Somos “ilusión”. (En la noche de la Magia)
8 de enero de 2018
Es parte inherente del ser… la
consciencia de ilusiones.
Quizás, por los orígenes de los
orígenes de las ínfimas infraestructuras cuánticas de partículas subatómicas
–por retrotraernos a infinitos-, quizás por provenir de esas instancias, a
partir de ellas se gestionó “la ilusión”.
Sí; porque en la medida en que ese
conglomerado sutil se fue concentrando y concentrando y concentrando hasta
hacerse perfil y silueta, los componentes que están, quedaron –por así decirlo-
atrapados en sus propias fuerzas, como un plan de la Creación, pero con un
recuerdo ‘instintual’, subconsciente, inconsciente –podemos llamarlo de muchas
formas- de ese origen sub-sub-sub-atómico… de contemplaciones y “nadas” que
impulsaron lo que llamamos “Creación” y “Universos”.
Sin duda –sin duda-, un ilusionismo
mágico, misterioso, fue confabulándose para ir creando diferentes conjeturas, y
luego, diferentes constituciones, construcciones de vida. De ahí que no sea
“bárbaro” el decir: “Somos una ilusión”
–así-. “Vivir es una ilusión”. Casi
como diciendo que no existe; pero, las palabras –¡ay!-, qué difícil es, a
veces, definirlas, perfilarlas.
Podemos aducir que somos un sinfín
de ilusiones que se conjugaron “para” –¡y cómo se conjugaron!-, por un
ilusionismo mágico, misterioso.
En la medida en que lo construido
se fue haciendo constitutivo de lo que se llama “material”, la llamada
“ilusión” se fue contrayendo, concentrando, ¡escondiendo!, porque el nuevo
protagonista, ¡compacto!, daba preferencia a sus maniobras, a sus
inteligencias, a sus descubrimientos, hacia sus logros, hacia sus poderes. Y
ahí, en ese terreno, no cabía la ilusión.
Aunque… aunque, si nos fijamos en
ello, todo eso es “ilusorio”; parece que existe pero no existe –otra vez las
palabras nos enredan, nos enroscan-.
El Sentido Orante de hoy nos hace
alusión a que somos ilusión.
Y al ser una ilusión, producto de
una magia ilusionista, misteriosa y sorprendente, como tal debemos
comportarnos; puesto que, si la esencia –ilusión- no está activa, la
construcción se hace ¡torpe!, se hace ¡brusca!, se hace… ¡morbosa!
Tanto, tanto, tanto es así de lo
compacto que, cuando la ilusión no se ve ejercitada, surge el desprecio; sí,
surge el desprecio de la estructura: “¡Eres
un iluso! ¡Te ilusionas con todo, y nada se realiza!”. Y esto, escuchado y
vivido generaciones, como que… deteriora las verdaderas posibilidades y
constituciones constructivas de los organismos vivos.
Y a lo largo de las edades, los
seres van esbozando ilusiones; y por la fuerza de la gravedad de lo compacto,
de lo material, tienden a materializar, como si quisieran animar de ilusiones a
lo compacto. Pero no resulta así. El dualismo generado entre “la ilusión” y “lo
material” establece un combate, y “lo material” devora a “la ilusión”.
Cuando nos llaman a orar, nos
sitúan en un plano de ilusiones;
ilusiones fantásticas. Sí. Porque, esa comunión, esa comunicación entre lo
Inabordable y lo insignificante –nosotros-, es… ¡impresionante!
Y quizás no nos impresiona más
porque la ilusión está dormida, oprimida, constreñida. Y en vez de ir de
ilusión en ilusión –sin perder por ello las anteriores, sino conservándolas-,
se va de ilusión en fracaso, de fracaso en fracaso; de vez en cuando, otra
ilusión y otro fracaso, y ya… a hacer de la vida un fracaso.
Y es curioso. Si uno observa la
evolución de esas ilusiones, incluso –que es lo más sorprendente- cuando se
vive en el seno de ilusiones, después de un cierto tiempo los seres aspiran a…
¡desilusionarse! ¡Sí! Aspiran a materializarse, ¡a hacerse reyes de su materia!
Y se podría escuchar el diálogo de:
“Pero,
¿tú no vivías en el mundo de la ilusión? ¿Qué haces aquí? ¡Aquí es el mundo de
la discusión! ¡Estás equivocado! ¿Por qué has abandonado el mundo de la ilusión,
por el mundo de la discusión, de tu ego, de tu idolatría, de tu competencia, de
tu valía…?”.
