EL SER SE DESGASTA INÚTILMENTE EN LA EXIGENCIA DE SU
RAZÓN
18 de marzo de 2019
No parece que el
quantum de fuerza o energía o potencia –o como se le quiera llamar- que está
presente… no solamente en los sistemas vivientes, sino en el Universo en
general… no parece que –así a simple vista- se gaste, se acabe; aunque, según
teorías, llegará un momento en que deje de existir.
¡Difícil de
imaginar!... Porque ¿quién puede constatar ese hecho?
Pero, en cualquier
caso, parece, al menos, que la Fuerza que anima este Universo, y en especial la
vida, no tiene trazas de agotarse…; o bien, en el peor de los casos, lo hace,
con referencia a la vida humana, muy lentamente.
Esto nos permite
vivir muy largamente –podría deducirse-.
Ahora bien, tal y
como se comporta el ser en su estar, en su capacidad cognitiva, en su
consciencia en general… el gasto que realiza para enfadarse, para llevar la
razón, para convencer a otros, para pelearse con otros, para no estar de
acuerdo con otros, para no aceptar a otros… es realmente impresionante.
Podría decirse que
es impresionante –impresiona- ver cómo se gasta la vida en discursos de
convencimiento, de razones, de explicaciones, de… ¿”barullos”, se le puede
llamar?
Dada la preponderancia
que cada ser exige tener con respecto a los demás, cualquier –cualquier, ¿eh?-
detalle es potencialmente nuclear. Sí; decimos “nuclear” para explicar ¡la
potencia que tiene!...; el alcance que supone el combate y el discurso
permanente de ganar, de triunfar, de tener la razón y ‘con-vencer’ a todo lo que se encuentra.
Si se empleara una
mínima parte de esa energía diaria de combustión –una ¡mínima parte!-… en ¡algo
–¡algo!- de Fe!, ¡algo de
confianza!, ¡algo de crédito!...
probablemente las personas tendrían menos carga de guerra, menos desgaste de posición…
y una actitud de comprensión que evalúe lo ajeno como “una posibilidad”; no que
lo combata de entrada como un ‘negacionismo’ permanente.
El Sentido Orante
nos llama a aflojar… las prietas razones de las verdades personales. Nos llama a
considerar, cualquier otra opción, al menos como “curiosa”.
En esa medida, en el
continuo gasto del personalismo… se da cuenta el ser de que es deslucido: tiene
poca luz. Pero es curioso que, aunque sea deslucido, la persona piensa que es…
un gran alumbrador. Y está deslucido.
“No tiene en cuenta
las referencias”. El ser deja de referenciarse, y se referencia con su propia
luminaria. Y por su propia luz es deslucido.
Y no se trata de
comparar, ¡no! De ¡referenciarse!
Y como el ser de humanidad
es un ser referenciado, en la medida en que ata cabos –es decir, junta esta
referencia con ésta y con ésta y con esta otra-… finalmente se da cuenta de que
por sí mismo es deslucido. Ahora bien, si no se referencia, si no ata cabos… ¡bueno!,
volvemos al “Rey Sol”… y cada cual se considera una luminaria fantástica.
La materialidad
arrolla con sus exigencias. El importe de la ganancia, cueste lo que cueste, es
prioritario. Y el ser se desgasta inútilmente.
La justiciera guadaña
de la razón no descansa. Arrasa cualquier insinuación jocosa o distendida. Odia
el silencio… y la calma. Y busca el conflicto y la supremacía. Desde las cosas
más pequeñas. Es el afán de dominio que se prende en el ser… para asemejarse a
lo Divino.
El empuje de esta
posición –y pudiera parecer lo contrario- es cada vez mayor. Y decimos “y
pudiera parecer lo contrario” por la diversidad, diversificación…; pero cada
diversidad o diversificación se ha convertido en pequeños núcleos de reinos…
Provocan el combate
continuo. No hay otra salida.
¿Existe
la caridad…?
La búsqueda
insaciable de culpables, enemigos u opositores resulta… demoledora.
¿Bondadoso…?
A veces, en ese
afán de ganar, aparecen como… ¡voces! –sí, voces ¡que no pegan!-, como si quisieran
decir algo. “Paranoias”.
¡Apoyo!...
¡Comprensión!...
Y en el discurso de
la ganancia y el desgaste –la pérdida-, a veces parece que suenan… “platos
rotos”.
No hay que
prestarles mucha atención. Suelen ser efectos secundarios a… “el triunfo”, a “el
logro”.
¡Ay!... Qué larga
se hace la noche, cuando se vive en vigilia; y qué vigilia más trasnochada,
cuando la noche se impone…
¡Ay! ¡Qué dolencia
más sutil, la que no encuentra alivio!, porque se resiste a la ternura…; porque
se ampara en su saber.
¿Dónde… dónde están
las madrugadas de entusiasmo?
¿En dónde se
ocultan los amaneceres festivos?
Llaman… y llaman y
claman desde los amores que “Dan Nacidos”, que dan nuevas opciones. Pero… deben
de ser tan silenciosos sus aullidos, que poco se escuchan; que poco se atienden.
Tan pendiente cada
cual de sí mismo, que en realidad los demás no existen.
“¡Estoy aquí!” –grita el náufrago, mientras una multitud pasa a su lado y nadie depara en
su reclamo-.
“¡Estoy aquí!”…
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