UN ESTILO DE VIVIR EN BASE A “EL ESTÍMULO Y LA RESPUESTA”
15 de julio de 2019
Salvo historias de
grupos de humanidades pacíficas y... equilibradas –historias excepcionales-…
las otras evidencias nos muestran una comunidad de vida y un estilo de vivir en
base a “el estímulo y la respuesta”…
diríase que extremadamente primitivo, si nos atenemos a la escala biológica de
diferentes estructuras vivas. Teniendo en cuenta la complejidad humana, debería
suponerse una acción o un mecanismo diferente a “estímulo-respuesta”.
Sí. Sin duda hay
una elaboración: ante determinado estímulo, se elabora una determinada
respuesta.
Esta forma de
comportarse ha traído como consecuencia el continuo enfrentamiento, la continua
revancha: “Si me haces esto, te hago lo
otro; si vas por aquí, yo voy por allá; si no me gusta, te castigo; si me gusta,
te premio”…
Con el paso de la
experiencia, y el tiempo que ella consume, ese mecanismo resulta decepcionante…
además de los aditamentos de “aburrido”, “cansino”, “previsible”, “sin
creatividad”, “sin sorpresa”, “sin evolución”.
Es como… –para
entrar en otra dimensión- es como si dentro de la Creación y los mecanismos de
la vida, cada vez que un determinado ser emitiera un estímulo, se le castigara
o se le premiara inmediatamente.
Esto no está
alejado de la realidad, puesto que se piensa, se siente, se intuye que, ante
tal comportamiento, recibirás tal premio o tal castigo… por parte de la
sociedad, por parte de la autoridad, por parte de la amistad, por parte de…
Claro, finalmente por parte de Dios.
El ser estimula, y
Dios responde al más puro estilo humano. Ante tal estímulo, tal padecimiento,
tal incomodidad. Como si fuera la carta de los jueces que tienen ya escritos
los diferentes castigos ante diferentes acciones. “Y tal delito está castigado con cuatro meses… o de seis años a tres
meses, según el juez considere...”,
etc.
Claro, mientras se
va gestando esta dinámica, los ¿treinta…? –depende de cada persona y de donde
nazca- primeros años resultan relativamente novedosos; aunque dependiendo de la
madurez de cada ser, esta novedad empieza a ser repetitiva. Y entonces empieza
un cierto desencanto, una cierta pérdida de humor; de lozanía.
¿Qué ocurriría, puesto
que nuestro diseño lo permite… –y ésta es la sugerencia orante- qué ocurriría
si, ante determinado estímulo –¡cualquiera!, sí, cualquiera-, en vez de
preocuparse en dar una respuesta, se asimilara el estímulo y se transformara en
reconocimiento, aprendizaje, desarrollo, capacitación, habilitación de recursos...?
El estímulo del apetito,
cuando hay hambre, resulta que se convierte en comer, ¿verdad? ¿Y cuál es la
respuesta a la ingesta de alimentos? Es un ejemplo muy simple, ¿eh?
La respuesta a la
ingesta de alimentos es que éstos –el pan, el trigo, la carne, el pescado-,
cualquier ingesta, se va a convertir,
a transformar en una serie de
elementos que, en principio, no se parecen ya en nada a la carne o al pescado
que hemos tomado: proteínas, hidratos de carbono, grasas… que van a nutrir
nuestra estructura.
Y ésa ha sido la
actitud del organismo ante un estímulo –“hambre”-.
La respuesta no ha
sido: “¡Lucha contra el hambre! Come y
transfórmate en obeso”. No, no. El organismo tiende a satisfacer una
necesidad. En condiciones normales. Pero ese estímulo no se ha convertido en
una respuesta a favor o en contra “de”, sino que ha recogido el estímulo, ha
reconocido el estímulo y lo ha transformado. Y lo ha convertido en algo
beneficioso.
Cuando llega la
noche, los organismos –como están reglados por la luz y la oscuridad: ritmo
circadiano-, ante el estímulo de la oscuridad, el organismo no enciende las
luces y procura abrir los ojos con palillos que sujeten los párpados, sino que…
el que más o el que menos busca su reposo y el sueño. Luego, ante el estímulo
de la oscuridad –vamos a seguir llamándolo así: “estímulo”- no hay un combate,
no hay una respuesta, sino que el organismo entra en otra perspectiva: reacciona
aprovechando, utilizando, beneficiándose
de la oscuridad, gracias a lo cual va a entrar en sueño y se va a beneficiar de
ese descanso, de ese reposo que le va a permitir despertar y entrar en la
vigilia.
