LLAMADA ORANTE
14 de marzo de 2011
(Pruebas)
En el afán por dominar, por controlar, por manejar, manipular…las pruebas son la sistemática que se sigue –en el pensamiento actual- para que podamos aceptar, valorar…
Un código rígido de pensares… exige –cuando es dominante- pruebas y más pruebas a todo el entorno humano, para así, a su vez, tener pruebas de que faltan pruebas.
Y te prueban en el ánimo, te prueban en el amor, te prueban en la honradez, te prueban en el rendimiento, te prueban… Y, a su vez, el individuo tiene que probar que es decente, probar que es virtuoso, probar que hace lo que se le dice, probar…
Mientras tanto, a la vez, otro grupo de humanos prueba… –como investigación-:“Vamos a probar el efecto del dedo en el ojo, diariamente durante tres meses, a ver qué pasa”. Después de utilizarlo en trescientas cincuenta personas, veintisiete quedaron ciegas; cincuenta y dos quedaron bastante cegatos; veinte quedaron con una conjuntivitis severa que les impide una visión clara; el resto… se quejó, se quejó y se quejó. ¡Por el dedo en el ojo!
Entonces, ¡hay que hacer pruebas! “Vamos a probar…” –éste es otro concepto de las pruebas que el ser tiene que superar-. “Pero, ¡probad!”… “Vamos a probar”… ”¿Qué tal si hacemos esto pensando que ocurra aquello?” “¡Pero hay que probar!”
Parece que… ¡como si el ser estuviera siempre de prueba! “Estoy de prueba para ver si me aprueban”.
Y, claro está, quien somete a las pruebas –o quien deja en estado de pruebas a los demás-, tiene la sartén por el mango, y el mango también.
También las pruebas sirven como trampa para ver si uno se da cuenta, se apercibe de… sus capacidades. Y así también se emplea en el argot religioso: “Y Dios me puso a prueba, y puso a mi lado a una mujer espléndida, divertida, guapa, calmada, prudente, generosa, cálida, tierna, pasional…” –¡Pare!- “Y me puso a prueba para ver si era capaz de resistirme a la tentación”.
Y… claro, algunos valientes resisten; dicen que ¡no!: “No, ¡esto es una prueba!”Otros, menos valientes, dicen: “¡Pues voy a probar!” Y otros simplemente se entregan a la prueba.
Luego vendrá el juicio, con las pruebas correspondientes: “Porque tenemos pruebas de que Ignacio José se sintió profundamente atraído por una mujer… ¡sabe Dios por qué!” ¡Claro que lo sabe, no te jode!
Sí. Las famosas pruebas de Dios son todo un invento, muy rentable, de los codiciosos regímenes morales, éticos y espirituales que establecen las diferentes creencias. Y Dios nos está probando como si fuéramos “¡ganao!” “Ganao” es ganado; dícese de un tipo de animales que van… normalmente en pandilla, y obedecen a determinadas órdenes; los hay también salvajes pero, en general, están casi todos domesticados. Por eso se suele decir: “Os comportáis como un ganao”. No porque hayan ganado algo, no; al revés, ¡se han degradado! Si te llaman que eres un “ganao”… “¡Vaya “ganao” que has salido!” Pues eso, un grupo de de personas un poco descontroladas, un poco a su aire, un poco… pues “vivo yo, vive tú, vive él, vivimos nosotros, ¡que no vivan ellos!” ¡Vaya “ganao”!
Pruebas… “Te voy a poner a prueba. Te voy a hacer tal pregunta para ver si no me la contestas”. ¡Pero eso no es una prueba! Eso es querer ponerme en inferioridad, querer mostrarme como un inútil.
Un código rígido de pensares… exige –cuando es dominante- pruebas y más pruebas a todo el entorno humano, para así, a su vez, tener pruebas de que faltan pruebas.
Y te prueban en el ánimo, te prueban en el amor, te prueban en la honradez, te prueban en el rendimiento, te prueban… Y, a su vez, el individuo tiene que probar que es decente, probar que es virtuoso, probar que hace lo que se le dice, probar…
Mientras tanto, a la vez, otro grupo de humanos prueba… –como investigación-:“Vamos a probar el efecto del dedo en el ojo, diariamente durante tres meses, a ver qué pasa”. Después de utilizarlo en trescientas cincuenta personas, veintisiete quedaron ciegas; cincuenta y dos quedaron bastante cegatos; veinte quedaron con una conjuntivitis severa que les impide una visión clara; el resto… se quejó, se quejó y se quejó. ¡Por el dedo en el ojo!
