LA CONSCIENCIA DE “EL MAL” Y EL MIEDO
4 de febrero de 2019
Y ocurre que, a
nuevos momentos, nuevos miedos; a nuevas circunstancias, nuevos miedos; a
nuevos proyectos, nuevos miedos. ¿Son realmente nuevos?
Cuando se gesta
–por el Misterio de lo desconocido- la Comunicación Orante, el hecho supone un
sistema que nos orienta, nos referencia y nos auxilia.
Y en ese sentido no
es un recurso de nuestros miedos. Porque sí ocurre, habitualmente, que el ser
plantea su dinámica orante en busca de solucionar, de evitar, de mejorar la
vivencia de los miedos, en sus muy diferentes facetas.
Esto, aunque no es
la esencia –como acabamos de expresar- de la aparición del Sentido Orante, nos
da también una pista acerca de los miedos en general. Si lo más sutil que
tenemos como “consciencias” –expresión de vida- es orar, ¿qué papel juega el
miedo?
Ninguno.
Si en lo sutil hay
algo que no juega un papel propio, probablemente nos indica que el miedo sea
una adquisición, una aparición consecuencia
de la pérdida de comunión con lo Creador, con lo Original, con lo Misterioso,
que conlleva una pérdida de confianza hacia sí mismo. Y, en consecuencia, una
respuesta de relación al medio, dudosa, insegura, miedosa.
Y ocurre que, ante
la falta de confianza, los que tienen más confianza –no decimos “los que tienen
confianza”, los que tienen “más” confianza- se imponen por su capacidad, sus
recursos, sus menores dudas, sus mayores decisiones. Y esto genera, en los
desconfiados, miedo.
Además, ante este
tipo de reacciones, la idea genérica de lo Misterioso, de lo Creador se ‘antropoformiza’,
es decir, se le da cualidad humana, súper humana, súper poderes, súper castigos…
Y repasando culturas o civilizaciones, lo que nos dejan en sus desapariciones
son vestigios de miedo. Y por miedo al castigo se hacen sacrificios… de todo
tipo, como si de un rey justiciero se tratara.
Poco a poco, se fue
gestando –para instaurar el miedo como una necesidad, como una necesidad
evolutiva de sapiencia-, se fue instaurando “el mal”.
Una idea que, por
una parte, tiene sus posibles orígenes –o mejor dicho, una parte de sus orígenes-,
en fenómenos llamados “naturales”, como volcanes, terremotos, tsunamis,
sequías, diluvios…
Pero más bien –como
sabemos por la interpretación general de la historia-, éstos eran castigos
divinos provocados por un mal hacer humano. “Un mal hacer humano”.
Así que “el mal” se
hizo presente a través de los que más confianza prestaban a sus capacidades… y,
¡ojo!, los que más –más, simplemente más- confiaban en sus plegarias y
presentían ser elegidos o designados como representantes, como equivalentes de
lo Divino.
Como vemos,
despacio, poco a poco, se fue estableciendo una red que básicamente se hacía
poderosa con “el mal-miedo”. El mal generador de miedos.
Si nos fijamos con
más detalle, esos que tenían más
confianza, más sintonía… son los que
en mejor posición estaban con respecto a la Creación. Por supuesto, eran los
que menos miedo tenían. Pero su excesivo ejercicio, bajo esas premisas, hizo
que sus acciones encarnaran “el mal”, para… o como referencia de los que no
confiaban, de los que no creían, de los que desconfiaban.
El Sentido Orante
nos advierte, nos susurra despacio… que, en la medida en que el vínculo del ser
con la Creación, con el Misterio, con el Amor que nos hace nacer cada día, se
ejercita, se siente…, se percibe su Grandeza y su inabordable proporción como
Misterio y como… otras dimensiones en las que no nos movemos: estamos, pero
balbuceamos.
Sí; es cierto que,
bajo un prisma de referencia de consciencia, “el mal” existe. Pero, bajo el
prisma del Sentido Orante y del Misterio, y de la génesis de nuestra Creación a
través del vehículo del Amor, “el mal” no existe.
