sábado

Lema orante semanal

ACEPTACIÓN, CUIDADOS, ADVERTENCIAS

24 de mayo de 2010

La aceptación podría ser el primer paso para andar, para moverse.
En la medida en que lo vivo acepta las condiciones en las que le toca vivir, en esa medida conoce los factores que inciden; entienden –o se entienden- los motivos que se instauran; se valoran los sentidos que se emplean; y, con todo ello –y más detalles-, se puede, primero: estar, y segundo: saber cómo estar y qué… y qué probables o posibles opciones se pueden variar.
En cambio, si la actitud es de no aceptación, se consumen las opciones en combates.
“Aquél no acepta aquello… aquello no acepta aquél. Éste no acepta al otro, el otro no acepta a éste. Aquellos no aceptan a estos…” Y no se queda en un “no”, sino que se queda en un “CONTRA”.
El “contra”, implica combatir, imponer el criterio de uno –de unos- sobre otro –sobre otros-. Implica lo que… y en donde estamos, ahora, vivir en el seno de un combate, en un lenguaje de violencia permanente.
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Podemos sacar nuevas ideas y combatir las que hay…
Más guerra.
Pero se puede analizar, valorar, evaluar, y aceptar. Y eso no significa transigir, doblegarse… Es aceptar.
“Esto es lo que es ahora, lo que hay ahora. No es ni bueno ni malo, ni es mejor ni es peor”. Y, en ese “lo que hay”, participo. Y, en ese instante, sin rencor, sin radicalidad, sin enfrentamiento, van surgiendo propuestas, sugerencias, ideas, sueños, ensueños… que, seguramente, la mayoría de ellos no van a tener cabida. Seguramente, con la aceptación, la mayoría de sugerencias y propuestas no van a tener audiencia. Pero no añadiremos ni un ápice más a lo que ya hay.
Y, por las razones de naturaleza y de vida, surgirán los momentos, las circunstancias y los oportunismos para introducir pequeñas variables, pequeños cambios que no impliquen violar, que no impliquen rozar, que no impliquen enfrentar.

Depende de cuál sea la incidencia que el ser humano ejercite sobre la vida, se calcula que, entre ocho mil y cincuenta mil especies, desaparecen de la faz de la vida por acción específica del ser humano.
Esto no es nuevo. Pero se calcula que apenas si un 20 o 25% de la población mundial lo sabe, es consciente de ello. Mientras no se tenga consciencia de ello, mientras no se acepte que la actitud de desarrollo, de consumo, de gasto, etc., implica todo eso, no se podrá modificar. Enfrentarse a eso es inútil. Es un ejemplo, vital.
En el sentido orante, la aceptación y, en consecuencia, todo lo que ello desarrolla de respeto, de cuidado, de alertas, de avisos, de advertencias, etc… -largo etc.-, tiene su manifestación orante en los criterios de creencia del que ora. Muchas veces, el orante, el creyente, se queja de por qué no viene Dios y arregla todas estas cosas. Dicho así, o de otra forma.
Sin duda, de entrada, es una expresión cargada de soberbia. Pero olvidemos ese pequeño detalle. ¿Y si… y si pudiera ser –que no lo sabemos, pero podría ser-, que la actitud de Lo Divino es aceptación? ¿Y si fuera su actitud aceptar el desarrollo de las vidas como están siguiendo, y poco a poco se hubieran establecido… se establecieran pequeños momentos variables? Y ello conllevaría que diferentes grupos, individuos, pues vibraran en otra dimensión. ¿Será, será un posibilidad? Y así ahuyentaremos esa arrogante pregunta de por qué Dios no arregla lo que hizo…

LOS CUIDADOS con que se desarrollan las diferentes formas de vida, son muy variados. Y los descuidos –como hemos escuchado en las especies que desaparecen- también son terribles. De ahí que, cuidar, sea una posición, una actitud como muy actual, muy de este presente. Ahora que las costas, en otros sitios, se nos llenan de petróleo, y han creado una comisión para el estudio de por qué tienen petróleo… ¡de verdad! Ya va pasando un mes… Nos quejábamos del “prestige”, en las costas gallegas… pues imagínense esto… “Chapuza norteamericana made in USA. Con color a petróleo. Un horror, pues. ¿Cuántas especies desaparecerán por este vertido -que continúa, por supuesto-? No lo sabremos, Y… y si alguna vez hay alguna estimación, tampoco se dirá. Pronto, esa marea negra llegará hasta las costas del Caribe, en Cuba. No va a tardar mucho ya.
Las dimensiones son como impensables, incapaces de solventar con cuidado. Pero, ¿habrá realmente ganas de solucionarlo? Por ejemplo.

