¡Qué lejos se siente nuestra comunión con lo Eterno!
1° de enero de 2018
La Llamada Orante nos llama como…
una muestra de visión panorámica de nuestra especie, de nuestra presencia en
este Universo.
Y nos abre una panorámica para que,
cada persona, cada comunidad, sea consciente de cuáles son las más llamativas
dificultades que entorpecen nuestro desarrollo del ánima, del ánimo, de nuestra
comunión con lo creado, nuestra relación con La Providencia.
Las guerras aumentan como símbolo
de incompetencia comunicativa, como símbolo de arrogancia, como representación
de racismo, radicalismo, que pretende comunicarse con las balas, con las bombas,
con el ¡horror!
Si bien hace un tiempo –no
demasiado-, hablar de “crisis humanitaria” es como decir –lo que dice la propia
frase, ¿no?- ¡que la humanidad está en crisis!, hoy es una frase casi popular.
Ciertamente, la llamada “crisis
humanitaria” se refiere a las diferencias abismales, abisales, que hay entre
riqueza y pobreza, entre ayuda y respuesta. “Crisis humanitaria” como expresión
insolidaria de una especie, consigo misma y con todas las demás.
Los organismos internacionales que
agrupan a las comunidades estatales no son capaces de influir en sus decisiones
grupales sobre acciones puntuales nacidas como necesidad de especie para evitar
desmanes, para reconocer virtudes, para capacitar solidaridades. No. Se han
convertido en núcleos de influencia que manejan estrategias de poder.
¡Ay!... ¡Ay! Así, a vista de
pájaro, qué lejos –en tiempo orante- ¡qué lejos se siente nuestra comunión con
lo Eterno, con lo Innombrable, con esa Providencial Fuerza que nos mantiene,
nos entretiene, nos promociona! ¡Nos conserva aún la vida!
¿Será, en consecuencia, que ese
Misterio Creador tiene esperanzas sobre la especie?
Cualquier palabra que le pongamos
al Misterio Creador es muy humana, muy lejana de su verdadera esencia, pero sí
pareciera –y como bendición debería sentirse- que, esa Creación, esperanzas y
confianzas tiene en nuestra comunidad humana; no sabemos bajo qué criterios, no
sabemos bajo qué parámetros, pero sí es la Fuerza que mantiene la vida, y ésta
continúa y, aunque deteriorada, repunta en algunas soluciones –ínfimas,
comparadas con las disoluciones-.
Esa sensación de sentir –digamos
que “aun a pesar de”, bajo criterio humano- ese apoyo, nos debe convertir a
cada ser y a cada comunidad humana… –si asumimos y aceptamos esto- nos debe
convertir en privilegiados –¡ay!- por
habernos comunicado, por habernos transmitido, por habernos llamado a
posicionarnos ante esta hecatombe que nos salpica… ¡tanto!
El repunte de la hambruna nos
muestra la desfachatez del poder y sus dineros. Una hambruna que parecía
descender, pero que era ficticio.
La residencia del Imperio aminora
su edad media de vida como consecuencia –ésas son sus deducciones- como
consecuencia del consumo ¡masivo!, y con un incremento insospechado de
drogodependencias: heroína, cocaína…
¿Hasta qué punto podían influir en
la edad media de una población de 320 millones de habitantes? ¡Pues sí!
Sin duda, una de las causas de
recurrir a artificiosos estados de consciencia son los desesperos del vivir
cotidiano; son las angustias y las ansiedades del convivir cotidiano.
Son las inseguridades vitales… las
que hacen que una población se refugie en el deterioro como “alimento” para sus
dificultades.
Decían las Escrituras –ante la
opinión de algunos de la próxima llegada del Mesías, y ante la opinión de otros
de su ya llegada hace 2000 y algo de años, o quizás esperando la segunda
llegada- decían, insisto, que la Nueva Jerusalén sería el puntal de referencia
hacia la fusión con la Creación.
Esta civilización de humanidad, con
el tinte judeocristiano como el predominante, prepotente y dominador, también
muestra su crisis. Pero podría ser a la vez un aviso de ¿renovación?
