Urge hacerse excepcional
25 de diciembre de 2017
Cuando un creativo
artista imagina, piensa, está en la ocurrencia de una manifestación de ese
pensar, bien sea una pintura, un poema, un escrito, un patrón para un vestido…,
cuando lo tiene en esa consciencia, y posteriormente decide trasladarlo de
forma estructurada, de forma concreta –digamos que “material”-, si es pulcro y
obediente a su imaginación o fantasía, la resultante de ese patrón, de esa
pintura, de ese arreglo –se puede aplicar en cualquier actividad-, la
resultante es la misma que se pensó, con la diferencia de que una no estaba con-formada –entendiéndose por “forma”
ya estructuras prietas como las materiales-, y las otras, las llamadas “materiales”,
sí lo están. Pero son la misma, lo que ocurre es que han “sufrido” –entre
comillas lo de sufrir- un proceso de habilidades transformadoras que han dado
otra performance, otra característica
a lo que se imaginó, se pensó, incluso se sintió.
Esto es una
constante en la historia de la humanidad, que va desde los digamos primitivos
homínidos que decoraban sus cavernas con imágenes de caza o imágenes de
cotidianeidad, hasta los modernos cohetes que alcanzan distancias y colocan
satélites que… ¿qué más da?
Y este detalle, que
puede ser entendido, habitualmente no es sentido y, en consecuencia, la habitual
manera de concebir el estar se divide en dos partes: la parte material y la
parte no material; “no material”, que puede ser fantástica, espiritual,
anímica, almada... ¡Bueno! Tiene diferentes consideraciones.
Una es visible,
comprobable, tangible, medible, ‘pesable’... y la otra no. La otra es decible,
sentible, imaginable…
Si asumimos esta
constante a la hora de orar, el mensaje que esta oración –en términos
genéricos- nos proporciona tiene una realización, tiene una opción, una ‘posibilitancia’
de ejercitarse en el mundo
fenoménico, en el mundo material.
Y así podríamos
decir que la llamada “vía espiritual” o “vida espiritual” –como se quiera- no
está separada de la vía o vida material. Eso ha sido un secuestro para gestar
el Poder.
Y se han producido
mecanismos razonables, lógicos, llamados “inteligentes”, que han propuesto una
ruptura, un secuestro; una separación entre unos mundos y otros, para
entendernos.
Si hemos seguido la
trama de la constante, veremos que esa separación es una visión falsa de lo que
llamamos “realidad”.
Es lo mismo que
decir –en el término correcto que sería-: “Este
niño es la misma persona que este adulto”. Al decir “la misma” queremos
decir que es una transformación progresiva, pero es el mismo, visto en diferentes momentos, ángulos y perspectivas.
Esta visión orante
busca poner en evidencia al que ora, en relación a lo que escucha, en relación
a lo que entiende y comprende de la oración, para ligarlo a su hacer cotidiano,
constante, material.
En consecuencia, si
se asume esta proposición, las dificultades para unificar lo que es único van a ser menores de lo habitual. Cierto
es… cierto es que, a través de civilizaciones, culturas, costumbres… –las
religiones han colaborado muchísimo en ello- se ha hecho hincapié en esa
ruptura, en ese secuestro. Luego, la ciencia y su tecnología se han encargado
de rematar conceptos que secuestran la parte fundamental, la parte creativa, y
se ajustan únicamente a la fase de realización; y separan, ésta, de la
imaginativa, la que aún no ha tomado forma.
Y es así que el ser
vive ‘dualizado’, y tiene –dice tener- una vida espiritual y una vida material.
Y se maneja en esa
dualidad permanente, motivo por el cual nunca es un ser con-cluyente, con-fluyente,
unitario… Bascula y deambula entre la melodía y el golpe. Bascula y deambula
entre la emoción, el afecto, la atracción, el poema y… el tacto y el abrazo o
el beso.
Bien podría
acercarse esta idea a las llamadas “cárceles del alma” –que dirían los místicos-,
y es lo que en otras ocasiones se ha dicho y se dice: “el Pensar, el Sentir y el
Hacer”.
Y se hacen y se
realizan actitudes, gestos, respuestas, posiciones que demuestran lo que se
siente y lo que se piensa, pero que a la hora de justificarse se separan, se ‘dicotomizan’.
