ES TIEMPO DE PROMESAS
7 de enero de 2019
Es tiempo habitual
de promesas. También es inevitable tiempo de reflexión, de quietud, de revisión,
de evaluación…
Un ritmo culmina, y
se va gestando la manifestación de otro.
Y el Sentido Orante
nos llama hacia el descubrir de cada uno; esas promesas que, en la sinceridad
del ser, son necesarias para cada uno y, a la vez, muy necesarias para el
entorno, que a veces se puede precisar, pero otras veces no.
Cada cual es
protagonista anónimo de multitud de respuestas anónimas que captan nuestras
variables, nuestras actitudes, posiciones, dicciones…
Y ese escuchar
anónimo es semejante a cada uno de nosotros, que a su vez emite sus promesas.
Todo un mundo de
burbujas. Algunas se juntan con otras y hacen burbujas grandes. Otras… apenas
se manifiestan y se diluyen; no prosperan.
Cierto es que
también es habitual la multitud de promesas… –que, en definitiva, son encargos
antiguos o no cumplidos, o deberes no atendidos- que precipitadamente buscan
auxilio en el nuevo ritmo. Pero, ¡ojo!, el nuevo ritmo trae sus nuevas demandas.
¿Y qué se va a
hacer? ¿Se puede con todo? ¿Con las nuevas innovaciones, y con las esperanzas,
ilusiones, fantasías… no cumplidas?
Y sucede a menudo
que se mezcla lo pendiente, con lo imperioso de cada día, del nuevo amanecer, y
el ser se tambalea por momentos porque… a veces se siente rémora, y otras,
entusiasta de lo nuevo por hacer.
La sugerencia
orante es que vayamos lo más ligeros posible: sin rémoras del pasado; sin la
carga de caducidades.
¡Claro! Cierto es
que, también en estos días, el ser se precipita y quiere resolver lo que no se
hizo cada día.
¡No! No es el
precipicio la mejor forma de descender… Y sí es posible recogerse en lo
transcurrido, lo que en recuerdo vivo permanezca, y de todo ello rescatar una
posición ‘de-bida’: de “lo que se
debe”… y “lo que es vida”; y que seguramente será… –si se hace afán en ello- será
una actitud, una palabra, un cambio de costumbre, una posibilidad de certeza de
que se va a realizar. Y una… –desde el Sentido Orante- una serena calma y
¡apasionado afán!... de que no nos van a echar en cuenta esto, aquello o lo
otro, si hemos recogido todo en una pequeña… –todo es pequeño- en una pequeña
respuesta.
La confianza en lo
Creador nos hace posibilitantes, nos hace confiar en ese Misterio. Y con esa
pequeña-gran-resolución de todo lo pendiente, en una posición, podemos ya
atrevernos a sugerir promesas bajo… –en este caso- bajo el auxilio, la ayuda,
el cuidado Creador, en torno a innovar y poner en marcha esas innovaciones.
Pero si vamos
cargados con lo pendiente, y no llevamos una ligereza suficiente, serán
promesas baldías que no… que no dan respuesta a lo que se nos pide.
Habitamos en un
Universo desconocido. Apenas si balbuceamos algo de luz visible, escasa… en un
lugar sin referencia del Universo; que se expande…; que parece alejarse, y a la
vez parece acercarse a lo Infinito, si es que se puede uno acercar a lo
Infinito.
Y en ese estar,
nunca estamos en el mismo sitio. Y, además, siempre se está innovando, porque
nuevos espacios se crean cada vez que el Universo se expande, que es
permanentemente. Y ahí estamos. ¡Tenemos que aspirar a sentir que ahí estamos!...
y buscar los vehículos de aquí… que nos posibiliten sentirnos “Universo”.
Si tenemos esa
aspiración presente como caldo de cultivo, la innovación se hará frecuente. Sí,
porque inevitablemente nos mueven, nos desplazan, nos colocan en otro sitio,
“camino de”. Si de ello somos conscientes, evidentemente… no nos queda más
remedio que innovar. ¡Y ni siquiera voluntariamente!, si se está en esa
frecuencia de Universo. Luego le pondremos la voluntad y los utensilios para
ponerlo en marcha. ¡Claro!
Así es como podemos
entender que la Creación está con un diseño de propuestas, para promover esas
novedades…, esas improvisaciones…, esas sanaciones de locura…
Ese innovar que no
desdeña la textura de la experiencia de lo vivido, de lo sentido, de lo
descubierto, sino que lo recoge todo y lo presenta… ¡nuevo! No recicla; no.
Regenera, ¡se rehace!…
Cada ser tiene la
percepción de reconocer, en su intimidad o en su comunidad, en su convivencia,
en su compartir… cada ser, honradamente y honestamente, puede saber y sabe lo
que precisa, lo que necesita hacer, lo que demanda su vocación, lo que siente
que debe… promover, actuar o estar.
También… –también,
puesto que la vida es social- también sabe de las necesidades de otros.
Y también sabe –en
tercer lugar- de estrategias o de maneras de participar en esas necesidades de
otros.
