EL SER SE HA ENCLAUSTRADO, EN
SU PROCESO VOLADOR
8 de abril de 2019
La Creación, en su
infinito hacer, se recrea en sus manifestaciones… con esa Providencia Bondadosa
y Piadosa que nos envuelve, que nos protege, que nos inspira, como si fuéramos infinitas
capas que se envuelven unas a otras, y lo hacen continuamente.
Imaginarse,
entonces, que cada ser es una envoltura de infinitas vueltas, y que
continuamente se está envolviendo… en diferentes planos. Y además, cada
envoltura es… es un mensaje, es una clave para asumir el Misterio y vivir los
signos con los que nos encontramos para dar el testimonio que nos corresponde.
El Sentido Orante
nos muestra esta imagen… con la intención de que abandonemos esas concepciones,
esas estructuras ancladas “en un lugar de
una envoltura”. Esas que hacen decir: “Es
que yo soy así”. Esas que no admiten variables, cambios, transformaciones,
mutaciones y transmutaciones: todo lo que implica estar en un viaje eterno y en
posiciones diferentes, de una manera continuada.
Lo cual,
evidentemente, requiere una adaptación, una complacencia, una dedicación.
Y ocurre que,
habitualmente, cada uno se refugia… –no es un refugio- en su personalidad, en…
“Así soy, así
aprendí”…
¿Y no vas a
aprender más…?
“Así lo veo”.
¿Y no vas a ver
más…?
“Porque yo he
escuchado…”.
¿Y no vas a
escuchar más…?
Esa rigidez sin
envolturas… es tortura; para el que está en ello y para el entorno –al cual dificulta-. Y “tortura” porque…
imagínense ser un gusano, que en su proyecto está el volar; imagínense que se
forma el capullo de seda, y entra en ese estado ‘crisálido’ de… trasformación,
transmutación, y que –como así ocurre- se queda ahí atrapado –como así ocurre
cuando el hombre quiere hacer la seda-.
Pero, aplicándolo a
la rigidez de la personalidad, es
una cruel experiencia de vida, estar ya catalogado, codificado… e impedido para
volar.
Ahí se quedará, en
su ‘crisálido’ momento. Ahí servirá, quizás –ojalá-, de seda para una prenda de
vestir. Ahí se quedará para el reciclaje. Ahí se quedará –seguramente- con la
sensación de que faltó algo: que faltó el volar, que faltaron las alas, que
faltó el ver el color del aliento, que faltó ¡el sentir!... el soplo que nos
hace volar, que faltó lo trascendental, que faltó la experiencia, que realmente
es la que constituye la denominación de la
vida.
Parece mucha falta,
¿no?
El amparo del
miedo, parapetado en la personalidad de “la seguridad”. ¡Ay!...
Esa renuncia al
miedo, parece que es imposible. Esa anuencia al miedo y esa renuncia al vuelo,
parece que es inevitable. E incluso, una adquisición. “Ante todo, la
seguridad”.
¿Y desde cuándo…
–habría que preguntar- desde cuándo la vida –¡la vida!- lleva como eslogan “la
seguridad”? ¿Desde cuándo?
¡Si la vida
concretada no sabe lo que es!... ni quién es… ¡ni por qué está ahí! ¡Qué clase
de secuestro pernicioso lleva al ser a enroscarse en sus capas y no atreverse a
salir, ¡a desplegarse!?
¡Ay! Si el corazón
no supiera estrujarse para bombear, y expandirse para recoger lo que bombeó,
¿qué sería de nuestro latido? ¡No tendríamos latido! Seríamos un estanque de
agua que sería caldo de cultivo para insectos y otros seres.
Pero –¡ay!- cada
latido, acompasado con cada respiración, nos envuelve ¡una y otra vez!... para
darnos el sentido del vuelo; para darnos el sentido Creativo de nuestro hacer, que surge de esa concepción Creadora que
somos.
Cuando el amparo
del ser reside en su “personalidad”…
y esta permanece constante, se renuncia a vivir. Se erige cada ser en “el
protagonista”, “el faro”, “el referencial”. Pretende ser inmutable, con un
carácter incambiable. Es una forma que el hombre le ha dado a lo Divino: como
algo que está ahí en su trono, y manda y ordena. Y, bajo ese criterio, cada uno
se configura, se personaliza y se erige –con su poltrona- en aguerrido, en
tímido, en aventurero, en… ¡Y ahí se queda! Para servir… –¡qué pena!- de
referencia… ¿a quién?
Mi referencia es el
viento que me hace volar.
Mi referencia es el
aliento que me hace soñar.
Mi referencia es el
amor que me llega y el que puedo gestar.
Y así es posible… cambiar. Verse nuevo cada día. Verse cambiante. ¡Verse renovado! Verse alumbrado.
Veamos la envoltura
de cada día.
Veamos la textura
de cada vuelta.
Veamos cómo se
conecta con las más antiguas.
Veamos cómo se
ensanchan, se dilatan, se repliegan y se pliegan… como nuestro respirar, como
nuestro latido, como la contracción de una fuerza o la relajación de un agrado.