Ahí empieza la
discordia, ahí comienza la sospecha, ahí se gesta la duda, ahí comienza la
desconfianza, ahí se gesta el “no entiendo”, ahí comienza la indecisión. Y a
partir de ahí puede surgir la voz en “off”
o la voz en “on” –con mayores
decibelios y mayor contundencia-. La ruptura está hecha.
Luego vendrán las
justificaciones, las explicaciones… ¡una vez más!
Creo que todos son
conscientes de estos mecanismos “una vez
más”, con lo cual se tiene la sensación de que no se ha movido ¡nada!; que
todo sigue en la misma posición. Y, claro, así parece que todos los días son
iguales, y así la sensación es que: “¡Aquí
vamos! ¡Igual que siempre!”. Sí. Quizás, más que una sensación sea una
evidencia.
Y a pesar de las
múltiples incidencias del mensaje, de la idea, del proyecto, de la sugerencia,
de lo místico, “a pesar”... ¡eso no
pesa nada! Por eso digo “a pesar”, porque no pesa, ¡no pesa nada! Y el ser
vuelve a sus mismas tonalidades y respuestas, cuando cesan los mensajes que no
tienen cordura prieta.
“Cuando cesan los
mensajes que no tienen cordura prieta”.
Se vuelve a “la
respuesta en automático”. Y claro, así resulta, cada día, casi igual.
Y así resulta que
el ser ¡se aburre!, ¡se cansa!, ¡desiste!; coge con cierto entusiasmo alguna
vía o algún hacer, pero luego busca un cambio; cambio que no se produce, sino
que cambia de escenario, y ¡vuelta a empezar para hacer lo mismo!
Comunidades humanas
de civilizaciones adoptaron, a lo largo de la historia –igual que ésta-,
actitudes que gestaron hambre, enfermedades, trastornos… Y gestaron también
medios y recursos para paliar, mejorar, o quizás curar, tal o cual alteración.
Cuando esto estaba resuelto o mejorado, volvieron a hacer lo mismo –¡lo mismo
que hacían!- y volvieron a recaer; y así sucesivamente.
Y el que tenía
prejuicio hacia las mujeres, se enamoró un día, y aminoró su prejuicio porque
con esa mujer bien andaba, hasta que –como el prejuicio no se quitaba- al
conocerla más, se dio cuenta de que también prejuicio sobre ella habitaba. Así
que vino la ruptura, la disolución, y los prejuicios volvieron a empezar.
O los de aquella
mujer que tenía su moral especial, con la que a algunos todo toleraba –sobre
todo si eran desconocidos-, pero mantenía a raya a los conocidos, no fueran a
pensar “que”…; y cuando ya la
situación era insostenible, volvía a empezar de nuevo. Y así se encadenaban
historias repetitivas. Y aunque el cálculo de probabilidades, de posibilidades,
se encargaba de mostrar otras opciones, ¡oh!, ¡no, no, no, no!, la desconfianza
cundía; había mucha desconfianza: tal, que aquello que no se dominaba o
controlaba, no se quería.
“Desánimo”. ¡Sí!… El
desánimo cunde y llena de pánico al ser de humanidad, puesto que sus imágenes,
sus ideas, sus idílicas propuestas, las lleva ahí suspendidas en un globo…, y a
la vez lleva zapatos, calcetines, faldas y pantalones, como otra cosa, incapaz de unirlos.
Y cuando dice
unirlos, los distorsiona; y pone la cabeza en los pies, los pies en la cabeza,
las manos en las piernas… Un monstruo.
¿Tanto? Sí. Se
podría decir, en términos calmos y coloquiales, que el ser humano actual
–genéricamente hablando- es un monstruo… que posiblemente en algún momento
actúe como tal. ¡O no!: quede latente; queden latentes sus prejuicios, sus
rabias, sus odios, sus deseos, sus castigos, sus juicios…
Y así se consumen y
se consuman millones, diariamente.
Todos, todos tienen
que contar alguna traición. Todos tienen que contar algún desengaño. Todos
tienen que contar alguna gran mentira. Todos tienen que contar algún desvarío.
¿No resulta sospechoso… ¡tener tanto que contar que está oculto!?
Y, claro, así es
posible que el ser se mueva de manera engañosa y adquiera varias personalidades;
y en la labor sea de una forma, en la llamada “familia” sea de otra, ante la
intimidad sea de otra… Tantas, ¡tantas y tan diferentes!, que no cuadran, no se
engarzan.
