domingo

Lema Orante Semanal

 

LLAMADA ORANTE AL QUE ESCUCHA

 

29 de noviembre de 2021

 

En el tránsito evolutivo en el que la especie vive su... autodestrucción, la Llamada Orante reclama, al que escucha, cuál es su participación en diluir esas impunidades de agresión, de deterioro; y cómo constituirse, cada escucha orante, en una posibilidad de esperanza y de “redención”.

Asumir la responsabilidad que corresponda, en base a nuestra actitud, nuestro nivel de convivencia, nuestra participación; asumir esa responsabilidad con el sentido liberador. No es preciso hacer ruido, ni protestas de calado.

Es necesario testificar, testimoniar.

Testificar y testimoniar lo que corresponde, por cada uno, de desarrollar y mejorar nuestras virtudes, de amplificar nuestra participación. Sin reclamos y sin aplausos; de esos que se dan por… porque son gratis.

Que el aplauso sea merecido.

 

Pero, ciertamente, la Llamada Orante a los que escuchan, no solamente persigue la claridad personal, la impronta de una renovación constante, sino que implica, “también”, una intención, una vocación, una proyección hacia lo que se deteriora, hacia lo que se duele, se sufre y se… ¡incapacita!

Todo ello, distribuido en nuestra especie, en nuestro espacio vital de este planeta.

Escuchar la Llamada, en consecuencia, a través de nuestra purificación, se responsabiliza –en el grado que corresponda- de esa necesidad urgente que reclama la especie.

Es fácil evadirse y pensar que “ése no es mi problema, ésos son problemas de otros”. Pero el que escucha la Llamada Orante, no se siente “otro” y que “no es de otros”. ¡Está en todos!

Está en todos, de tal forma que el fluir orante no se queda sólo en nuestras cuitas, que buscan remedios, ayudas… ¡Que está bien!, pero no se puede quedar ahí.

La Llamada Orante al que escucha… ¡es universal!, trasciende a nuestra individualidad y emite la luz para clarear la oscura penuria que escuchamos, que leemos, que sabemos que está, que continúa.

 

Es deber, como intermediarios de la escucha orante, que demos cauce a este privilegio… y que se expanda a lo necesitado; que ese fluir de mensaje no se agote ahí, en nosotros, sino que la intención hacia… el vivir, hacia la vida de todo lo viviente… y más llamativamente a lo que sabemos que está: al hambriento, al perseguido, al preso, al pre-suicida, al emigrante, al detenido, al agobiado…; a los perdidos desmemoriados…; a los incapaces de escuchar…; a los egoístas y perseguidores…; a los que se sienten prepotentes y castigan por su voluntad, por su certeza de “verdad”…

Infinidad de procesos que intervienen en esta autodestrucción de la especie.

 

Y si nos reclama la Llamada Orante, y la escuchamos con estas intenciones, con estas propuestas, podemos advertir que, si bien una ingente mayoría entrará en la desolación, una suficiente minoría entrará en la redención. Y de ello somos portadores los intermediarios que escuchamos.

Quizás se pueda pensar: “¡Uf! ¡Otra nueva responsabilidad!”. Pero certeramente hay que decir que “no es otra”, es la que ¡debemos! ¡Es la que se precisa para des-egolatrizarse!...

¡Es la que nos llama para universalizarnos! La que nos permite, orando, transportar para ofrecer… a lo anónimamente o conocidamente necesitado; como por ejemplo, los citados.

 

Hay que desprenderse de esa idea de “es que no puedo hacer nada”, “es que no puedo hacer nada más”.

La Llamada Orante al que escucha… le despierta a su capacidad de intermediación: anónima, silenciosa… ¡pero evidente! Y más aún: con posibilidad de comprobarse, si nuestra creencia es certera, si nuestra intención no es rentista, si no nos hacemos protagonistas… sino tan solo el transporte de la virtud de servir. “El transporte de la virtud de servir”. Sin que en ello –y no temer por eso- perdamos nuestras vocaciones, nuestras tendencias, nuestras realizaciones cotidianas del día a día, del estar; de esas que nos reclaman “que no quede algo por hacer”.

 

 

¡Ay de aquellos que no tienen qué beber! Carecen de agua. Nuestro vapor intencionado, en el respirar, se hace… rocío, se hace posibilidad.

¡Ay de aquellos… –¡tantos!- que nada tienen para masticar!; que su boca se seca ya –como manantial-, sin saliva, resquebrajada. Un recuerdo intencionado, ¡presente!, en nuestra masticación; en el agrado gustoso de lo que tenemos. Si estamos dispuestos, no nos evitará el agrado, pero se agrandará en la intención… y se expandirá a lo necesitado. Y mágicamente se darán condiciones, casualidades, suertes, para que fracciones se modifiquen… y el pan llegue a la boca.

¡Ay!... ¡ay!, los desesperados que indecisamente viven, rodeados de recursos pero... insatisfechos de consciencia, con carteles de maníacos, neuróticos, depresivos, ansiosos, angustiosos… ¡Multitud! Se sienten incapaces de ver la ruta.

¡Y no somos espectadores de eso! ¡No debemos serlo! Somos… aportadores de sugerencias, ¡intencionadas presencias, en base a la fe de la escucha!… que llega.

 

¡Ay! Los que yacen dolidos, sufrientes… dependientes de remedios, enclaustrados entre máquinas, racionalismos diagnósticos y pronósticos: en ese ambiente encapsulado en el que no se ve más que lo escrutado, reseñado y escrito.

¡Ay! Ahí… ahí van y van nuestras intenciones, para el despertar de todos los sufrientes, dolientes.

 

El Misterio Creador no es indiferente, aunque pudiera parecerlo. Es contribuyente, y lo hace misteriosamente a través de nosotros mismos.

 

Tan solo… tan solo un instante –que es menos que un segundo- de intención vitalista, ¡de vitalidad!, es un océano de agua fresca, que es saludable.

Y seguramente no veremos el resultado. ¡O sí!... Pero tampoco vemos esa Creación Misericordiosa y sabemos que está ahí. Y que nos comunica, que nos aclara, nuestro compromiso de humanidad.


Nos recogemos en el mantra, para ser… y sensibilizarnos ante la escucha, ¡y ejercitarnos ante la acción!

 

aAAAAAEEEEEEiiiiiiiii

 

 

 

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