Gracias
5 de
diciembre de 2016
Si evaluamos los aconteceres “favorables”…
y los desfavorables, que acontecen, sin lugar a dudas que los favorables son
mayores; mayores en número, en significado, en cualidad…
Ahora bien, la incidencia de los
aconteceres negativos o inapropiados tiene más relevancia anímica, más
relevancia mental… quizá por la fragilidad de la especie –y, en consecuencia,
encontrarse sin recursos o con torpes recursos ante situaciones dolorosas o sufrientes-.
Recientemente se hacía referencia a
“Thanksgiving”, “Día de Acción –“acción”, “acción”- de Gracias”.
Quizás la palabra “gracias” sea una
de las más empleadas en el mundo, por cualquier grupo social o cultural. Y la
mayoría de las veces es empleada como tal, es decir, una manera de reconocer la
atención, la ayuda, la relación, etcétera, que ha ocurrido por alguna
circunstancia.
En ese sentido, debemos recordar
los aconteceres –para cada uno- “buenos” que han sucedido en un determinado periodo
de tiempo. Y al decir esto, hacemos referencia a que tengamos cuidado de no
atribuirlos –al menos exclusivamente- a nuestro buen hacer, sino que sería
fácil descubrir que los movimientos misteriosos de la vida han hecho posible
que cada uno, en su misterio, recibiera, recogiera… bondades, beneficios,
alegrías…
Y por ello –por ello- dar gracias. “Gracias”,
a ese Misterio que se resalta en el sentido orante. “Gracias”, a esa carambola
que… por esto, por aquello, por lo otro –a veces podemos seguirle la pista-,
vemos que, sin nosotros participar activamente, nos llama a la puerta o nos
llega… lo que consideramos o sentimos bueno o bondadoso. ¡Sí, sí!, también
llega lo malo, ¡claro!, pero… en la medida –y esto ya lo sabemos desde el punto
de vista convivencial y hasta científico- en la medida en que hacemos presente lo bueno, lo bondadoso, de una
manera asidua, la calidad del vivir mejora.
Podríamos hasta recordar un
reciente trabajo científico en el que se demostraba, en un número suficiente,
que aquellas personas que gozaban de un optimismo… “vital” –llamémoslo así-,
tenían mucho menos riesgo de padecer ataques cardiacos. En cambio, aquellos que
estaban en continuo debate de queja y de mal humor, tenían significativamente
más incidencia de ataques cardiacos.
El trabajo no concluía con nada;
simplemente ponía en evidencia que los de buen humor vivían más y mejor que los
de mal humor. Punto.
O sea que… hasta los niveles más
concretos y materiales se expresan de manera contundente a la hora de asumir,
lo bondadoso, como hábito, como perla preciosa; y, en consecuencia, mirar y ver… lo que sucede, con ese prisma, con
esa actitud.
Estamos haciendo una prevención de
nuestra calidad de vivir.
Porque también, evidentemente, aquel
que sistemáticamente y diariamente nada en la amargura, en la contradicción, en
la pelea, en la duda… ya, estando en esa estancia, su calidad de vivir es la
guerra, únicamente. Y por mucho que guste –por pequeñas victorias-, más es el
drama del dolor que da.
Reconocer las gracias, como dos
aspectos:
Uno, esa confabulación misteriosa
que hace que descubramos, que algo se celebre, que algo nos produzca gozo… –y
un largo etcétera que podríamos llamar “beneficioso”-.
Un “gracias”… al Misterio de la
vida. Un “gracias” místico…
Pero hay que tener –y éste es un aspecto
más complejo de asumir-, para dar esas gracias que acabamos de describir –al Misterio
de la vida, a la Misteriosa Creación, sería lo más adecuado-… necesito, necesita
cada ser, tener –y tienen todos- receptores capaces de darse cuenta de esos
hechos que transcurren; es decir, las gracias que cada uno tiene.
Aquí, el término “gracias” obedece
a otro significado. Y es aquél, según el cual, las gracias que cada uno tiene
son las virtudes que, puestas en
ejercicio, dan satisfacciones.
“Son las virtudes que, puestas en
ejercicio, dan satisfacciones”. “Gracias”. Más próximo a lo gracioso, a lo
grácil, a lo elegante.
¿Y de dónde procede esa gracia que cada
uno tiene?
Sí. Sin duda participan la
genética, la epigenética, el entorno social, los estudios… Sí, sí. E incluso
podemos acrecentarla y cultivarla, al menos aparentemente. Pero igual que nos
resultan un misterio esas carambolas, para que lleguen a beneficiarnos –y dar
gracias por ese acontecer-, de la misma manera, la gracia que cada uno tiene en
su sonrisa, en su cuerpo, en su expresión, en su manera de ser… es un “don” que
la Fuerza Creadora otorga a cada ser para que pueda cumplir el sentido de su
presencia en vida, aquí.
Esas gracias son la expresión de
esos dones, de esas dádivas que necesitamos, de esas potencialidades que cada
cual tiene para configurar lo que luego llamamos “carácter” o “forma de ser” o
“manera de ser”…
Y si nos prestamos a asumir y a
aceptar esas gracias, y dar las gracias, estaremos en condiciones de contemplar,
las gracias de cada uno, como un agradecimiento… que “nos hacía falta” vivirlo,
sentirlo, para que luego sucediera… otra cosa.
Porque, en la medida en que reconocemos
“la gracia de”, no significa que tengamos que enredarnos en un corpúsculo y
perdamos la perspectiva de universalidad. No.
