jueves

Lema orante semanal

EXPLICACIONES. EXIGENCIAS. EXPLOSIONES.
23 de mayo de 2011

Explicaciones, exigencias y explosiones, son tres aspectos que bien podrían ser orientados desde el sentido orante.
Cada ser precisa, busca, o simplemente descubre, una explicación que le permita entender situaciones, acontecimientos, sucesos…
Aunque, a lo largo del vivir, el ser se vaya encontrando con numerosos momentos en los que no tiene explicación.
Tiene diversas interpretaciones, ¡pero una explicación que aclare…! Probablemente, si esto no se produce es porque… la información que se tiene no es del todo la más adecuada. ¡O está deformada! O –también- se desconoce… se desconocen factores que pueden incidir en una explicación.
De hecho, podemos ver que, a lo largo de la historia, determinadas explicaciones que había, a propósito del mundo, de la moral, de la justicia, de las normas, de las costumbres… han ido cambiando –¡o cambian!- porque el hombre ha ido descubriendo factores, incidencias, que le hacen modificar.
Así que podríamos decir que… –por hacer una breve referencia a la oración de ayer- que –a veces- hay explicaciones radicales, hay explicaciones relativas, y hay explicaciones absolutas. Se baten, se les echa un poquito de aguardiente –para no obsesionarse con ello-, y sale una explicación más o menos aceptable.
Las explicaciones suelen vencer… o convencer. En cualquiera de los dos casos –visto bajo esa óptica- es una guerra: me vence; me “con-vence”. Hay un vencido.
Sería bueno –nos sugiere la oración- buscar alguna manera en la que… nos demos explicaciones, nos den explicaciones, ¡demos explicaciones!, que no pretendan vencer ni convencer sino simplemente… aclarar. Como cuando se aclara un lavado; como cuando se aclara un agua estancada; como cuando se aclara un líquido o sustancia ¡espesa y densa!
Cierto es que, en la medida en que el ser se explica “por qué tal”, “por qué cual”, en esa medida… también va a exigir.

