LA VIDA SE MANTIENE POR
UN SOLIDARIO AFECTO
31 de diciembre de 2018
El dicho se expresa
diciendo: “La necesidad obliga”. Y ciertamente, cuando el ser se encuentra
necesitado de auxilio, de ayuda, de unidad, de participación, se ve “obligado”
–aquí sería muy discutible esa palabra- a buscar actitudes, gestos,
participaciones, desarrollos, adaptaciones… Que si no tuviera esas necesidades,
no se vería obligado a activar sus recursos.
Si buscamos –en
base a este patrón- algo más universal, podríamos decir que, evidentemente,
somos seres necesitados. Creo que no hay duda. Unos necesitarán más, otros
necesitarán menos, pero cada cual tiene su necesidad, razón por la cual ha
venido: porque el mundo le necesita.
Y para cumplir con
su misión necesita participar, hacer, contribuir, colaborar, ¡escuchar!...
¡La vida no se compone de espectadores! ¡Es un acontecer
insólito de participaciones!
Cuando el ser
adopta la posición de espectador, se inhibe en su deber, se convierte en juez,
desarrolla prejuicios, se hace crítico continuado y crea la permanente sospecha,
en los demás, de sentirse investigados.
El espectador
tiende a vivir del descrédito de los demás. ¡Bueno!, lo que él considera
descrédito. No expone su proyecto,
no explica su participación, no aclara su presencia.
La necesidad que el
ser tiene de universos, de misterios, de incorporar todo lo que le ofrecen para
cumplir su misión… debe incitar a una clara participación, a un evidente
compromiso.
Pero ocurre que, en
la mayoría de los casos, por aquella otra frase: “It is not my problem”, “no es mi problema” –y como no es mi
problema, de nadie es el problema, aunque no se sepa qué es eso del problema-,
en cualquier situación se tiende, en el hacer humano de ahora, a ser
espectador.
“No es mi problema… Ya tengo yo bastante con
mis problemas”.
Y así sucesivamente
se establece una cadena insolidaria, ‘desparticipativa’, desoladoramente silenciosa,
como tratando de emular el silencio divino. ¡Increíble!...
Pero cierto.
Somos el parlamento
de la Creación; que, en su grandiosidad elocuente, evidente, usa el verbo del
silencio, pero, en su creativa acción, gesta criaturas, ¡vida!, que se expresa
y ¡expresa!... ese origen de Misterioso acontecer.
Y así, los afectos,
las emociones, las sorpresas, los descubrimientos, los sensitivos momentos… se
hacen expresión; se hacen Muestras de la Creación.
Pero si el ser
adopta una posición de espectador… su parte queda inconclusa. Y en la medida en
que su parte queda inconclusa, deja inconclusos a los demás.
Porque cada uno
depende de todos. Porque la vida se mantiene por un solidario afecto de
atracción necesitada.
“Porque la vida se
mantiene por un solidario afecto”.
La comunidad humana
actual tiene un desaforado empeño en mostrar su poder y su capacidad
destructiva. Tiene un desaforado empeño en hacernos ver la implacable necesidad
del sufrimiento. Tiene una necesidad obsesiva… en mostrarnos la muerte como el
verdadero sentido de la vida.
La comunidad humana
de hoy nos pide una individualista participación de protagonismo, de
radicalismo, de juicio, de ¡prejuicio!, con incapacidad de escucha, y sólo ego-idolátricamente
preocupado, cada individuo, por su, por su, por su…
Los demás no
cuentan.
Y así, cualquier
incidencia que no esté de acuerdo con su,
con su, con su…, es motivo de violencia ¡de pensamiento, de palabra o de
obra!
El sentido de la
vida es el vivir, y su ejercicio es el servicio complaciente en base a nuestras
capacidades, recursos… y necesidades que implica el entorno.
Seres de vida
gestados en la complacencia, hacia la complacencia…
El camino hacia el
infinito no es el deterioro, no es el tropiezo…; es la amplificación de nuestra
consciencia por encima de nuestras querencias, para alcanzar el sentido amante
de la vida… que, en base a que sirve amadamente, recibe, en reciprocidad, en
abundancia
En base a que sirve
amadamente, recibe, en reciprocidad, en abundancia.
Asistimos a un
estado de dolencias continuadas, en vez de estar en un estado de complacencias
infinitas.
Y lo que es más
preocupante: no se echan en falta, sino más bien –por la cronicidad del proceso
del egoísmo permanente-, lo “normal” se ha convertido en lo decadente, en lo
deteriorante, en lo que “¡vale todo!”.
El cuido, el
respeto, la participación, la solidaria ayuda, la aclaración, la aceptación… parecen
ser viejas reliquias de otros tiempos o de otras especulaciones.
Cuando ya el hombre
consigue materializar cualquier ilusión, y “el pan es pan” y no tiene más, y “el
vino es vino” y no tiene más… pierde esa visión eucarística del pan como “cuerpo”,
del vino como “sangre”. Pierde la aureola de la fantasía, del poema, del verso.
