domingo

Lema orante semanal

Valor, valores, valientes, bandolores, bandidos, bandas, banderas, banderitas, bandarrias.
28 de marzo de 2011

A lo largo de distintos momentos, “por supervivencia”, el hombre, la mujer, los niños, los ancianos… tenían que ser –a veces- valientes.
Puede ser que se entienda lo que significa “valiente”, o no. Hoy, en el siglo XXI, los valientes pueden ser lo que hace un siglo eran los cobardes. Así que lo dejamos en una incógnita. Eran o había valientes. Sic. Buscar diccionario. Pero tenía que ver con la actitud, la posición, la ¡decisión!... de mantenerse y de preservarse como una identidad.
Las organizaciones de las comunidades humanas hicieron surgir los valores, hasta llegar a los valores de bolsa; pero eso ya sería una derivación –importante, sin duda, hoy, en el XXI-. Pero, antes –“antes”-, el valor de la amistad, el valor social del regalo, el valor de los principios generales de la quietud o del movimiento, los valores patrios, los valores de la familia, los valores del instituto, los valores de la moral y de las buenas costumbres, los valores religiosos, los valores espirituales… “bai… ba-bai”… Y ya, los valores de dinerillos, de…
Los valientes surgieron con sus valores… del grupo al que pertenecían, de la comunidad en la que estaban. Y eran “valientes”; defendían sus valores. Y hacían “Las Cruzadas” –por ejemplo-, buscaban el Santo Grial –por ejemplo- o desarrollaban la raza pura, creaban los purasangres, hacían hipódromos… –¡yo que sé!-.
También, los valientes tomaban la “cota 54” y clavaban otra bandera –rodeada de los cadáveres de los que la defendían antes-; los “valientes de la guerra”.
En general, “valientes” –en esa transición histórica-, casi siempre estaban ligados con los guerreros, bien fueran del zodiaco, o los guerreros de la esquina o los de la banda nupcial.
Como consecuencia de estas valientes hazañas, surgieron –obviamente- los… ¡bandoleros! No podemos pensar ahora, bien, si fueron antes los bandoleros o los bandidos; porque los bandidos, pues como que se hicieron así –¿no?-, más particulares, y los bandoleros, como más grupales. Los bandoleros, pues eran los de la resistencia, los rebeldes, los que podrían llegar a ser valientes –también- pero a trabucazos y a pedradas –mientras los otros estaban organizados y vestidos y con zapatos-; y ésos fueron los que hicieron las revoluciones.
Pero los bandidos eran ya más particulares. Esos, pues se acomodaban para ir a lo que fueron luego los llamados “francotiradores”, que se ponían –francamente- a tirar de bala, ¿no?
Y por eso –probablemente- primero fueron los bandoleros los que se rebelaron contra los valientes que se instauraron, y por el poder y por la fuerza impusieron sus valores. Y entonces surgieron los bandoleros, que –igualmente-, por sus criterios y sus valientes hazañas, pasaron a ser luego héroes de la patria… o heroínas de… “quién sabe qué”.
También –aunque no se ha citado al principio- hubo vandalismo, y lo hay; vandalismo urbano y vandalismo rural. El vandalismo urbano –como su propio nombre indica- fue a partir del Papa Urbano I; el que en las orbes –“en las orbes”, es decir, donde se concentraba mucha gente- pues se hacía pillaje, ladronicio, robo, extorsión, engaño, mentira, transgresión, asesinato, hurto… y homicidios.
Los vándalos fueron una tribu del norte de Europa; y los Alanos… pues también se les juntaban. Vándalos y Alanos hicieron verdaderas tropelerías, y son parte de nuestra sangre europea porque… le daban a todo. Quiero decir que no eran… bueno, ¡pues no eran especialistas en nada! Pero… Vándalos, ¿eh? Y Alanos. Para ver más, a propósito de ellos, véase el diccionario de las diferentes connotaciones de expresiones de tribus humanas.
Después vinieron los… “otros” que hemos citado, hasta llegar a los “bandarrias” –es que si no, no acabamos-. Y los bandarrias… los bandarrias son, ya, una subespecie, clan… o secta o minoría que, a partir de ellos, se inventó el bandoneón; “la” acordeón. Van y vienen, pero no les suele importar mucho, ni el prójimo, ni a sí mismos. Es decir, los valores, o el valor de algo, no lo tiene hasta que no lo necesita. ¡Fácil!, ¿no?
Nos encontramos, en consecuencia, en una tesitura francamente polimorfa, en la que, o bien te entregas a los brazos de Morfeo y te duermes para siempre –porque se te hace “insoporteibol”- o bien enarbolas la bandera de la… “Liberté, Egalité et Fraternité”, para saber que tú eres distinto –no igual-, para saber que tú no eres hermano de nadie, y para tener muy claro que hay que coartar las libertades de los demás.
También, en estas tesituras, te puedes enganchar a la legión extranjera: un grupo militar que hay en Francia y en España. Sic.
Por otra parte, también –hablando de valores- puedes ser mercenario. Estos derivan del tiempo de la Reina María de las Mercedes, una reina de éstas, que reinó en España.
