LA LLAMADA ORANTE: EL LATIDO DEL MILAGRO PERMANENTE
11 de mayo de 2020
Y los procesos de
vida y de vivir, se fueron gestando en progresivas reuniones, comuniones,
fusiones, cercanías…
Y así, la vida –entre
otras cosas- se fue haciendo “grande”.
Cada ser, al
compartir, se convertía en otro ser. Como la manada de pájaros cuando forman
una imagen: no es por el lujo de quedar bien, sino por la elegancia de
mostrarse como una nueva formación. Esto hace que, a quien lo vea, le parezca
otra cosa, y no una manada de pájaros.
Lo mismo ocurre con
determinados peces, que generan formaciones que impresionan.
La comunión de
intereses –pero intereses de necesidad, de atracción- gesta nuevas formas,
nuevas perspectivas.
Esto hizo, en la
comunidad humana, que se gestaran imperios. Había “una comunión de”...
Y cuando éstos se
hacían muy poderosos, y no admitían más gestiones que las suyas, los que no
eran partidarios recurrían a la división. De ahí seguramente la frase de “Divide y vencerás”.
Si se coge por
ejemplo un cuerpo social, y se lo divide, se lo fracciona, se lo secciona, se lo
recluye… ¿qué fuerza puede generar ese cuerpo fraccionado, fracturado separado,
dividido, secuestrado?
Si no se hubieran
integrado los componentes –¡tan diversos!- de lo que llamamos “materia”, la
vida, como la percibimos en su biodiversidad, jamás se hubiera producido. Unos
elementos se integran con otros y con otros, y se hacen comuniones complejas,
muy complejas. Y al hacerse curiosas… y balbucear en su Universo, descubren que
esa integración las hace grandes, y aumentan sus capacidades.
Y al ver un poco
más hacia el exterior, comprobamos que esa capacidad integrativa de comunión,
de conjunción, se nos ofrece en ese Cosmos-Universo, incomparable, sin duda,
con nuestro pequeño núcleo de vida. Pero… ni una sola partícula desobedece su
integración en un conjunto de complejas y complejas comuniones de luces y
oscuridades.
En los tiempos en
los que la consciencia de humanidad conocía una versión simple –sí, simple- del
acontecer, cualquier variable y sorpresa o imprevisto que sucediera, era
atribuible a los dioses.
Había que… ¿crear?
No. El hombre no
crea. ‘Creativiza’ y procrea.
Pero se gestaron
las imágenes –imágenes, además- de –¿”responsables”?-... responsables,
castigadores, premiadores… Todo ello constituía una “voluntad de Dios”.
Y he aquí que eso
que parecía indisoluble se fue fraccionando. El progresivo ‘conoci-miento’ de
los procesos, y su interpretación interesada, manejable y beneficiosa tan solo
para la especie humanidad, hizo que esta especie se fracturara, se separara, se
fraccionara del resto de las biodiversidades. Se convirtió en lo que antes
adoraba –a dioses, imágenes…- y se hizo poderoso.
Sí. En alguna
medida, como lo que imaginaba que ocurría antes. Se endiosó, se configuró, y
sometió a todo lo que iba encontrando.
Y así se separó –por
autosuficiente, por egolatría, por idolatría hacia sí mismo- de la Creación.
Parece un salto muy brusco. Y, en tiempo, no hace mucho que ocurrió. Al menos en
historia. Quizás en torno a mediados del siglo XIX. Y apenas si estamos en el
XXI –comenzando-. Pero la vertiginosa auto-escucha y autoestima, exigente ante
el entorno y ante la propia especie, desfiguró, decapitó cualquier otra
influencia que no fuera la suya.
Dio –como especie-
finalizada la etapa divina, y dio comienzo a la etapa humana.
Queda una pregunta
en esta historia:
¿Realmente, la
necesidad de comunión con “algo” era producto de su ignorancia de lo que “sabe”
–entre comillas- ahora? ¿O era –o es- una comunión “vital” de llamada, de contacto?
