Aún no se
ha superado la supervivencia, la sobrevivencia
28 de enero de 2019
Quizás, el origen
de… exaltar y llamar la atención de los dramas, tragedias, complicaciones,
desesperaciones… de la especie, obedezca a la larga historia que supuso y
supone el sobrevivir, el supervivir…
Y curiosamente, una
larga historia que, en el principio, pudiera deberse a factores externos, a
dificultades de adaptación… como cualquier otra dinámica de vida.
Superadas esas
dificultades –hasta cierto punto-, el reclamo significativo que tiene para la
consciencia lo dañino, lo perturbador, lo dramático… proviene ahora de la
propia especie.
Un cuadro de
desadaptación de la propia especie en sí misma.
Si bien ante el
entorno –en otros tiempos y ahora- la especie se une, se solidariza, se
compromete para resolver, para consolar, cuando esos momentos álgidos pasan… la
comunidad humana se declara enemiga de sí misma.
El Sentido Orante
nos avisa, en este momento de la historia, de que aún no se ha superado la
supervivencia, la sobrevivencia…; y que se está aún… buscando la forma de no
desaparecer, puesto que la amenaza de la propia especie es significativa, hacia
ella misma y hacia todo el entorno.
Pareciera que la
dotación que tiene cada ser… y la capacitación como especie, estuviera
abandonada o desesperada por la incapacidad de resolver las vivencias de su
propia convivencia.
Hasta se dijo –por
tener una referencia- que “el hombre es un lobo para el hombre”.
Por una parte,
pareciera que, una vez conquistado el medio ambiente, la mejor y la más
atractiva conquista son los propios semejantes, porque son los que más
resistencia y más impedimento van a poner; y que cada uno a su nivel funcionara
de esa manera.
Olvidados del
origen creacional, queda el vestigio de esa Fuerza Creadora; pero queda ese vestigio,
en forma de autoridad, en forma de poder.
Y así se muestra –como
humanidad- a seres que reclaman su dosis de autoritarismo, para mandar,
ordenar, clasificar, determinar…, y un largo etcétera de ejercicio de poder.
Como si fuera “divino”.
La teórica
sapiencia, en vez de convertirse en un aleluya de “gracias” por ser un motor de
asombro y maravilla ante la Creación, se convierte en un cúmulo de logros
personales –o grupales- a partir de los cuales se establecen competencias de
unos con otros.
Se deja de
reconocer la disposición Creadora… de ir mostrando sus secretos, pero
manteniendo su Misterio.
Y se asume el
descubrimiento como algo… de un logro personal, grupal, gubernamental, estatal,
imperial…
Y es así como lo
perturbador adquiere protagonismo. En cambio, lo conciliador guarda silencio. ¡Se
esconde! ¡Incluso a veces se avergüenza!
Pareciera –y de
hecho algunos lo creen- que la guerra es el imprescindible mecanismo de
purificación; que cada X ritmos de tiempo debe aparecer, con crudeza y crueldad,
para restablecer lo que queda… con ánimos de superación.
Y cabe preguntarse:
¿En qué estadio estamos ahora?
Si vamos parte por
parte del asentamiento humano, en cada lugar tendremos características
particulares, diferentes, pero sí ese nexo común de resaltar lo doliente y
silenciar lo gozoso.
Si agrupamos la
misión… la misión de visionar toda la comunidad humana, la resultante podría
ser la de que es una especie en plena guerra crónica, que hace de ésta –la
guerra- un estilo de vivir. Y sobrevive… ¡a sobresaltos!; a sobresaltos de
¡miedo!
Insegura de su
capacidad, y soberbia de conocimientos…, cada grupo o cada ser hace prevalecer
sus intereses sin mirar las repercusiones.
¡Ay!...