¡Y claro!, al exigir… uno, a éste… éste, al otro… aquéllos, a éstos… éstos, a los otros… no es raro que, cuando te exigen, puedas sentirte ¡incómodo! ¡También puede ser que te sientas motivado!, pero también puede ser que explotes: ¡pum!
Hay varios tipos de explosión: dirigidas; teledirigidas; explosiones antipersonas, en minas, en mares, en pensamientos, en palabras, en obras… El caso es que, cuando, cuando, cuando… –y la oración aquí nos ilumina- cuando la explicación y la exigencia no se cohabitan adecuadamente, es posible que surja una explosión. ¡Pum!
Hay veces –incluso- que el sujeto se llena de explosivos, y no solamente explota él sino que hace explotar a otros. ¡Sin preguntarles!
-¡Ha explotao! ¡Ha explotao!
¡Claro!, cuando algo explota, pues es… –y eso justifica muchas explosiones- es una respuesta semejante –se diría- al Big-Bang. ¡Big-Bang! ¡Big-Bang!
Entonces se diría que está justificado explotar, porque… “Estoy de acuerdo con la teoría del universo. Entonces, exploto ante una explicación y una exigencia que se me da, y tengo todo mi derecho a explotar”.
Por ejemplo –vamos a poner un ejemplo actual-, hay un grupo de personas –cada vez más numeroso- de la red, que se están acampando, se están manifestando en diferentes ciudades, como ya ocurrió en el norte de África. Pues el ensayo ahora se está extendiendo desde el 15 de Mayo –estamos en Mayo, recuerden: el mes de María; el mes de las flores-. Bueno, pues se reúnen y se juntan y… ¡para pedir explicaciones de por qué! –“por qué mamá mató al pregonero”, por ejemplo-. Por qué hay cinco millones de parados, por qué vamos a la deriva, por qué hay tanta violencia, por qué hay esa actitud racista hacia la inmigración –que nos es imprescindible-. Por qué, y por qué, y por qué. Explicaciones.
No hay respuesta. Y de las explicaciones se pasa a las exigencias:
“De aquí no nos movemos hasta que no nos traigan el lacón con grelos” –por ejemplo-.
Y que, como de cada dos jóvenes, uno está parado, pues… en vez de estar parado en tu casa o en cualquier sitio, ¡pues te vas a la acampada!, ¿no?, y ahí te encuentras con… con más gentes, y charlas, cambiáis cromos, botellas de agua, bocadillos…
¡Y es entonces cuando aparece una respuesta!, ¿no? Y dicen:
-De manaña a pasa’o, todo el mundo se tiene que ir a su casa –dice el gobierno-.
¡Ah! A todo esto, montones de policías –para asustar un poco- invitando a las gentes a que se vayan a sus casas a descansar, que ya es muy tarde. ¡Y no, pues todos se quedan!…
Entonces, han dicho:
-Tienen que desalojar todo esto –porque esto interfiere e interrumpe las votaciones del próximo 22 de este mes- de sábado a domingo, ¡pues!
Y aquí viene la exigencia. Pero detrás de esta exigencia puede haber una explosión, porque los acampados han dicho “que verdes las han segado”; que ellos de allí no se mueven. Y no es fácil moverlos, ¿eh?, porque son muchos y están muy juntos. No es cuestión de meter un caterpillar y sacarlos, no. No es tan fácil, ¿eh?
Entonces, fíjense bien. En otros países, lo que ha pasado es que ha entrado la cosa ésta de seguridad… –¡eso!: “los cuerpos de seguridad del estado”-. Y ha entrado a la plaza y ha dicho: “Esta plaza es mía”. Y lo ha hecho… explotando.
Hay una pregunta inquietante en este momento:Pacífico dandi, bambi, ¿arremeterá violentamente contra los acampados en más de cincuenta ciudades de España? A las que se han sumado ya, Italia, Bélgica, Holanda… –en fin, algunos otros países interesantes de Europa-.
¿Intervendrán para mostrar el poder del Estado? ¿Habrá explosiones? ¿Explotará la situación?
¿Podría ser –imagínense, también; esto es mucho imaginar, ¿eh?, pero-… que explotara la situación en sentido contrario? Es decir, que el gobierno diga:
-¡Pues yo así no juego! Yo dimito. Yo me voy a mi casa. Yo me voy a León. Yo me voy a Huelva. Yo me voy a la Villa de Ares. Yo me voy a Pontevedra… ¡Yo me voy a mi casa! ¡Yo así no juego!
Y que eso lo haga también la oposición:
-¡Pues yo tampoco me hago cargo de esto!
Y el rey emigre a Haití para ayudar a los haitianos… Con la reina, ¿eh? Que se la lleve también.
Y entonces, los acampados, pues… –que ya tienen papeles y escritos y tal- empiecen a hacerse cargo de la organización.
¿Sabían ustedes que hay un país que se llama Bélgica, que lleva un año sin gobierno, y funciona? ¡Y funciona! Quiero decir… ¡que funciona! Pero, eso sí, no están de acuerdo.
¡Miren por dónde!, el no estar de acuerdo ha llevado a un desacuerdo… que ha producido un gran acuerdo. Y alguno que otro se fija, y mira y ve y dice:
-Oye, pues… ¡podríamos vivir sin esto! ¡Mira, se puede!
-¿Y qué pasa?
-No… ¡no pasa nada!
Quiero decir, pues tú tienes que seguir sacando muelas, yo sacando brillo, el otro cantando, el otro… Pues ya cada uno sabe si debe ser mafioso o no… El policía, pues seguirá siendo policía. Y el herrero seguirá con la cuchara de palo.
Es curioso, ¿no? Lo que parecía imprescindible, resulta que no lo es; lo que parecía –“parecía”, “parecía”-… resulta que no, no, no.
Resulta, en consecuencia –y así dejamos en suspense “el desenlace de la Puerta del Sol”, así le llaman ya-…
La Puerta del Sol es una puerta que hay en la capital del reino de España, que es Madrid. Es un pueblo grande que hace de todo: chorizos, coches, cerveza, material de oficina… y patatas fritas.
Y entonces, tiene una puerta –grande, ¿eh?; una puerta grande- por donde se dice que entra el sol, y sale. O sea, por donde se empieza. Es “el kilómetro cero”. A partir de ahí se cuentan el resto de kilómetros, que se extienden –como radios de una rueda de bicicleta- hasta los límites del reino.
Esto es simplemente una explicación para los colegas extranjeros, que dirán:
-Y esto de “la Puerta del Sol”, ¿qué es?
-¡Pues eso!
O sea que, como ven, la explicación, la exigencia –de parte de unos y otros- y la explosión, están todas muy cerca. Y como ven, podemos aplicarlo –este módulo que trata de aclarar y de iluminar la oración- a cualquier situación.
En una familia, puede haber alguien que explique algo, pero hay alguien que exige algo; y, de repente, el niño explota –o el padre explota, o la madre explota- porque no le satisface la explicación o porque le resulta una exigencia inadmisible.

