CONFIANZA
30
de abril de 2018
Es un signo actual, en el
comportamiento de la especie, los vaivenes de la confianza.
Y a veces, ¡repentinamente!, hay
como un ataque de confianza; y la persona confía, confía, confía… casi
rabiosamente. Y esa misma persona, pasado un tiempo –un tiempo no muy largo-,
empieza a desconfiar, a desconfiar, a desconfiar, a desconfiar, hasta que no se
fía de nada de la misma persona.
Sí. Quizás el individualismo
personalizado y la egolatría egocéntrica de cada uno hace que, al principio,
como instinto de especie, se confíe; las personas se fían unas de otras. Pero,
poco a poco, cuando cada uno tiene su esfera de poder –¡por muy pequeña que sea!-,
va a empezar a dudar de los más próximos, los lejanos, los más antiguos… o a
desconfiar de cualquier cercanía.
¡Claro!, esto puede parecer nimio,
sin mucha importancia, producto del acontecer natural. Pero… ¡no! ¡No es así!
Detrás de la desconfianza viene la queja –“queja”-. Y la queja es una forma de
violencia. Y esto ocasiona la discusión.
Desconfianza… queja… discusión… Ya
estamos en la guerra, ¿no?
¡Pssí!
Igual que existen las nanopartículas,
existen las ‘nanoguerras’ que cada uno es capaz de desencadenar con éste, con
aquél, con el otro… “No me fío de éste,
no confío en aquél, no confío en aquélla…”.
Y el Sentido Orante se pregunta: si
en cuestiones tan cotidianas, mundanas, de especie, de generaciones y
generaciones y generaciones… “los colorados no se fían de los verdes, los
verdes no se fían de los blancos, los blancos no se fían de los amarillos”…
¿cómo será –se pregunta el Sentido Orante- la confianza que el hombre es capaz
de desarrollar, como especie, en relación al Misterio, a la Creación, a lo Divino…?
¿Cuál es el nivel de confianza que tenemos hacia lo que nos crea, nos mantiene,
nos entretiene, nos genera…?
Antes, y ahora menos, el vehículo
de la religión era el sustrato de la confianza; y con él se basculaba el
hombre, con sus plegarias establecidas, a la espera de ganarse la confianza de
Dios; no de confiar en Dios, sino que Dios confiara en nosotros.
¡Qué fuerte!, ¿no?
La confianza hacia la Creación no
es de la misma naturaleza que la confianza que depositamos en nuestro entorno.
Tiene otra naturaleza: una naturaleza que “no permite” –entre comillas- queja,
discusión, justificación… “guerra”.
Y, de hecho, una proporción
importante de abandonos de religión obedece a esa pérdida de confianza, y a esa
ganancia de confianza del sujeto en sí mismo… y en otras circunstancias
“ocasionalmente”.
Ha llegado un momento en que el ser
se siente autosuficiente, auto-proclamado…; se siente un “auto”… en el que
piensa que no necesita gasolina. Y no es un auto solar, ni tampoco es un auto
cuántico… No.
Y poco a poco, las religiones
fueron perdiendo confianza entre sus feligreses; porque eran estructuras –y son
estructuras- rígidas, duras, muy alejadas de la naturaleza de la confianza que
se establece entre la Creación y lo creado.
Las confianzas religiosas –de “religar”,
de “unir”- se fueron concretizando cada vez más en sus representantes:
sacerdotes… de diversa índole. Y en la medida en que “humanamente” se perdía la
confianza, pues también se perdía “la otra Confianza”. Finalmente, es que la
otra no se desarrolló nunca… sino que aquél era musulmán o cristiano o judío o
hindú o maronita, porque conocía a alguien que le ofrecía confianza, pero no
alcanzaba a trascender.
Obviamente, evidentemente, las
llamadas “vocaciones” –que está bien llamarlas así pero, dado ese nivel de
desconfianza…- prácticamente son mínimas
para el ministerio sacerdotal. ¡Mínimas!
Esa pérdida de confianza… vehiculizada
por las religiones, no suele generar un hombre religioso que se religa por su
cuenta, no, sino que más bien suele generar un ser despechado, descorazonado, a
veces desesperado… porque ha perdido la confianza en todo lo que pensaba que
iba a recibir como gratificación por sus rezos o sus ceremonias o sus [1]cabales
de ritos y costumbres.