La palabra se hace
queja… que, a veces, se convierte en lamento; otras, en susurros de lágrimas…
Esa queja
continuada en cualquier configuración… es un signo de incapacidad manifiesta
para conseguir un equilibrio, una armonía. Y eso debería ser suficiente para
reclamar-se otra visión que no fuera la del exclusivo protagonismo, y
referenciarse en el Misterio… y sus lenguajes. Y, así, apercibirnos de los
cuidados, de los recursos, de los medios, de nuestras capacitaciones… como
producto de una Creación Innombrable.
Las diferencias de
calidad de vida… sin que sean uniformes los criterios, pero las diferencias de
calidad de vida, en grupos de criterios, es ¡tan grande!... que resulta casi un
abismo el encontrar una uniformidad, una cercanía “solidaria”.
Cada ser, en su íntima estancia, está llamado a
permanecer, a sobrevivir, a ¡supervivir!... bajo el signo de la ignorancia
inocente y gozosa, que se sabe –como el infante- cuidado por quien sabe,
cuidado por quien conoce…
Esa estancia de
intimidad, ese escondite de fe… está disponible, está ¡vivo!
Así que, conscientes
de este incremento de consciencia destructora, consciencia de extinción, nos
debemos alertar y alarmar –¡sin miedo!- acerca del saber de nuestra naturaleza.
Y ese saber no es el saber del poder de la mente, ni el saber de… los
conocimientos que llevan al control y al poder. Es un saber de ¡fe!... Es un
saber que sabe… que no sabe. “Sabe que no sabe”.
¡Sabe y tiene la consciencia
de que habita en un infinito!… Y que cualquier proyecto de poder y de
autosuficiencia es un secuestro de la verdadera naturaleza del ser, y está
condenado al fracaso.
Los triunfadores,
los poderosos, los controladores… de la propia especie, nos muestran sus
habilidades desde sus torreones, desde el vértice de sus pirámides…, ¡y nos
animan a ascender hacia ellas!, mientras nos eliminan en el ascenso.
Y así se mantienen,
entre castas de poder, sucesivas posiciones de establecer infinitas diferencias;
de tal forma que uno vive de los residuos del otro; y el otro, de los residuos
de ése; y ése, de los residuos de aquel otro…
El progreso… se convierte así en una
expresión de guerra, de alcanzar la cima, de competir, de usar… al entorno y a
otros, y dejarlos por las cunetas o los caminos.
Así se asegura la
guerra crónica, la queja institucional, el desespero organizado, el olvido de
la complacencia, la desconfianza permanente, ¡con un miedo de huida!...
haciendo cada vez más difícil la convivencia.
Despertando a estas
visiones, que pueden ser catalogadas… –también lo tenía previsto el desespero-
catalogadas de exageradas, de impensables…, con esa estrategia, si no se está
alerta y alarmado, con esa estrategia se seguirá en la ignominia de una
ignorancia provocada y, en consecuencia, en una repetición continuada crónica,
guerrera, de cronicidad.
Apenas, ¡apenas si
aspiramos a sobrevivir!... entre miedos, indecisiones, ¡dudas!…
¿No es eso acaso
evidente?
Y en esa tesitura,
¿no es cierto que el ser no encuentra, en su egolatría, soluciones?
Darse cuenta de
estos procesos nos tiene que hacer… enarbolar la bandera de Universo. Nos tiene
que hacer ver la expectante e increíble superabundancia Creadora, en relación
con la miniatura de la existencia, de la vida.
Y es así como
podemos vibrar en la fe, descifrar las Providencias y seguir sus designios,
para poder crear y recrearnos en la complacencia de vivir… y en el desahogo de
sabernos cuidados, dotados, ¡capaces de supervivir!
Y reconocerlo, no
por nuestros voluntariosos esfuerzos, sino por esas casualidades misteriosas
que nos llevan en volandas, y que no nos descubren más… porque, apenas con lo
poco que nos han dejado ver, no lo hemos sabido manejar.
De ahí la necesidad
de esa ignorancia inocente que confía, ¡que cree!, ¡que ‘creativiza’ el día a
día!... en base a la fe que providencialmente aparece…; que se insinúa en cada esquina.
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