Estamos en una Creación Incomparable
15
de enero de 2018
Y es… y es habitual, desde donde
uno pueda acordarse, el “comparar”.
Y según culturas, sociedades,
tradiciones, se establecen patrones… de personas, de mitos, de leyendas, de religiones,
que sirven de referencia, pero traspasan esa referencia para entrar en término
comparativo.
El refrán –quizás por la
experiencia- nos recuerda que “todas las comparaciones son odiosas”. ¿Por qué?
Porque no se respeta la característica, la cualidad, la posición de los
elementos entre lo comparado y el comparable o incomparable. El dualismo
siempre se insinúa.
Si comparamos, por ejemplo, la
capacidad de conocimientos astrofísicos de Stephen Hawking, con los que tenga
Lionel Messi, pues como que… como que no, ¿no? Ahora, si comparamos la
habilidad futbolística de Messi, con las habilidades futbolísticas de Stephen
Hawking, pues Stephen Hawking sale un poco perdiendo.
Así que también depende de con qué,
con quién, con qué función nos comparemos.
Lo preocupante es que las
sociedades cada vez se comparan más: entre países, entre costumbres, entre
posesiones, entre habilidades…; por supuesto, en los aspectos convivenciales…
En los aspectos convivenciales hay
algo que llama la atención a la hora de comparar –de ahí que el comparar tenga
importantes consecuencias-:
–¿No
vas a comparar a una mujer con un hombre, no?
–¿Qué
quiere decir?
–¡Hombre,
está claro! ¡Donde esté un hombre, que se quite una mujer!
Esto… parece ser que ocurre en
nuestra especie. El valor de la mujer no solamente está en baja sino que está
amordazado; porque se establece ese sistema comparativo, que además funciona
para los intereses masculinos, porque la mujer se da por aludida y empieza a
ejercer como un hombre. Y al empezar a ejercer como un hombre, pues ya somos
más hombres.
Ahora bien, hay un… digamos “remedio”
para estas magnitudes, que resultaría ser infalible –“resultaría” ser infalible-,
si se recoge en toda su dimensión. Sí. El remedio es –sean creyentes o no sean
creyentes- el compararnos con la Creación, el Universo, la biodiversidad, las
habilidades del entorno para sobrevivir, los colores del arcoíris… Tenemos
muchos ejemplos, pero así, para… a lo mejor curarnos radicalmente, tenemos el ejemplo
de ese Universo que contemplamos cualquier noche clara. Y que si luego nos
adiestramos un poco en saber lo que dicen que se sabe, ¿con quién nos vamos a
comparar?
Ese Misterio Creador, esa extásica
presencia, por el hecho simple de ¡vivir!, es incomparable. Si hacemos nuestras esas proporciones, no hay
comparación; somos nada.
Claro. Y, como consecuencia, si
esto funcionara –y puede funcionar-, a la hora de compararme con lo que hace
uno u otro, pues… hasta donde podemos saber, entre “nadas”, no se pelean; entre
“nadas”, no discuten. Porque lo que hay es nada. Y de la Nada… sabemos poco.
Intuimos algo.
Si los sistemas comparativos
continuos que se desarrollan dejaran de ejercitarse, y cada uno aportara su
virtud, indudablemente aprendiendo de otros y compartiendo con otros, “sin
competir”, en ese juego de la vida, probablemente las articulaciones sociales,
culturales, espirituales… no sonarían tanto, no serían tan artrósicas, tan degenerativas…
El Sentido Orante de hoy nos remite
a la aceptación complaciente de cada uno hacia sí mismo y a la aceptación
complaciente hacia los demás. ¡Y esto no inhabilita, para nada!, el progresar,
el aprender, el evolucionar… ¡En absoluto!
En la medida, además, en que no
solamente sabemos, sino que asumimos que cada ser llega a este estadio llamado “vida”,
con un proyecto, con un programa, con unas capacidades, con unos recursos incomparables…
¡Y esto puede ser un detalle
interesante!, y es un atajo –es decir, un camino que se hace más corto-, y es: sentirse incomparable. Tiene sus riesgos
porque, claro, puede haber una subida de testículo o de otra cosa; y al
sentirse uno incomparable, pues reclama la corona, el sueldo, el coche…; lo que
sea.
Pero si en el interior de cada ser
se reconoce cada uno su parcela, y obviamente visiona el entorno y se
referencia con él, su poema siempre será incomparable, su andar siempre será
incomparable, su calva siempre será incomparable, sus ronquidos siempre serán
incomparables.
Esta es una estrategia de humildad:
‘incomparabilidad’. ¡Claro!, porque si uno se compara en aquello… “porque estoy muy fuerte, tengo muchos
bíceps y tal”, pues evidentemente se te puede subir el gemelo, la pantorrilla.
Pero si te compararas en lo… en fin, en estas cosas que no son tan valorables,
es más difícil que surja, lo incomparable, como soberbio y vanidoso.
También es importante remarcar, en
esta “Advertencia Orante”, que en la medida en que aceptamos a los demás –y
evidentemente son incomparables, bien sea porque no queremos parecernos a
ellos, bien sea porque admiremos alguna virtud-, es importante mantenerse incomparablemente, para que podamos ser
referencias en algo.
