HAGAMOS, DEL CONVIVIR, UNA CONFIANZA MUTUA
27 de abril de 2020
Y las
tendencias parecen claras. Ahora que se vislumbra un cambio en la evolución de
la gran alarma, una tendencia aspira a volver a la consumada acción de
producir, de crecer, de dominar, de controlar... y quizás también de asegurar
las ganancias, para ponerlas a buen recaudo por si vuelve a ocurrir algo
parecido. En esa tendencia no hay ningún signo de cambio en el estilo y en la
manera de estar, de hacer, de sentir o de pensar.
Otras
tendencias empiezan a insinuarse y a marcarse como una humanidad con secuelas,
con una residual incapacidad, con una residual impotencia hacia otras acciones;
y, en esa posición, someterse a cualquier ayuda, a cualquier manejo. Una
consciencia de minusvalía y de dependencia, que no afronta sus recursos, sino
que los sustituye y los pone a disposición de los poderes.
Y otra
tendencia, la más minoritaria –aunque pareciera en principio la más lógica y…
entusiasta incluso-, es la tendencia a ser otros, a hacer de otra manera, a proponer
nuevas actitudes, a sugerir nuevas empresas, a innovar en creatividades, a
gestar un arte de ciencia, a aspirar a todos los ideales, sin renunciar a
ninguna tendencia.
Esta
tercera tentativa… se muestra tímida. Aún tiene el susto, el miedo… y en ocasiones
el terror.
El
Sentido Orante nos muestra el mosaico de tendencias en el que todos estamos. Y
al mostrarnos ese mosaico, nos añade un detalle: el detalle de que somos una
Creación, el detalle de que somos –cada ser- únicos, insólitos.
Nos añade que, si por Amor fuimos creados, en amantes debemos transformarnos.
Nos añade
que la confianza en nuestras innovaciones, novedades y cambios, se hace en base
a la Providencia, la que nos provee de sugerencias, de instintos, de descubrir,
de imaginar, de saber contemplar la dulce espera para corroborar la promesa
Providencial.
Sí. El
Sentido Orante nos apostilla que, a la hora de plantear un libertario proceso,
la Fuerza fundamental es la Providencia Trascendente; esa que no tiene miedo;
esa que encuentra siempre recursos; esa que siempre se levanta.
Y en esas
puntualizaciones orantes, late la consciencia de advertirnos de que somos
amados, de que somos cuidados, de que somos alentados… hacia la complacencia,
hacia el equilibrio, hacia la comunión de consensos, de contribuciones
solidarias.
Y en ese
latir palpitante, nos pide, casi nos suplica, que hagamos del convivir
una confianza ¡mutua!, sin prejuicios, abandonando las
catalogaciones y premisas que tienden a inutilizar las facultades de otros.
La
condescendencia –¡condescendencia!- ante nuestros temores, preocupaciones e
inseguridades, nos cubre –la condescendencia- para que éstas desaparezcan. Esa
condescendencia Creativa nos abre el camino de los obstáculos.
Descienden
los brazos vigorosos del Amor, y nos abren el camino hacia la liberación.
Se hace,
el Misterio Creador, condescendiente con el olvido, la torpeza y el desaire que
el humano proceder realiza, y que piensa que merece castigo, y que renuncia a
ser un fiel reflejo del Arte Creador, que ha puesto en él el color de sus ojos,
la textura de su piel, el bello movimiento... y el don de la palabra.
Nos llama
en esas puntualizaciones, el Sentido Orante, a ser testimonio y testigos de
otras versiones-visiones. De otras versiones-visiones en las que la fantasía no
sea un adorno más; en las que la imaginación no sea una propuesta que… ¡bueno!,
a veces venga bien; en las que el detalle tenga un valor y no sea un aditamento
posible o no; en las que la sinceridad no sea una explosión de quejas y de
acusaciones, sino que sea una versión de lo que transcurre, lo que duele o
agrada, lo que se comparte con los cuidados entre unos y otros.
Nos
advierte, como aviso del que quiere darse a conocer –“nos advierte, como aviso
del que quiere darse a conocer”-, que no está su Fuerza Creadora Misteriosa
¡allí!, ¡allá!… También. ¡Pero también está aquí!, en lo que no se
ve, en lo que no está sujeto a nuestros sentidos; en lo que puede ser el canto
fugaz de un pájaro… o una tenue sombra al amanecer.
Se tiende
–sí, se tiende, por el dominio que sobre sí mismo y sobre los demás ha
establecido la especie- se tiende, aun en los más creyentes, a situar allí,
allá –como una estructura más- a ese Fuerza de Amor, como un errante y
despistado enamorado, enamorada… que a veces nos ve y otras veces no; que ayuda
a aquél pero no a éste; que nos ignora.
No. No
tiene espacio ni tiempo. No se secuestra en la lejanía. ¡No se esconde en los
confines! Se hace un sinfín en ¡todo! ¡Se hace un sinfín en todo! ¡Se hace un
sinfín en todo!
Y si
prestamos atención y guardamos el silencio cómplice de su verbo, notaremos en
nuestras manos una especial sensación: es una caricia. Y a nadie se la niega.
Y esas
manos protagonistas de la caricia son el equivalente de un hacer, de una
expresión, de un lenguaje, de una intención, de un abrazo, de una ayuda
permanente.
Y así
podemos percibir en cada gesto, cómo, además de nuestra consciencia
estructural, hay algo más que mueve nuestros dedos, que anida en nuestras
palmas, que busca el encuentro.
ayyyyyy, en la palma de la mano
se ha posao, ayyyy... una presencia…
que acaricia mi mano
y le ha dado una asistencia.
Y me han llevado… ¡ay!, de la mano
a los sinfines… de lo nunca que he sentido
de lo que nunca he sentido
y que… y que… me ha enamorado
y me ha dao… -ay-… el sentío
Me ha dao el sentío… de todito lo que hago
de toíto lo que hago.
Y el
arrebato llega al corazón. Y éste no puede evitar… no puede evitar expresarse,
¡porque en ello le va la vida! Y aunque no se sepa qué es, está ahí latiente,
¡latiendo!, ¡diciendo!, saltando, danzando. Haciendo, del barro, una vasija;
haciendo, del tronco caído… -¡ay!-, una filigrana de talla que se deja aliviar
por la gubia que, sin cortar, la moldea.
¡Ay! No
se puede… vivir sin arrebato.
Si éste
no está, es que no se da por bien llegado el sinuoso… el sinuoso perfilado del
Amado.
Y si en
Amor me han gestado, y Amor soy por ¡evidencias!, el arrebato es la
consciencia: esa que, sin saber cómo, se muestra; que sin saber cómo, se gesta;
que sin saber cómo, se pronuncia o se muestra.
Consciencia
de Amores Eternos… cómplices de una evidencia: la de ser una muestra de
complacencia.
Y ahí,
ahí, y allí y allá y aquí… ¡y más dentro de aquí!… la Presencia está.
Y en una
dádiva permanente nos impulsa, nos alienta… con risas, con lágrimas, con
suspiros…; con las sorpresas de las ocurrencias, esas que nos encontramos sin
buscarlas… y que nos dan el toque. Y que nos dan el toque de distinción.
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