EL MISTERIO CREADOR: LA ÚNICA FILIACIÓN POSIBLE
20 de agosto de 2018
Ante la importancia creciente de
las opiniones ajenas, bien sea en forma de consejo, de ley, de norma, de
costumbre, de prejuicios... –¡tantas caras tiene la opinión exterior!, pero que
en definitiva son opiniones de humanidad-, cuando el individuo se apercibe de
todos esos enjambres de opiniones ajenas, el ser se retrae, se encierra. Su
opinión propia le embarga.
Se hace –quizás sin quererlo-
radical. Y se constituye en importante. Probablemente –probablemente- cuando
cumpla ese ciclo, se añada a la opinión general. Mientras tanto, antes de
añadirse a las opiniones ajenas se gesta un núcleo aislado; busca llamar la
atención, pero relativamente. El caso es que sólo le preocupa su giro, como si
sólo existiera el giro del planeta sobre su eje. La traslación, la galaxia, la
universalización, no, no, no. Ahí, ahí, ahí mismo, en su personalismo
secuestrado, crea sus tótems, sus popes, sus reglas. Y con esos prismas,
aplicados a los sentidos, empieza a juzgar a todo su entorno. Es una forma de…
¿defenderse?
El entorno general, por supuesto,
no se inmuta; sigue su cadena de desproporciones y despropósitos. Pero la
visión particular cercana sí se conmueve.
En esas situaciones, ¿dónde… dónde
cabría un pequeño orificio para sentir? Más allá de uno mismo. Parece
imposible, ¿verdad? La misma frase “sentir más allá de uno mismo” es como estar
ya fuera de ti o fuera de sí.
Sí. Exacto: fuera de ti y fuera de
sí; las dos cosas. Que es el estado de consciencia que se precisa para
sintonizarse con el Misterio Creador: la única filiación posible que se hace
infalible hacia nuestra estancia, y que lo hace a través de intermediarios, de
casualidades, suertes, imprevistos…
¡Ah! Pero ya decía la canción, que “la vanidad es yuyo malo o hierba mala que
envenena toda huella”. Y ¡claro!, como dice también la sentencia: “Dar el
brazo a torcer, ¡uffff!, cuesta”.
Es curioso. Hay… –sí hay, hay, pero…
¡más de los que hay!, ¿eh?- seres que están aguardando a que llegue Dios mismo
a su casa a tomar café y discutir con él algunas cosas acerca de la vida propia
de cada uno. De verdad. Sí. Y se quejan de la mala suerte. Y esperan: “¡Qué injusto es este mundo! Yo aquí con
dificultades, problemas y tal, y no vienen los arcángeles, al menos, los
serafines o los tronos o las potestades a visitarme para… ”.
Sí. Quizás dicho así parece
estrambótico, pero sentido así resulta… natural.
Esa vanidad conlleva que se
desarrolle la idea de: “He hecho
suficientes méritos. Yo me merezco algo mejor. Con todos los sacrificios que he
realizado…”, y un largo etcétera de curriculums que se llevan para recoger,
tener, poseer, ganar… una posición que, en alguna medida, sea privilegiada –para
la persona al menos-.
Todo eso es un soberano engaño.
Todo eso es ¡escoria! Todo eso hace crecer esas opiniones ajenas… que sólo se
fijan o inventan o se imaginan lo peor de lo peor de los demás. Pero está en el
ambiente y está en la propaganda y está en el anuncio y está en el padre, en la
madre, en el hijo… Todo el mundo parece opinar y saber ¡tanto de uno, que es
asombroso! Pareciera que cada cual tiene el inconsciente colectivo de cada uno
de nosotros. ¡Oh!, sí.
¡Oh!, sí: “Julia tiene el inconsciente colectivo de todos, y de mí en particular…
Oh! Julia, tú tienes una forma de bailar que me fascina…”. ¡De verdad!...