En cambio, si camuflamos nuestra
verdadera identidad, despistamos las referencias que puedan tener en base a
nosotros.
Ya se dijo –¿verdad?-: “Por sus actos los conoceréis”. ¿Cómo…
cómo podemos conocer, aceptando sin comparar; haciéndonos incomparables, pero
solidarios y… recursivos?
Viendo los actos de los demás. Ese
es el barómetro, el parámetro que nos sirve. Cierto es que la mayoría de las
veces los actos de los demás están maquillados, camuflados, aparentes… ¡No son
los auténticos!
No obstante –no obstante-, si
evaluamos sin prejuicios la posición y el aporte de la obra de los demás,
estaremos en “condiciones osmóticas”, es decir, de recoger lo que emana uno, lo
que emana otro; y de, a la vez, dar
lo que tenemos, lo que sentimos que somos.
Cuando se asume comparativamente que
somos incomparables y que no nos podemos comparar con el fenómeno de la vida,
con las manifestaciones del Universo, a poco… a poco que pensemos y sintamos –sobre
todo sentir- esa realidad, esa evidencia, nuestro grado de humildad mejorará,
nuestro grado de paciencia se amplificará, nuestro grado solidario se hará
efectivo.
Y, volviéndose a lo que se dijo,
como en el Magníficat del Nuevo Testamento: “Hágase
en mí según Tu Palabra”, asumir que somos enviados… para proponer, para
añadir una función que es necesaria. Y con la garantía de la Creación,
probablemente, ante este misterioso y grandioso proyecto, probablemente nuestra
posición será de cautela, de cuidado, de respeto, de admiración; sin
prejuicios, sin juicios, sin castigos, sin ofensas, sin rencores.
Y si –volviendo a las referencias-…
y si somos imagen y “semejantes a”, y si somos imágenes y semejanzas “de”,
nuestro grado de pulcritud, impecabilidad y presencia debe ser prioritario.
Esa sí que es una verdadera
referencia; una referencia universal.
Sí; porque habitualmente las
referencias y las comparaciones se hacen locales. Locales, provinciales,
nacionales, internacionales, continentales… ¿Pero “universales”? Esa es nuestra
referencia, porque somos habitantes del Universo; y es ese Universo que, “a
imagen y semejanza”, ha gestado nuestra estancia. Como nos recordaba la
Tradición Oriental, ese macrocosmos. Y nosotros somos un microcosmos: “imagen y
semejanza”.
Pero no termina el ser de humanidad
de asumir esa posición. Se recluye en sus inteligencias, en sus sabidurías, en
sus conocimientos, en sus legalismos, en sus trampas, en sus apariencias, y… el
resultado ya se ve: “Por sus actos los
conoceréis”.
En la práctica, de igual manera. En
el hacer terapéutico o sanador, si estamos ante alguien que reclama nuestra
ayuda, no sirve comparar este caso con este otro, con este otro… No. Cada caso
es incomparable.
Las estadísticas tratan de uniformizarnos.
Los protocolos se imponen sin piedad. Y la persona deja de ser incomparable,
para ser un número; un número más.
Hagamos una convivencia de microcosmos,
de universos…
Sabiendo de nuestra común –“común”-
procedencia.
Y antes de lanzar el látigo
castigador de la comparación, y de estipular las normas y los protocolos,
recordemos esta universalidad. Y entonces sabremos respetar la identidad de
cada uno.
Y a la hora de tomar referencias, guiémonos
por la universalidad de ellas:
“Esta
referencia, ¿tiene naturaleza universal?, ¿tiene vocación creativa?, ¿tiene
posición solidaria?”.
Eso nos va a servir de guía, de
faro… de la dimensión a la que nosotros nos debemos por nuestra propia
naturaleza.
Bajo ese patrón es posible elegir
las referencias, o “la” referencia.
Y que, en consecuencia, esa
referencia nos ayude a… –sin duda, si la elección es adecuada- a que nos
referenciemos en nosotros, y que seamos a su vez referencia de otros… y así
sucesivamente.
Las referencias no inhabilitan la
capacidad ‘referenciadora’ de cada ser. Al revés: la potencian, la desarrollan.
No la comparan.
Que cada uno sea lo que es, sin
apariencias ni engaños, para que así los seres se respeten inevitablemente; y
entre ellos se admiren, por la
peculiaridad, por la originalidad, por la ‘incomparabilidad’.
Así, cada uno puede alcanzar la
posición excepcional. Y crear comunidad de excepciones que, en comunión con las
habilidades propias de cada ser, son gestoras de creatividades, de
innovaciones, de novedades, de renovaciones.
Si nuestro origen es inabordable,
misterioso –y, como muestra, ahí está el Universo-, somos semilla de excepción.
Y cada uno debe mostrarse en su peculiaridad, para que entre todos seamos “referencias”,
y podamos alcanzar esa referencia universal que nos recuerde a cada uno –y que
cada uno nos recordemos a nosotros mismos- esa posición incomparable. Y sepamos,
así, reverenciar la vida en todas sus dimensiones.
Estamos en una Creación
incomparable.
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