IMPULSO
24
de octubre de 2022
“Llamada Orante”.
El impulso decidido
de una actitud esperanzadora.
El impulso preciso
para saltar la dificultad.
El impulso necesario
que reclama nuestra naturaleza.
El impulso, con su
pulso… de Eternidad, que no decae ante la adversidad; que sabe vivirla y
convertirla en suspiros de innovaciones.
Llamada Orante que
nos ¡impulsa!, como si el pulso estuviera perezoso y lánguido.
Llamada Orante que
nos recuerda “El Pulso del Inicio”, es decir, el hacer de nuestras aguas una
cascada de luz, un motivo de humor, una posición decidida.
¡Impulso!…
ante la monotonía de la costumbre, de la regla, de la norma, de la imposición.
Impulso que
riega de sugerencias, de convivencias; de un convivir de recursos, en los que
las dificultades son una curiosidad a resolver, a descubrir, a aprehender.
Ese impulso de cada
día que nos ha llevado, inicialmente, a Ama-necer.
No en balde el
impulso Creador nos da la nueva, singular y extraordinaria posibilidad de una
nueva vigilia, para ser “aciertos”, sinceros y… contundentes.
De esos que muestran
la eficacia… sin aspavientos, sin alharacas; con la suave presencia del estar. Pero con ese impulso de ver, de
olfatear, de saborear, de pronunciar la palabra precisa, de la escucha
obediente del silencio y de lo que irrumpe ese silencio.
Aderezar ese impulso…
con la singularidad personal, sin miedo,
con precisión, a sabiendas de que
cada ser tiene su sendero. Y así puede ser admirado. Y así, desde su identidad, admirar todo lo que le
rodea.
¡Impulso nos reclama
la Oración!, como un “refuerzo” de consciencia hacia nuestro pulso de
actuación. Un refuerzo de urgencia… ante los avisos de destrucción.
El impulso de la “serenidad”…
que recoge la confluencia de los sentidos –“la confluencia de los sentidos”- y
que hace de nuestros sentires una singular manera, forma y acción que nos atrae
por su singularidad… y que se compagina y se sintoniza con otras.
No hay error en el
impulso. Porque cada pulso sabe de la llegada del siguiente latido.
“Porque cada pulso
sabe de la llegada del siguiente latido”.
El error no se hace
presente. El sortear la dificultad… se hace inocentes actitudes de curiosidades
y juegos. “Inocentes actitudes de curiosidades y juegos”.
Y así, si el error no
se hace presente, la dificultad carece de necesidad.
Impulso, para
mostrarse de tal forma, con tal perfil, que despertemos agrado… sagrado… ¡sensible!…
¡sutil!
¡Aspirar a lo que
somos!: una fragancia…; un perfume que transita por la inesperada y
sorprendente Creación, ¡inaudita!
Impulso perfumado que
aromatiza en su paso; y que, a la vez, recoge los aromas de tránsito… y hace,
de cada ser, un valle de flores, en donde la belleza singular y la atracción de
respeto –para que esa belleza permanezca y continúe- nos hace –ese impulso- tiernos.
Sí; esa ternura que
nos reclama el Sentido Orante, hacia el terciopelo de nuestras palabras; hacia
la proximidad de nuestro ser con otros seres.
Ternura de sentidos,
que no son debilidades, que son “aprestos” consentidos de intimidades. “Que son
aprestos consentidos de intimidades”.
¡Ay! Impulsos que no
temen los recuerdos; que los recogen… y extraen el néctar del licor, de ese
licor ardiente que exalta nuestras pasiones. Esas que hacen huella ¡en el
viento!, para hacerse extensas, para no tener fin; que renuncian a pisar fuerte
y dejar marca… y se hacen ligeros aromas en los que cada ser se siente un
disfrute, ¡por el disfrute que proporciona!
Sin miedo y sin
precaución, se recogen esos recuerdos; se les quita la radicalidad, se asume la
universalidad… y así estamos en el sitio preciso, en el momento preciso y en el
hacer preciso.
No hay error.
El Misterio Creador
se hace un remolino de influencias en la Llamada Orante. Nos reclama, como
ciclón, para que nos hagamos aires ¡de vuelo!, aires de visiones ¡sin complejos!
Ese ciclón, ese
impulso del Misterio Creador que nos lanza, a la vez que nos recubre, a ser ese
instante... ¡que reclamaba la necesidad!
Y si soy instante que
llena el vacío que reclama la necesidad… el impulso se hace pleno, vigoroso. Y
así, la decisión es sin duda; la decisión se hace una floritura de espiral. De
espirales que, sin fin, suspiran.
