COMO ALBERGUE DE ALIENTOS ETERNOS, SOMOS “BUENAS NUEVAS”
25 de marzo de 2019
Y en el vivir cotidiano de estos
tiempos, los alientos se hacen y se muestran fuertes… cuando aspiran a
conseguir el dominio, a imponer sus razones, a demostrar sus verdades… Entonces,
los alientos son potentes, demandantes, exigentes.
En ocasiones, esa pre-potencia de alientos logra sus
convicciones, pero deberá continuar –ahora con un sobreesfuerzo- para mantener
sus logros…
Algo que se hará perecedero.
Podría considerarse un desencanto,
pero la consciencia se engaña y lo estipula o lo valora –ese proceso- como…
“ley de vida”. Y lo vivido, vivido está; lo logrado, logrado está; lo
conseguido, conseguido está y… y ahora toca penar y hasta suplicar.
Pero la mayoría de las veces no se
logran esos objetivos, por los alientos poderosos, exigentes y radicales. Y al
cabo de un transcurrir… aparecen los desalientos.
Lánguidas propuestas de ‘teñidos’ de
esperanzas; baluartes sin consistencia…
Lánguidas vidas…
Entonces, cuando esto transcurre,
ocurre y sucede, la explicación habitual es… la culpa de los otros. ¡Los otros! son los culpables. Los demás son los que han impedido el
buen hacer.
Una vez localizados los culpables –que
pueden ser sociales, culturales, políticos, cercanos, familiares… una amplia
gama-, el desaliento se vuelve rancio, desconfiado.
Planifica resultados…; establece
logros mediocres…
Salvo excepciones, todos son enemigos.
Esta puede ser una visión en la que
el ser se puede ver inmiscuido, o se ve inmiscuido en momentos, por momentos. Y
fundamentalmente ocurren cuando… –y ése es el mensaje de la Llamada Orante-
cuando los alientos se conceptualizan, se piensan, se sienten y se entienden
como ¡algo propio!, como algo
personal; cuando la referencia es el ego, y lo que ha aprendido, lo que sabe, lo
que siente. Y, en realidad, ¡nunca le ha importado mucho lo que sienten los
demás!
Sí le ha importando que los demás
deban sentir lo que se quiere que sientan, y que se comporten como quiere uno
que se comporten.
La endogamia de los alientos es, en
consecuencia –vistos así, en dos aspectos-, decepcionante. Habrá y hay
variables, sí, pero cuando el ser siente que es propietario de sus alientos…
pronto se ve que no son viables. Ha utilizado algo que no era suyo, algo que le
dieron a custodiar, algo que le alentaron para vivir, sobrevivir, supervivir… pero
que nunca fue propio.
Ha sustraído el Aliento Original y lo
ha hecho personal, lo ha hecho individual; lo ha proyectado como arma o como
estandarte.
El Sentido Orante nos alerta, ¡nos
llama!... a que se despierte a la
consciencia de que nuestros alientos son prendas, dones, gracias que se nos
dan, para que los encaucemos, los pongamos al servicio “de”, los entusiasmemos,
los traduzcamos a concilio, a convivencia, a solidaridad, a complacencia
gozosa.
Es un valor que nos toca custodiar…
como si fuéramos refugio, cabaña… o saco, cofre… ¡Quién sabe! Pasa por ¡tantos
modelos!…
El tesoro de la vida expresado en
alientos… es una gracia de la Creación. Y en la medida en que somos conscientes
de que custodios somos de ello, y que tan solo somos carcasas de
interpretación, estos alientos se proclaman, se proyectan, se ¡proponen! No
caducan. ¡No alcanzan la cima! Están en la cima. No hay desalientos. Hay…
distintos alientos.
Cuando se dijo: “Yo no soy digno de que entres en mi casa, mas una palabra…”.
Con ese ejemplo –cercano en nuestra
cultura- podemos entender que, cuando asumimos que nuestros alientos son de
otra dimensión, no manipulamos esa fuerza y la hacemos desalentadora o enferma,
sino que esa palabra de aliento sirve para sanarnos, en cuanto que nos hacemos
vehículos de cuido, ayuda, alegría, entusiasmo, ¡éxtasis!
Pero era tan grande… –por buscar una
explicación- era tan grande el entusiasmo, que constituía una tentación el no
apropiarse de ello.
Parecía… –y lo es, pero en manos
posesivas deja de serlo- parecía inagotable.
La insaciable vanidad del poder se
recreaba en los alientos.
Pero lo que emana del Misterio, lo
que nos alienta y nos promociona a la vida, lo que nos da la opción de
contemplar lo luminoso… no es apropiable.