Bien. Estos
ejemplos se entienden. Ahora bien, cuando alguien hace algo que… –en
relación contigo- no te parece bien, no está de acuerdo con tu criterio –“estímulo”,
eso es un estímulo-, la respuesta suele ser: “Me enfado, te castigo, te borro de mi lista, te...”. ¡Bueno! Hay
una respuesta, a veces proporcional al estímulo; la mayoría de las veces no es
proporcional.
No ha habido una
elaboración, no ha habido una asimilación.
Si yo he quedado
con Pepe a las tres, y a las tres no viene Pepe, o me llama a las tres menos un
minuto para decirme que no puede llegar, no puedo castigarle con mi
indiferencia y retirarle el saludo y borrarle de mis listas de espera...
¿verdad?
Tendré que… ¡bueno!,
me incomoda que no haya venido, me incomoda que… pero antes de dar una
respuesta, “antes”, pensar…
.- ¿Pensar? Qué cosa más curiosa.
Sí. Ponerse en los
motivos o en las razones del otro… y
continuar con tu labor.
Somos viajeros de Universo.
No podemos detenernos en ajusticiar a todos aquellos que no hagan, no cumplan,
no realicen…
Cada uno tiene su
vía. ¿Es tan difícil de entender eso? Cada uno tiene su sentido. Cada uno tiene
su deber.
¿Que coincidimos? ¿Que
conjugamos nuestros ‘haceres’? ¿Que nos agrupamos…? ¡Perfecto!
En una orquesta
sinfónica se conjugan perfectamente el contrabajo, el clarinete, el chelo, el
trombón de varas, el arpa... –¡miren que son distintos!, ¿eh?-. Y al estímulo
del director, ante una partitura que me evoca un sonido, empiezo a ejercitar la
parte que me corresponde, junto con la otra parte que le corresponde al otro… ¡y
juntos sonamos!, y creamos una melodía que el público disfruta. Ante el
estímulo de esos músicos, el público gusta de ese sonido… global.
¡No vamos al
auditorio a juzgar al arpista!, para condenarlo porque en el último instante
tocó un fa menor que ni los grillos
escucharon. No. Puede haber alguna intransigencia o fallo –sí, por supuesto-,
pero no por eso vamos a ejecutar a toda la orquesta, ¿no?
¿Y si durante el
transcurso del concierto para violín y orquesta de Ludwig Van Beethoven,
resulta que la cuerda del violinista, ¡el solista!, una cuerda salta…? Las
cuerdas saltan, ¡se rompen! ¿Ejecutaremos al violinista, o dejaremos que se
apañe como pueda? Lo va a tener difícil, pero seguirá. O… un ligero momento de
pausa, y otro violín.
¿Castigaremos a la
cuerda y la llevaremos ante el juez? Sí. Eso son tentaciones que están ahí.
El ejemplo es
exagerado, por supuesto, para que se vea mejor. Porque en lo cotidiano, el
detalle –la minucia-… es contestado con desproporción. O el estímulo es
inapropiado. En cualquier caso, tanto el estimulador, que debe elaborar bien su
estímulo –el que hace de estimulador- y el receptor, que debe recoger el estímulo,
elaborarlo y transformarlo –como la alimentación, en hidratos de carbono,
grasas, proteínas, vitaminas-…, pues ante ese estímulo, lo recojo y lo elaboro,
y no me preocupa especialmente la respuesta, salvo que me la pidan.
Estamos sometidos,
quizás desde –esa palabra- “siempre”, a diferentes estímulos que han ido evolucionando,
cambiando. Y se han estipulado una serie de respuestas. Y, salvo excepciones –como
decíamos al principio-, no se ha recogido ese estímulo y se ha incorporado como
elemento a transformar, a entender, a elaborar.
Se dice –y parece
ser que resulta ser cierto- que la adaptación ha sido el verdadero motor de la
evolución de las especies vivas. Y, en cambio, aquellas que no se adaptaban,
desaparecían. No ha sido –como se pensaba y se sigue pensando en la práctica-
que sólo sobrevivían los más fuertes. Es rigurosamente falso: sobrevivían los
que sabían adaptarse. Los fuertes tardaban un poco más en desaparecer, pero se
rompían. Los adaptables… proseguían.