Entonces, ¡hay que hacer pruebas! “Vamos a probar…” –éste es otro concepto de las pruebas que el ser tiene que superar-. “Pero, ¡probad!”… “Vamos a probar”… ”¿Qué tal si hacemos esto pensando que ocurra aquello?” “¡Pero hay que probar!”
Parece que… ¡como si el ser estuviera siempre de prueba! “Estoy de prueba para ver si me aprueban”.
Y, claro está, quien somete a las pruebas –o quien deja en estado de pruebas a los demás-, tiene la sartén por el mango, y el mango también.
También las pruebas sirven como trampa para ver si uno se da cuenta, se apercibe de… sus capacidades. Y así también se emplea en el argot religioso: “Y Dios me puso a prueba, y puso a mi lado a una mujer espléndida, divertida, guapa, calmada, prudente, generosa, cálida, tierna, pasional…” –¡Pare!- “Y me puso a prueba para ver si era capaz de resistirme a la tentación”.
Y… claro, algunos valientes resisten; dicen que ¡no!: “No, ¡esto es una prueba!”Otros, menos valientes, dicen: “¡Pues voy a probar!” Y otros simplemente se entregan a la prueba.
Luego vendrá el juicio, con las pruebas correspondientes: “Porque tenemos pruebas de que Ignacio José se sintió profundamente atraído por una mujer… ¡sabe Dios por qué!” ¡Claro que lo sabe, no te jode!
Sí. Las famosas pruebas de Dios son todo un invento, muy rentable, de los codiciosos regímenes morales, éticos y espirituales que establecen las diferentes creencias. Y Dios nos está probando como si fuéramos “¡ganao!” “Ganao” es ganado; dícese de un tipo de animales que van… normalmente en pandilla, y obedecen a determinadas órdenes; los hay también salvajes pero, en general, están casi todos domesticados. Por eso se suele decir: “Os comportáis como un ganao”. No porque hayan ganado algo, no; al revés, ¡se han degradado! Si te llaman que eres un “ganao”… “¡Vaya “ganao” que has salido!” Pues eso, un grupo de de personas un poco descontroladas, un poco a su aire, un poco… pues “vivo yo, vive tú, vive él, vivimos nosotros, ¡que no vivan ellos!” ¡Vaya “ganao”!
Pruebas… “Te voy a poner a prueba. Te voy a hacer tal pregunta para ver si no me la contestas”. ¡Pero eso no es una prueba! Eso es querer ponerme en inferioridad, querer mostrarme como un inútil.
¿Se acuerdan? Algunos se acordarán, otros son muy jóvenes. Pero aún repica en el fondo de las almas, en su tormento: “¡Examen de conciencia!, ¡dolor de corazón!, ¡propósito de enmienda!, ¡decir los pecados al confesor, y cumplir la penitencia!” Cuando llegabas a lo último, ¡llegabas exhausto!; ¡destrozado!
Al examinar tu conciencia, ¡descubrías que era una conciencia asquerosa!; ¡que no superaba ninguna prueba!; que al menor estímulo, ¡se alegraba! ¡Y eso es pecado!
¡Dolor de corazón! ¡Ay! Y cuando no dolía, ¿qué? ¡Eras un impío!, un… ¡cualquiera!
Propósito de enmienda. ¡Vaya que si lo había! Pero a veces pensabas: “¿Y por qué vamos a enmendar esto? Déjalo así, que está bien. ¡Si es como creo yo que debe estar!” Pero no: ¡propósito de enmienda! ¡Sí!, te lo proponías, y luego, a la media hora o tres cuartos, la enmienda… se venía abajo.
¡Ay, decir los pecados al confesor! Los decías con temor, con dolor, con miedo, con desconfianza, con confianza a la vez… ¡depende!
¡Y a la espera de la penitencia! ¡Tachááán! ¡Porque era el juicio! Un simulacro del juicio final. Después de una reprimenda más o menos violenta, dependiendo del confesor, venía la penitencia. ¡Y antes de que la cumplieras!... te absolvía.
Y uno pensaba: “Pero no… ¿no habrá que cumplir primero la penitencia y, después de cumplirla, entonces que te absuelva? Porque ¡vaya historia!, ¿no? ¡Ah!, ¿y por qué se fía de mí, de que yo voy a cumplir la penitencia?”
Pues no: “Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amén”.