Así que hay como
tres facetas en cada promesa: la promesa hacia sí mismo, la promesa hacia
descubrir lo que otros precisan, y la promesa de participar en ese compartir urgente que la humanidad precisa.
No es de oficio de
vida decir “it’s not my problem”, no
es mi problema.
Sí. Sí lo es. Y en
la medida en que sí lo es, me siento vida, me siento mundo, me siento planeta,
me siento galaxia, me siento universo. En cambio, en la medida en que no es mi
problema, me siento retraído, me siento oculto, me siento culpable, me siento
extraño. ¡Condeno y condeno y condeno!… lo que me rodea; porque no es mi
problema. O lo ignoro o lo ignoro o lo ignoro; porque no es mi problema. Pero
así, “no siendo mi problema”, colaboro a que el problema se agrave.
En cambio, cuando
sí asumes tu participación –¡sin estar pendiente de si otros lo hacen o no!,
¡sin reclamar que los demás lo hagan o no!-, eres, como vida, una unidad
participativa del Universo.
“Eres, como vida,
una unidad participativa del Universo”. ¡Participa en su camino! Eso despertará
y mantendrá tu consciencia de Creación. ¡Te hará devoto de un Eterno acto de
Amor!... y no “un esquivo” que evita cualquier compromiso o cualquier
participación, “no vaya a ser que…”, “para garantizar que…”.
Vivir es la llamada
a un festín de complacencias que nos llevan a un sinfín de Eternidades.
¡Y pueden parecer
simples palabras!, pero las palabras son producto de Creaciones. ¡Ni una sola
palabra!, ¡ni un solo sonido!... ha surgido por la especulación de una mente;
de una mente humana. Han emergido por la inspiración Creadora.
Y la razón, en su
preponderancia, nos puede decir: “¡Ah!
¡Qué iluso! ¡Qué ilusa propuesta de caminar hacia lo infinito! Aunque… aunque
sea verdad, parece lejos e inalcanzable”.
Pero es que la
pretensión no es llegar –porque al infinito no se llega-. Es ir. Es ¡estar
yendo!... en la complacencia de sentirme “universo”, de una forma particular
llamada “vida”. Que nos la dan.
Y, como un don que es, debemos cuidarlo;
debemos situarlo en la justa dimensión. ¡No podemos arrinconarlo en una calle,
en una vivienda, en un trabajo! ¡No!
Lo invisible de nuestra consciencia, de nuestra capacidad cognitiva –lo invisible, porque ello es invisible-,
es la verdadera naturaleza del ser. Y por tanto es vuelo, es aire, es… ¡nada!
Cierto, cierto es
que huesos, fascias, aponeurosis, órganos, uñas y dientes están ahí, y
adquieren una particular constitución llamada “materia”, pero que es una concreción
de esa consciencia.
En realidad sólo existe la consciencia –aunque no
sepamos qué es la existencia-.
Y en un momento
determinado del ritmo de ese transcurrir en lo eterno, en lo infinito, se
adquiere una configuración, ¿verdad?: de niño, de niña, de perro, de gato… Pero
es lo invisible lo que vuela, lo que se lleva, lo que va, ¡lo que lleva!:
nuestra consciencia de ser, nuestro sentido de amar, nuestra inevitable
atracción por la vida del ¡vivir!
¡Ay! En eso hay que
estar. ¡Ese es nuestro estar! Y así podemos darnos cuenta de cómo nos llevan, y
a qué vertiginosa velocidad, sin sentir vértigo; más bien complacencia, más
bien dignidad.
¡Sí! Cuando
escuchábamos esa frase del Soplo Krístico: “Señor,
yo no soy digno de que entres en mi casa –como estructura, como
materialidad-, pero una palabra –una,
como una promesa; una- tuya, bastará para sanar”.
¿Y qué implicaba
ese sanar?
Adquirir la consciencia.
Hacer que la consciencia se recuperara. Hacer que la vitalidad se acrecentara.
Eso no es tangible.
Eso es volátil.
Una
palabra. Una promesa…
Pero sin caer en la
tentación de la materialidad –que parece ser algo distinto, y es lo mismo pero
configurado de otra forma-.
Y, así, cada
“pro-mesa”… es algo que se pone encima de la mesa, pero no se ve; parece que no
está. Pero, si nos aproximamos a la mesa y nos apoyamos en ella, sentimos que
está.
Y eso nos dará el
reposo, nos dará el alimento, nos dará el descanso, nos dará el estudio, nos
dará… lo que está dispuesto a dar una mesa.
¡Sí! Sí, sí. Que la
infinita Piedad de la Creación nos inunde. Porque está. Está, pero debemos invocarla… ¡para sentirla! Y, con ello, damos el
aliento para quitarnos las culpas… y sentirnos limpios; mágicamente adaptables,
como una pluma en las alas de un ave. Como una pluma que sabe, parece saber –¿o
le enseña el viento?-… parece saber cómo apartarse en un hilo de su plumaje,
para que el aire penetre y haga un remolino y… y en un par de batidas de alas
se inicie el vuelo.
¡Ay!...
***