Universos Amantes somos, como
reflejo de la Creación
5 de marzo de 2018
Y suele ocurrir que… después de acontecimientos
extraordinarios o especiales o diferentes o distintos, el ser vuelve… a lo que
era antes de suceder lo especial, lo diferente. Casi como si nada hubiera ocurrido. “Casi”. “Casi” significa, en
este caso, que mantiene el recuerdo, que poco a poco se diluye.
Esto, en la mayoría de los casos.
Seguramente, la naturaleza de la
vida, después de un proceso diferente, distinto, extraordinario, especial…, esa
naturaleza debería cambiar, revisar sus parámetros, evaluar su calidez, sopesar
sus decisiones... y un largo etcétera.
Y transmite esto el Sentido Orante,
en base a que cada Oración, por su diferente contenido, se constituye en algo
especial, en algo novedoso; que lo que pretende es dotar, al ser, de recursos
que… ¡tiene!, pero que no ejerce; ¡que potencialmente puede!, pero que no se lo
cree. Y todo esto, en el sentido de tomar consciencia de Universo, de ser un Universo,
por el tan solo hecho de pertenecer a él.
El volver a la cotidianeidad
debería, ¡debe ser! un volver… no a
la cotidianeidad sino a la novedad;
a la aplicación de los momentos extraordinarios, especiales, diferentes,
distintos. Que no se queden secuestrados en un recuerdo.
En esa medida, estaremos con
potencialidades nuevas, con agilidades flexibles que hagan posible un
intercambio con el medio, una adaptación… complaciente.
Esos aniversarios, esos ‘universarios’,
esos recuerdos que marcan ritmos, épocas, circunstancias, habitualmente se
quedan en recuerdo, con tenues promesas de utilidad.
La memoria no es un archivo
polvoriento que habita en una biblioteca. Es una capacitación para una
renovación permanente.
“Es una capacitación para una
renovación permanente”.
Nos sirve de referencia. Es
pleomórfica. Y nos advierte… y nos muestra la suficiente luz para corregir
nuestros senderos.
Cada encuentro que se produce
cuando nos llaman a orar –y el que nos llama y lo que nos llama
es ese Misterio de Creación, esa Divina Desproporción que late y persiste en
mantener nuestra presencia- constituye como… –para verlo más gráfico- como si
este Universo –del que apenas sabemos, pero que tenemos conjeturas en torno a
él- nos aclarara, nos diera, nos despertara en necesidades y en aportes para
esa consciencia de Universo que nos dé una contemplación
amplificada de consciencia, de nuestra presencia.
Nos quiere mostrar –ese Misterio
Insondable-… su intimidad.
Incomprensible generalmente, pero
accesible cuando se hace Oración.
Y dejamos suavemente de ser los
protagonistas, ¡los dueños!... de nuestra proporción, para darnos cuenta de que
somos y estamos en base a esa Creación… ¡diaria!, ¡permanente!, ¡continua!
Esa Divina Presencia que
habitualmente se la denomina como “Dios”,
y que se ha quedado ahí, suspendida como… como una pequeña caja de pequeños
auxilios, o mercromina, o vendas para esguinces o alguna otra pequeña lesión.
La “ego-idolatría” perseverante, en
base a esa inteligencia incipiente del ser, ha hecho posible esa separación… que
es el extremo ignorante de un Milagro como es la Vida. ¡Que tiene como diseño
un milagro consciente!, sensitivo, perceptivo; no, intelectual. Y que, por ello,
adorna a lo intelectual para darle el aliento necesario para que se produzca
eso que se llama “pensar”.
Somos –al decir de la Llamada Orante-
expresión, muestra, inmediatez, de ese Misterio.
No somos algo que se creó y se dejó
ahí, en un lugar –si es que existen lugares en el Universo-… en un lugar que
prometía o...
No.
Como nos dicen en las escrituras
cristianas, en el Antiguo Testamento o la Sagrada Torá, que: “Y al séptimo día, Dios descansó”.
Después de tanta tarea: el día uno,
el día dos, el día tres, el día cuatro, el día cinco… –¡porque tuvo mucha tarea!-
y el día seis, la gran tarea, ¡tan cansado se quedó!, que se aprovechó, por
parte de la consciencia de humanidad, para decir: “Bueno, ya nos dio el libre albedrío y… y por ahí estará, descansando
aún”. Ese antropomorfismo que el ególatra del pensar humano le da al
Misterio del Universo, es una desfachatez –como mínimo-.
Pareciera como si después de una
Creación ya no interviniera.
