas, el proceder humano se ha hecho ya mayor, ya es adulto, ya puede
adulterar, cambiar y modificar ¡el destino! ¡Ah!, como los Dioses.
Ya no necesita
consultar, ya no necesita ir al oráculo de Delfos, ya no precisa leer las
varillas misteriosas o las cartas de las venturas y desventuras. Ya no precisa
oráculos. Ya se ha hecho adulto. ¡Ya lo sabe! ¡Ya sabe! ¡Ya no precisa
referencias!
Él ya publica sus
obras… ¡No necesita revisión! ¡No precisa ningún miramiento! Se ocupa de “sus
cosas”, con indiferencia y rechazo al entorno que no le sea “servil”.
¡Lo sabe todo! ¡Ay!...
Pero qué duras son
sus lágrimas cuando le sorprende lo imprevisto. Y aún a pesar de ello, no
rectifica. O bien interpreta que le han
castigado; ni siquiera que se ha castigado.
Y ¡ay!... ¡ay!,
cuando el ser se siente autosuficiente, ¡solvente! ¡Ay!, cuando siente que de
nada ni de nadie precisa. ¡Ay! ¡Qué cerca está del fiasco! ¡Qué cerca está de
la tragedia!
Y con todo su poder
y con toda su vanidad, pobló la tierra firme, ¡y la dominó y la conquistó!... y
la llenó de madrigueras. Y ante un inesperado estornudo, se recluyó en ellas,
asustado, temeroso, desconfiado. Temía por su vida. Nunca se ocupó de saber
nada de ella. Más bien de dominarla, de aprovecharse y de sacarle partido. Y
ahora, ¡se preocupaba por perderla! ¡Ruin!
Una buena muestra
de su poder escondido: crear la mayoría de la mayoría de la mayoría nunca
vista, ¡indefensa!
Y claro, los más
temerosos hablan de “castigo divino”. Los más poderosos no hablan. ¡Aguardan
los resultados! Aguardan a que los indefensos supliquen y pidan piedad. Y los
poderosos lentamente dan sus soluciones, que aparecen por casualidad.
Todo se queda en
casa del poder humano, salvo ancianitas y ancianitos que sólo tienen el
recorrido hacia el templo.
Patético, ¿no?... ¡Patético!
Un patíbulo bien
organizado.
Haciendo hincapié, claro
está, en la visión focalizada y parcializada, nunca en la visión amplificada.
Y, sí: en la medida
en que recuperemos, excepcionalmente, la convicción en la fe de que la Creación
es magnánima, es generosa, es indulgente, es ¡presente de cada día!... y procura
el gozo y la fantasía, la ilusión y el enamorado proceder…
Se duele –¡ay,
decir que lo Divino se duele!, ¡qué terrible!-… se duele de ver la osadía, la
vanidad y la soberbia del daño que el hombre produce cada día ¡en Su Nombre!,
sustituyendo, porque ya es mayor, porque ya tiene suficiente independencia. No
se ha dado cuenta, el ser, de que lo Divino no buscaba dependencia. ¡Inmanencia! Volcarse en su propia
Creación. Buscaba consensos. Sentirse, y que lo sintiera cada uno en su propia
imaginación.
¡Se hace tarde! Sí,
se hace tarde, si pronto no se escucha… a Quien nos llama. “A Quien nos llama”.
Se hace tarde, se
hace tarde si no se escucha pronto a Lo que nos llama.
Se hace cruz de
tormento de miedo, cuando se hace tarde.
Se hace aliento de
verso transparente y gozoso, cuando se hace pronto.
Y en el “pronto”,
no hay dominio ni poder; no hay razón que humille al sentir…
Hay confianza
plena… en Lo que llama, ¡en El que llama! Y gracias a eso sentimos su
naturaleza en nuestra ínfima proporción.
Y gracias a ello la
cosecha es fecunda, el afecto es flexible, el Amor es… infinito.
Se hace tarde por
momentos, y por instantes se hace pronto.
Cuando se hace
tarde… los seres se debaten entre sus poderes y sus abandonos.
Cuando se hace
pronto, no hay dualidad. No hay dualidad. Hay Fe Providencial.
Y en el mantenerse
bajo el Sentido Orante, siempre se hace pronto.
Y se hace
inmensamente tarde, cuando el ser se siente adulto. Muy tarde.
Se hace pronto…
Es pronto…
***