Otras veces ocurría que había una
teórica confianza hacia la Creación, pero se volvía, el ser, muy exigente ante
las confianzas humanas, con lo cual era hipercrítico con cualquier detalle que
no fuera de su agrado o de su apetencia o de su consideración…; con lo cual no
trascendía, en el sentido más simple: es decir, desde lo más sublime, hacia lo
más concreto y material.
Y hacemos esta salvedad porque,
habitualmente, cuando se habla de “trascender”, siempre se habla de un sentido:
desde lo más concreto, material y cotidiano, hacia lo más etéreo e inmaterial.
Pero es que la trascendencia también se da en el otro sentido: en la medida en
que siento y vivo una confianza en la Creación, esto me facilita mis criterios de
confianza hacia el entorno.
“Persevera en la confianza de tu
entorno, y tu entorno terminará confiando en ti”.
Porque habitualmente también, en el
entorno, el sujeto, con relación a otros sujetos, establece su confianza o su
desconfianza en base al comportamiento y al trato que el otro le da. Pero no se
suele preguntar cuál es el grado de confianza que tiene el otro hacia nosotros;
o, si se pregunta, no tiene mucho valor. Lo cual, además de ser una descortesía
considerable, sólo hace incrementar más aún la desconfianza.
Puede ocurrir que, a raíz de la
desconfianza continuada del entorno, el ser adquiera un grado de confianza
hacia la Creación, hacia el Misterio. ¡Puede ser! Y desde ahí, con una
experiencia especial, pueda empezar a confiar de nuevo en ese entorno: personas,
animales, cosas… ¡Todo!
No es lo habitual, pero hay que
tenerlo en cuenta… ante el desespero de la desconfianza cotidiana; porque
nuestra naturaleza precisa de la confianza, para establecer los vínculos y los
vehículos que permiten una estructura solidaria… mayor o menor, pero precisa de
esa confianza. Es parte de su naturaleza, porque pertenece a la vida. Y la vida
es un acontecimiento solidario; confiado.
Pero esa necesidad de especie, que
se está derritiendo, se sustenta por una confianza que tiene, en sí misma, la
vida… hacia las fuerzas que hicieron, ¡que hacen posible!... la creación de
vida continuamente. No son confianzas conscientes, razonables y lógicas; son
confianzas misteriosas, desconocidas pero… presentes.
Y, con el Sentido Orante, tenemos
la ocasión, la oportunidad de despertar
a esa confianza inevitable… y llevarla a una consciencia reconocida. Y de ahí,
trascender hacia una consciencia del entorno… que te fallará, que no será lo
que tú quieres. Y descubrirás, de paso, que el mundo no se hizo para ti; se
hizo, misteriosamente, para… vamos a decir “todos” –sin saber qué es “todos”-.
Y entonces empezaremos a confiar de otra forma: no en base a nuestros
principios y criterios, sino en base al respeto a la identidad de los otros.
Y así, si respeto la identidad del
otro, de lo otro, no tendré que ponerle mi cascabel para que suene como yo
quiero que suene, sino que escucharé el sonido del otro. Y me gustará más o
menos, me atraerá más o menos… pero, ya, mi sistema de confianza se establecerá
en base a los menesteres que precisemos los unos de los otros, reconociendo
previamente el respeto y la identidad de los demás.
Como bien se dijo: “Por sus actos los conoceréis”.
Pues bien, conoceremos… –en base al
respeto y la aceptación de la identidad de los demás- conoceremos los actos y
los hechos… sin juzgarlos; Y, probablemente, desarrollaremos ¡una cuota de
confianza!... hacia todo lo que nos rodea. Una cuota. Y empezaremos a confiar
en este, este y aquel aspecto. Y en otros aspectos no se realizará esa
confianza, ¡pero no habrá desconfianza! Simplemente, en esos otros aspectos no
hay una relación, no hay una comunicación, puesto que no hay sintonía.
¡Si recuperamos una cuota de
confianza! –cuota-… tendremos una calidad de relaciones… francamente
evolutivas, capacitadoras y, sin duda, reconfortantes. ¡Que además nos ayudarán
a librarnos de nuestros esquemas, de nuestras exigencias y de nuestras
imposiciones.
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