NOS CUIDAN DESDE
HACE ETERNIDADES, MÁS ALLÁ DE LOS INFINITOS
19 de agosto de 2019
Un dicho popular
que probablemente se encuentre esparcido por la especie, dice: “¡El miedo es libre!”.
Mucho-mucho-mucho
más… después de después de después, se dijo: “¡Viva el amor libre!”. Pero… ¡no se puede comparar!...
Pareciera…
pareciera más bien que la primera libertad que tuvo el hombre fue sentir miedo.
¿Recuerdan? Bueno, a lo mejor –son muy jóvenes- no lo recordarán: en el
Paraíso, cuando la manzana –o el albaricoque; no se sabe muy bien, pero vamos a
dejarlo en manzana-, ¿qué había? Pues vergüenza, miedo y mentira…
Luego, en fin, las
cosas no fueron bien… y tuvieron que salir de allí. De esto hace ya tiempo,
¿eh? Y había dos hermanitos. Pero, como sabemos, uno no le caía bien al otro,
así que el otro le cayó encima con una quijada de burro y… bueno, pues lo
trasmutó.
Miedo.
El miedo volvió a
aparecer entre hermanos…; no, más bien entre la historia que venía de antes. Y
apareció el miedo más eterno que existe: el miedo a lo Eterno, el miedo al
Misterio, el miedo a lo Divino, el miedo a Dios. ¡Voilá!
Pero luego,
enseguida, pasados miles de miles de millones de eones, se decía: “Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor…”.
Diosesamor. “Diosésamo”: el dios sésamo. Pero no, no logró, no logró… a pesar
de los Beatles: “All you need is love… tata-ratatá”…
Tampoco.
El caso es que el
miedo fue cogiendo soltura y se soltó.
Era libre, pero no
estaba del todo suelto. Se fue soltando poco a poco, y se consideró y se
considera una de las mayores libertades que se tienen. ¡Increíble!, ¿no?
Seguramente no han pensado nunca de esta forma. ¡Pues ya es hora!
Esto puede traer
consecuencias, claro, porque podríamos decir: “¡Encerremos al miedo! Llevémoslo a galeras o condenémoslo a cadena
perpetua”. Pero seguro-seguro-seguro que crearía problemas en la cárcel.
.- ¡Ah!, la cárcel. ¡Ahí tienen mucho miedo!
.- Sí. No es buen sitio, no… También podemos decir que
está malito, el miedo, y lo mandamos a un hospital.
.- ¡Ozú! Vaya sitio para divertirse…
Tampoco es
precisamente un sitio de alegrías, ¿verdad? Más bien es un caldo de cultivo de
miedos y miedos y miedos… Eso sí: con bata blanca, con mascarilla… Pero ¡si
habrá miedo en un hospital! ¡Madre de Dios!
.- Bueno, pues mandémoslo a… no sé, ¡al gobierno!
.- ¿Al gobierno? Sea cual sea el gobierno, la función
fundamental de éste es generar miedo a la población para poderla domesticar más
fácilmente. Miedos más o menos motivados, incentivados o no.
.- Bueno, ¿y el Estado?
.- ¿El Estado? El Estado tiene tanto miedo a que se
descubran sus raíces, que todo puede ponerse en peligro; cualquier cosa puede
poner en peligro la seguridad del Estado, en cuyo caso es un fortín del miedo.
.- ¡Guau!... Bueno, pues mandémoslo a una Iglesia, el
miedo.
.- ¿A una Iglesia?
.- A las iglesias que hay; de muy diversa índole, claro,
sí.
.- Pero si ahí van los fieles a decir sus miedos: “¡Ay!,
tengo miedo de que… ¡Ay!, tengo miedo de que… ¡Ay!, tengo miedo de que…”; a
pedirle a Dios “que no pase esto, que no pase aquello, que no pase lo otro…”.
¿Saben? Seguro que
sí. Cuando a un alacrán se le rodea de un cerco de fuego, el alacrán intenta
salir, claro. Se da cuenta de que el fuego le puede matar. Llega un momento en
que… cuando comprueba que el cerco de fuego permanece y está, el alacrán decide
suicidarse. Sí. Y él mismo se clava su propio aguijón. ¡Y le hace efecto, sí!
Todos sabemos la
expresión esa que dice: “Está muerto de
miedo, ¡está muerto de miedo!”. Un torero es un señor que está ¡muerto de
miedo! Hasta que resucita cuando por primera vez pasa el toro a su lado y no le
ha matado.
¿Será... será que,
como estamos rodeados de tantas piedras –en el Universo, me refiero: estrellas,
soles y todo eso-… será que nuestro miedo viene de que no vaya a ser que nos
caiga algo encima, como les pasó –bueno, ahora se sabe que no- a los
dinosaurios? “Y esta pedrada, para
Antonio; ésta, para María; ésta…”.