Pero ese descanso –por seguir en la
Escritura- es tan solo una nueva Creación. ¡Es contemplar!... las
magnificencias de la luz, de los mares, de los árboles, la lluvia… para que se
muestre ese Misterio Creador.
¿Acaso los padres de una criatura…
no descansan?
Sí; pero su descanso ¿qué es? Una
vigilia permanente en torno al nuevo acontecer de ese nuevo ser. Y le cuidan y
le miman y…
¡Ah! ¿Y se da cuenta de todo ello,
el infante? No. Como cuenta consciente, no, pero… en alguna medida, él sabe que
lo necesita; y necesita de su mamá y de su papá, o de alguien que tenga
referencia y que le pueda mínimamente ayudar. Si no es así, no es viable.
Y, salvando las distancias en esa
comparación –que son infinitas, pero es una muestra del llamado “descanso Divino”,
para interpretarlo adecuadamente-, “somos viables gracias a la vigilia del
descanso del Eterno”; que, desde su infinito Amor, nos transmite un respeto
inconmensurable… para mostrarnos el proceso de liberación.
Somos, en proporción, eternos
infantes… que precisamos de ese toque respetuoso e invisible que nos cuida, que
nos mantiene, ¡que nos entretiene!; que nos abre el mundo de la posibilidad, de
la probabilidad, de la sorpresa.
¡Y crecemos realmente cuando nos
damos cuenta, en consciencia de AMOR,
de que eso es así!
Y como el infante descubre su
atracción y su afecto, en sus llantos, en sus abrazos, en sus juegos, de la
misma manera, el progenitor, los progenitores, se muestran complacidos al ver
que la criatura va despertando progresivamente –no aprendiendo, ¡despertando!-,
en base a esa consciencia de Amor, a nuevas perspectivas, a nuevas dimensiones.
Y ese “Amar” todo lo contiene. No reclama libertades, o derechos, o
deberes… ¡Todo lo incluye!
Y el ser de humanidad no ha tomado
esa experiencia de Universo Amante, sino que la ha fraccionado. La mantiene
inevitablemente, porque si no, no estaría, pero la ha mancillado, la ha
manufacturado, ¡la ha estratificado!; la ha divorciado, la ha casado, la ha ‘genitalizado’,
la ha parcializado… La va sectorizando según sus intereses.
Y mientras tanto, y mientras eso
ocurre, el ser se va haciendo lacio, se va haciendo ¡rancio!, se va haciendo…
soledad, tristeza.
Si la esencia de transmisión de… el
Misterio Creador es ese destilado llamado “Amor”, que es ¡todo! –¡que es TODO!-,
el ser, al replicarlo en sus tránsitos de vida, no puede mutilarlo; ¡no puede
venderlo, o comprarlo por parcelas!
Podría decirse:
“Soy un todo, como
expresión del TODO amante que me gesta. Y en consecuencia, en el despertar de
mis sentidos, amo todos mis encuentros… con los despertares de mi consciencia.
Y ese TODO me acompaña en cualquier acción. Es indisoluble. ¡No puedo separarlo!…
Se ha disuelto, como un terrón de azúcar en un café: ya el café es dulce. No
puedo quitarle el azúcar”.
Universos Amantes somos, como
reflejo de esa Creación, que se mantienen… ¡y en ellos nos va La Vida!
Y a pesar de las fracturas y
fracturas, los seres se encuentran; se sienten atraídos, porque es, el Todo, lo que reclama nuestro vivir
de cada día.
¡Ay!... ¡Ay! ¡Sentir la plenitud en
todo, al sentirse ¡amado!, es una
muestra de cómo debe ser nuestro sentir.
No puede ser tenue y pálido,
huidizo, indeciso y… recortado.
Es un TODO enamorado que se muestra
en los ideales de cada ser, en los encuentros con cada expresión de belleza, en
las atracciones “i-ne-vi-ta-bles”… de un mar en calma, de un mar fogoso, de un
fuego atractivo, de un alimento dichoso…
¡TODO!
El sentirme un TODO amado, me da el
tono de mi encuentro ¡con todos los
entornos!, con todos los seres.
Y sucesivamente me hago un TODO
enamorado, donde no hay prejuicios, penas, dolores, intransigencias, incomprensiones…,
sino que, todo lo contrario: hay gozo, disfrute, complacencia.
No hay temor… el en TODO.
Hay un ¡honor inmenso!... de infinita presencia.
¡Aaaay!...
¡Aayy!...
Ay…
***