Y resulta que, para
esa posición que el Sentido Orante nos plantea, no hace falta hacer nada
especial; no hace falta martirizarse, no hace falta sacrificarse… Hay que
dejarse llevar.
De seguro que todos
han visto un papel que es llevado por el viento; que ahora está más alto, ahora
está rasando el suelo, ahora se aquieta, ahora salta…
Así: un papel en
blanco que se va hacia donde el Aliento Creador nos lleva, y va escribiendo su
reseña cada día; como una botella cargada de un mensaje que, lanzada a la mar,
quién sabe dónde aparecerá.
Son ¡tantas!... las
condiciones que el ser endiosado se ha creado para no salir de su capullo, para
no abandonar su cárcel, que le parece un daño salir de la celda.
Cree que su
condición es estar preso.
¡Tiene influencias
en la cárcel, claro!, y ahí se siente, más que seguro, previsor: prevé lo que
va a ocurrir, porque los demás son como él. Aquél es más violento, el otro es
más retraído, aquel otro es… Pero no va a haber sorpresas.
¿Ese es el dominio
de la vida? ¿Esa es la personalidad potente, poderosa, semejante a lo divino?
¿Es acaso, lo divino, potente, poderoso? ¿Tiene esas cualidades?
¡Ah! Pero la
personalidad termina… –aunque no lo dice, pero el Sentido Orante nos lo quiere
mostrar- termina diciendo:
“Es más seguro estar en la cárcel. Fíjate lo que pasa
fuera. ¡Puf! Te puede atropellar un coche. ¡Buf! Te pueden criticar. ¡Tendrás
que laborar!… ¡Uf!, con lo cómodo que se está aquí: las tres comidas, poco
trabajo… y sabiendo quién es quién.
¡Qué riesgo, salir! Además, las leyes-leyes y las
coordenadas auténticas son las de la cárcel, las que nos protegen. Fuera está
el caos. Fuera están los creativos, los artistas, la belleza, la innovación…
¡Uff!... Me quedo con los prejuicios propios y añado los ajenos. Y que mi
compañero de celda, o el de la celda de enfrente, o el de la otra, me asesore,
para que no me junte con aquellos presos de aquel otro pabellón. Y por
supuesto, no solicite, para nada, salir o condicionar o escapar… No.
Que se guarden siempre las sagradas normas y leyes del
alcaide, que premia a los buenos y castiga a los malos.
¡Ningún desliz! Porque te pueden llevar a aislamiento. Y
puedes ser criticado por todos, vociferantes como lobos”.
Pero si eres
valiente –dice la oración- te darás cuenta de que esos lobos no muerden; que
son envidias rampantes, que son justicias errantes, que son almas en penas,
¡con penas!, que tratan de retener cualquier alivio volador.
El mundo te juzga
si lo aceptas como juez; si no, nunca podrá hacerlo.
¡Que increíble!,
¿no? Que el llamado “mundo”, gestado por humanidades, juzgue a su intra-mundo,
y al nuevo mundo, con perchas inmóviles, ¡oxidadas!, dolorosas…
¡Y se creó así una
costra inmensa!, en el mundo, para evitar que ¡cualquier aullido interior!...
por el origen de “el Misterio”, pudiera, al menos, sollozar. ¡Y fue una costra,
y es una costra tan grande!, que cualquier mensaje… rebota; o si logra penetrar
la costra, rápidamente se acude para condenarlo, aislarlo, ejecutarlo.
¡Ante todo, la
supervivencia de la costra!
Ya no necesita, la
humanidad, ni dioses, ni Misterios, ni… ¡No! Se ha enclaustrado, en su proceso
volador. Se ha enjuagado y se enjuaga diariamente con el alimento del miedo.
Y vale más el
consejo y la opinión del que se siente incapaz de salir de su posición –vale
más eso-, que el mismísimo Dios que viniera y le dijera cuál es la vía de la
emoción, ¡del vuelo!
En la costra, se
llega a creer mucho más al rumor que al origen del rumor.
Urge… sanar.
La costra pudo
tener y tiene su momento –¿verdad?-, pero luego el tejido se regenera y la
costra se cae. ¡Y nace una piel nueva!, ¿no? Una nueva capa se ha regenerado.
Una nueva envoltura… nos ha repuesto.
Las diferentes
referencias que en nuestro estar contemplamos –sin que participemos; nuestra
propia naturaleza se expresa- son modelos que nos pueden llevar sin esfuerzo;
sin haber renunciado… sino al revés: habiendo alcanzado nuevas posiciones.
No permanece el
pajarillo, con el cascarón en la cabeza dentro del nido. Al poco-poco, los
progenitores lo van a llevar al abismo del nido y lo van a empujar para que
vuele. Y volará… sin haber aprendido.
El viento se hará
cargo de sus alas.
La primavera, con
sus vientos, sus lluvias… y la llegada de las golondrinas, nos anuncia nuevas e
innovadoras perspectivas.
La Creación, en su
empeño por la vida, debe tener una respuesta mínimamente alentadora, por parte
del ser, para que éste se sienta realmente vivo, y no ¡cautivo! de sus
envolturas.
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