“María de las Mercedes, qué rosa más Sevillana…” Bueno, tiene un cantar y todo…“Na na na na na na ni na na na na na na naaa”. La leyenda… ¡Hay una leyenda, y todo! Véase –véase, véase- “La Leyenda de María de las Mercedes” –una enamorada- y véase “Historias de la Copla”.
Se decía, no hace mucho –cuando aún existía el servicio militar ‘obligatorio’-, que “el valor ¡se le supone!”, para designar que todo aquel que entraba en filas…
“Entrar en filas” significaba entrar en ser… en ser una fila: dejar de ser Ambrosio Pared o Gustavo Adolfo Becker, y convertirse en una fila del batallón 33, del regimiento 54, de la compañía… “operativo brillete” –de ‘brillo’-.
Disciplina, sacrificio, entrega y –sobre todo- ¡orden, mando, ¡y obediencia!! Gracias a ello, numerosos países adquirieron sus libertades; se establecieron los límites; se instauraron los Estados, los gobiernos; y se defendieron los valores.
-¿Los valores?
-Sí, los valores patrios. Cada uno, los suyos. Y las religiones añadieron: “Y Dios… en la de todos”.
Pues no resulta así, como muy… –esta historia natural de los valores, contada en apenas minutos- no resulta como muy atractiva. ¡Puede resultar simpática o grotesca o impúdica, o incluso agresiva!
¡Pero quizás sirva! –por el momento en el que se expresa la llamada orante- para recogerse como una galaxia en espiral.
“¿Qué valor es, para mí, valioso? –por ejemplo-.¿Qué valores considero necesarios para el desarrollo de la comunidad de mi especie? ¿Qué valentía he de tener ante lo que conozco, lo que no conozco…? ¿Realmente es importante ser valiente? ¿Hay que ser valiente o… o nacemos ya valientes?”
Quizás, al nacer se produce un valor: el valor de la vida; que puede estar a más precio, a menos precio… o como dice la ranchera: “La vida no vale nada”. Pero, aunque sea el mínimo esfuerzo para acabar con ella, ya tiene un cierto valor.
O sea que el hecho de estar conformado ¡en vida!, nos da, nos confiere, representa, “un valor”: un valor ligado a la Creación, un valor ligado a lo excepcional, un valor ligado a lo insólito, un valor ligado a lo imprevisible, un valor ligado a lo absoluto…
Hasta que podemos decir –en creencia- que “somos un valor”: “Soy un valor que habita en el universo. Soy parte de este verso que se llama “vida”. Y, como valor, seré apreciado por mi entorno; que se concretará en la amistad, en la fidelidad de mi perro, en el canto del pájaro, en el misterio del despertar de cada día... Soy un valor. ¡Y no por ello soy más valor que otro!, ni menos. Soy distinto; diferente.
Pero, como para ser “valor” necesito que me valoren, mi “estructura de valor” tiene engranajes, tiene acoples… ¡de múltiples formas! Y sintonizaré, y sintonizarán –en mayor o menor medida-, muchos, pocos, ¡alguno!…
Soy un valor, por pertenecer a… El Misterio de la vida.
En el ejercicio de vivir, estaré sometido a multitud –¡multitud!- de situaciones en las que tendré que dar una respuesta, tomar una decisión, con objeto de poder adaptarme y, así, hacer posible una supervivencia –¡sobrevivir!-... e, inevitablemente, promover también la vida de otros, en su muy diversa configuración.
Esos momentos –¡que son constantes!- de decisiones, pensares, sentires, quereres… –actitudes que van a configurar una manera de estar- son los que van a constituir “la valentía de vivir”.
¡Y todos!, ¡todos tendrán un cierto nivel de valentía! Porque, sin ella, habría una incapacidad de adaptación; sería inviable vivir. Pero sí es cierto que los niveles de valentía se hacen variables. Así como “el don del valor” viene dado por constituirse en “vida”, la valentía se ejerce, ¡se desarrolla!, se habilita, en base a lo que se conoce, lo que se descubre, lo que se siente, lo que se aprende, lo que nos enseñan…
Y, a manera de ejemplo –sutil y a la vez vigoroso-, podríamos hacer una abstracción, y decir que el valor de ser –y soy un valor- es porque me aman; es porque una Fuerza que defino, que contracturo, que globalizo como “Amor”, se hace presente; se hace planetaria; se hace creativa Creación.
La valentía –en consecuencia- sería tener, desarrollar y alcanzar, “el valor de amar”. Ése sería “un valiente”.
¡Sin duda!, podemos elegir otras coordenadas. Ya hemos dicho que ésta es a manera de “sublime fortaleza” –¡llamémoslo así!- o como una referencia a aspirar… para algunos; quizás para otros, no.
-O sea que… ¿la expresión de un valiente sería su capacidad de amar?
-Sí...
-¡Pero habrá otras formas de expresar la valentía!
-Sí.