.- ¡Ahhh! De ahí la lapidación, ¿no?
.- Sí. La lapidación era un método… ¡Es un método! –porque todavía existe-.
.- Pero… vivir con miedo no es bueno, ¿no?
.- Sí; efectivamente, analizando las situaciones, vivir
con miedo pues no es bueno.
.- No es bueno. Entonces lo mejor es vivir sin miedo.
.- Pero “el miedo guarda la viña”, dice otro dicho. Y si
tienes miedo, pues pones guarda de seguridad o pones sistemas de alarma…
Es una experiencia
interesante, en cuanto a que posibilita cualquier variable, cualquier “horizonte”…
ahora que se ha puesto un poco de moda esa palabra; bueno, de moda… no
exactamente de moda: “un singular horizonte” –referido al último show de la
foto del agujerito negro-.
Pero sí, nos sirve
la palabra: “el singular horizonte”.
Normalmente, cuando
vemos el horizonte, vemos y comprobamos que somos terraplanistas. O sea, está
plano. No vemos la curvatura. Seguramente porque como está tan lejos… ¡O no
está! ¿Quién sabe?
Pero no nos
enzarcemos en discusiones de si somos un discóbolo como el de Mirón o somos una
pelota como la de golf.
Pero vemos “un horizonte singular”, cuando el miedo no es
el pastor.
Sí, todos tenemos… Cada
uno de nosotros somos un singular, no somos un plural; aunque hay una
pluralidad de aconteceres que generan una singularidad.
Pero no
compliquemos físicamente las cosas.
Pero, desde el Sentido
Orante –sí, cierto-, no es la primera vez que el miedo aparece como ¡alerta!, ¡alarma!
Además de que el
miedo sea libre, está suelto. Porque a veces el miedo libre está sujeto, ¿no?
Yo tengo miedo a los Corn
Flakes de Kellogg's, por ejemplo, porque no son del todo ecológicos. Otro
tiene miedo a su prima –hay muchos primos y primas- y otros tienen miedo a que
les descubran.
.- ¿El qué?
.- Lo que sea, ¡da igual!
Porque
habitualmente el miedo cubre, encubre, oculta…
Realmente podríamos
decir que en el transcurso del tiempo, el homo
sapiens-sapiens ha descubierto que su mejor “arma” para convivir era el miedo. Y el Sentido Orante nos alerta y
nos alarma a propósito de esta conclusión:
.- ¿La mejor arma para convivir es el miedo? Entonces, ¿el
miedo es un arma?
.- Sí.
.- ¿Y se puede convivir con armas?
.- Sí. Unos disparan antes, otros disparan después, y a
otros no les da tiempo. ¡Ah! algunos no llevan armas, pero son un arma.
.- ¡Huy qué lio!
.- No, no es ningún lío. Es una evidencia.
Si, dado el Sentido
Orante de hoy, cada uno ha pensado –inevitablemente- en sus miedos, se darán
cuenta de que han establecido una hermosa colmena –¡enorme!-; una hermosa
colmena llena de celdillas seguras –propias, claro: “yo soy así”-.
Aunque sería mejor
decir lo que decía “Raphael”: “Yo soy
aquel que por quererte da la vida”… Mejor. Pero bueno, no vayamos a
extremismos fantásticos.
Una colmena con
múltiples celdillas seguras. “Porque soy
así”, “Porque me hicieron así”…
¿Quién le hizo así?
¿Sus genes, su barrio, su religión, su país? Miedo tras miedo tras miedo tras
miedo. Claro. Y usted fabricó su colmena en base a que esto es así y así y así.
Y puso de guardián al miedo. Sí. Es decir que… no estaba seguro de que ése era
el modo de vivir. En consecuencia, tenía miedo.
Es más: todas las
ideas que se tienen de esto o de aquello tienen ese puntito, ¿verdad?, de: “¿Y si…?”.
Una vez puestas en
evidencia las bambalinas del miedo, que por cierto últimamente ejercen mucho en
el horror y en el terror…
.- ¿Horror? ¿Terror?
.- Sí. El miedo, cuando se exacerba un poco, produce
terror y llega al horror. O sea que tiene un sistema evolutivo –¿verdad?-, y
deja historia, deja huella…
¡No!, no se
recuperó. No se recuperó ni Adán ni Eva ni toda su progenie, y fue capaz de
anular su miedo. Fíjate qué bien estaban: no tenían que cuidar nada, iban
desnudos, comían de todo… ¡Hombre!, eran un poco veganos, pero bueno, entonces
no había necesidad de jamón.