–interrogación-.
Porque la conmoción que ha
suscitado, simplemente –que como vemos no es tan simple- simplemente el
reconocer Jerusalén como la capital del Estado Hebreo, de Israel, ha movido los
cimientos… hasta el punto de que toda la comunidad internacional ha pedido que
esa propuesta sea eliminada. Pero es que, a continuación, otros que también
reclaman Jerusalén como su capital, también proclaman “su parte”.
Es curioso: un sitio ¡tan pequeño dentro
del panorama de nuestro planeta!, que tenga ¡tanta resonancia –tiene su lógica
también- sobre el pensamiento dominante!...
Como no cabría esperar otra cosa,
los enfrentamientos se recrudecen entre unos y otros. Todos parecen prepararse
para la “gran guerra”.
-¡Ah!
Pero, ¿la gran guerra no fue la Primera?
-Sí,
se llamaba así, pero la que avisa será más grande. Hará “experimental” la Segunda.
Una, “la gran guerra”; otra, “la
guerra experimental”; y otra, “la guerra de exterminio”.
En ese camino se va… y aun así, con
pequeños índices de calidades, se cimbrean y repuntan pequeñas luces de ánimos,
de esperanza, de creencia, de confianza. Quizás, muy fantasiosas, pero algo
quedará de tanta fantasía, y ¡alguna buena sorpresa podrá acontecer!
Y en ese proceso de avisos
providenciales orantes, no podemos permanecer al margen y secuestrarnos en
virtudes o en privilegios. No. Somos, cada ser, ¡uno! de humanidad. En cada ser se incluye ¡toda la humanidad! Y
cada ser, como si fuera un genoma misterioso, si uno de los genes –¡un ser!- se
trastoca, todo el enjambre de
actividad se perturba. Y también, si uno
se… ¡consciencia y se purifica!, el todo
también lo siente, y a cada cual, misteriosamente, le llega.
El Sentido Orante que tenemos el
privilegio de vivir no se agota aquí. Se expande –podríamos decir hoy-
“gravitacionalmente” a todos los rincones, en minorías conscientes –en minorías
conscientes- y, en mayoría, inconscientes. De ahí que se deba tomar consciencia
de lo que transcurre, de lo que ocurre, para modificar la impresión personal, para incidir
sobre ese deterioro. Y eso se puede hacer bajo el signo de la creencia, de
¡creer!
Es como si cada cual llevara sobre
sus hombros el peso de ¡toda! la humanidad. Alguna vez, seguro que hemos visto
esas figuras o esa figura. Y se nos presenta como un ser agachado y cansado,
con mucho peso. Pero aún erguido y sujetando… sujetándose para no caerse.
Las diferencias que se hacen –también
de abismo- entre lo masculino y lo femenino nos muestran un panorama de combate
perpetuo, de desconfianza mutua –no de confianza, ¡desconfianza mutua!-.
Los gobiernos se apresuran a
instaurar leyes y dedicar dineros para parar esa lacra.
¡Mil millones! –cómo suena- en
cinco años, para parar la lacra de la violencia de género en este lugar del
planeta: España. Un compendio de leyes y leyes y leyes que castigan a los
malos, pero apenas una alusión a la enseñanza, cultura y conocimiento de
nuestras verdaderas raíces.
Pero parece que todo se quiere
entender bajo el lenguaje del dinero. Y, a la vez, increíblemente, se potencian
y se incrementan los presupuestos militares.
Hemos sido capaces, como especie,
de que se nos presentara la ocasión de erradicar
la viruela –por ejemplo-. Aunque se conserve el virus, por si acaso se ha de
emplear. Pero el mundo se muere de diarrea y de catarros comunes, ¡de cólera!,
que transcurren en las zonas de miseria y pobreza como un acontecimiento más.
Y mientras, a la vez, las muertes
producidas por la contaminación superan a las que se pueden sumar de la
malaria, la tuberculosis, el SIDA…
Curiosamente, esa incidencia…
incide –valga la redundancia- en los más pequeños, sobre todo en los menores de
cinco años. Pero no hay ningún índice que hable de que se va a parar este
incremento contaminante. Es más –es más-, los países más contaminadores no
tienen vocación de cambiar, hoy. “Daños colaterales del progreso” –así se puede
calificar-.
