AHORA QUE NO HAY “ANTES”…
3 de diciembre de 2018
Antes, cuando era “antes”, se solía decir: “Se avecinan tiempos difíciles o complicados
o…”
Ahora, que no hay “antes”, no es que se avecinen, es que
están; están y… y continuarán.
Antes, parece que había una latencia en la que el ser se
preparaba, se purificaba, se adecentaba… Ahora, que no hay “antes”, en
cualquier momento surge el descaro o el insulto o la agresión o… el prejuicio,
la condena…
Nos hemos quedado sin “antes”.
Y es fácil, por puro mecanismo
reactivo, que ante estímulos nocivos se responda con la misma moneda… y se
agrave más aún la guerra que ya hace tiempo que se puso en evidencia que había
en el vivir del ser humano, de cada día, fuera cual fuera su hábitat. Lo que
ocurre es que eran guerras –o son guerras- muy diversas: de intereses, de
ideologías, de bombas, de atentados, de envidias, de mentiras…
Un impresionante desarrollo de medios… que han creado
intermedios con escalones torcidos: propician caídas y… deterioros.
Cuando “antes” parecía que el llegar a comunicarse… ¡que realmente
nos comunicaríamos!, ahora, que ya no tenemos “antes”, nos damos cuenta de que
los medios en los que se invirtió, las intenciones comunicadoras como
necesidades de especie, han sido y son incomunicantes: medios de agresión… que
van a buscar, en cada ser, el punto que más puede afectar; guerreros entrenados
para el desasosiego, y así poder manejar, manipular… los desesperos.
Nos venden seguridades, nos alquilan libertades, nos
proponen hipotecas, nos ofertan préstamos…; todo ello es una acción premeditada
para la domesticación absoluta.
Y si estábamos mirando a las estrellas…, y antes –cuando
existía “antes”- nos refugiábamos en los templos, en las abadías, en los
conventos, en los caminos de peregrinos, en las intimidades de los mejores
alientos, ahora, el mejor alimento es… el poder violento.
Y el Sentido Orante se pregunta… y nos dice: “Ante… el descrédito a lo creyente, ¿se debe
responder con el arma de la Fe? ¿O ésa ya está suficientemente probada… con los
exterminios que gestaron en el nombre de la Fe?”.
También, antes de “antes” la huida tenía su tiempo. Y se
podía permanecer huido… lo suficiente como para tener un registro de bondades.
Ahora, que no hay “antes”, ¿adónde vas a huir? ¿Hay un sitio de acogida? ¿Hay
un lugar de… bendiciones? ¿O te esperan con frías y nuevas –por decirlo de alguna forma- creencias que te obligan?
Se puede decir, ¡muy a la ligera!, que hay condiciones
mejores que otras. Pero muy a la ligera.
El creer se ha puesto “difícil”… porque se está haciendo
prohibido.
Sin duda, el Orar, como expresión formal, es casi delito;
superchería de bajo rendimiento. Es más, entre los mismos que oran se disputan
la palabra.
Quizás, antes de “antes”, “una palabra tuya bastará para sanar”. Hoy, sin “antes”, “una palabra tuya bastará para condenarte”.
Pero la creencia
es el “nombre” que nos promueve, que nos motiva. Y en ese sentido, el Sentido Orante
nos cobija y nos asiente y nos asiste… con
la visión de que es “la oportunidad”; la oportunidad de ejercitarse… en lo
que se cree, en lo que se siente, en lo que se suspira, en lo que se anhela, en
lo que se imagina, en lo que ‘creativiza’.
Si se está pendiente de los ácidos corrosivos –que llegarán
con sus verbos enardecidos y sus comparaciones de calidades-, paralizarán
nuestras almas, exprimirán nuestros espíritus, buscarán la confrontación…
Pero, el Misterio Creador, ¿acaso se confronta con la
vida? ¿O ¡más bien está en permanente concilio con ella!? ¿O, ¡más bien!, la
pone en diferentes circunstancias ¡para acreditar su valor!, ¡para promover su
brillantez!, ¡para hacer del vivir, realmente, un arte!… y que lo ácido y
crítico se desvanezca por falta de aplausos.