–No hace falta que
se rían, ¿eh?-
¿Ven? Ese es un
aspecto muy curioso: el miedo se ríe poco. Bueno, “poco”; no se ríe. ¿Por qué
no se ríe? Porque tiene miedo; miedo de que al reírme se note que no tengo
miedo. Y si no tengo miedo soy un ¡idiota!, un desocupado, ¡un ignorante!
Y así, los que
tengan un poco más de recorrido “almado” en este lugar del Universo,
reconocerán que el humor se ha ido perdiendo porque el miedo cada vez está más
suelto. Esa es la explicación. Aunque, realmente, más que explicación, ésa es
la vivencia.
Y se suele decir: “¡No estoy de humor!”. Habría que añadir
luego: “Estoy muerto de miedo”.
¡Guau! ¡Pues vaya
binomio! Un binomio preocupante, ¿no?:
.- No estoy de humor porque el mundo no es como yo quiero
que sea. Y estoy muerto de miedo, no vaya a ser que pase lo que no quiero que
pase.
.- ¡Pero si antes le han dicho que es usted “un horizonte
singular”!
.- Ya, pero eso está muy lejos.
.- ¡No! Eso está aquí. Porque cuando usted dice “ese
horizonte”, lo está diciendo desde aquí, y desde aquí ve que… “¡Ahhhhh!, allí,
en el horizonte”… Singular.
.- ¿Y eso para qué sirve?
.- Pues sirve para que, si usted se siente, se sienta
usted un horizonte singular. Y puede sentirlo, porque tiene recursos –por el
mero hecho de ser de esta especie-… tiene recursos para que se le vea como un
horizonte singular, porque es único. Si usted, a su vez, proyecta esa realidad,
esa evidencia, sobre su entorno, usted verá, todo lo que le rodea, como un
horizonte singular.
Sí. Caerá en las
manos y en las garras de un agujero negro, pero –¡pero!- entrará en el Misterio.
Y al entrar en él, descubrirá y se descubrirá en la Creación. Y al descubrirse en
la Creación, en el Misterio Creador, evidentemente tomará consciencia de Un Sin
Miedo. Un SIN MIEDO. Otra singularidad.
Es un buen viaje,
¿no? Es una propuesta orante muy operativa… Va mucho más allá del slogan “Dios es Amor”. Porque cuando se dice
eso, se le compara con el amor que uno tiene a su jilguero, a su gato, a su
amiga, a su amante… ¡No, no, no, no, no! Es algo más singular.
El Amor que la Creación
nos profesa es evidentemente OBVIO, ¿no? Perdidos en cualquier esquina del Universo,
sobrevivimos, cuando lo normal –dentro de lo poco que sabemos desde aquí- es
que… ya hace tiempo que no existiríamos.
Pero “algo” –y claro, es el límite del
lenguaje-, “algo” nos ama de una forma ¡tan singular!, ¡tan especial!, ¡tan
extraordinaria!, ¡tan excepcional!, ¡tan… misteriosa!, que ¡no deberíamos tener
miedo!…
Y en consecuencia,
todo aquello que transcurriera, ocurriera y sucediera no nos debería afectar. Y
no deberíamos construir colmenas –que de eso se encargan las abejas-, sino más
bien, como decía Alberto Cortez –que en gloria esté-, dedicarnos a construir
castillos en el aire. Son ecológicos, son biológicos… ¡Ni necesitan placas
solares! Tampoco –por supuesto- geotermia. ¡Nada, nada, nada!…
Pero, claro,
siempre llega alguien que te los estropea, ¿verdad? Como cuando haces un
castillo de arena, en la playa, y llega siempre un gracioso que dice… ¡O la
misma mar!, que de repente sube, hace un repaso y ¡ahhhh!... y se lleva la
torre.
Sí. A veces se
construyen castillos en la tierra; los peores son los que ya son de bloques y
armamento. Y ya… ya no.
Claro, seguramente,
ante esta propuesta, es probable que se escuche esto: “¿Y sin miedo, quién nos va a cuidar?”.
“Y sin miedo, ¿quien
nos va a cuidar?”.
.- ¡Ah!, resulta que, entonces… –¡oh!, ¡mon
dieu!- ¿el miedo era nuestro cuidador?
.- Sí. Ya se decía que “el miedo guarda la viña”. Pues es
el que nos cuida.
.- ¡Ah! ¡Qué aberración!, ¿no?, después de la propuesta
del horizonte singular, hasta llegar al Misterio. “Y si no tenemos miedo,
¿quién nos cuida?”.
Es terrible llegar
a esa… cotidianeidad.
Ahora bien, si nos
recogemos de nuevo en lo Orante, que nos quiere sacar de esa sentencia ¡terrible!:
“Y si no tengo miedo, ¿quién me cuida?”…
Nos cuidan desde hace eternidades, más allá de los infinitos;
“más allá de más allá” –como
dicen-.