Bien.
Al examinar tu conciencia, ¡descubrías que era una conciencia asquerosa!; ¡que no superaba ninguna prueba!; que al menor estímulo, ¡se alegraba! ¡Y eso es pecado!
¡Dolor de corazón! ¡Ay! Y cuando no dolía, ¿qué? ¡Eras un impío!, un… ¡cualquiera!
Propósito de enmienda. ¡Vaya que si lo había! Pero a veces pensabas: “¿Y por qué vamos a enmendar esto? Déjalo así, que está bien. ¡Si es como creo yo que debe estar!” Pero no: ¡propósito de enmienda! ¡Sí!, te lo proponías, y luego, a la media hora o tres cuartos, la enmienda… se venía abajo.
¡Ay, decir los pecados al confesor! Los decías con temor, con dolor, con miedo, con desconfianza, con confianza a la vez… ¡depende!
¡Y a la espera de la penitencia! ¡Tachááán! ¡Porque era el juicio! Un simulacro del juicio final. Después de una reprimenda más o menos violenta, dependiendo del confesor, venía la penitencia. ¡Y antes de que la cumplieras!... te absolvía.
Y uno pensaba: “Pero no… ¿no habrá que cumplir primero la penitencia y, después de cumplirla, entonces que te absuelva? Porque ¡vaya historia!, ¿no? ¡Ah!, ¿y por qué se fía de mí, de que yo voy a cumplir la penitencia?”
Pues no: “Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amén”.
Bien.
Pruebas.
-¿Qué pruebas hay? ¿Qué pruebas tiene usted de la existencia de Dios? Pruebas.
-Bueno… La prueba más… –dirían unos- la prueba más evidente de que Dios existe es que… es que –fíjese; fíjese bien, ¿eh?; ¡fíjese bien!- ¿usted no cree que hace falta –como mínimo- un Dios, para que surja la posibilidad de que yo exista? ¿Eh?
No lo han entendido. Lo repito. ¡Porque lo normal es reírse!, ¿no? Pero a estas horas de la mañana parece ser que cuesta. Entonces, primera prueba:
-¿Qué prueba tiene usted de la existencia de Dios?
-¡Pues que yo existo, hombre! ¿Usted cree que si no existiera un Dios, iba a crear una persona como yo? ¡Hombre! Que destroza… ¡Que destroza la imagen, hombre! Entre la nariz, la cabeza, la joroba… ¡es un asco! Eso es una prueba inevitable. Y además –¡fíjese!- no solamente yo, ¡fíjese en aquél cómo va! ¡Y aquél otro! ¡Y aquél otro! ¡No me diga usted que la naturaleza se dedica ahora a hacer boberías! ¡Ésa es la primera prueba!
¡Pruebas de la existencia de Dios!: Que yo existo.
-¿Qué pruebas hay? ¿Qué pruebas tiene usted de la existencia de Dios? Pruebas.
-Bueno… La prueba más… –dirían unos- la prueba más evidente de que Dios existe es que… es que –fíjese; fíjese bien, ¿eh?; ¡fíjese bien!- ¿usted no cree que hace falta –como mínimo- un Dios, para que surja la posibilidad de que yo exista? ¿Eh?
No lo han entendido. Lo repito. ¡Porque lo normal es reírse!, ¿no? Pero a estas horas de la mañana parece ser que cuesta. Entonces, primera prueba:
-¿Qué prueba tiene usted de la existencia de Dios?
-¡Pues que yo existo, hombre! ¿Usted cree que si no existiera un Dios, iba a crear una persona como yo? ¡Hombre! Que destroza… ¡Que destroza la imagen, hombre! Entre la nariz, la cabeza, la joroba… ¡es un asco! Eso es una prueba inevitable. Y además –¡fíjese!- no solamente yo, ¡fíjese en aquél cómo va! ¡Y aquél otro! ¡Y aquél otro! ¡No me diga usted que la naturaleza se dedica ahora a hacer boberías! ¡Ésa es la primera prueba!
¡Pruebas de la existencia de Dios!: Que yo existo.
Sí, evidentemente, no tiene un rigor científico, pero es que hemos descubierto, en nuestras excavaciones en Galicia y Asturias –¿verdad?-, que Dios no es científico. ¡Jajajaja!… ¡Uhhhh!... Y entonces, ¡no resiste a la prueba del Carbono 14! Luego cogimos tierra en la Pampa , y en la Pampa nos dijeron:“¡Adiós, pampa mía!” Y nada, tampoco; ¡no apareció!