Lo diría aquel ser que… ¡que no
tuvo la oportunidad de vivir en el mundo de la ilusión!… porque se la
fracturaron continuamente. Seguramente, “el desilusionado” de la ilusión
contestaría:
-¡Bueno!…
Quiero ser más realista, quiero probarme, quiero catarme; quiero ver lo que soy
capaz de hacer.
-¡Ah!...
¡Tú eres un idólatra insoportable! Todo lo que acabas de decir se convertirá en
recuerdo que, finalmente, desaparecerá. Toda esa materialidad y todos esos
logros que puedas conseguir, ¿qué se mantendrán en la historia: un siglo, dos
siglos? Y luego, ¿quién se acordará de ti? ¿Es que acaso mereces que se
acuerden de ti?
-Visto
así resulta duro; ¡casi desilusionante!
-No.
No, no. Es una advertencia. Es un aviso… para que el ser se sitúe
adecuadamente.
El cultivo de la ilusión, con ese
origen ilusionista mágico, nos hace contemplar,
meditar, y orar –como punto culminante- sobre nuestro existir; sobre nuestro
vivir y nuestra interpretación ¡liberadora!…
de la existencia.
¡Si no es así, evidentemente el
mundo se convierte en un chisme! Sí. En un chisme de éste, que le dice al otro,
según su criterio, según su punto de vista. Esto le parece bueno, esto le
parece malo...
Una inducción permanente a la
ocultación y a la mentira, ¡inevitable si se quiere mantener una ilusión!
¡Increíble!, ¿no? ¡Porque el juicio
–el juicio, como el juicio final- te persigue! ¡El juicio del vecino, el juicio
del de la derecha, del de la izquierda, del de adelante, del de atrás!...
¡Porque no le parece bien lo que haces! ¡Porque no está de acuerdo con…! ¡Porque según la ley…!
¿Qué es eso? ¿Qué es todo eso? ¡Ni siquiera
llega a la categoría de “mierda”!... –porque esa sirve de abono-. ¡Ni siquiera
llega a esa categoría!
¡Es el morbo de la consciencia
perturbada! –es el morbo de la consciencia perturbada- que, al quedarse sin
ilusiones, va desilusionando a todo el que la tenga.
¡Es la envidia hacia los amantes!
¡Es la envidia hacia los que se aprecian! ¡Es la envidia a los que se quieren!
¡Es la envidia a los que disfrutan!
¡Y lo peor de esa actitud es que se
presentan como “aliviadores”, como “salvadores”!; ¡como para recordarte cuál es
la ley, cuál es la norma!
¡Hipócritas!
¡Pero ése es el cotidiano vivir…!
Y si atendemos al Sentido Orante,
¡no nos gusta ese cotidiano vivir! Aspiramos a ser ilusión permanente, sin
juicios ni leyes que nos condenen previamente, ¡y que nos tracen nuestras
coordenadas, nuestros comportamientos, nuestras actitudes!
Se ha llegado a ese nivel de
convivencia “salvadora”, de los materialistas ordenados y conjeturados “según
la norma”. ¿¡Qué norma!?
Moralistas y éticos ¡de
despojos!... que, con la impunidad del credo y de la ley, van ajusticiando a
los “ilusos ilusionistas”:
“¡No
te hagas ilusiones! ¡No! La vida es esto, y esto, y esto”.
¡Oh!, ¡cuánto saben!
Claro, claro, en ese mundo no se
contempla la excepción ni la… fantástica aventura de vivir. No, ¡no se
contempla! No se contempla la excepcionalidad; la fantasía, menos, ¡por
supuesto! Ya cada uno se va haciendo su norma…
su horma… y de ahí no se sale. Y todo
lo que pulule alrededor, que no se ajuste a ello, será ¡pisoteado! por la
horma, por la norma.
¡El Sentido Orante reclama el
derecho a la ilusión, sin que sea un
derecho, sino que sea el reconocimiento de nuestra naturaleza innata desde la
óptica de la Creación!
Y ante… materia y palabras necias, oídos
sordos.
Pero, claro, es cierto: la mayoría
de la mayoría de la mayoría está adjuntada a la prostituida materia, que se
olvidó de que era un integrante de múltiples e infinitas ilusiones. Y, en
consecuencia, ciertamente, no es un buen
tiempo para la ilusión.
¡Pero sí es un tiempo que,
orantemente, nos recuerda su reivindicación!, su presencia; su realización
constante de los imposibles, ¡que tanto jode a los elitistas, a los puristas, a
los radicales, a los ornamentales, a los moralistas!, que se desesperan de ¡rabia!…
y se les mellan los colmillos.
