SOBRE LOS CONFLICTOS
Y LAS DIFICULTADES. LA MANO DE LA FE
26 de agosto de 2019
Gran parte del “éxito”
–¿éxito?- de esta cultura, de este estilo de vida, de esta manera de pensar, de
este tipo de consciencia… reside en las
dificultades y en los problemas:
dos muros que realmente no existen.
Los que se erigen
en preponderantes, poderosos o legisladores... o incluso se ofrecen como
garantía, van poniendo sus dificultades y van generando los problemas, para que
haya una selección, separación, estratificación, que sea perfectamente
razonable…
De tal forma que,
cualquier tipo de ejercicio de poder –como el chico mayor de la pandilla o la
niña mayor del grupo, pasando por el hermano mayor, siguiendo por el padre, la
madre imperativa, los ya parientes cercanos de ascendencia significativa:
abuelos, abuelas, tíos-… Fíjense los poquitos que llevamos y los problemas que
ya tenemos, que cualquiera los ha ido percibiendo: “¡Anda que… qué tío teníamos!”… “Aquel padre, es que no nos dejaba ni…”.
Si a esto se añade
luego las novedades de las parejas humanas y sus ‘con-flictos’, ‘difi-cultades’
y ‘pro-blemas’ –para imitar a de donde han venido- tenemos una especie muy
maja…
“Maja”: dícese de
aquella fémina que está de buen ver y que resulta atractiva, sin ser tampoco
una cosa ¡ahhhhh!, pero es maja.
También se emplea el masculino “majo”: aquel que resulta agradable y... ¡bueno!,
un poco parlanchín y amigable. Esto no significa que un majo se junte con una
maja y salga un “majón”, no. No, no, no.
También, el término
“majo” es un término que incita a la amistad… a la relación… –superficial, por
supuesto; nada de intimidades-. Para llevarse bien. Pero no resuelve. No. Tú le
dices varias veces a alguien: “¡majo!, ¡majo!,
¡majo!”. Y él sigue haciendo lo que le da la gana:
.- ¡Mira que eres majo, ¿eh?! Podrías hacer las cosas
mejor.
.- ¡Ya ves!
Así que, siendo muy,
muy, muy, muy generosos, la especie es una especie “maja”. Ha inventado los
aviones, los helicópteros, los submarinos, los barcos, el pararrayos, el
teléfono… Son cosas ¡majas! Ninguna es imprescindible, no. Pero… ahí están.
Cuando se inicia
cualquier proceso: “Voy a estudiar la
vida secreta de las pulgas” –por ejemplo-. Y habrá… hemos visto algunas
cosas, pero habrá, seguro, miles de trabajos sobre la vida secreta de las
pulgas; quizás no con ese nombre, pero la vida de la pulgas. Entonces, puedo
empezar a decir: “Pues ¡oye!, esto es
difícil, ¿eh?”. Porque, claro, comparar la vida de las pulgas, con la vida
humana, a veces no resulta fácil.
.- ¡Bah! Hay cosas peores, ¡hombre!
Empieza así, levemente.
En la medida en que
el sujeto va estudiando la vida secreta de las pulgas, se va encontrando con
diferentes trabajos e investigaciones –todas de dudosa veracidad- que van
orientando su mente hacia la inevitable cría de pulgas. Entonces, crea un ‘pulgómetro’
para medir la actividad misteriosa de las pulgas. Un criadero de pulgas en el
sótano de la casa.
¡Claro!, hay que
tener cuidado, porque saltan, y en una de ésas suben al piso superior. Hay que
cuidarlas con trajes especiales, como las abejas. Seguramente, ninguno de ustedes
ha tenido esa experiencia de criar pulgas, pero se crían, ¿eh? Porque, bueno, luego
pueden dar muchos beneficios. Porque luego las sueltas por ahí, y cuando las
personas necesitan quitarse las pulgas, pues necesitan un medicamento. Tú llevas
el fármaco… y tú eres el criador. Te conviertes en “criador”, “criaedor”… –como
creador- de pulgas, en este caso. Pero esto trae sus problemas, porque te
pueden descubrir; incluso pueden enjuiciarte.
Fíjense qué
rápidamente se complica y se hace “viral” el simple e inocente hecho de
cultivar pulgas. Ese es un ejemplo. Y todas las dificultades y problemas que
crea.
En realidad, la
pulga nunca ha sido un problema en sí misma. Es “la pulga”.
El problema es
cuando tú a alguien le llamas “pulgoso” o... “quítate las pulgas”… o “te
voy a echar unas pulgas”… Ya empieza la dificultad. O puede surgir el
problema.