Es asombroso –quizás a veces uno no
se da cuenta-… pero es asombroso lo que saben los demás de uno, que uno no se
entera. De verdad, ¡de nada! ¡Es increíble! Pero ¡ojo qué cosas saben!: las
subconscientes, las inconscientes… ¡Bueno, bueno, bueno! Y si ya nos llevan a
las constelaciones familiares y a los universos paralelos, ¡yo qué sé!,
entonces ya… lo mejor que podemos hacer es morirnos. Sí; porque así te quitas
de en medio, y aunque le quites un poco de trabajo al crítico de turno o a la
crítica de turno, todos nos quedamos tranquilos.
“¡Ché!”
–habría que decir; mejor en tono argentino- “¡Es
increíble! Es increíble, ché, lo que sé de mí, y sobre todo lo que sé de los
demás. Yo creo que no hay una mente tan privilegiada como la mía”.
Sí, pero ustedes fíjense y verán cómo…
eso ¡pasa! “Pasa”, quiero decir, “ocurre”. No es que pase –ojalá pasara-, “ocurre”.
Y, por supuesto, fuera de estos muros, pero ocurre.
¡Ay! ¡Y cómo le gusta!, ¡cómo le
gusta al omni... omni... omni... –“objeto volante no identificado”, no, al
“omni”, de omnipotente-, cómo le gusta luego montar sus juicios, sus críticas,
sus… ¡Bueno, bueno, bueno! ¡Le encanta! ¡Le encanta!... ¡Hace hasta cantes! ¡De
verdad!…
.-
¿Es cierto eso?
.-
¡Sí! ¡Le encanta!
¡Ah! Y si se te ocurre decir: “Bueno, yo creo que aquí...”.
¡Oh!, ¡oh!, ¡oh!
Seguro que más de alguno –de
ustedes- habrá visto un alacrán en posición de ataque. Pues algo así. Saca el
aguijón y se pica ¡como sea! Y aparte de conocer tu inconsciente colectivo, tu
vida personal y todo lo que tú no sabes de ti, en ese momento se promulga una
sentencia o una frase: “¡Porque nosotros
necesitamos!, ¡porque nosotros no tenemos lo que…!”. ¡Guau! Entonces ya… the explosion. La explosión.
Sí. En ese periodo de embriaguez
subterránea de naturaleza hedonista, cuando el sujeto explota y ya pasa a ser…
opinión ajena, en ese momento de explosión, no… no se piensa ni valora ni
evalúa lo ocurrido, lo que trascurre, lo que pasa… ¡No!
Se suele decir en nuestro argot: “¡Se tira por la calle de en medio!”.
¡Hala!
Y con ello, ya se está… y se pasa a
formar parte de ese entorno vigilante, corrector, crítico, etc., que va ganando
adeptos en base a miedo, en base a toda una serie de angustias y ansiedades.
Por eso vemos que, a nivel de
humanidad, con todos los progresos –vamos a llamarlos “progresos”, claro- y
todos los logros –vamos a llamarlos “logros”-, si ponemos unas normas que son
así y asao, y de esta forma y de esta otra, amoldamos la horma. Si yo quiero
vender un medicamento para la osteoporosis, pues bajo el nivel normal y todas
las mujeres serán osteoporóticas –muy simple es-; y entonces, todas las mujeres
se pondrán la hormona para retener el calcio, por ejemplo. ¡Eso son cosas que
ocurren!: según los parámetros que se establezcan, pues así las cosas son de
una manera o de otra.
El Sentido Orante nos advierte de
todo esto; que ¡por supuesto!, ¡por
supuesto!, todos conocen y saben, ¡sí! Pero la práctica... Parece que
teóricamente se conoce todo, pero a la hora de ejercitarse humanamente como un
ser evolucionado, amplificado y de consciencia universal… eso ya es otra cosa.
De ahí que no esté de más recordar
diferentes mecanismos y diferentes procesos por los que pasa el ser de
humanidad, para alejarse cada vez más de los sentires de Creación, de iluminación,
de ascensión, de creatividad.
Cada uno está tan pendiente de sus cosas, según la fase en la que esté,
y de las cosas de lo ajeno, que no se da cuenta… aunque acuda a orar y a
meditar y a contemplar. Eso es un momento más o menos cumplidor –de “cumplir”-,
pero… pero luego hay que volver “a”…
¡Ah!, sí, ¡claro! Ese es otro
detalle importante a tener en cuenta, que acabamos de decir pero que conviene
amplificar.