¡Dicen los poetas que por allí pasó Dios! ¡Bueno, vaya usted a saber!
¡Dicen los poetas que por allí pasó Dios! ¡Bueno, vaya usted a saber!
Si nos ponemos, entonces, con la idea de que Dios no es científico… Dios o… o… o… o como le quieran llamar, ¡porque no sabemos! Las pruebas… realizadas en ratas y en conejos, han demostrado que, a la pregunta insistente que se les hizo a propósito de si creían en un ser superior o no, la rata y el conejo no contestaron. Se ampararon en la ley, según la cual, me puedo negar a contestar, me pregunten lo que me pregunten.
- ¡Hombre, pero si los conejos y las ratas no saben hablar!, ¿no?
- Ya, pero… ¡gesticulan!, ¿eh? Si te fijas… te puedes dar cuenta, ¿no?
Pues no. Todos pusieron cara de póquer, ¡y no hubo manera de sacarles información!
¡No hay pruebas!
Otras veces, es el hombre el que somete a prueba a la fuerza de Dios. Y… y… y dice: “Bueno, voy a hacer esto…. ¡a ver si…! ¡A ver si me echas una mano!” Y si pasado un tiempo prudencial no te ha echado una mano, dices: “¿Ves? Esto es una prueba de que… ¡de que no hay nada!”
¿Y qué pasa –podríamos decir- cuando, sin pedir ninguna prueba, te dan? Te dan oportunidades, te brindan ocasiones, te prestan y aparecen necesidades, te obsequian con encuentros, te hacen descubrir… Y tú, todo esto, ¡sin hacer nada! ¡Regalao!
- ¡Hombre, pero si los conejos y las ratas no saben hablar!, ¿no?
- Ya, pero… ¡gesticulan!, ¿eh? Si te fijas… te puedes dar cuenta, ¿no?
Pues no. Todos pusieron cara de póquer, ¡y no hubo manera de sacarles información!
¡No hay pruebas!
Otras veces, es el hombre el que somete a prueba a la fuerza de Dios. Y… y… y dice: “Bueno, voy a hacer esto…. ¡a ver si…! ¡A ver si me echas una mano!” Y si pasado un tiempo prudencial no te ha echado una mano, dices: “¿Ves? Esto es una prueba de que… ¡de que no hay nada!”
¿Y qué pasa –podríamos decir- cuando, sin pedir ninguna prueba, te dan? Te dan oportunidades, te brindan ocasiones, te prestan y aparecen necesidades, te obsequian con encuentros, te hacen descubrir… Y tú, todo esto, ¡sin hacer nada! ¡Regalao!
También existe la prueba, ¡como el probar! “¡Vamos a probar!” Y hete aquí que éste prueba a ése, ése prueba al otro, el otro prueba al otro… ¡Y se prueban de diferente forma! ¡Por pensamiento, palabra, obra u omisión! Y, según eso, entonces cada uno cataloga a cada uno según las pruebas que haya superado o no.
Es decir que el hombre ha convertido su especie en un probatorio. Es como si viviéramos en un gran almacén y estuviéramos todo el día probándonos diferentes ropas, y ninguna nos queda bien. ¡Salvo para el vendedor! que, después de probar diecisiete chaquetas, dice:
-Ésta le queda estupendamente, señor. ¡De verdad, que le queda muy bien!
- ¿Usted cree?
- ¡Que sí!
- Pero el color yo lo veo un poco apagado, ¿no?
- ¡No, no, no! Éste le va mucho con su cara.
Y ves cómo el vendedor hace unos esfuerzos… ¡ignotos! –¿eh?- porque te guste, ¡por favor!, ¿no? ¡Y no! No... ¡Pase al probador! ¡Salga del probador! ¡Entre al probador! ¡Vuelva al probador!...
Es decir que el hombre ha convertido su especie en un probatorio. Es como si viviéramos en un gran almacén y estuviéramos todo el día probándonos diferentes ropas, y ninguna nos queda bien. ¡Salvo para el vendedor! que, después de probar diecisiete chaquetas, dice:
-Ésta le queda estupendamente, señor. ¡De verdad, que le queda muy bien!
- ¿Usted cree?
- ¡Que sí!
- Pero el color yo lo veo un poco apagado, ¿no?
- ¡No, no, no! Éste le va mucho con su cara.