De ahí la
disidencia, la contradicción, la fricción, el enfrentamiento. ¡Es que no puede
haber otra cosa!
Y así ocurre que
cualquier historia ¡se parece tanto a otra historia!...; cuando lo propio sería
que cualquier historia ¡fuera tan diferente a otra historia! Debe serlo, cuando
no se establece esa dualidad, cuando no se vive en esa distorsión.
Podría decirse –en
un tono más suave, quitando la monstruosidad- que se juega con trampas, con cartas
marcadas.
Cada uno tiene sus
trampas, claro. Y cada uno con naturalidad las niega. Hay excepciones, ¡oh, sí!
Sí… Muy pocas, sí. Sí, sí. Pero las hay. Eso quizás salve el que se pueda
seguir orando, en base a que una gota de virtud puede disolver un océano de
maldad.
Pero también en
base a esa proporción, el Sentido Orante se establece ante esa llamada que nos
hace la Creación desde su Misterio, para darnos pistas, darnos sugerencias, ¡darnos
orientaciones que podamos ejercitar! O, al menos, incorporar la idea para que
fructifique en la realización, si es que tiene que realizarse. Evitar la
fractura, evitar esa separación entre eso que se llama “espiritual” y eso que
se llama “material”.
Des-anima, al menos
un poco, el perseverar en el contenido del alma, en su residencia con el
espíritu, porque pareciera que se hablara en lenguajes extraños en los que, el
que aguarda con su flecha material, dispara ante cualquier opción y
posibilidad.
Siempre habrá
razones que destrocen ilusiones. Siempre habrá motivos y justificaciones para
acabar con emociones, ¿verdad? Siempre se encontrará una explicación para una
decisión que duela, porque el dolor y el duelo se hacen materiales, y entonces
dan la sensación de dominio y poder... ¿verdad?
Pero habitualmente
no se llega a esa consciencia, sino que el ser queda gratificado con su
posición preponderante, prepotente y decidida, de establecer una línea y una
vía en la que... “¡Bueno, sí, pero… no!”.
¡Qué pena de
recuerdos gratos! Cuando se llevan a la práctica, ya no tienen la influencia
que tenían. Y un ser es capaz de vivir años y años en una fantasía… y en pocos
meses destrozarla y convertirla en una grata amistad.
¡Qué frío hielo! ¡Qué
forma tan conmovedora de apagar la lámpara!... Alumbraba y alumbraba, pero la
mano y el golpe la desafiaron… y sólo queda, de ella, una cada vez más lejana
imagen de un tenue humo, que es como anunciar que “hubo”…
Se suele decir que “todo
tiene arreglo”, ¿verdad? Seguramente sí, pero… ¿se quiere arreglar? ¿O se
quiere arreglar con una varita mágica que lo venga a solucionar? Pero ¿hay
propuestas vivificantes personales dispuestas a cambiar?, ¿o ya está todo prejuzgado,
juzgado y condenado? Pero se hace el disimulo de que no hay nada arreglado. Y
tan solo hay un trasiego de intereses. ¡Voilá!
El Sentido Orante
nos muestra, hoy, una faceta transcendental, como es esa vivencia dual ¡que no
se corresponde con la íntima realidad! Y que ¡urge!, porque la excepcionalidad
aún existe, urge hacerse excepcional. Urge promoverse en la virtud.
Es una necesidad de
supervivencia. De sobrevivir… a ese crash
emocional, sentimental, vibracional.
No, no. No hay
drama ni tragedia, hay evidencias… que llaman a nuestras puertas para que
abramos, abramos las ventanas y las puertas para que el Aliento Creador ventile
los estancados presupuestos… y surjan los verdaderos eventos, sean cuales sean
sus consecuencias; si no, ¡bueno!... ¡todo seguirá igual!
Y parece que es tan
importante que todo siga igual, que se defiende ¡para no perderlo!
- ¡Guau!... Pero ¿eso es un tesoro o un residuo?
- Es un residuo
- ¡Ah!, ¿no es un tesoro?
- No. Porque si fuera un tesoro sería lógico el
defenderlo, no perderlo…
Solo lo excepcional
aguarda seguir el verdadero sentido.
Perder ese tren,
ciertamente es… un suicidio.
Ganar y defender la
vulgaridad… es un martirio.
La luz nos vuelve a
brindar… “nacer de nuevo al Amor”: “Ama-necer”…
Puede ser una
jornada “im-perdible”.
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