¡Nos hacemos alivio!
¡A-livio! Tan reclamado, ¡tan reclamado!... por la propia vida: que éste, esto,
eso, aquello, lo otro… sean alivio.
¡Sentirse impulso
aliviador!... por “la atención” que prestemos a nuestras ideaciones, a nuestras
cuidadosas percepciones: esas que aciertan; sí, aciertan porque… se han hecho
terciopelo de ternura, y se han volcado como impulso ante el reclamo de la
necesidad.
Y cuando pareciera
que se culmina, el impulso de nuevo vuelve con un vigoroso latido. ¡Sí, eso
está, está ahí! ¡Lo tenemos en nuestro presente! Pero está… como barrido. Está
apartado. Porque el ser ¡está tan
ocupado de sus ocupaciones, y de ocupar, que deja de ver la inmensidad… y
se contrae en la posesiva obsesión de sus reclamos!
Y es que el Misterio
Creador no… ¡no descuida a las criaturas de vida! Es el propulsor. Es la esencia
y el origen. Es el latido, es el ¡impulso!… El que nos adorna con el pulso
sereno del abrazo, con el pulso gozoso de la sonrisa, con el pulso liviano, ¡ligero!,
del hacer.
Y así, la comunidad
de humanidad sincroniza los impulsos, desbroza las complicaciones, aclara las
confusiones, se hace precisión. Y cada impulso, con su pulso, reclama calidad. “Calidad”: esa demanda
impulsiva que nos promociona a darle un sentido transcendente a la más mínima
realización; que tomamos consciencia de la presencia ¡inductora!… del hacer,
que se hace, así, progresivamente, calidad, calidez, calma, consecuencia,
convivencia de ideales. Los que hacen “posibles” todos los imposibles… que los
rencores y las rabias nos provocan.
Impulsos, sin
revancha.
Impulsos que saben
merodear en la historia… y sacar de ella ¡lo auténtico!
Impulso que no
trasgrede, que no hiere, que no busca el roce justo para el triunfo.
Impulso que anima…;
que anima al retraído, al deprimido, al que sólo se contempla en su pena o
desespero.
Impulso de saberse –¡saberse!-
remedio. Saberse interlocutor del
Misterio. ¡Presentarse como enviado!, sin reclamar vítores ni atenciones
especiales.
Enviados de remedios…
sin protagonismos exigentes. Con la convicción que da el saberse… saberse
remedio necesitado.
Ser remedio y asumir
los remedios que se precisen.
Hacer así una trama
de vida “remediable”. “Redentora”.
¡Ay! Como un suspiro
de un volcán que deja de ser cautivo, y se hace luz y expansión.
Impulsos de saber reconocer,
en los otros, las necesidades de cada uno.
Saberse ¡sin sentido!,
si no está el otro, si no están los otros. Desde la semilla incipiente hasta el
detalle del color, pasando por el sonido displicente. Todo ello compone una ‘sin-fonía’… que nos evita caer en la
incidencia de la inmovilidad, del sin remedio.
¡Si eres un remedio,
eres un impulso de remedio! No habitas en un mundo “sin remedio”.
El impulso aparta el ¡fatalismo!:
esa espada que nos persigue como anunciando siempre el final.
Pero somos viento
alado de ternura perfumada, y la espada no nos hiere. La envolvemos con nuestro
aliento; la perfumamos. Se debilita, se derrite, se esfuma… ¡y se hace cómplice
de nuestro viaje!
Impulso que recupera
la artesanía de vivir. Sí; esa posición de arte
que nos hace embellecer… y que da al entorno nuestra necesaria presencia.
Arte por delante,
como impulso que custodia la belleza.
Arte por delante, con
humor, que custodia la alegría. Que hace del vivir un templo, un lugar de
acogida, un espacio transparente… de colores, de cantos, de vacíos que reclaman
presencias.
Hacer del vivir un
impulso redentor, con la misericordia y la bondad suficiente, puesto que nos las
dan permanentemente, pero que precisamos ejercitarlas para que, ese ser ¡templario!...
esté siempre dispuesto a la acogida. A esa acogida complaciente que no recrimina,
que no castiga, que acoge.
Ese impulso que nos
lleva a convertirnos en polen fecundo que no conoce límites.
Que se señorea con el
viento.
Que diseña colores.
Que parece vagabundo:
sí, vaga por los mundos… como peregrino inevitable, con el impulso ansioso de
contemplar… la Magnificencia.
“Con
el impulso ansioso de contemplar la Magnificencia”.
***