Si
nuestro auxilio es la Oración, y nuestro credo es la escucha obediente y ¡el
testimonio consecuente!… no hay confrontación, no hay miedo, no hay desespero… ¡aunque
todo esté revuelto alrededor!
Sí. Como ocurre con la constancia del Misterioso Creador,
que no pierde su asistencia por nuestras barbaries…; más bien nos hace
promovernos en descubrirlas, analizarlas… ¡y mejorar nuestra condición!, aunque
cada vez sea de más pequeña dimensión… “aparentemente”.
Cuando la humanidad descubrió ese pequeño átomo
escondido… que secuestró del sol, y descubrió que, una pequeña porción –tan
pequeña, tan pequeña como lo que cabe en una palangana-, con una debida
condición era capaz de producir un destrozo ¡atroz!, lo pequeño y poco se hizo ¡grandioso!
Y hasta cierto punto, incontrolable.
No
son “cantidades”, las que cuentan. Son “calidades” las que están,
existen… y representan la vida.
Ahora que no tenemos “antes”, ni “antes de antes”, sino
que estamos en el instante…; aunque
siguen arrastrando los pasados, presentes y futuros, sí. Pero el instante de esa partícula y de ese
átomo debidamente activado es capaz de producir una cantidad inmensa de ¡fuerza!,
de ¡energía!, capaz de iluminar una ciudad o… destruirla. ¡Pues de igual manera
se activa la creencia!, ¡se activa la fe!, ¡se activa el testimonio!, ¡se
activa la perseverancia!…
“En calidades”.
Pareciera que se está en ¡defensa!; no. Se está en
evidencias; sí. Y ello ha de configurar un
estilo complaciente para que, así, cualquiera que se acerque… no encuentre
motivos de temor o deseos de ataques; más bien llame a la puerta para
complacerse.
El ataque surge de inmediato, en el propio orante, al
razonar y decir que “es una teoría
interesante”. Pero fuera –allí, ¡donde sea!- aguardan los jueces, los
envidiosos, los carroñeros, los disidentes de sus proyectos… que no ejercitan,
pero que sirven de parapeto para evitar alientos de esperanza, continuados.
“Alientos
de esperanza, continuados”.
No. No son teorías. No estamos en… la nube. Estamos en el ser. Estamos en lo que somos: ¡un verbo que indica una acción!; ¡un verbo-acción que indica un movimiento!;
¡un movimiento que indica “vida”!
Y reivindicando la palabra orante, recordamos el sonido
inicial, el que nos anunciaba que “¡En el
principio era la palabra!, y la palabra era la Creación. Y nada se hizo sin
ella”.
Por tanto, la Oración nos advierte del cuidado que
debemos tener con nuestras propias contaminaciones, que acuden de inmediato
cuando el ánima se anima, ¡se alma!, ¡se nutre!, se hace ¡capaz! ¡Y, con ello,
la realización de cualquier posibilidad!
No construimos con lamentos; ¡lo hacemos con alientos!
No crecemos con “¡peros!”; lo hacemos con “¡sí!”…
No alcanzamos la convicción, con razones; lo hacemos… por
convicciones ¡de sentires!, de ¡amores!…
Y todo ello no nos crea renuncias ni pérdidas. Más bien
nos alumbra las oscuridades. Nos promociona en las dificultades. ¡Nos hace
verdaderamente liberados!… Nos quita la tragedia y el drama.
El Aliento del Misterio Creador nos convoca y nos invoca,
orantemente, a que la escucha se haga ¡cuerpo!, se haga ¡sentidos!, con
olfatos, gustos, visiones, oídos y tactos… ¡operativos!, más allá de lo
material; sabiendo ver a través de ello.
¡Hacernos
transparentes!
Los avisos luminosos de las hojas de otoño nos advierten
de las próximas nevadas, fríos… y fuegos. Como si fuera una llamada a hibernar,
a recogerse en la esencia de lo que
se siente que se es y de lo que se percibe que… nos alientan para que ¡seamos!
¡Sí!…
***