Tanto es así que, ¡si el mismísimo
Dios viniera ante ellos, y se presentara y les dijera alguna sugerencia!,
seguramente contestarían: “Bueno, ya lo
pensaré, ya veremos”.
¡Oh, sí!
Y se piensa y se piensa, y se
maquina y se maquina a ver de qué forma se puede desilusionar a éste o a aquél,
¡para que vuelva a la realidad!
-¿Cuál
es la realidad? ¿¡Qué me ofrece su realidad!? ¿Trabajo y seguro, y seguridad social?
¿Un cine al mes? ¿Un restaurante a la semana? ¿Un coche de media gama? ¿Unas
vacaciones en Vietnam?... ¿Eso es volver a la realidad? ¿Cuánto tiempo va a
durar?
-¡Ah,
todo tiene su final!
-¡Ah!,
¡todo tiene su final!... ¡Todo su
planteamiento tiene su final! Pero,
desde mis ilusiones, no hay finales.
-¡Ah!
¡Pero así chocarás y te golpearás…!
-¡Ya
lo sé!... Pero seré… Pero soy…
¡Ay! La pobre ilusión se encuentra
amordazada, ¡atemorizada!, esquiva. No sabe. Tiene miedo.
El juicio de los juicios, la puede
llevar a la muerte. Y por ello se oculta en los sueños; se oculta en el
detalle; se insinúa en las soledades; ¡gime en las depresiones!; aparenta en
las reuniones para que no se le note, y si acaso una sonrisa –y depende del
caso- vendrá bien. ¡Siempre cuidándose de no ser descubierta!, no vaya a ser
que pierda su inmunidad y se la juzgue, se la castigue, ¡se la desprecie!
A veces, para preservarla, un burka
no es suficiente. Hace falta además un yelmo y una armadura de metal, para así
mostrar la “cruda realidad” y no dejar que nos toquen… la sensible ilusión; que
es la que nos mantiene con proyección; que es la que nos propulsa en evolución;
que es la que nos permite el cambio; que es la que nos otorga… la iluminación.
La que nos ilumina la vida,
enseñándonos nuevos caminos: ¡nuestros caminos! ¡No caminos que ya se han
pasado! Los caminos pasados y pisados están llenos de bandoleros, de asedios,
de traiciones.
Los senderos de la Creación son
infinitos. Y cada ser, en su débito –deber-, tiene el suyo, ¡que está
inmaculado!, ¡que es nuevo! Que sí, sí, tiene referencias, tiene parecidos,
claro, pero…
¡Ay!... ¡Ay!, ¡qué pena de aquel
que mata ilusiones! ¡Ay!, ¡qué pena de aquel que… en los murmullos busca
condenas y prohibiciones. No es Universo claro. No es, su verso, convincente.
Se ampara en la vulgaridad y en la cotidianeidad de las normas y leyes, pero
¡traiciona a su esencia!, ¡a su naturaleza!; a lo que siempre quiso ser y no se
atrevió a hacer.
Con…conjugarse en ilusiones;
conjuntarse en ilusiones. No es suficiente con compartir, ¡no! ¡Las aspiraciones de las ilusiones son infinitas! ¡No
pueden ser partidas!
El Sentido Orante, como ilusión, no
admite reglas. Llama para aclarar, para dignificar, ¡para asolear la luz!, y
saber estar en la oscuridad del Misterio.
Sí; la fidelidad a… ¡a cualquier
nivel!, pero ahora –ahora, ahora-, la fidelidad al Origen, está muy
distorsionada. Está siempre discutida. Es una fidelidad amargada. El juicio y el prejuicio están asediando siempre.
¡Es hora de revisar… esa posición habitual, costumbrista, racionalista,
materialista, prejuiciosa y condenatoria! ¡Es hora! ¡Es hora de ver cómo se ha
ido perdiendo esa ilusión! Y en consecuencia, se ha ido ganado en ¡perversión!
Recuperar, aunque sea un quantum
–¡tan pequeño!- de ilusión, es una necesidad prioritaria para no quedar ahogado
en el juicio permanente y en la condena perpetua.
Hoy puede ser una buena oportunidad
para ensayar ilusiones; para ilusionarse con ellas. Hoy, que casualmente es la
“noche de la magia”… sin trucos; con Misterio.
Hoy, por ejemplo.
Hoy…
Sin olvidar que todos los demás
días son… “hoy”.
Por ejemplo, hoy.
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