Bueno, con este paréntesis…
–dejamos las pulgas de momento- con este paréntesis podemos ver, en el
estertóreo ejemplo que hemos puesto, cómo fácilmente la dificultad y el
problema aparecen.
Un ser se puede
volver dificultoso ¡enormemente! ¡Enormemente dificultoso! Porque pone
dificultades a todo.
.- ¿A todo?
.- Sí. A todo es “¡a
todo!”. Y hace un problema de todo.
Resulta difícil
saber por qué los astrofísicos no han descubierto todavía “la ley del Todo”,
cuando hay tantos “todistas”. Aparte de los de la “terraplana” –el terraplén-,
“todistas” hay… ¡montón! –pero montones, millones-, que hacen de su vida y del
vivir y del convivir, un problema.
.- Pero ¿existe tal problema?
.- No.
.- Entonces, ¿cómo es que…?
.- Sí. Porque él quiere que sea así, el otro quiere que
sea asao, el otro opina que… Entonces ya, ahí, en esa relación “maja”, surge el
problema.
¡Qué majos!, ¿eh?
Podría decirse otra
expresión exclamativa que dice: “¡Hay que
ver qué vida nos damos!”. No en el sentido de la “buena vida”, no, no: “¡Qué vida nos damos unos a otros!”.
Seguramente, es
infrecuente pensar así, pero el Sentido Orante nos advierte hoy de la facilidad
con la que podemos dificultar y problematizar nuestro pensar, nuestro sentir, nuestro
hacer, nuestro convivir, nuestro esperanzar, nuestro proyectar…
¿Es posible
averiguar o pensar que la Creación se confabuló para hacer, de la vida, un
conflicto, una dificultad, un problema?
¿Ahí estaba la
gracia de la vida…?
Podríamos decir que
“seguramente no”.
Veamos como veamos
el desarrollo del vivir, resulta que cada especie tiene su hábitat, su
costumbre... Hay un equilibrio –en condiciones normales, cosa que no ocurre
ahora, claro-… hay un equilibrio que permite justamente adaptarse, para dar
cabida a la permanencia de la vida.
¡Ahhhh! Entonces
podríamos cambiar la palabra “dificultad”, por “equilibrio”, por ejemplo. Y
cada vez –nos dice el Sentido Orante-… cada vez que veamos una dificultad, cambiamos
la palabra –hacemos un mecanismo neurolingüístico- y ponemos “equilibrio”.
Y cada vez que
digamos: “Tengo unas dificultades”…
oigamos una voz interior que diga: “¡Equilíbrate…
majo! ¡Equilíbrate... maja!”.
.- Pero los problemas son más difíciles, ¿no?
.- ¿Los problemas?
De entrada, ya
sabemos que no existen; que se crean por estratificaciones de poder. Y se hace
muy problemático entrar en Harvard, y ahora se ha descubierto que hay una red
de tráfico de influencias para poder entrar en el mejor sitio de estudios del
mundo mundial, etc.
Cuando se quiere
decididamente que las cosas sean de una manera, y se está dispuesto a trabajar
por ello intensamente, el problema va a aparecer, porque se va a encontrar con
otros que piensan lo mismo en cuanto a sus
proyectos. Entonces, el conflicto va
a surgir. Unos, puede ser que cedan algo; otros no…
¿Y si... antes de dedicarse en alma, corazón y vida a la
creencia personal de cómo deben ser las cosas –antes, antes, antes de eso; después
es más difícil- y que aparezcan los problemas, ¡claro!… y si… se escucha, y se vuelve a escuchar a unos y a otros… y si en esa
escucha aprendemos… y aportamos novedades, innovaciones, originalidades? Que
luego podrán realizarse, o no; no importa. Alguna sí entrará en el bombo de lo
aceptado.
En consecuencia,
podríamos decir que cuando nos encontremos ante un problema, sabiendo que no
existe, añadamos la palabra “escucha”.
Partiendo de la
base de su no existencia –del problema-, al escuchar el relato del mismo, éste
se fragmenta y fácilmente –sí, fácilmente- encontramos… soluciones.
Pero antes –claro
está- ha habido que tener un “equilibrio”.
Los conflictos, evidentemente,
surgen de las demandas impositivas, opiniones judiciales, extremismos… que
sistemáticamente sólo están de acuerdo con lo propio, y lo que no sea así lo
condenan.
¡Qué triste! Una
vida dedicada a condenar.
Cuando aparece el
conflicto –si antes se ha hecho el ejercicio del equilibrio y de la escucha, a
propósito de las dificultades y los problemas-... cuando aparece el conflicto tenemos
que –bueno, sale solo- esquivar: “¡Ah! Vienen
por aquí, vienen por allá, atacan por aquí, atacan por allá…”.