Se nos brinda la posibilidad
Providencial de… de ser de otra manera, ¡de sentir de otra manera!, ¡de
convivir de otra forma!, ¡de relacionarnos de manera realmente animista! Y parece
que hay entre miedo y desconfianza en asumir esas opciones. Hay una clara
tendencia a aislarse, a secuestrarse, a auto aniquilarse poco a poco.
¡Parecen no encontrarse las
ventanas del alma que permitan respirar con aliento fresco y renovador!
La corrupción se hace ¡tan natural,
tan cómoda!, que sólo leyes y leyes y leyes
–como ficción, claro- tratan de
pararla. Porque, sí, serán leyes y leyes y leyes que se aplicarán sobre los
miserables y los pobres, nunca sobre los ricos y poderosos, que son los que,
precisamente, han hecho las leyes.
Y esa corrupción no es algo que
ocurra ahí, por allí, por allá. ¡No, no! Está ahí, está en lo cotidiano. Y cada
cual, a poco que no se cuide, entra en ella… por indolencia, por desidia, por
falta de ganas, por cansancio, por gusto, ¡por hedonismo, por egoísmo, por
soberbia! Ya está la corrupción. No, no hay que irse al gran corrupto que ha
estafado, que ha robado… ¡No! Ése, menos daño hace.
Es más preocupante la dosis pequeña
de corrupción que cada uno se fragua por el estilo de vivir que ansía, y que
desea seguridad, posesión, propiedad. Pero como todo eso se ha dado como
“bueno” –aunque suponga una guerra continua y constante-… hace que el ser se
distinga, cada uno, de lo que llaman “corrupción” en los periódicos.
Y lo más grave de ese deterioro son
los sentires.
¡Ay!... y esta Creación nos dio
visiones para visionar y disfrutar de la ondulada belleza. Nos permitió
saborear los perfumes y paladear los encantos del sabor.
¡Ay!, sentires… que nos dieron la
opción de escuchar las melodías que cada uno canturreaba, o recreaba en una
ocasión…
¡Ay!... la caricia veraz –la
caricia veraz- de un contacto.
Con todo ello, se elaboraban como… ¡las
grandes puertas de comunión con el Misterio! Se elaboraba eso que se llama
¿“afecto”?, ¿“amor”?... Algo así. Y nos daban la ocasión de atraernos, de
visionarnos, de aproximarnos, de aplaudirnos, de abrazarnos, de besarnos…; de
sentirnos ¡plenos! en la medida en que nos abrazábamos a una humanidad.
Pero no. Pero ¡es bueno recordar
que eso es así!, para poderlo ‘practificar’.
Pero no, no. Cada uno empezó a
ejercitarse en su libre albedrío: “Hoy te
quiero, no te quiero, mañana sí; hoy, regular; pasado, ya veremos…; no lo sé,
tal vez, quién sabe…”. Una retahíla de indecisiones, de afectos
‘incomprometidos’, de intereses, de intercambios: “Me das, te doy…”. Lo incondicional… no aparece, o mínimamente
aparece.
¡Siempre parece haber un reclamo
por alguna esquina!, que pide su pleitesía, que exige su pernada…
Y esa situación hace que la
creencia, que se basa en el amar como el
mar, se debilite, se conturbe, se angustie. ¡Ay!...
No, no se exagera al decir que
“está todo por hacer”. Está todo por hacer en cada ama-necer, en cada nacer al
amor diario.
“Todo por hacer”.
Y con esa sensación, al comprobar
la acción, se ve que… como si no se hiciera nada.
Pero ¡ciertamente!, se puede decir
orantemente que, aquel que cree y se compromete en su amor como algo liberador –¡porque lo es!-, que asume
el mundo en su consciencia y se ejercita en cada amanecer, ciertamente “sí hace”. “Sí hace”, dentro de todo lo
que está por hacer.
Pero también es evidente que se
nota poco… y se recae mucho.
Ciertamente… ciertamente.
***