Sí. Lo más fácil –desde
la óptica actual- es decir que, ciertamente, nuestra ignorancia nos hizo creer
en figuras, imágenes, hipótesis… Pero ocurrió y ocurre que ese método de
suplantar, esa manera de hegemonizarse como especie sobre todas las demás,
deteriora, esclaviza, castiga, envidia, condena…
Lo que parecía un
paso adelante en el ‘conoci-miento’, se convirtió en una infinita guerra de dioses
ficticios, hasta llegar al combate personal con uno mismo. Y, obviamente, con
los más cercanos.
Los nuevos dioses
se dividieron y combatieron. Y combaten. Se enfrentan diariamente a sus
designios, a sus propuestas, a sus seguridades, a sus castigos, a sus miedos, a
sus desesperos, a sus imposiciones –a las que reciben y a las que dan, ¡por
supuesto!-.
Se desintegra. Deja
de conectarse, de hacerse comunión, de hacerse vida. Parece haber olvidado todo
el proceso que le llevó a ser lo que es, hasta el momento en que decidió ser
otra cosa; la que es hoy en día: un disrruptor de vida; un interferente
permanente hacia sí mismo y hacia el entorno; un sordo emocional, perceptivo,
sensitivo… que, imbuido en su enroscado criterio, termina por devorarse a sí mismo.
¡Ay! Y a la vez, en
todo ese proceso, se le fue llamando y llamando. Y sí, diversos conglomerados
de religiones recogieron en alguna medida esas llamadas, pero las hicieron
suyas para imponer, para moralizar, para ordenar, para pecaminizar.
Y no, no desaparecieron
esas instancias; se aminoraron, se menguaron, se vendieron. En el nuevo mundo
en el que todo se compra y se vende, los mensajes sagrados se adulteraron, se
adulteran y se interpretan según la compra y venta.
Pero es curioso: a
lo largo de toda esa cadena de esclavitud, no se llegó a perder del todo esa
sensación de estar religado, de estar relacionado, de estar en sintonía, al
menos, con algo más que uno mismo, o que otros y otros.
El Sentido, la Llamada
Orante, se hace eco de esa sintonía. Es la emisora que emite una visión, una
percepción, un conjunto de interpretaciones como las que hemos escuchado. Pero
que nos pone en evidencia, además, que… por mucho que el ser insista en su
dominio de poder, cuando el deterioro le carcome –¡ay!-… despierta a la
sintonía. Sí, despierta a la sintonía de Lo Que Llama.
Quizás se podría
decir que “demasiado tarde”. Para el hombre, sí. Para la Creación no hay “tarde”,
no hay “pronto”.
El Sentido Orante
nos muestra cómo, sin interferir en nuestras hegemonías, ahí está el latido del
milagro permanente. Ahí está la voz que clama en el desierto. Ahí está la
envoltura que hace posible la vida.
“Ahí está la
envoltura que hace posible la vida”.
Y no es difícil ver
el deterioro conseguido…
Y los miedos
gestados…
¿¡Cómo podía ser
que Dios, que los dioses, tuvieran miedo!?
La Llamada Orante
nos… activa. Sí. Activa cada poro de
nuestro perplejo recubrimiento –piel-. Hace de cada uno de ellos un receptor
que capta una emisión que, a través de hilos sutiles, se une a un emisor
misterioso, creador. Y así, con infinitos filamentos, nos hacemos comunión, nos
hacemos vida de percepción y de perfección hacia lo impecable, lo excepcional; hacia
la comunión con esa naturaleza de filamentos, que son amores sin renta, sin
exigencia: se nos dan… como infinita generosidad. Y así nos hacemos cuerpo de
comunión con la Creación. Y así replicamos en el amor hacia todo, hacia todos. Y
así priorizamos y seleccionamos lo que nos corresponde… y lo ofrecemos a la
comunión con los infinitos aspectos de la vida.
Vibramos y nos
sensibilizamos en esa sintonía:
ABEABEABEABEABEABEABEABEABEEEEE…
Disueltos y
fundidos a la vez, hace, cada ser, un Misterio en la comunión con la Creación,
y se hace testimonio con los otros, con todo.
Con todo.
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