La gracia que alguien nos muestre
puede ser –¡claro que lo es!-, a veces, la gracia del desagrado, de la
incomodidad; en cuyo caso, hará que nuestras gracias tengan que responder sin enfrentarse,
sin violentarse, pero sí sabiendo mantener… –cuidado, ¿eh?- “sabiendo mantener”
la posición que cada gracia otorga a cada ser. E, indudablemente, hacer ese
esfuerzo de relación, de compartir....
Es como –a veces- una buena
despedida: “¡Gracias! Gracias por todo.
Gracias por…”. Y: “Hasta luego” o
“Hasta siempre”…
No existen los esclavos, en las
gracias.
Las gracias son liberadoras.
Y si contemplamos en gran dimensión
los motivos de “gracias” que tenemos que dar, contando con el receptor adecuado,
que son nuestras gracias –que nos han dado por vivir-, ¿dónde… dónde están las
desgracias?
Quizás no existan, y sean… esa
incidencia mayor que nos dan los aconteceres que no nos agradan, que no nos
gustan, que no nos atraen, y que muestran nuestra fragilidad y nuestra
incapacidad “para”… pero que son producidos por el hacer desafortunado de
nuestra forma de vivir –salvo las catástrofes naturales, que no nos
atreveríamos a llamarlas “catástrofes”-. Pero sí, los aconteceres que –de
nuevo- por el estilo y la manera de plantear el vivir, nos hacen sucumbir.
Y si se empeñan en colocar Silicon
Valley en la falla de San Andrés, a sabiendas de que en cualquier momento se
puede romper, ya es que usted se empeña en otro drama, pero usted ya sabía que
ahí se corría un grave riesgo. Por ejemplo.
Pero el desafío debido a la
egolatría y la soberbia del hombre… parece no tener fin.
Así que podríamos decir, desde el
sentido orante, que “las desgracias” son la falta de adecuación entre las
gracias que cada uno tiene, y las gracias que ha de dar por… el acontecer
bondadoso que recibe.
Cuando esa comunión no se produce,
y el ser “se arroga” las bendiciones que recibe –en base a su… esfuerzo, trabajo, dedicación, etcétera-, es cuando surge la
desgracia.
Si sabemos que producimos alimentos
en demasía y demasía y demasía, cultivando una tercera parte de lo cultivable,
y hay hambre y necesidad en desespero… Y, claro, al contemplarlo decimos: “Es una desgracia”. Pero, ¿quién ha
creado esa desgracia?
Han sido los seres que se han
convertido en idólatras, absorbentes y poderosos, los que han hecho el
desequilibrio de balanza.
Y, ¡ojo!, hay que contemplarlo,
bajo el sentido orante, como “parte de”… esa permisividad del Misterio Creador.
Pero si reconozco mis gracias… por
la vida, si doy las gracias por lo que me otorgan, y si puedo analizar –lo cual
no es difícil- lo que llaman “desgracias”, estaré en condiciones de contribuir,
de participar y ejercitarme, en mi pequeñez, con las gracias y las “gracias”, y
reconocer que esas desgracias forman parte de un Misterio –también Creador-
que, en su más aún misteriosa permisividad, ocurre…
Pero también, bajo el sentido
orante, reconocer que si asumimos nuestras gracias, y la gracia a dar –“y la
gracia a dar”-, seguramente, o ¡seguro!... que desaparecerían las desgracias. Esto,
visto bajo la óptica global.
¡Saber... que no son necesarias las
desgracias! Que no son castigos, ni dolores “necesarios para”…, sino que seguramente
–seguro- son producto de una falta de asimilación de mis propias gracias, y de
las gracias que he de dar.
Sin duda, es un proceso a recorrer,
a vivir, a descubrir.
Sin duda, es un camino a percibir.
Tenemos un compromiso ético,
estético, de belleza, a realizar… en la sintonía de las gracias que nos han
otorgado y las gracias que debemos dar. Y decimos “ético, estético y de
belleza”, porque esa sintonía nos permite darnos cuenta de que no hay desgracias
creativas, que no hay desgracias producto de la Misteriosa Creación; que sí hay
–al menos bajo la óptica que podemos percibir- una permisividad de Misterio
para que la desgracia alcance, a veces, proporciones desorbitantes, como si quisiera
borrar cualquier gracia y cualquier agradecimiento.
Pero si aplicamos la ética y la
estética… de la belleza, en todo su esplendor, estamos en condiciones de
ejercitarnos como “gracias”, y no hay lugar a las desgracias.
Y no hay lugar a las desgracias, en
base a un ejercicio continuado de las gracias.
Convertir las desgracias en “des
gracias”: que des tu gracia; que ofrezcas tu gracia. Una conversión de tiempo,
espacio y ritmo; ética, estética y belleza.
“Des gracias”.
En cambio, si te precipitas, haces “desgracias”.
Si reniegas de tus gracias, haces desgracias.
Si asumes las gracias ajenas, las
propias, y las gracias que evidentemente se han de dar, los capítulos
desgraciados se hacen menores; sus proporciones e incidencias, aún menor. Pero
si confiamos exclusivamente en la egolatría y la idolatría propias, cualquier
acontecer se hace desgraciado… y nos muestra cuán frágil es la vida bajo la
idolatría propia, bajo el egoísmo. Sólo subsiste con la esclavitud. “Subsiste”.
En cambio, cuando libertariamente
nos planteamos las gracias, Existencia y Vida se funden, y no hay nada que
temer. Sólo, crear; sólo ‘creativizar’ el día a día.
Gracias hay ¡suficientes!... para
estar agraciados, para ser agraciados, para sentirse premiados.
Actuar en consecuencia, con las
gracias que se tienen y las gracias que se han de dar, es ahuyentar la
importancia personal, el egoísmo, la disputa, el enfrentamiento, los
encasillamientos…
¡Ser liberadores mutuos!... en
ejercicio libertario continuo.
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