Esos cambios a través de la historia, que explican esto o aquello, indudablemente confunden un poco; porque antes la explicación era ésta, ahora es la otra...
La exigencia, por ejemplo…
Fíjense en otro ejemplo cortito, muy cortito, muy cortito: la canciller alemana, Angela Merkel, dice que hay países que tienen muchos días de vacaciones.
¿Saben cuál es el país que tiene más vacaciones, de Europa? ¡Lituania! ¡Cuarenta y un días festivos!, contando las vacaciones oficiales y los días festivos. En cambio, Alemania solamente tiene treinta. Y Angela Merkel ha dicho que eso es un despilfarro. Hay que reducir –según la comunidad europea- los días festivos. ¿Cómo se puede dejar de trabajar cuarenta y un días, en trescientos sesenta y cinco?
De momento no ha habido explosión, ni nadie ha quitado ninguna fiesta, pero ella quiere quitar fiestas de la propia de Alemania, para producir más, para ganar más, para tener más.
Exige. Sí. Porque, ahora, gracias –dice- a las exigencias, las cosas van mucho mejor –por lo menos en Alemania, sí-. Y entonces, la culpa ahora la tienen los días festivos. ¡Fíjate tú! ¡Fíjate tú lo que son cuarenta… –ya desde el punto de vista gitano- cuarenta y un días de fiesta, por trescientos sesenta… –¡bueno, hay que rebajarle!- trescientos días –vamos a poner- de trabajo. ¡Es una barbaridad!... Es una desproporción. ¡Eso no es democrático! Tendría que haber igualdad. ¿No es la cosa de la democracia, la igualdad? Pues igual número de fiestas que igual número de trabajar.
Exige –cada parcela de poder- su cuota, bajo unas explicaciones; como nos exigen que nos levantemos a tal hora, sin ser la hora que se correspondería según el sistema que hay –solar-. ¡Pero nos exigen!, para que gastemos menos, seamos más buenos, tengamos menos coitos, soñemos más o… ¿o qué?
Lo explican de alguna forma que nadie lo entienda, para que así sea difícil explotar; porque… porque es más fácil explotar cuando lo entiendes y ves que la exigencia es desproporcionada: entonces tienes la fuerza de la sinrazón; la fuerza de tu explicación.
A todo esto, ¡por supuesto!, hay… –¡ay, ay, ay, ay!-… hay fragmentos infiltrados en las explicaciones, en las exigencias y en las explosiones, que favorecen que esos procesos no sean procesos naturales, evolutivos, necesarios, sino que sean procesos manipulados.
La mentira es uno de los principales ingredientes para explicar determinadas cosas, para exigir otras, y para provocar explosiones.

Se explicó que un país tenía armas de destrucción masiva; se exigió que toda la comunidad internacional se las quitara –al que las tenía- porque era un peligro público. Se le invadió. Se le conquistó. ¡Se le arrasó! Se le sigue humillando. Claro: y explotó.
¿Ven? El modelo se puede llevar ¡a cualquier sitio!
Entre exigencias y explicaciones –en ese ejemplo, como saben- existió una gran mentira. ¡Grande! Había que justificar la exigencia de invadir, y se creó la gran mentira de las armas de destrucción masiva. No había tales armas. Aún no las han encontrado, ni las encontrarán.
Entonces, esos pequeños elementos –como la mentira, como la justificación, como la falta de fe; como la fidelidad, como la obediencia-, ¡son pequeños elementos que colaboran a que las explicaciones no sean claras!, las justificaciones y las exigencias –sobre todo- sean poco necesarias o poco evidentes, y faciliten que cada cual explote.
“Y exploto porque no tengo fe; y exploto porque no sé obedecer; y exploto porque no me gusta esto; y exploto porque, con una pequeña mentira, podría salir beneficiado”.