Pero, en el sentido orante, nuestro punto de referencia es el “¡amar!” ¡Es el mar!, son sus océanos, en sus inmensidades –comparados con la tierra firme- los que nos surten de referencia de vida; los que se refinan y nos obsequian con poder desarrollarnos en la amabilidad; en la afabilidad.
El amar –en su complejidad- se hace ¡fuertemente atractivo!, enormemente ¡conmovedor!... Y eso trae consigo ¡el quererlo tener!, poseer, guardar, almacenar, manejar, manipular. Y entonces, la valentía puede hacerse ¡vanidad!, vanagloria, venganza, ¡rabia!, ¡logro, adquisición!, ¡poder!
Esa fuerza de inevitable “juntura”, de imprescindible conjunción y ensamblaje, se desea. ¡Se desea!, no como algo que transcurre ¡por necesidad del guión del valor que es cada ser!, sino que, dentro de esa otra posición –que era ‘el querer’-, se desea… ¡captar!... esa capacidad de comunión, de convicción, y usarla como ¡una propiedad!; como una utilización, sin –¡sin!- ¡valorar el valor y la valentía de los demás!
El querer y el deseo nos apartan, así, del valor, de la valentía, del amor y de la vocación irrevocable.
Y ello trae, paulatinamente, incidencias que repetidamente se muestran en el convivir humano; que podríamos decir que –salvo excepciones-, ¡sorprendido por el amor!, decide ingenuamente apoderarse de él, ¡y extraer sus atracciones y sus atractivos!, excluyendo la posibilidad, ¡colapsando la opción de un universo confabulado!, “con-amado” –“con-amado”-, amante del amor en todas sus complejas e infinitas posiciones.
Y así se produce el “bandidaje”, el “pillaje” y el deterioro, que da lugar a mentiras, engaños, ¡trampas!, justificaciones, aprovechamientos… ¡de muy diversa índole! Y en esas acciones, obviamente –en esas acciones, obviamente-, lo de “el valor y la valentía” ¡se pierde! Estando en esa ingratitud, en ese despecho permanente, “el valor y la valentía” no pueden expresarse.
Y es el desespero. Es el… “Bueno, sí; mañana, no; ahora, quizás; luego, tal vez”.¡Indecisas sensaciones de afectos! –que suelen ser “defectos”-, que parecen transmitirse como un destino, o como una genética, o como una maldición, puesto que nos tratan –en su mayoría- ¡de apartar de esa referencia!
Y –como decía también la canción- sin referencia… “me tiro a la borrachera y a la perdición”.
Aparece el placer como… no una vía ¡de complacencia!, sino como una vía de usar y tirar. ¡Ay!, ¡qué dolor!
Y así, el desespero se hace un hábito. ¡Se convierte casi en una necesidad! ¡Se cierran las puertas de la esperanza! La tragedia está servida. El drama es la norma.
¡Pero, aún así!, está el hecho ¡creyente, orante!, de que somos un valor. ¡Un valor de amor! ¡Y que nuestro desarrollo original es la valentía de ser amante!: la que es referencia de nuestro ¡‘ser’ y ‘estar’! ¡Es ahí donde nos vocacionamos decididamente! Es ahí donde nos complacemos infinitamente. 
Y es por ello que, en base a eso, ¡aún en las condiciones en las que se desarrolla –¡hoy!- el valor, los valores, la valentía! –casi extintos-, aún así –y quizás por estar en ese límite que nunca debió existir- es por lo que, en supervivencia, la esperanza se ejercita. ¡Y de seguro que, como expresión! –¡como una expresión más de amor!-, busca ejercitarse, ¡no como ejército!, ¡pero sí como símbolo de que aún no está… ¡no está “plenificada”, “plenificado”, el proyecto de vivir!; ¡de ser una singularidad en la Creación!
“Pe-dir-se”, ¡pedirse! –en estas circunstancias en que nos toca vivir- pedirse honestidad. Pedirse, ¡a sí mismo!, honor; pedirse ¡prestancia!; pedirse respeto; pedirse corrección; pedirse ayuda. Permitirse disponerse a escuchar; ¡a aprender! Pedirse ¡transparencia!
Pedirse ser un fluir de una melodía que transcurre como lo hace el agua, cuando, rutilante, va acariciando los caminos; o cuando, chispeante, se derrama desde las nubes; o cuando juega con los acantilados.
En este Universo, ¡verse… nos convierte en un verso!; y en él recalamos en un poema. ¡Y con ello!, nos ponemos el traje de poetas para que nuestras palabras resuenen… ¡como el Amor Creador!, que dijo: “¡Hágase!”, y se hizo. Y de “nada”, surgió “¡todo!” ¡Y todo y todo y todo!…
Pídanse verse. ¡Que cada ser se pida la palabra de un verso! Quizás podamos recuperar un beso: de ésos que de verdad son… ¡inmensos!; de ésos que no traicionan; de ésos que hacen llover, ¡sobre nosotros!, universos de posibilidades, de entusiasmos, ¡de comprensiones!; de ésos que nos hacen visionarios de ideales. Que… ¡por ser ideales!… son los únicos que son posibles.
¡Sí!
Amen