jueves

Lema orante semanal

LLAMADA ORANTE
7 de marzo de 2011

Cada vez que a este plano de existencia –¡vida!- arriba un nuevo ser, es recibido por los ‘herederos’ de la Tierra.
Cada vez que encarna -en este nivel de existencia- un femenino, su perfil es de Diosa.
Cada vez que encarna -en este nivel de existencia- un masculino, su aroma es de servidor.
En sus desarrollos, se hacen herederos de los “bienes y los dones” con que se les recibe en este plano de existencia.
El servidor se siente atraído por el perfil de la diosa y la persigue, sin intención –inicial- de daño o de injuria. Y la persigue por la atracción que le produce un perfil de lo Divino; quiere estar cerca, quiere servirle. Y si no conserva esa “condición en femenino” y rápidamente se hace heredero, el servido tiende a la posesión.
No puede olvidar, lo femenino, su condición de perfil Divino. Pero se siente halagada por el servicio que se le presta. Y, entonces, se dan las circunstancia… de poseer, de dominar, de tener lo que, en alguna medida, lo masculino también conlleva -pero que no es su función-: expresar la ternura de lo Eterno; más bien reconocerla, servirla como amante, como admiración.
Con el paso de la estancia en este nivel de existencia, se hacen herederos. Herederos de todos los bienes y dones del lugar que ocupan. Pero también expresan su herencia de procedencia; ¡han de expresar! su herencia de origen divino. Y así, ambos coinciden en una convivencia templaria. Templo en el que reluce la belleza y se exalta la contemplación. Templo en el que el aroma de lo masculino y el perfil de lo femenino se hacen ¡altar!
Y en el altar se gesta la ofrenda, y cada ser se reconoce en su divinidad.
Con este mensaje, lo que encarna en femenino y lo que encarna el masculino sabe cuál es su lugar.
La oración nos sitúa en la perspectiva ideal: no hay ¡competencia!, no hay arribismos, no existen divergencias. Son posiciones de necesidades mutuas; son actuaciones que se engranan para hacerse ¡nuevas!, para gestar diferentes realidades.
No hay necesidad de ganar, ni de ¡mandar!, ni de ¡ordenar!, ni de exigir. Hay vocación de ¡vivir!, de ¡complacencia!, de ¡condescendencia!, de ¡confabulación!, de ¡comunicación!, de ¡convivencia!
Y la humanidad tiene la opción, la necesidad y la tendencia de ‘sintonizarse’ con lo Divino, ‘en lo Divino’. Y para ello, emplea la vocación de amor, la vocación de “si-en-to”. ¡Siento!, como “sí -entro”. “Si-en-to”, como que mis sentidos experimentan una confluencia de sensaciones que nos hacen despertar a esa vocación estelar.
La oración nos insiste en ¡incrementar! nuestra atención a esa vocación de estelaridad -en la sustancia de amor- porque nos ¡consienten! este estado de existencia viril. Somos ¡consentidos! de la Creación.
“Con-sentido”. La Creación “con-siente” -“sí-ente”- nuestra presencia. La mantiene y la entretiene en eternidades.
Sentirse “consentir” por lo creacional, por lo Divino, es un ‘privilegio’. Es sentirse en adorno de entorno permanente: bosques, montañas, desiertos, ríos, valles, mares… Una fauna espectacular que nos contempla.
Vivir es un consentimiento Divino. 

Un consentido es cada ser, como hijo único que se le cuida y se le mima con ¡esmero!, con ternura.
Así es cada ser con respecto a la Creación: una unicidad en la totalidad, un consentido del vivir.
Sentirse “consentido” es descubrir que hay un sentido sobre nosotros que tenemos que ir descubriendo, para poder ir diciendo luego: “¡Ah, mi vida tiene un sentido!” “El sentido de mi vida es…” Procede de que me han consentido. Y ¡por eso me dejan hacer!, ¡por eso me dejan deambular, caer, subir, destrozar…!
En mi ser no soy malo; soy consentido por ese amor desbordante.
Y no soy mal criado, porque me han dado un sentido. Pero me han dejado, para que me ejerza como ‘novedad de existencia’, para que me realice como ‘espectacular situación’.
¡Sí!, en las estancias divinas se aguarda nuestro espectáculo. Nos han dado esa ‘posibilidad’ de actuar en el Gran Teatro de la Creación. ¡No somos nosotros los espectadores!; nos dejan ser los artistas ‘consentidos’. Lo Divino ocupa todas las butacas y nos contempla, para ver la madurez, la efervescencia, la naturaleza de su propia expresión.
No vale esconderse; no se puede decir que ‘no salgo a escena’.
No importa qué papel se realice; es imprescindible ‘estar’.
Y así se realiza la ¡Obra Divina! Así nos sentimos testimoniados ante la Creación. Así sentimos el apoyo ¡enardecido! de ese público divino, que ¡aplaude con pasión!
Y, por nuestra naturaleza, debemos salir confiados -aunque nerviosos, inquietos pero sin miedo- confiados, entregando y dando todo, porque ‘todo’ se nos ha dado.
En ese consentido que se nos otorga, se nos ‘abren’ las puertas de toda la Creación.
De ahí que no podemos volvernos uraños, ¡rácanos! o secuestradores de realidades, obsesivos o compulsivos ansiosos de lo ‘gratis’. Porque Dios es ‘gratis’. Sino, más bien, hacerse generosos y ‘ventanas’ que -con sus puertas- se abren a la necesidad de observar, ¡de ver!, ¡descubrir!, ¡aprender!, ¡conocer!
En todas estas premisas la esperanza nos envuelve, ¡nos promete!, ¡nos promueve!, nos pronostica. No nos prohíbe. Nos da la sorpresa del amanecer y la intimidad de la noche; la certeza de que somos consentidos; la convicción de que somos vocacionales ¡amantes!; y el recuerdo constante de saber que, en lo ‘orante’, se aprecia… ¡lo sorprendente!, ¡lo inesperado!, ¡la llamada de Dios a nuestra puerta!
Ammmeeeeeeennnn. (en tono de canto).
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