Y sí, sí, sí. Sí
puedo ver una emoción convertida en protones, con interacción de
neurotransmisores. Sí. Puedo verlo. Pero ¿qué es lo que veo? ¿La causa, el
origen de esa emoción? ¿O las consecuencias de esa inmaterialidad emotiva… que
da la creativa consciencia de vida?
Sí; hay explicaciones
suficientemente materiales –sin el menor atisbo del suspiro, del aliento- como
para dar una explicación globalizada de cualquier evento.
Pareciera que la
materia fue el principio, el origen, la estructura… y no existieron los cantos,
callaron los pájaros, ya no está el murmullo del roedor o la carrera alegre de
la liebre. No hace falta. Todo tiene su explicación… que se busca
incansablemente para justificar el dominio, el control, el mando y, quizás a no
tardar mucho, en ser la humanidad, lo humano, el creador de la vida; el ‘gestador’.
¿Cuánto tardarán
los textos que digan que el hombre, en un principio, creó el cielo y la tierra,
y puso la luna como lucero para dignificar los días? Y en un alarde de
generosidad gestó el agua, y con ella se lució en su higiene de cada día. Y la
hizo potable y ‘despotable’, despreciable.
Y como era preciso,
creó los esclavos que consumían, que gastaban, que puenteaban cada día para que
así, los señores, los sabios, los plenipotenciarios pensadores pudieran seguir
con su tarea de organizar y de crear el mundo a su manera.
Puede parecer
ficción pero, sin ir más lejos, recientemente un presidente de país decía que
realmente Dios era imbécil, como colofón de una conferencia en la que proponía
matar a los obispos porque eran inservibles. El presidente Duterte, Filipinas,
hoy, es un ejemplo más de otros que, con complacencia, el mundo contempla, como
si fuera un guía a seguir. Su limpieza de costumbres ya tiene un reguero de más
de 9.000. Es un ejemplo.
Unos lo hacen a lo
grande, como él, consentido por todos. Otros, anónimos cotidianos de cada día,
lo hacen justamente amparados en: “Yo no
he sido. No es mi problema”…
Esa despreocupada
participación y el fácil acceso a la condena ajena facilita cada vez más una
permisividad… que tiene por triunfo el acabar con la vida.
Sí, ciertamente, todo
este proceso puede ser muy alarmante, pero como dice el Islam “¡Dios es grande!”,
y nos muestra en pequeñísimas incidencias la grandeza del deterioro del que se
es capaz.
Apenas unos milígramos
de uranio enriquecido –milígramos- son capaces de asolar de muerte, ciudades.
¡Tan pequeño! ¡Tan poco!
Así que, si no
amplificamos lo pequeño, si no escuchamos el deglutir de la carcoma en la viga
que sostiene el suelo, el techo, la pared, pronto nos veremos en un drama, ¡en
un derrumbe!
¡Era tan pequeña la
carcoma!... Pero debilitó las estructuras, y un día no pudieron más. Y cayeron
sobre las personas paredes y techos, y se hundieron los suelos.
Luego vendría el
lamento, luego vendría el llanto, luego vendría la norma: terminar en el
cementerio o en el colapso incinerado de lo irrecuperable irremisiblemente.
Parece… –quizás en
este exagerado planteamiento- que urge ¡el arreglo!, el movimiento hacia otros
sentidos, ¡la pulcritud de cada momento!, la implacable e impecable
flexibilidad, ¡la búsqueda de referencias!... en las que se pueda filiar la
vida como tal, y no la vida que se prepara para la muerte.
¡Ansiamos la vida
que se prepara para vivir!; ¡que adora exageradamente el perfume de una flor,
el color de un amanecer, el éxtasis del atardecer, lo inabordable de la noche!...
Seguramente es
mucho pedir, en estas coordenadas de hoy, que se reorienten los rumbos, que se
amplifiquen las visiones, que se escuchen las sugerencias… Quizás sea mucho
pedir, hoy, rectificar, corregir, aclarar, ¡impulsar!, ¡¡confiar!!... en algo o en alguien más que en uno mismo –que
termina por fracasarse prontamente-.
Y termina por
fracasar prontamente cuando sólo confía en su propia percepción, porque no
somos Uno, somos Todos. No somos Uno,
somos Todos.
Sin duda, para el
individualismo reinante, decir esto es ¡exagerado!; hasta casi una barbaridad.
Pero ciertamente “ni un solo vello de la piel se mueve sin el consentimiento de
la Creación de la Vida, del Misterio Creador”.
Así que, arrogarse
la independencia personal, la arrogancia de “así soy”, la obstinada obsesión
por imponer los propios criterios, sólo nos conduce a los cementerios.
Todos nos necesitamos; nos precisamos para realizar nuestro misterio.
Ni un solo detalle –¡ni
un solo detalle!- es innecesario.
Todo cuenta, todo
vale en la composición eterna de la vida.
No admite rebajas,
ni plazos, ni préstamos, ni hipotecas. Todo es al contado, ¡para que pueda ser
contado sin historia!... y pueda ser evidente con el testimonio.
Eso es Vida.
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