Nos trataron –y se consiguió en gran
parte- de convencer de que, con nuestros alientos, nos íbamos a comer el mundo.
Y eso se fue adaptando a las diferentes edades.
Y así se fue domesticando esa Fuerza
Infinita de Alientos.
Y poco a poco, en base a esa
domesticación, el ser se fue… degradando.
Y en cada época que pasaba, ya “no podía”… –¡podía: poder!-. Luego pasó
otra época, y tampoco podía…
Su consciencia poderosa abandonó su
cúspide.
Y eso era normal.
Y todo esto sucedía en un mundo de
creyentes, de practicantes religiosos, filosóficos…
Pero sucedía –y sucede- en el culmen
de la creencia de que el ser es lo máximo, la obra perfecta de la Creación… a
la que todos deben pleitesía.
Y si no se la dan, se impone.
Y entonces, cabe preguntarse:
Pero entonces… ¿qué somos?
“Expresión receptora de una Gracia,
de unos alientos; que, en el transcurrir de un acontecimiento excepcional –la
vida-, tiene como función el mostrar la grandeza de la Creación… y envolver la
vida en un hacer contemplativo, digna de una Eternidad”.
Claro, esto no ocurre de repente;
transcurre, sucede.
Transcurre y sucede bajo planos que
desconocemos. Porque también es fácil –y habitualmente ocurre- preguntarse: “¿Por qué no nos avisan? ¿Por qué no nos
advierten?”.
¿Y qué estamos haciendo ahora…?
Y esto que estamos haciendo ahora
–avisar y advertir- se ha hecho… infinitud de veces. Pero el receptáculo de los
alientos no ha escuchado. Se ha refugiado en su acopio vigoroso, pero
declinante cuando se lo posee.
El mensajero no conoce el mensaje que
lleva. Lo lleva. No se le ocurre abrirlo, leerlo, interpretarlo y… actuar según
le convenga.
Es como si el cartero abriera las
cartas y leyera los mensajes y reescribiera las misivas; e hiciera que llegaran,
o no, tales mensajes.
Así ocurre, pero eso no es lo que debe
ocurrir.
Como nómadas peregrinos, albergamos
los dones, las gracias… y todos los recursos precisos para no desfallecer.
Así que, cuando los desalientos
aparecen, aparezcan, en base a esta alerta podemos alarmarnos… y decirnos que
hemos poseído lo que no era nuestro; hemos desviado lo que no se debería
desviar.
Y en la medida en que corregimos esa
posición, el aliento vuelve a su naturaleza; vuelve a su naturaleza entusiasta,
novedosa, creativa.
¿Acaso se desalienta el niño cuando
empieza a caminar, y se cae una y otra vez…? ¿Tiene consciencia y sabe que debe
levantarse y andar? No. Pero hay algo que le impulsa a hacerlo.
De la misma forma, ese “algo” de
aliento, de alientos, que nos promueve hacia lo Creativo, cuando se desalienta,
es que no estamos siendo custodios adecuados de esas fuerzas de vida.
¿¡Es que acaso, como sanadores, no
buscamos alentar al desalentado...!?
¿¡Es que acaso, como sanadores, no se
busca que su soplo se recupere, se rehaga, se reconduzca...!?
¿¡Es que acaso no nos han dicho y nos
han repetido!, en nuestras formaciones, que esos alientos perturbados,
alterados, son susceptibles de variar en la medida en que sabemos actuar con la
palabra, con los soplos vivificantes, con las propuestas, las sugerencias…?
Puesto que se recibe la alerta, la
consciencia y el aviso de la naturaleza de los alientos, y se muestra una vía
para mantenerlos en su verdadera esencia, razón de más para que el desaliento,
la acomodación, la costumbre, la rutina… no tengan sitio.
Y la belleza, el entusiasmo, la
novedad, la innovación, el arte, lo creativo, lo solidario, lo convivencial… ¡Tantas
muestras para las que los alientos están diseñados como plan Divino, como Plan
de Misterio!… que no podemos usurpar, que no podemos secuestrar y hacerlo
nuestro.
Igual que la madre alberga en su
cuenco la esencia del encarnado… y es emisaria.
Igual que luego lo envuelve en su
regazo y lo amamanta, pero no le impone; es su “cobertora”.
Igual que luego lo ve desarrollarse y
crecer… con su aliento, con su mensaje.
Lo cuida, pero no lo posee.
En ese sentido, lo femenino nos muestra,
en ese transcurrir, cómo sí somos un diseño de receptáculo de alientos… y, en
ningún caso, un dominador de desalientos, de amenazas, de… –¡ay!- de miedos.
Como albergue de alientos eternos,
somos “Buenas Nuevas”.
Y si nos dejamos hacer… somos
semillas de Eternidades.
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