Existen egolatrías,
idolatrías, egoísmos, vanidades, banalidades, vulgaridades… Ya. Pero eso no
podemos identificarlo como un espíritu malo o maligno al cual tenemos que
tenerle miedo.
Si amamos, ¿alguien
o algo nos puede arrebatar esa experiencia, esa sensación?
El mayor de los
miedos nos puede torturar, nos puede encerrar, nos puede perseguir; hasta casi
nos puede convencer de nuestro error por amar, pero… si el ser se hace
consciencia amante a través de su Sentido Orante, “el mal” desaparece, no está,
porque nunca ha existido. Ha sido una maniobra que ha surgido fundamentalmente
por los seres desconfiados, desconectados; no por los seres preponderantes,
dominadores… ¡No!
El ser, en su
estado de “infancia” –como sabemos-, no tiene la consciencia del miedo. Va
descubriendo aconteceres, actitudes, sucesos que le advierten que el fuego
quema, que el frío duele, que el grito alerta…
Ahora,
evidentemente, si desde temprana infancia, sin existir el mal y el miedo, se le
educa, se le prepara para que se defienda, para que sepa atacar, para que no
confíe, para que dude… entonces tenemos una fábrica perfecta de miedos, poderes
y males.
Y cada uno empieza
a replicar: “Es que esto lo he hecho mal”…
Y a continuación: “Por haberlo hecho
mal, tengo miedo a repetirlo. O… antes de repetirlo, me castigo”.
Nuestros niveles de
preocupación, nuestros niveles de atención, nuestros niveles de alerta y
nuestros niveles de alarma nos permiten relacionarnos con cualquier situación,
bajo el apoyo incondicional orante… sin asumir como “natural” –o como
“necesario”, incluso- el miedo y la presencia de “el mal”.
Realmente, cualquier
acontecer tiene el valor que le queramos asignar. Y los valores que asignamos a
las situaciones dependen, evidentemente, del momento histórico, cultural,
social, político y económico que vivamos.
Si le damos valor a
una amenaza… y huimos o nos enfrentamos, estaremos en condiciones –claro está-
de hacer miedo, de tener miedo… y de ser malos o buenos.
Claro. Luego
vinieron organizaciones complicadas y obtusas que establecieron normas, leyes,
costumbres… según las cuales había cosas malas –malas, malas- y cosas buenas.
Fíjense: del
sacrificio humano a los dioses, que era un privilegio para el sacrificado, a
pensar ahora que eso es una barbaridad, que eso está mal… Entonces estaba muy
bien… y, según su estado de consciencia, les funcionaba. Y los diluvios cesaban
ante los sacrificios, y las lluvias llegaban ante los sacrificios; que luego
dejaron de ser humanos, para convertirse en los de otros seres domesticados,
controlados, dominados… por el miedo y el mal que los humanos proporcionaban.
Ahora nos toca
vivir, con la revelación de “el Cristo”, la era económica, el “Homo económicus”.
Su vida fue entregada por 30 monedas, ¿no? Y él exclamaba que “Al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios”. Era el anuncio evidente de que “Tanto tienes, tanto vales”. Era el anuncio evidente de cuánto vale
–en monedas- una persona, cuánto cobra este sicario o cuánto invierte este
sistema, estos políticos, estos ejércitos, en su capacidad de aniquilación y de
gestación de miedo
Si asumimos la
confianza en nuestra misión, si se asume la confianza del ser de humanidad en
su misión, como sumiso a la obediencia de vida y al deber –por su creación- a
cumplir, no tienen cabida –si se asume eso- no tienen cabida “el mal” ni el
miedo; o el mal que produce miedo –porque a veces se pueden separar, sí-.
Si dejamos que el
hedonista importante y ególatra ganador se aplauda, y no lo reconocemos como
superior, probablemente se agote, se replantee su posición.
