NACER-HACER, UNIVERSARIO DE TIAN
30 de marzo de 2020
Se hace
primavera. Y se hace… sola, al margen de nuestras acciones.
Y se hace
así... con el sentido de servirnos; y además del adorno que supone, la muestra
de vitalidad que arroja sobre todos los suelos.
Se hace
la primavera… ¡y no la hacemos nosotros!
¿Y qué
hacemos con ella?
Se hace
el amanecer, y... tampoco nosotros lo hacemos. La luz se presenta sin ninguna
justificación... Y nos despierta; nos lleva a la vigilia.
Haciéndose
el amanecer, haciéndose la primavera, ¿qué representa para el ser...?
El
Sentido Orante, con su llamada, nos reclama
el ejercicio de nuestra luz, de la cual somos absolutamente
dependientes.
La
primavera nos reclama el nacer, el previo acontecer que ha ido preparando esa...
abrupta expresión de nacer.
¡Ah!, ¡nacer...!
“Nacer” y
“hacer” quizás sea la misma palabra, pero con distinto sonido. Y si así fuera,
como nos indica el Sentido Orante, cada hacer –de cualquier naturaleza- sería
un nacer... Con lo cual estaríamos permanentemente naciendo.
No habría
lugar para el espacio repetitivo, sino siempre novedoso. Ninguna primavera es
igual que otra.
En
consecuencia, somos seres de luz y, por tanto, viajeros. Sea cual sea la
naturaleza de la luz..., viaja. Y por donde pasa, ¡nace! Y al nacer, ¡hace!
No puede
estancarse, ni en el nacer, ni en el hacer, ni en el viaje luminoso.
Si así
nos asumimos, como luz viajera que nace y hace en su transcurrir..., la
naturaleza de ese proceso es imparable.
Y decir
imparable significa decir: “confianza plena”; decir: “decisiones inmediatas”;
decir: “¡compromisos firmes!”; decir: “¡servidores eficaces!”; decir: “libertarios
incesantes”; decir: “amantes imperecederos... siempre atentos”.
Y con
esas características... ¿qué elemento puede detenernos?
Las
apariencias. Sí. Las apariencias que podemos dejar que pasen, en esa naturaleza
de luz –nacer y hacer... con consciencia plena-.
Si la
desconfianza se insinúa, si la indecisión se hace ¡inquieta!, si el servicio se
hace... para cumplir, pero no para la entrega, entonces, la insinuosa
desconfianza -ajena y propia- busca retraerse, busca esconderse; nace... al
miedo.
¡Y nacer
era primavera! Nacer era ¡hacer! Nacer era la creatividad y creación
permanente.
El Sentido Orante nos recalca nuestra naturaleza –en este año de encrucijadas- para que
nos demos cuenta de la ficción de los obstáculos, que se hacen tales obstáculos
cuando dejamos de verlos como ficticios... y los aceptamos como reales.
Pero,
ciertamente, el sentido del vivir humano se ha convertido en una creencia de
apariencias, en un sentido de realidad que sea dominado, que sea controlado –¡o
desbordado!- por el hombre.
En mínima
cantidad se atiende al Llamado Orante, y en máxima atención se ciñe sobre el
material, el artículo, el mandato, la orden: eso que se vende como “seguridad”.
¿No ha
pasado suficiente tiempo, no han pasado suficientes aconteceres y suficientes
civilizaciones, como para darse cuenta de que ese sentido no es el adecuado?
¿Aún se
sigue aspirando a ser el rey de la Creación, el hombre-dios de los hombres...?
Y bajo
esos prismas de apariencias creíbles, reales, la guerra es el instrumento más
útil. Es el único instrumento que nos hace realidades palpables –“apariencias”-;
pero... aconteceres de contracciones de soplo que, en cuanto se amplifican en Universo,
dejan de tener consistencia.
Y en esa
guerra, hoy vencen unos, mañana vencen otros… Es decir, todos pierden.
¿Es una
decisión inteligente? ¿O es más bien una estampida de egolatría... que nos
lleva hacia la omnipotencia del hombre, y su creación –sic-?
La guerra
se hace más o menos violenta, más o menos grande o más o menos pequeña, y... -y
eso sí- empieza a ser... el sentido de la vida. Ahí es donde tenemos que ‘desfacernos’ de la encrucijada.
Porque
pareciera que toda la humanidad, en su consciencia colectiva, hubiera optado
únicamente por la guerra, como medio para... ¡subsistir, sobrevivir, supervivir!...
Y no es ese
el lenguaje, ni la postura ni posición del Sentido Orante, que hoy nos
despierta con la luz de la
primavera, con el nacer y hacer como identidades, con las consciencias
plenas en servicios, en confianzas, en decisiones.
Ese
estado de “contra, contra, contra, contra”... que amilana, que asusta, que
defiende, que contra-ofende: una sincronizada agonía que, por su reclamo
general, ¡atrapa!... –pretende atrapar- el viaje de la luz. De ahí que si en
consciencia sentimos nuestra naturaleza, el acoso de la guerra no encontrará
eco.
Y no harán
falta murallas, ni muros, ni alarmas... que constriñen el fluir, que arañan las
ansias de ¡aspirar!; de aspirar a ser lo que se es: una luminosa y fugada luz,
en el Universo.
La oferta
del combate siempre está disponible. Y es ahí donde el orante ha de estar
atento, alerta. Porque es el fácil camino del... “poder”. Si, en cambio, se
deniega la oferta del combate –sin que ello suponga un enfrentamiento- y
asumimos una posición de adaptación, con muestras creativas, como seres sin
tiempo, inmortales, sin nada que ganar porque todo es vanidad, con la
consciencia de una constante y nueva humanidad que nace y hace diariamente, con
el humor del ánimo enamorado suficiente como para no tener carencias, con ello
estaremos en disposición de dejar de ser esclavos del tiempo: un impostor que
acecha, que aprieta. Y cuanta más atención se le presta, más dictador se hace.
Si nos
dejamos envolver –y cuánta intención hay- en el amanecer, en ese acto de luz
que nos ama; si nos dejamos percibir como esa vigilia continua... que solamente
es secuestrada por la noche interna, para ser reparada, para ser puesta
a punto para el nuevo nacer y hacer, estaremos en disposición de ser servidores
en ese ir infinito, y en ese “estar” de ficción aparente que nos ¡reclama!, pero
que tenemos que estar en la alerta y en la atención suficiente como para no
caer en ese universo… que no es verso, que no es prosa; que es… lo que no debe
ser.
Interactuar
con la consciencia plena, en la que antes hemos estado, y ¡mostrar!, mostrar
nuestras intenciones, y evidenciar las evoluciones cuando intervenimos, cuando
estamos como somos..., y no, como la imposición de unos pocos quiere que
seamos.
Busquemos
el sonido que mejor pueda asumir la aventura de la luz… en su nacer y hacer
permanente.
AAAAAMMMA...
AAAAAMMMA... AAAAAMMMA...
AAAAAMMMA...
AAAAAMMMA... AAAAAMMMA...
AAAAAMMMA...
AAAAAMMMA... AAAAAMMMA...
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