Y aunque eso
resulta evidente, ante el tiempo actual en el que los estímulos son de una variabilidad
tremenda, ¡tremenda!… abrumadora, debemos más que nunca reacomodar nuestro
sistema de recepción; evaluar la importancia de los estímulos; valorar, en torno
a la prioridad –“valorar en torno a la prioridad”-, la calidad de las
respuestas.
Y en esos sistemas
adaptativos, saber –conociéndose- hasta dónde está el orbe. Mi expansión, hasta
dónde llega. No es cuestión de límites, es cuestión de capacidades: “¿Hasta dónde? Hasta aquí”. Pues
ejercitémonos hasta ahí.
En la medida en que
nos salimos de nuestras competencias, invadimos a otros, los bloqueamos, los
perjudicamos...
No confundir –y esto es importante tenerlo en cuenta-, no confundir la realización de
cada ser, y sus mecanismos adaptativos, con la obligación cultural, social, política
y económica que se impone en cada era o en cada tiempo. No. Evidentemente, en
detalles o en grandes acontecimientos, no vamos a estar de acuerdo con lo
establecido, con lo impuesto… No. Pero… cuál va a ser nuestra respuesta: vamos
a coger las armas, vamos a imprimir un folleto, vamos a dar un discurso... Pero
no vamos a perder ni vamos a renunciar.
Ahí está el bambú:
flexible ante el viento, y recio y decidido ante el crecimiento.
En la medida en que
descubrimos nuestro sentir, debemos buscar su cauce. Eso es innegociable.
Porque es el cauce del sentir que le corresponde a ese ser. ¿Que resulte que en
ese momento, en ese tiempo, según la ley, según… no es lo más adecuado? Puede
ser. ¿Y por ello va a renunciar? No. Se tendrá que adaptar.
¿Es acaso lo más
adecuado, lo más normal, lo más frecuente, encontrarse a las siete de la mañana,
orando? No, ¿verdad? No. A las siete de la mañana se estará durmiendo o
desayunando. Sin embargo, estamos aquí orando, acudiendo a la Llamada Orante.
Cualquier
observador, dada la naturaleza de nuestra oración, lo vería absurdo o
incongruente ¡o cualquier otra palabra!
¿Por eso íbamos a
dejar de hacer la Llamada Orante? No, porque es parte consustancial del
desarrollo de este estilo de vida.
O sea que tenemos,
en nuestra convivencia cotidiana, unas actitudes, unas realizaciones y unas
actividades que, de entrada, no entran en los códigos establecidos. Pero no
peleamos contra el estímulo del código establecido, sino que procuramos
flexibilizarnos y, sin dejar de hacer lo debido, entablamos relaciones con el
estímulo… sin que ello suponga una renuncia.
El Sentido Orante
nos recuerda y nos hace hincapié en que, sólo aquello en lo que se cree, en lo
que se siente y en lo que uno se identifica, debe ser ejercitado, vivido… aún
en las condiciones más adversas. Y es así como el ser se identifica con du
débito kármico –si quieren llamarlo así-. Es así como dona el bien por el que
fue creado, a los demás, aunque tenga que padecer incomodidades –como mínimo-.
Pero, claro, si se
sigue la ley del estímulo y respuesta, el sujeto va perdiendo su identidad, va
perdiendo su naturaleza, va perdiendo su servicio –para el cual ha sido creado-.
Y al renunciar, y al comportarse como un mecanismo… que no le corresponde, deja
¡huérfanos!... a otros que precisaban de su testimonio para poder continuar.
Eso en cuanto al
testimonio personal. Pero igualmente, cuando la respuesta es de
estímulo-respuesta, el sujeto bloquea, ¡se bloquea!, se daña a sí mismo.
La competencia, la
importancia personal, el reclamo de autoridad, como elementos comunes, son
actitudes que se deben disolver, si queremos dar una respuesta acorde a
nuestros dones… y sin renunciar a nuestro sentido.
Reclaman, los días
de la Innovación, una disposición y una actitud de complaciente asimilación de
estímulos, y un responder de acuerdo al sentido del servicio que cada ser trae
en base a sus dones, concebidos y concedidos por la Creación.
En esa medida, no
hay castigos ni autocastigos, sino que hay renovaciones, replanteamientos,
revisiones… y la búsqueda continua de ser “el impecable servidor”, que es el
gozo que supone el sentirse amado y el poder reflejar ese Amor… en la flexible
adaptación y en la irrenunciable posición de lo que cada uno es.
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