Confianza, desconfianza, temor
17 de julio de 2017
La confianza se hace escasa. La
desconfianza crece. Y el temor, rodea.
Son una característica, estos tres
vaivenes, que cortejan casi a diario el sentir y la mentalidad de cualquier
convivencia.
El Sentido Orante resalta esta
situación; porque, en la medida en que la confianza es… mínima, la desconfianza
crece y el temor rodea, la inestabilidad, la tristeza y el desespero se
incrementan. Y en consecuencia, la convivencia consigo mismo y con el entorno se
hace cada vez más difícil.
¡Y algo más!: la creencia… la
creencia en nuestras capacidades, la creencia en los recursos de la vida, la
creencia en las raíces de la existencia… se hacen temblorosas y esquivas.
Y así, al materializar y al
estructurar todo lo que ocurre, y tenerlo tan claro, la creencia, que es
misterio y es infinitud, se diluye.
El imperio de la razón, como
sustento, se apodera.
Y orar se hace como… como un
invento que se oye pero no se escucha; se entiende pero no se siente.
Y consecuentemente, el imperio
razonable se hace inamovible.
En la confianza, con la creencia
gravitando sobre ella, el ser –como las criaturas, los infantes-, sin
consciencia de peligro y con asombrosa curiosidad, se mueve –y así se mueve la
confianza- bajo la tutela de la creencia. No depara en el hecho concreto en sí;
lo disuelve para confiar en el acontecer global, en el sucederse amplificado.
En la desconfianza, no hay
posibilidad de fiarse. Quizás el… “hola”,
“adiós”, “hasta luego”, “qué tal”,
“cómo estás”… Más allá es una
temeridad.
Al desconfiar de manera
sistemática, el ser pierde cualquier tipo de asidero. No tiene suelo que
resista ni referencia que le soporte.
La defensa, con o sin ataque, es el
único argumento; lo cual hace que el ser sea, constantemente, potencialmente…
violento.
Desconfía, no se fía, no hay
referencias. Hay defensa, con razón o sin razón; compulsiva defensa que se hace
potencialmente violenta.
Y así nos podemos explicar
claramente ciertas respuestas, ciertas actitudes, ciertos comportamientos… en cualquier
encuentro social: desde amistades hasta instituciones. Cada uno va preparado
con su potencial violencia, ante la desconfianza que siente por el que pregunta,
por el que busca, por el que necesita…
El temor –ese disimulado miedo-
late con insistencia, ¡siempre con augurios de destrozos, roturas, dolores…!
Temer, ya en sí es un dolor potencial capaz de disparar cualquier reacción. Y
así, si la desconfianza era un potencial dispuesto a la violencia, el temor –a diferencia
de esa violencia- ¡no conoce fronteras! ¡No está bajo control!...
“Temo
que…”. “Me temo que…”.
Siempre encontrará motivos para
infiltrarse, y poder –¡en cualquier momento!- ¡dar la sorpresa!; que luego
tendrá que argumentar y estructurar y elaborar, y crear una historia ficticia…
que finalmente se la creerá.
El credo queda, ahí, reducido a la
consciencia razonable, medible, valorable…
Para nada entra un recuerdo grato, un
momento divertido, un instante gracioso. ¡No!
Es sorprendente la claridad… “Es
sorprendente la claridad” con la que se vive la desconfianza, el temor…; con
qué certeza se argumenta.
Claro está: ante la creencia de
creer, hay una distancia enorme. Y la oración insiste en ese intervalo, para que
la desconfianza, para que el temor… se disuelvan, y el ser se sienta –de “sentirse”-, sin especularse con razones
sentimentales.
Las razones sentimentales son las
peores justificaciones que se hace el egocentrismo personal.
¡Si son razones, no admiten sentir!
¡Es una forma ególatra de
inteligencia! –¿inteligencia?-; de borrar sentires a través de la escoba
rasposa o la lija de la razón.
“¡Por
razones sentimentales, maté el beso, el abrazo, el piropo, la atracción, la
convivencia!…”
¿Cómo es posible? ¡Cómo es posible!...
Pero ahí están, y cabalgan como
victoriosas.
Victorias que pronto… languidecerán.
Y no habrá razones que las sustenten. Sólo penas que las acompañen.
Si en el vivir de la creencia –¡por
el hecho de creer en nuestra vinculación creativa, creadora, Divina!- se
sustenta nuestra vida, con ello, la desconfianza,
el temor… no tienen cabida; y sí, la confianza y la colaboración comprometida…
se encuentran vinculadas a esa creencia.
Pero sigue… –pero insiste la oración-
pero sigue el ser, con su confianza inteligente, persistiendo en sus delirios;
¡que no son delirios creyentes!... de comunicaciones extraordinarias. No, no. ¡Son
delirios hirientes!… de la contención que supone desconfiar y temer, y creer en
razones que hacen, de sus historias, historiadores de la propia existencia.
¡Falso!
Inútil labranza… la del que ara
distraído… y desconfiado del arado.
Desconfiado de sus semillas, con
temor mirará… la lluvia o el secano.
Y sin creencia, se acercará a la
recolección, y el grano será pobre, débil…
Se llenará de desespero, de
desconsuelo… ¡y reclamará, a la Gran Creencia, su fracaso! Aunque nunca la tuvo
en cuenta.
La alianza creyente… desde lo
infinito hasta el presente; el Misterio que nos cuida, que nos adorna… son los
recursos que pueden disolver la desconfianza –hoy, que parece que la confianza
es un delito-; son los recursos que pueden diluir… la potencial violencia –que
parece que es una obligada defensa-; son los recursos que pueden ahuyentar el
temor: ese fantasma escapado del miedo, que tibiamente se rezuma… en cada
acción o en cada adulación o en cada convivencia.
“Esssss”…
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