El cuidado por cada uno en sí mismo, el cuidado por lo cercano, el cuidado por lo lejano, ¡sin miedo!, constituye un mecanismo de intercambio, constituye un mecanismo creativo. Porque cualquier medida de cuidado que unos hagan sobre sí mismos, tienen que tener cuidado de no hacerlo sobre otros. Ése es el verdadero cuidado, no aquel cuidado que se tiene hacia uno a costa del daño de otros.
En el sentido orante ¿se podría –pregunta- se podría pensar que… que hay fuerzas de diversa índole y naturaleza que cuidan la vida? ¿Sería posible que la vida continuara con los cuidados, simplemente, humanos? Entonces, ¿podríamos admitir que nos cuidan? Con la suficiente prudencia, con la suficiente aceptación, con la suficiente advertencia, con la suficiente sutileza como para que, incluso, pensemos que nosotros somos los adalides, los cuidadores de la vida.
Habrá que aprender, en consecuencia, a saber cuidar sin herir, a saber cuidar sin pasar factura, a saber cuidar sin violencia, a saber cuidar sin arrogancia, a saber cuidar sin proteccionismos, sin paternalismos, sin maternalismos… a saber cuidar dejando que a la vez, los demás, los demás –todos- se cuiden.

Si prestamos atención a el transcurrir de, simplemente un día, un día cualquiera en la vida de un contemplador… si asumimos la posición contemplativa de un día cualquiera –la referencia es del que contempla-, probablemente descubra que ha tenido, a lo largo del día, muchas advertencias. Seguramente se dará cuenta de que… “¡Ah!, aquello que pasó, ¡ah!, esto que ha ocurrido, ¡Ah!, esto que está ocurriendo… ¿No me estará advirtiendo de que…?”
Y advierte, y advierte, y advierte, sin cansarse de que la propia esperanza surja del advertido. El que advierte -en un momento determinado- no tiene que tener esperanza. ¡No!, porque si la tiene, se va a acabar pronto, muy pronto. Las advertencias van a caer, la mayoría de las veces, en saco rotísimo. Quien tiene que despertar a la esperanza es el que es advertido, porque ve la posibilidad de variar algo para que la advertencia se tenga en cuenta.
A propósito del ejemplo anterior, la plataforma petrolífera fue advertida días antes, por la inspección rutinaria, de que estaba en muy malas condiciones y de que no se podía continuar como estaba. Una advertencia. Casualmente, a los pocos días, ocurrió el accidente. Es una casualidad, seguramente.
Estamos llenos de advertencias, directas, indirectas, pluscuamperfectas, relativas, absolutas. Algunas se entienden, otras no. A algunas se hacen caso… muy pocas, a la mayoría no.
Cuando el ser se dispone a advertir, también debe cuidar su forma y manera. No vaya a ser –no vaya a ser- que se convierta en un barrote de carcelero; no vaya a ser que se convierta en un arrogante impositor; no vaya a ser que se convierta en un perseguidor de voluntades, que los hay. Porque lo establecido, por ejemplo, advierte con sus leyes insaciables una y otra vez, y nos reclama que seamos esclavos, cuanto más esclavos, mejor. Y nos lo dice de una forma o de otra. Y… y claro, en el mecanismo de aceptación, tenemos que aceptar que lo que pretenden es esclavizarnos. Y, a partir de ahí, podemos esgrimir alguna estrategia, con cuidado, que permita una… una actitud de vida solvente, con capacidad, con recursos.

La Creación nos advierte, una y otra y mil millones de veces a la vez, a través de diferentes medios y recursos. Lo Divino advierte, lo Divino cuida, lo Divino acepta. Y estamos siempre viviendo en la oportunidad de lo nuevo, de lo trascendente, de lo mágico.
Y una y otra vez se desciende a lo material, a lo concreto, a lo físico, a lo estrictamente medible. Y de nuevo se nos advierte y de nuevo se sube el listón por momentos.

Actitud de escucha ante las advertencias que descubrimos.
Posición de cuidado en el hacer diario.
Sentido aceptante, orante, que nos dé la perspectiva de sugerir, proponer, idear, sin que el lenguaje caiga en la violencia de lo insolente.

Ámen

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