Y ves cómo el vendedor hace unos esfuerzos… ¡ignotos! –¿eh?- porque te guste, ¡por favor!, ¿no? ¡Y no! No... ¡Pase al probador! ¡Salga del probador! ¡Entre al probador! ¡Vuelva al probador!...
Y qué decir cuando se piden pruebas de amor.
-¡A ver! Dame una prueba de que me amas.
-¡Chiquirriqutín! ¡Que eres muy mi chiquirriquitín! ¡Eso no se lo digo yo a todo el mundo!, ¿eh? ¡Chiquirriqutín! No te voy a decir la vulgaridad esa…: ¡yo te amo!, ¡yo te quiero! ¡Ya! ¡Ya te lo he dicho! Es una prueba. ¡No, no, no, no, no! Aquí tiene que haber hechos. ¡Chiquirriqutín!
¡Prueben! Prueben, y ya verán cómo, en muchos casos, tiene una fuerza…
¡Hombre, que te digan así, con tú porte y tu cosa y tu grasa y tal: “¡Ayyy, chiquirriquitina!... ¡Ay, qué chiquirriquitín eres!” Se puede acompañar de un movimiento de ligera pinza en el moflete… ¡de la cara!, ¡de la cara!, de la cara!... Y eso ya da una prueba de que, en fin…
Así que ya saben: si quieren pedir algo a alguien, o lo que sea, empiecen por decir: ¡Chiquirriqutín! Tiene que ir con sonido incorporado. No“chiquirriquitín”,¡Chiquirriqutín!
Si no tienen confianza para el pellizquito en los mofletes, pues… junten las manos y, sonriendo, digan: ¡Chiquirriqutín! ¿Serías tan amable de ayudarme a recoger la mesa? ¡Anda que sí, chiquirriquitin!”
¡A nadie le puede molestar! Porque esto ha surgido aquí, en la oración, entonces… Bueno. Nadie puede decir: “¡Eh, que te estás riendo de mí!”
¡Noooo, no, no, no, no! Yo estoy diciendo algo, ¡oye!, algo orante ¡che! Y tú me lo puedes decir a mí también. ¡Pero no te hagas ilusiones!, ¿eh? ¡No, no, no! No, no, no… Esto ya… ¡Las ilusiones son otra cosa! Otro día oraremos en las ilusiones. ¡A ver si la van a liar y la van a estropear! ¡Chiquirriqutín! ¡Es simplemente ¡chiquirriquitin!: una muestra de afecto, de cortesía y de educación, de buen gusto y de simpatía, de alegría y buen humor! ¡Así! ¡Más claro, agua!, ¿eh?
-¡A ver! Dame una prueba de que me amas.
-¡Chiquirriqutín! ¡Que eres muy mi chiquirriquitín! ¡Eso no se lo digo yo a todo el mundo!, ¿eh? ¡Chiquirriqutín! No te voy a decir la vulgaridad esa…: ¡yo te amo!, ¡yo te quiero! ¡Ya! ¡Ya te lo he dicho! Es una prueba. ¡No, no, no, no, no! Aquí tiene que haber hechos. ¡Chiquirriqutín!
¡Prueben! Prueben, y ya verán cómo, en muchos casos, tiene una fuerza…
¡Hombre, que te digan así, con tú porte y tu cosa y tu grasa y tal: “¡Ayyy, chiquirriquitina!... ¡Ay, qué chiquirriquitín eres!” Se puede acompañar de un movimiento de ligera pinza en el moflete… ¡de la cara!, ¡de la cara!, de la cara!... Y eso ya da una prueba de que, en fin…
Así que ya saben: si quieren pedir algo a alguien, o lo que sea, empiecen por decir: ¡Chiquirriqutín! Tiene que ir con sonido incorporado. No“chiquirriquitín”,¡Chiquirriqutín!
Si no tienen confianza para el pellizquito en los mofletes, pues… junten las manos y, sonriendo, digan: ¡Chiquirriqutín! ¿Serías tan amable de ayudarme a recoger la mesa? ¡Anda que sí, chiquirriquitin!”
¡A nadie le puede molestar! Porque esto ha surgido aquí, en la oración, entonces… Bueno. Nadie puede decir: “¡Eh, que te estás riendo de mí!”