Si al conflicto le
ponemos una actitud de “respeto”…; y
no estamos de acuerdo con aquél, no compartimos lo de aquel otro pero lo respetamos, porque son puntos de
vista que ya la escucha nos lo ha enseñado, y el equilibrista también nos lo ha
mostrado, el conflicto se hace… y se disuelve –porque tampoco existe-,
respetando.
Así que, si
seguimos las sugerencias orantes del equilibrio, de la escucha y del respeto, probablemente
las dificultades, los problemas y los conflictos, por lo menos sean menores, sean
llevaderos, sean resolubles.
Tengamos una
capacidad resolutiva como para mantener la vida ¡vibrante!, ¡agradecida!, ¡alegre!;
complacida de la complacencia de los demás.
“Complacida de la complacencia de los demás”.
De tal forma que me
complazco cuando tú estás complacido; si no, no. Porque antes he respetado, he
hablado, he dialogado, he escuchado y he mantenido un equilibrio.
Seguramente, en
este ínterin de silencio cualquiera haya podido hacer una práctica de
equilibrio, de escucha y respetuoso ante cualquier conflicto, problema o
dificultad que tenga, y habrá visto que ¡mmm!...
¡mmm!… ¡mmm!… que no se ha disuelto de repente, como por arte de magia –sabiendo
además que no existen como entidad propia; que son productos de la realización
de lo humano-.
Sí. El Sentido
Orante, ante ese: “¡Mmm!... Sí, ¡bah! Pero
falta… falta algo”… el Sentido Orante nos ha cubierto la faceta humana,
pero necesitamos un catalizador –por llamarlo así-, un intermediador, un
intercambiador, algo que conecte mágicamente la escucha, el equilibrio y el
respeto, y que se complazca en la complacencia ajena:
“La Fe”.
Querer definirla, querer
estudiarla, querer entenderla… es vanidad. No es posible. No está en ese rango.
La Fe, por así
decirlo –sin pretender definirla-, es esa entrega, esa incondicional actitud
ante el vivir cotidiano. Es lo más parecido al estar enamorado, o al sentirse
amado, o al estar en ese otro estado que no precisa de recompensa ni de
ganancias ni de exigencias.
Esa Fe que, ante el conflicto, supone
bondad en el otro –“ante el conflicto, supone bondad en el otro”-. Ante el
problema, propone asumir simultáneamente las versiones que se tengan, dándoles
a todas ellas el respeto.
Los caminos pueden
ir en paralelo; pueden tener puntos de cruce, de encuentros, algunos mágicos.
Pueden ir unos hacia arriba y otros hacia abajo; unos hacia la derecha y otros
hacia la izquierda.
Cualquier camino
tiene su caminante; y en su ejercer como tal peregrino, encontrará siempre
motivos para perseverar, y se encontrará con otros que hacen, aparentemente,
otro tipo de camino.
Si lo equilibramos,
si evitamos el conflicto y asumimos respetuosamente el peregrinaje de cada cual,
y los puntos de encuentro que deben producirse, gracias a la Fe, esos posibles conflictos, problemas,
dificultades… se hacen vaporosos; se hacen esperanza.
¡Ah! ¡Sorpresa! Sí;
la mano de la Fe, como si de
alquimia se tratara, cuando se posa con los remedios humanos descritos:
equilibrio, escucha, respeto…, con la varita mágica de la Fe, todo ello se
convierte en esperanzador.
Y al respeto se le
añade un respeto esperanzador; y al equilibrio, un equilibrio esperanzador; y a
la escucha, una escucha esperanzadora. Porque hemos ido con Fe.
Y para ir con Fe, no
hace falta –como hemos dicho al principio de hablar de la Fe- razonarla, entenderla…
¡No, no, no, no, no!… Es fácil. Sí. ¿Por qué? Porque usted y usted y usted
están vivos, ¿no? Tienen la consciencia de vivir. Pero lo están porque alguien
tiene Fe en que ustedes –cada uno- cumpla con su contenido vital,
imprescindible y necesario para todos.
¡La Creación tiene Fe!
¡Es Fe!, en la vida y en el vivir. ¡Ya sólo con eso!… inevitablemente
somos seres de Fe.
Y en la medida en
que sabemos que así es, y ejercitamos ¡al menos la palabra!, la esperanza va a
brotar. Y con ella... –y con ella- se aclara el conflicto, el problema, la
dificultad.
Como orantes que
acuden a la llamada, ya escuchan, tienden al respeto y... hacen equilibrios.
La Fe actúa… y la esperanza se acrecienta.
***