EL CULTIVO DE LO INTERNO
15 de abril de 2019
Dado el lugar en
donde habita lo que llamamos “Vida”, y el consiguiente dinamismo que se da, que
se tiene que dar, las continuas
adaptaciones ante… simplemente la sequía o las abundantes lluvias, o ante el
calor y el frío, la biodiversidad tan increíble y la diversificación humana tan
asombrosa… –en resumen; muy resumido, claro- nos muestra, lo que llamamos
“vida”, un dinamismo de actividad incesante.
“Un dinamismo de actividad incesante”.
Pero ocurre –ocurre-…
que aun con la fuerza, la influencia y la característica de esa “Vida”, que
tiene esos recursos, esas diferenciaciones, esas adaptaciones, aun así –que la
esencia vital es diversificar, expandir, adaptar, conseguir, lograr, cambiar,
sí, sí, sí-… aun así, los niveles de consciencia de humanidad se establecen… –“establecen”:
como establo, como instaurarse, como ponerse- durante tiempos, ¡generaciones!...
Lo que hoy llamamos
establishment:
el hombre estable, el hombre establecido, con sus normas, costumbres, leyes,
hábitos…; que, sí, evidentemente hay pequeñas cosas que cambian. Pero llama la
atención –siendo la naturaleza de la vida esa diversificación incesante, esa
replicación, esa remodelación continua en base a todos los criterios variables
que acontecen- que los niveles de consciencia y de normas, comportamiento, y
sobre todo pensamientos y sentires, se encuentren… en el calabozo.
¡Sí, claro! En la
Edad Media era diferente, sí. Pero tuvieron que pasar una serie de generaciones
y, y, y… yyyyy…
Y, por ejemplo, la
Iglesia Católica sigue con sus normas, y los sultanatos siguen con sus
lapidaciones…
La llamada de
atención orante se centra en ver cómo lo más sutil, lo más preciado, lo que
realmente nos da la evidencia de vivir… es lo que está más estancado, más justiciero,
más moralista, más… Y lo otro, pues está continuamente cambiando –como
recientemente comentábamos-, y a no tardar mucho tendremos un ordenador
cuántico que, sólo con proyectar nuestra intención, será capaz de hacer las
operaciones que necesitemos, que demandemos. No tendremos que teclear ni nada.
Y ¡claro!, eso,
comparado con las señales de humo… ¡hombre!, hay cambios, ¿eh? Y no parece que
vayamos a volver a las señales de humo.
Es más: la
potabilización del agua, la construcción de casas, la canalización de residuos…
–cuatro cosas más-, la mejora de las ropas, de la calidad de los alimentos… –así,
¿eh?- han hecho duplicar, en apenas un siglo, la edad media de la especie.
Pero, ¡ojo! –y esto
es… ¡bueno!, esto es importante; quitamos el “muy” porque vemos que hace poco
efecto: “esto es importante”-. Es curioso que, en ese cambio organicista –no
nos queda más remedio que seguir con ciertos dualismos-, ¿qué parte… qué parte
de la consciencia inteligente y emocional ha contribuido o ha colaborado para
que se alcance, por ejemplo, esa supervivencia?
¿Hay menos celos
que antes? ¿Hay menos cotorreos que antes? ¿Hay menos rabias que antes? ¿Hay menos
venganzas que antes? ¿Hay menos torpezas que antes? ¿Hay…? ¿Hay…? ¡Ay!...
Pues no. Pues va a
ser que no.
Al menos
proporcionalmente.
Qué duda cabe de
que la separación que hacemos entre lo material y lo inmaterial es ficticia;
están íntimamente ligados. Sí. Pero la toma de consciencia del ser para
participar –por ejemplo- en su longevidad o en cualquier otra cosa, es ¡pequeña!...
comparado con lo racional y material y posesivo, que se desarrolla a un vértigo
exagerado. “Exagerado”. Entre comillas.
Así, a vista de
pájaro, hemos “ganado” –sic y entre comillas- hemos “ganado” en prejuicios, en
xenofobias, en rabias, en venganzas…; por supuesto, en violencias… Porque la
violencia se ha extendido. Ya no es solamente el palo y la pedrada. No, no, no,
no, no. Ya es la sutil mirada, ya es el tenue comentario… ¡ufffff!
Eso no va
precisamente a favorecer nuestra longevidad y nuestra calidad de vida, no; la
va a ¡enrollar!, la va a ¡confundir!, la va a… ¡bueno!, a contribuir a una
guerra permanente –en la que se está-.
¡Ay!... Nos
pusieron… “carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, huesos de nuestros
huesos”, y no funcionó.
Nos pusieron “sudor
de la frente y parir con dolor”, y ¡no funcionó!
Nos pusieron “a deambular
y a conquistar toda la tierra”, y no funcionó.
Nos pusieron… Dijeron
“¡Vale! Pues Tierra Prometida”, y cada uno se las prometió muy felices arrasando
al contrario. No funcionó.
La verdad es que el
esfuerzo de los dioses, de Dios, de la Creación, ha sido evidente. ¡Un esfuerzo…
fuerte!, ¿eh? Pero así, a grandes rasgos, ¿no? Al menos en nuestras culturas
occidentales –en otras es parecido, ¿eh?; ¡tampoco la cabalgata de las
Valquirias cambia mucho las cosas!-.