¡Noooo, no, no, no, no! Yo estoy diciendo algo, ¡oye!, algo orante ¡che! Y tú me lo puedes decir a mí también. ¡Pero no te hagas ilusiones!, ¿eh? ¡No, no, no! No, no, no… Esto ya… ¡Las ilusiones son otra cosa! Otro día oraremos en las ilusiones. ¡A ver si la van a liar y la van a estropear! ¡Chiquirriqutín! ¡Es simplemente ¡chiquirriquitin!: una muestra de afecto, de cortesía y de educación, de buen gusto y de simpatía, de alegría y buen humor! ¡Así! ¡Más claro, agua!, ¿eh?
Yo sé que a algunas personas les costará decirlo, y a veces puede pensarse que, ¡hombre!, decírselo a tal persona… ¡como que no pega! No pega decirle a… bueno, a quien… a quien… ¡a alguien!, ¿no? Decirle: “¡Chiquirriqutín!...¡Chiquirriqutina!...”
El sentido evolutivo del ser se ha basado en esas pruebas que, bajo determinado código o determinadas reglas, ¡se consideran válidas! Y, en base a ello, ha dictaminado que esto es un logro o… o hemos llegado “a”… o hemos conseguido “el”…
No es pretensión orante anular las pruebas, o declararlas peligrosas o innecesarias. ¡No! No. Pero sí es salir… ¡salir!, ¡ver!, ¡observar!, ¡contemplar!, ¡escuchar!, soñar… ¡Sin el ánimo de probar algo! ¡Sin el ánimo de que se compruebe si…!
Tenemos que salir del probador en donde habitualmente se encuentra cada ser. En esa cinta sin fin que aguarda, impertérrita, a que nos caigamos, nos levantemos, nos caigamos y, finalmente, nos caigamos y no nos podamos levantar. Y entonces, ahí está “la prueba” de que más allá de dos mil kilómetros al día no se puede correr, porque, el sujeto, antes… antes perece. “Hemos probado… Hemos comprobado…”
Ya.
Tenemos que salir del probador en donde habitualmente se encuentra cada ser. En esa cinta sin fin que aguarda, impertérrita, a que nos caigamos, nos levantemos, nos caigamos y, finalmente, nos caigamos y no nos podamos levantar. Y entonces, ahí está “la prueba” de que más allá de dos mil kilómetros al día no se puede correr, porque, el sujeto, antes… antes perece. “Hemos probado… Hemos comprobado…”
Ya.
El buen cocinero no prueba nunca sus guisos. Los imagina; los olfatea. Luego, los come con total confianza. ¡Y los redefine!, los… especifica.
Y aunque digan que “sobre gustos no hay nada escrito”, hay un montón… de cosas escritas: según el gusto de éste, de aquél, del otro y del otro y del otro…
El que realmente se ejercita en el arte… no pone a prueba a… lo que observa, a lo que imagina, a lo que deduce, sino que se ejercita en todo ello, para expresarse de una forma en la que se siente arte, y en la que otros coinciden en que ‘así es’.
Y aunque digan que “sobre gustos no hay nada escrito”, hay un montón… de cosas escritas: según el gusto de éste, de aquél, del otro y del otro y del otro…
El que realmente se ejercita en el arte… no pone a prueba a… lo que observa, a lo que imagina, a lo que deduce, sino que se ejercita en todo ello, para expresarse de una forma en la que se siente arte, y en la que otros coinciden en que ‘así es’.
El poner a prueba sistemáticamente cualquier situación, ¡es dudar de los demás!, ¡es perder la confianza! Y si no hay un mínimo de confianza, es imposible un acto solidario, un acto de compartir, un acto de agruparse en un mismo proyecto.
Convertir las pruebas… en la actitud de entrega, de pasión y de ilusión, en el hacer cotidiano.
Abrirse a la improvisación con las mínimas certezas y las máximas ilusiones.
Abrirse a la improvisación con las mínimas certezas y las máximas ilusiones.
Que seamos la muestra de una obra inigualable.
¡Que seamos la muestra de un amor insondable!
Que seamos la muestra… ¡de todo lo que está por venir, y que aguarda ansioso por llegar!
Que seamos la muestra, ¡que seamos la muestra de una bondad que alivia, calma, serena y alegra!
¡Que seamos la muestra de un amor insondable!
Que seamos la muestra… ¡de todo lo que está por venir, y que aguarda ansioso por llegar!
Que seamos la muestra, ¡que seamos la muestra de una bondad que alivia, calma, serena y alegra!
Que mostremos, en culminación, todo lo que se hace y se hizo en nosotros, para que seamos… ¡un potencial inagotable!, ¡un recurso disponible!, una muestra ¡de arte!, una expresión… de amor.
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