lunes

Lema Orante Semanal


“HÁGASE LA LUZ”
1º de julio de 2019

Dadas las condiciones de los estilos de vida que la especie ha ido desarrollando, la experiencia de vivir se convierte con harta frecuencia… en una ¡pesada!... carga. O, a veces, en una muy ligera carga… a costa de aumentar el peso en otros.
Se ha ido cargando de dominios, de controles, de imposiciones, de defensas, de ataques…; se ha ido cargando de envidias, celos y desesperos. Y a la vez busca descargarse a través de imposiciones, obligaciones y manipulaciones, hacia otros.
Y así se generaliza la idea de que la experiencia de vida es una gran carga. Vivir es cargarse… y cargarse…
Se hace, de la experiencia vital, una dura e insoportable carga.
Esto lleva consigo –como vemos- tristezas, manías, angustias, ansiedades y desesperos, forzando y buscando… aliviar la concepción de carga.

Vivir se hace doloso y preocupantemente peligroso.
Se va haciendo un hábito, ese estilo. Y con él… se arrastra cualquier acontecer, puesto que, en muchos momentos, dejar de vivir es un alivio.
Así lo piensa el ser… y así lo siente el entorno; o así se “duele” el entorno –según circunstancias-.

Los seres vivientes del entorno, ajenos a humanos, no manifiestan esas actitudes, salvo los que están domesticados de alguna manera: animales o vegetales; incluso minerales.
Y he aquí que el brote de la vida se da como un acontecer extraordinario, insólito, ¡único! Al menos, en los alrededores estelares que más o menos sabemos.
Y ese brote lo hace sin carga. Lo hace con dones, con recursos, con medios, con capacidades…
Pero pronto… el ser de humanidad descubre que puede aumentar sus recursos y sus medios, doblegando, controlando, dominando… a otros. Y, ¡sobre todo!, a otros seres humanos.
Y así se va estableciendo la guerra de las guerras: las que no contemplan verdaderamente, la convivencia, como un recurso vitalista, creativo… y de innumerables recursos, sino que pronto, en su grupo –más grande o más pequeño-, establece la disputa, establece la competencia, establece el dominio, la manipulación…
Desde el punto de vista vital, es… ¡deshonesto! Es ¡indigno!...
Pero… como es hábito general el distorsionar relaciones, interpretaciones, y pasar luego a la tensión, a la discusión, a… ¡a la guerra! Es guerra. No hay que darle más vueltas.
Es como si el ser se hubiera impregnado de una extraña tendencia, por algún misterioso elixir o alguna extraña maldición. Porque, aun viendo que se destroza, con el más mínimo triunfo se contenta… a sabiendas de que va a ser presa de otro depredador.

¡Todo un cerebro evolucionado!, lleno de recursos, de neurotransmisores: dopamina, acetilcolina… –¡puf!, ¡qué derroche!-, para culminar en una discusión, en un no estar de acuerdo, en un “te retiro la palabra o el saludo”. ¡Qué asco!
O sea que ¡todas esas circunvoluciones, todo ese desarrollo de todo, todo ese plegamiento cerebral, toda esa… toda esa literatura, todo e… todo e…, ¿todo eso qué es: merde?
¿Valió de algo el Renacimiento, la Ilustración, el Modernismo, el Existencialismo… o sólo triunfa el ‘estupidismo’?

Sí. El Mensaje Orante de hoy se refiere a esa… “costumbre” ya, de la mala cara que pone éste porque las cosas no le van, del mal genio que saca el otro porque aquello no le gusta…
¡Señoritos y señoritas de estirpe, sin sangre azul!...
¡Con sangre de horchata!

A poco –¿verdad?- a poco que el ser –en un momento de lucidez, ¡claro!- se dé cuenta de lo que supone la vida, se podrá hacer cargo de que debió o debe de haber algo –algo, ¡algo!- que está ahí y que… y que está ahí, ¿vale? Para no recurrir a palabras que ya, aunque son bellas, ya están manidas y… ¡bah!, se dicen así, de corrido.

Está ahí, está aquí… ese milagro, ese momento de… “hágase la luz –y se hizo-”.
Y está… continuamente…
Y el hombre, en su vanidad, no la ve; ¡no la siente!...
Trata de producir sus propios generadores de luz, marchitos, que pronto le abandonan o compiten…

¡Ay!... ¡Y en otro momento de lucidez!… –“y hágase la luz”, y se hizo- y en otro momento de lucidez, se puede percibir que… ¡no hay nada que sobre!; que cada parte de lo que sea está… conectada, está contactada –y que no es una casualidad- por una Misteriosa… ¡situación!
Las muy… infinitas y pequeñas partes se atraen. ¡Y a la vez, se identifican! Simultáneamente.
Pero el humano proceder cotidiano no lo ve… ¡aun teniéndolo tan cerca!, ¡tan dentro!

Y a poco… a poco que se observe, en el final de ese momento luminoso –“y hágase la luz”, y se hizo-… ¡lo que alcanzamos a pensar!, estructuradamente... es que todo eso llamado “vida”, que se gesta con cada parte que se presenta… y con cada una que se necesita… y con cada una que se atrae…, lo llamamos “afecto”, lo llamamos “amor”, lo llamamos… “emoción”, “admiración”… pero luego, ¡rápidamente!, se combaten esas palabras… ¡salvo! –claro- que a alguien beneficien.
Se ha llegado a un punto en el que la ‘insoportabilidad’ del afecto ajeno, del reír ajeno, del humor ajeno, llega a ser un enemigo.
Es tal el nivel de posesión de verdades, que realmente es desolador.
“¡Y hágase la luz!”, y la luz se hizo.
“Y vio que era buena”.

Pero ¡rápidamente!, la cultura –sic- humana… estableció que, lo que era bueno para uno, era malo para otro.
De nuevo la guerra…; el miedo…; la huida…

Pareciera que cada uno sigue “fielmente” sus egoísmos y sus intereses personales, desconectado de todas las conexiones que inevitablemente están.
“Pareciera”… Más que “pareciera”, así ocurre.
Y, al obrar de esa manera, el ser se tensa, se enreda…; se repite…; se abandona. ¡O hace gritos de soberbia!, intentando chantajes… o tratando de despertar ¡lástimas!
“Todo un deshonor”.
¡Oh, sí! Quizás el honor ya no… Es una palabra antigua.

Y esa misteriosa malla, ese extraño tejido que sigue tejiendo… desde “Las Eternidades”… Algo que no nos cabe en la cabeza, pero que decimos como algo inalcanzable. Pero no hay por qué alcanzarlo.
Ello llega…
Sin ello… no hay vida.
Y ello nos llama, nos convoca, nos alerta, ¡nos alienta!, nos ¡descubre!…

No suplantar la luz. Sentirse con ella. Y, en ella, establecer la alianza del vivir ¡sin pesar!, del vivir liberador que se gesta en el compromiso de… el respeto por estar, la admiración por lo que nos rodea, las gracias por lo que nos otorgan.



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