Es más: todo lo
bueno, alegre, satisfactorio y gozoso es perseguido, envidiado, apartado y poseído.
En general, ¿eh?
En cambio, todo lo
pobre, miserable, asqueroso, ‘peleoso’, dañino es, en alguna medida, la
justificación perfecta para seguir igual que siempre.
O sea que las
grandes inversiones divinas –con todo el respeto y con toda la… especulación-
no funcionaron. En grandes números.
Si nos fijamos por
un instante en cualquier país de nuestro orbe occidental, que es el más
adelantado –ojo, ¿eh?, el más adelantado- vemos que sus normas, sus costumbres,
sus leyes, su moral, su espiritualidad… tienen multitud –casi inacabable- de
indicaciones, de párrafos, de apéndices. Y lo que se quiere decir es que…
fíjense en una pregunta muy simple:
¿Es posible en
algún lugar…? –de momento lo limitamos a Occidente, ¿vale?-. ¿Es posible…? –es
una pregunta trascendente, ¿eh?, hay que prepararse-. ¿Es posible… –¿se hace o no se hace?; sí, se hace-. ¿Es
posible…? –bueno, ¡venga!-… ¡Eso! ¿Es posible, es posible, es posible… cumplir
–lo que se llama “cumplir”- con todas las normas, costumbres y leyes que están
establecidas? ¡Todas!
La respuesta yo
creo que es evidente. Es: No.
.- Pero están establecidas.
.- Sí.
.- Y cuando por alguna razón no cumples alguna de ellas, ¿te
pueden ‘prejuiciar’, juzgar, condenar y castigar?
.- Sí.
.- ¡Ah!
Es decir que, en última,
en primera y en mediana instancia, cada uno se adapta negando; incumpliendo.
Pero los impositores de normas y de todo ello lo saben. ¡Claro!, ¡claro que lo
saben! Y es importante que así ocurra.
¿Por qué? Porque
así se puede castigar; así se puede ‘prejuiciar’; así se puede criticar; así se
puede hacer daño; así se puede… –¡claro que se puede!- destruir; así se puede
demostrar que tengo fuerza; así se puede demostrar que mi razón es la verdadera;
así se puede demostrar la calidad de mi violencia.
No eran esos los
tratos que nos da la Providencia.
El Sentido Orante
nos plantea –partiendo de las evidencias de que la vida persiste, perdura,
continúa-… que hagamos de nuestra consciencia una vía transparente, una vía de
concordia, una vía de respeto…; una vía sin aprovechamiento, una vía sin
posesiones, una vía sin juicios, una vía convivencial que sepa descubrirse
continuamente; sepa asimilar y disfrutar del regocijo de cualquier acontecer
que en vida se dé.
Y como Escuela de
lo Interno, el Sentido Orante nos recala en nuestro interior, para que
ejercitemos esos sentires… ¡y podamos ser realmente intermediarios liberadores!,
¡intermediarios de alivio!, ¡de consuelo!... de cura, de sanación.
¡Intermediarios! No,
impositores de obligaciones, de catalogaciones; dispensadores de castigos o
críticas gratuitas que ocultan el propio desasosiego.
Que ese cultivo de “lo
Interno”, que procede de la influencia del Misterio, tenga su reflejo en ese
hacer: en ese hacer de nuestros sentidos, al ver, hablar…; en ese hacer de
nuestra consciencia, de expresar, opinar…
La ‘común-idad’ humana, como su nombre
indica, es –por naturaleza- una continua dádiva, un continuo dar y darse en
común. Y para que esto suceda, para que esto ocurra –cosa que no sucede y que
no ocurre, salvo en los sectarismos particulares- tenemos que vernos libres de
prejuicios, y dispuestos a sintonizar con opiniones, ideas, proyectos… que
quizás no estén en nuestra agenda, pero tenemos que escucharlos; tenemos que
dejar que nos den, y nosotros dar. Y en ese darse mutuamente, podamos conseguir, paulatinamente, darse de
verdad; no, darse golpes; no, darse en el sentido de golpearse… sino darse en
el sentido de encontrar ¡algo en común!... que nos permita darnos.
Y esto acontece en
la llamada orante, cuando se hace una llamada para poner en evidencia, para
aclarar, para sugerir, para… guiar. Para establecer referencias que no son
impositivas ni obligadas, ni vengadas, ni rentistas. Son el auxilio.
Sí; son
consecuencias de medidas de auxilio ante el deterioro, ante el desafuero de la
especie.
En el año de la
Innovación y de la puesta en marcha, puede ser el mejor receptáculo para
renovar las liberaciones.
Para desatar las
raíces de estabilización, las que no permiten nada que no sea su propia
opinión.
Que las razones y
las lógicas establecidas, que son en el fondo persecuciones de prejuicios y
castigos, no anulen las emociones, los afectos, las admiraciones, las
complacencias, las posibilidades de sentirnos inmersos en el Amor permanente de
la Creación, y que seamos capaces de reflejarlo a nuestro entorno, con nuestra
especial y particular dedicación. Y que en ningún caso sea… un hacer a costa
del daño “de”.
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