¿Quiénes llevan a la
fama a unos y a otros, y los hacen poderosos? Los que se sienten incapaces, los
que se sienten inferiores, los que se sienten dependientes.
No son ellos con
sus facultades. Son los que se sienten inferiores los que les atribuyen
facultades y valoran sus facultades, con independencia de que sean facultades que
nos gusten o nos disgusten.
Y aquél canta bien…
“¡Ah! Pues que cante. ¡Qué bien! ¡Que
cante! Pero eso no significa que yo no pueda cantar. Eso no significa que él
sea el bueno y yo sea el malo”.
Ahí empieza el
miedo: “No. Es que no me atrevo a cantar.
Es que está cantando fulanito de tal”.
Y quien dice el
canto, dice el número, dice el picar, dice el conducir… ¡cualquier cosa!
Evidentemente, hay
referencias de seres que han adquirido, por su función misteriosa, una
capacidad de ser referenciales. Cuando son auténticos, ¡no dan miedo!, no
castigan; tratan de ser consecuentes con las situaciones de cada momento. No
son malos para unos, y buenos para otros. Pero si se está con esa consciencia
de “malo” y de “miedo”, y ésa es preponderante, será difícil descubrir, asumir y obedecer a las referencias que la
Creación ofrece con objeto de sintonizar todo el vivir en un júbilo permanente.
Es sentido de ánimo
enamorado, de ánimo de consciencia de vida, de vida de eternidades, lo que nos
puede colocar en esa disposición de valor, de descubridor, de indagador, de
impresionador… de las manifestaciones de la vida. Y, en consecuencia, sin temor;
con prudencia y respeto; con alianza y bondad.
¿A qué hay que
temer…? ¿Dónde, dónde está “el mal”?
Hay que insistir en
que esta idea supone una capacidad cognitiva amplificada. En cuanto nos
descuidemos, y veamos un bombardeo o veamos un acto terrorista o cualquier
barbaridad, señalaremos inmediatamente “el mal” e inevitablemente acogeremos el
miedo como nuestro mejor aliado.
¿Acaso es un
triunfo para un poderoso, el aniquilar a un menesteroso? ¿Acaso lo pondrá en su
hoja de ruta como un gran éxito? ¿O, más bien, eso le hará vil ante otros
poderosos? Y así, en esos sistemas de miedos y maldades, la verdadera autoridad
de la maldad se mide en base a maldades similares que han sido vencidas.
Y ahora bien: si
nos mantenemos sin ánimo de maldad, sin ánimo de revancha, sin ánimo de rencor…
¿qué interés sobre nosotros puede tener el vencedor, el que tiene la
consciencia de la prepotencia de la razón?
Pero es preciso
insistir en no quedarnos, en consciencia, en lo concreto. Sabemos que existe –¡claro!- y que está –¡claro!- y
que duele –¡sí!-. Pero se pretende que deje de existir y que deje de doler
porque ya no exista. Y para ello hay que asumir una posición espiritual,
anímica y responsablemente solidaria, con la Creación y la vida.
Y así es posible
que se modifiquen esos parámetros que nos atemorizan, que nos aterrorizan, que
nos horrorizan.
Y, sí, necesitamos
convivir simultáneamente con injusticias, maldades, atrocidades, pero a la vez
–simultáneamente- ejercitarnos en esas posiciones en las que, en nuestro estar,
ser y hacer, no tienen espacio ni “el mal” ni “el miedo”…
Reivindicando la bondad,
la generosidad, la solidaridad, el respeto…
Todos los días se
habla de “la guerra económica”, “la guerra económica”… Y como es propio de la
guerra, hay miedos, hay vencedores, vencidos…
Si nos dejamos
llevar por esa dinámica, sólo seremos –pronto, antes o después- perdedores. Y
con esa consciencia nos quedaremos.
Y como mucho,
resurgiremos como depredadores.
No es eso… el
vivir.
El dulce manantial brota
siempre para el sediento…
Disfruta siendo
generoso…
Y se complace… el
que tiene sed.
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