Y se puede llegar a convertir –como vemos- esta comunidad humana, ¡incapaz de convivir!... se puede convertir en un polvorín. Si somos exigentes a la hora de preguntarnos, “ya es un polvorín”.
Y cuando se crearon las creaciones de los creadores, de los no creadores, de los evolucionistas, de los estallidos, de los petardos… –de todo eso-, ¿la idea era que la vida fuera un polvorín, y que estuviera estallando continuamente… en trozos de carne, de linfa, de sangre, de hueso, de cartílago, de vértebra, de “pleistoceno”, de…? ¿Era eso lo previsto? ¿Definitivamente sí –a este paso-, el año que viene se acaba el mundo?
¡Vamos a ver! ¡Para dejarlo claro! ¿Dios da explicaciones? –para que luego no digan que en la oración no me pongo serio-. ¿Dios da explicaciones? ¿A alguno de ustedes le ha dado Dios alguna explicación? ¡No! ¡No!
¿Dios les exige que se levanten a las seis de la mañana, y que estén cantando, y que a las siete esté aquí todo el mundo?
No.
¿Dios explota?
Pues, así, a simple vista, no. Puede ser que esté explotando por ahí, pero así, a simple vista... ¡Hombre! A no ser que lo compares con… o que digas que Dios es un volcán o cosas parecidas, pues…
¿A ver si no existe? Y por eso no explota, y por eso no explica, y por eso no exige.
Ya; pero nosotros, que estamos ahora orando, se supone que creemos que existe. “Se supone”, ¿eh? Porque hay momentos en que hay lagunas gnósticas o… o gastronómicas, que no permiten pensar bien.

Y podríamos –y podemos- permitirnos el lujo, en oración, de cambiar, la explicación, por el sentir; cambiar –como un juego de niños- la exigencia, por el compromiso; cambiar, la explosión, por el humor.
¡Voila! Humor, compromiso, sentimientos… –“sentires”, para que no se cuele ninguna mentira-.
Compromiso, para dar testimonio ¡de lo que siento!
Y humor. Humor, como expresión de juego, de imprevisibilidad, de inesperabilidad.
¡Y no necesitamos explotar! ¡Ni exigirnos! ¡Ni una explicación! ¡Necesitamos sentirnos!, ¡comprometernos!, “¡humorizarnos!”… para desterrar los malos entendidos, que son pequeñas explosiones; para desterrar las frases hirientes, que son exigentes; para quitar las explicaciones justificativas, que tan sólo son propuestas egoístas.
Es posible, es realizable, es mínimamente esperanzador, contar con la pizca de amor, para sentirme; contar con la pizca de esperanza, para comprometerme; contar con la pizca de juego, para humorizarme. ¡No es misión imposible!
Es misión, ciertamente, en el sentido orante… que no se queda en el instante, sino que trascurre –¡ha de transcurrir, porque ésa es su función!- en el vivir cotidiano de cada uno.
Es el sentido orante el que nos da el impulso para permitir esa “con-vivencia” ¡de una pizca de amor!, ¡de una pizca de esperanza!, ¡de una pizca de humor!, que le dé, al guiso de la vida, ese sabor a paraíso, ese sabor a alegría, ese sabor contemplativo, ese sabor discursivo, fluido; ese sabor de belleza; ¡ese sabor de arte!; ese sabor ¡de entusiasmo!; ese sabor de ¡sentirte!; ¡sentirnos!...
Y en ese ejercicio –¡en ese ejercicio de sentirse!, ¡sentirnos!-, se vayan disolviendo las exigencias, las explicaciones, las explosiones, las mentiras, las arrogancias, las soberbias, las vanidades...
¡Basta ya de vulgaridades!
Es demasiado hermosa la vida, demasiado bello el universo, exuberantemente amoroso el sentir, como para permitir vulgarizarlo… ¡con un egoísmo, con un partidismo, con una maniobra!...

La bruma de lo Divino nos deja traducir la bondad, la virtud, ¡el servir y el entregar!... como condiciones para vibrar en esas majestuosas noches de estrellas. ¡Ahí dentro estamos!
“Ahí dentro… estamos”.