Nos han cuidado y nos cuidan ¡tanto!, que nos dejan
darnos cuenta del terror, del miedo.
Han sido tantos los
condicionantes religiosos, sociales, afectivos, morales…; una casita y otra
casita y otra casita, como las muñecas rusas: dentro de una hay otra y otra y
otra y otra y otra y otra, hasta que se llega a una pequeña que ya no tiene
otra, pero es dura, es prieta, no tiene vacío.
El temor a la
Creación que los intermediarios –popes, sacerdotes, monjes y demás- nos
inculcaron: esparcieron su semilla de una forma tenebrosa que no nos cuidaba
precisamente, que no iba más allá de amor, del amor, del amor, del amor, del
amor, del amor… –más allá-, sino que, al contrario, era un francotirador que
nos llenaba de karma y nos disparaba ante cualquier… ¿pecado?
.- ¿Qué pecado?...
.- ¡Ahhh!! ¡Fue un gran invento! ¡Oh!, sí, sí, sí, sí.
Era la moneda. Era como, como… –¿cómo decir, cómo decir?-… el sitio donde había
que disparar. Entonces, cada uno, en la medida en que cometía un pecado, era
visto rápidamente por Dios, y éste disparaba. Y podías tener un colon irritable
o un fracaso económico o un desquicie emocional –“desquicie”: no es muy
siquiátrico eso, pero es muy social; entendible-.
.- ¡Guau! O sea que ¿ésa era la moneda?
.- Sí. Una vez instaurado el criterio de pecado –y cada
cultura tenía los suyos, para que así el miedo tenga consistencia-…
.- ¡Ahhh, es la consistencia del miedo!
.- ¡Claro!, porque hay que darle ¡forma! Porque si no,
está demasiado libre. Aunque va a seguir libre. Tiene un componente libre y un
componente asociado. El componente libre es “el miedo es libre”. Y el
componente asociado es “el pecado”. A partir de ahí, Dios se da cuenta y nos
dispara. Pero bueno, no solamente Dios, sino los intermediarios de Dios más los
simpatizantes de Dios. E incluso nos disparan los que ni siquiera piensan en
Dios, sino que sólo piensan en ellos.
.- Entonces, ¡vivimos acribillados!...
.- ¿Ahora te das cuenta?
.- ¡Acribillados a balazos…!
.- Bueno, balazos o… Bueno, sí, dejemos las balas.
¡Claro! El pecado
nos genera el miedo a ser castigados. ¡Guau! ¡Qué estrategia!: castigados por
la ley, por la moral, por las costumbres, por los prejuicios…
.- ¡Ahhh! O sea que es ¡miedo!…
.- Sí. Sin duda.
.- Pero el pecado…
.- Sí. En la medida en que tengas una colmena, tienes
pecados. O sea, no te metas a abeja reina ni a zángano; déjalos, que ellos
saben hacerlo. En la medida en que te acomodas, te codificas, te apoltronas,
buscas el confort, el bienestar, la seguridad…
.- ¡Ah! ¿Qué palabra es ésa: “seguridad”?
.- ¡Ah, sí! Otra variante del miedo, pero cargada de
pecados.
No sé si cuando
esto culmine saldré mejor o peor, porque los pecados empiezan a florecer,
¿verdad? Je-je. No. Lo digo orantemente, en el sentido de que no… no se
preocupen. Luego, cuando esto quede vacío, ya el Universo se encarga de
llevarse los residuos.
¡Dejen!, ¡dejen! ¡Aprovechen
a dejar sus pecados aquí! Pero no vuelvan a cometerlos nada más salir, porque
si no, otra vez está el francotirador…
¡Pecado!… Sentirse
pecador y, con ello, hacerse “miedo”; y, con ello, defenderse y atacar y… ¡Bueno!
Ya se sabe. Pero ¡se insiste!
Ha tratado, sí, la
sociedad, de despenalizar ciertos aspectos, pero no por ello ha dejado de
aferrarse al pecado como mecanismo de defensa y de seguridad, y de referencia
para saber lo que está bien o lo que está mal. Pero esas despenalizaciones, ¡de
cualquier tipo!, institucionalizan el error y lo hacen cotidiano. No permiten
lo creativo.
“¡Despenalizamos el aborto!, ¡despenalizamos la eutanasia!,
¡despenalizamos la muerte digna!...”.
Pero… ¿y no habrá
otra forma de no institucionalizar una huella imborrable…? Que va acondicionar
cualquier nueva pisada y no nos va a permitir dejar la montaña libre, como si
nadie hubiera subido, para que la nueva experiencia de otro sea verdaderamente
original. Y no, poner con spray: “Aquí
estuvo Paco”. ¡No!, ¡por favor!
El amado no castiga;
no dispara. Crea y se recrea en su continua belleza.
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