NO HAY SOLEDAD, SINO UNA INFINITA COMPAÑÍA
16 de septiembre de
2019
En ocasiones hemos
orado bajo el sentido de “no soy de mí”; al no ser de mí, no me pertenezco: “mi vida no es mía”. Y de tomar
consciencia de que mi vida no es mía,
y que en el sentido de vivirla como así se vive –como “mía”-, lo que hago es
ahogar la vida.
Y pareciera –“pareciera”-
que, al no pertenecerme…, se corriera el riesgo de entrar en la infinita soledad…
Pero surge… surge
ese sentido ¡de pérdida!, cuando resulta que no es mi vida.
Sí; como se suele
expresar: “He perdido mi vida”. “Perdió
la vida”… etc.
Y ocurre… y ocurre
que sí es frecuente que el ser se sienta ¡desolado!,
¡solo!, abandonado. Sin duda, nos precipitamos a decir que son secuelas de “la
soberbia”…
Porque no ha perdido
nada. Se le creó la ilusión de que era suya la vida. Y al descubrir que no lo
es, cree que ha perdido algo. ¡Y no ha perdido! ¡Ha ganado!
Ha ganado
evidencias. Ha ganado expansiones. Ha ganado percepciones. ¡Pero no le
pertenecen!... Con lo cual, se ha desprendido de… ¡el yugo de la posesión, de
la vigilancia, del huraño proceder de ahorros acumulados! –y un largo etcétera
producto de la posesión-.
¡Pero sí!, sí
resulta –por momentos- la aparición, en el horizonte, de la ‘sol-edad’.
Porque,
acostumbrados a la posesión, acostumbrados a “lo mío”, y siendo de un Misterio, siendo de una procedencia infinita, se nos
hace difícil abarcarla; y más aún, por momentos, querer poseerla, u ordenarla o
¡pedirla!...
“Desfachatez”.
Deberíamos… deberíamos
ser, con respecto a vivir, como esa cría de elefante que se acerca siempre a
las entrepiernas de la madre; que se siente frágil, se siente tierna…
Debería ser como la
cría de la ballena jorobada, que permanece meses y meses alrededor de su madre,
nadando, alimentándose, rozándose, retozándose…; tomando consciencia de
filiación. Y no… y no actuando y haciendo en desproporción, en independencia,
¡como si estuviéramos presos!...
Presos estamos,
cuando nos poseemos. Y somos carceleros y prisioneros a la vez.
¡Simultáneamente!
Así que, cuando nos
vayamos despojando de esa ficción de poder y de dominio gestada por el propio ser,
y vayamos abriéndonos a la dimensión de la claridad –claridad creciente-, no
temamos por el abandono…
Nunca hemos estado
solos.
No temamos por la
soledad. Son vestigios de egolatría.
Percibamos más
bien… las sensaciones de aquellos que nos rodean; de aquellos seres de vida que
nos cortejan.
Tomemos consciencia
del paisaje, del olor, del sabor, del sonido, del tacto…
¿Por qué hemos sido
adornados de esos sentidos?
Para poder –con
ellos- envolvernos en la nebulosa de la Creación.
¡Para ser un rapto!...
de humo, que se esfuma precipitadamente en su huida.
El perder el yugo
de poseer, tener, entender y saber, y situarse en la magnificencia del puesto
que ocupa la vida, es… –además de ser lo
que es- es un espectáculo “continuo”.
El saber que cada
ola que llega a la orilla es diferente.
El saber que cada
sonido del riachuelo cambia continuamente.
El saber que… todo
aparentemente está quieto y fijo, pero todo se mueve vertiginosamente; ¡tanto!,
que no lo percibimos.
Debemos dejar de
ser gotas anónimas de lluvia, que caen y no saben a dónde van, y desconocen la
gota que cerca de ellas está, ¡y los millones de gotas que caen a su vez!
Debemos abandonar
la idea de que somos “una gota”. Somos lluvia… y fecundamos la tierra. ¡Y damos
de beber al sediento! Y a veces… lo ahogamos de sed.
Somos lluvia, y
cada gota es… un aliento. Pero cada
gota sabe de la otra y de la otra y de la otra. No se sienten anónimas…
Mientras –como dice
el refrán: “nunca llueve a gusto de todos”-,
el hombre se refugia en “sus gustos”.
Poseído queda de lo
que le gusta y lo que no le gusta… como la demanda de una malcriada educación.
Y al descubrirnos
–por signos tan evidentes- que no estamos solos, y que en consecuencia no hay
soledad sino una infinita compañía… se nos hace posible cualquier realización.
Se disuelven las
fronteras…
Empezamos a intuir
lo ilimitado. Empezamos a
¡sospechar!... las sorpresas.
Continuamos con
¡ser asombro y asombrarnos!... y reírnos de nuestra torpeza.
Saludable posición,
ésa: la que ya se ha desprendido de sus fantasmas, de sus sombras, y se ha
hecho luminaria de viaje.
Y sí, siempre
debemos guardar una pausa, para que se exprese el verbo del silencio… con sus
“precisiones”, que es lo que le da un sentido de lenguaje. Porque así,
cualquier fenómeno ocurre… y tenemos una explicación. Pero cuando ocurre puntualmente, entonces la explicación
que teníamos –general- ya no sirve. “Ya no sirve”. Porque es un lenguaje que se
expresa.
Pero hay que
dejarle que se presente…; que ese Misterio Creador se muestre. Y para ello,
debemos guardar la posición de contemplar, de silenciar nuestras pesquisas… y
dejar que nuestros sentidos se aperciban de… lo que no se esperaba.
Reinterpretemos esa
soledad y ese abandono, de manera grandiosa. Sí; porque podemos darnos cuenta de
cómo, esa aparente soledad de abandono, cuida.
Cuida minuciosamente todo lo que nos rodea, y lo cobija y lo engrandece. Pero
para ello tenemos que dejar de mirarnos, y proyectarnos con nuestros sentidos
hacia… ese viaje de vida.
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