¡Claro, claro, claro! Habitualmente,
resulta que cuando el ser acude a alguna actividad… aparentemente sin renta –bueno,
realmente sin renta-… es un trabajo inútil. Eso es lo que ocurre habitualmente,
sí. ¿Y qué ocurre? Que, bueno… luego viene lo cotidiano, lo diario.
Fíjense bien, por favor: hay una
separación, un corte totalmente ¡brutal! Por eso, pasados unos minutos de un
estar orante, ‘meditante’, contemplativo o de otro tipo, pasados unos instantes
hay olvidos; pero… ¡lagunas!, a veces; porque no se considera una labor –vamos a ponerlo como labor, no
como trabajo; ¡ojo, cuidado!: no es
un trabajo, pero en el nivel más bajo vamos a ponerlo como una labor- de ¡necesidad!
Si no es una necesidad, si es parte
de costumbre, hábito, circunstancia, es
fácil que sea… una cosa, ¿verdad?
Pero luego viene lo que es la vida.
Lo que he sentido en Qi Gong o lo que he percibido en la contemplación o lo que
he descubierto en la meditación o lo que me susurran con descaro en la oración,
¡bueno!, eso son… ¡bueno, sí! Pero luego viene el día a día...
Pero ¡espere, espere, espere! ¡Un
momento!: El día a día… se condensa,
¡es!, ese mini espacio-tiempo en el que usted medita u ora, o contempla o
se embarga en el movimiento de un sentir. Ese
es el día.
Usted ha cambiado los términos. Ha
hecho trampa una vez más. El ser humano es un ser tramposo, ¡enormemente
tramposo! –hemos incluido a todos, así que nadie se puede dar por… estafado-.
Sí. Es una trampa… Y la trampa
consiste en algo muy simple, muy simple: fuera de ese espacio-tiempo orante,
meditativo, etc., fuera de eso, cada uno es lo que piensa, lo que siente, lo
que opina, lo que teme… ¡Ahhh! Es el conglomerado de operaciones. “Conglomerado
de operaciones”.
Ya saben que los conglomerados de
hormigón, por ejemplo, son duros, fuertes…
¡Claro! Y ahí cada uno ejerce sus
golpes, según decida de qué manera ejercitarlos, claro.
¡Pero!… claro, por eso, cuando está
en otro estadio, es algo en lo que ahí no puede: no puede operar, no puede
opinar, no puede decir: “Pues a mí me
parece que esto debería ser de otra forma”. ¡No puede, entre otras cosas,
porque no tiene argumentos!, no tiene recursos, ¡porque está en otro estado de
consciencia! Le han envuelto en otro estado de consciencia en el que no puede
pensar, ni sentir, ni elaborar, ni decir nada, a la velocidad en que se
desarrolla esta oración, por ejemplo.
Y por eso hace un corte. Hace un
corte y, a partir de ese corte, empieza a ser la maza, la masa… –con algo de
aliento, claro; si no, no podría moverse-.
Y por eso, a lo largo y ancho de
religiones, filosofías… –¡es que es terrible verlo!-, vuelve a casa por
Navidad, se va de vacaciones, vuelve con papá... Y dices:
.-
Bueno, y… oiga, oiga, ¡oiga! ¡Oiga!
Está sordo.
.-
Oiga, pero… ¿y todo lo que descubrió, aprendió…?
.-
Es que no me acuerdo.
.-
¡Ah!, ¡ya no se acuerda!
.
No. Es que es mejor tener la fiesta en paz y hacer lo que los demás hacen. No. Es
que me he convencido de que, claro... ¡Si tampoco es tan malo, no! ¡No, no!… Tampoco
es tan malo.
.-
¡Ah!, ¿no? Ya.
.-
¡Habrá que perdonarlo!
.-
¡Ah!, ya, ¡claro! Para que… ¡no para que cambie!, ¡nooooo! Para que encuentre
sentido a su actuación malévola.
Y así todo se arrastra.
El famoso perdón cristiano no
recuerda para nada a Cristo. Pero cada uno se hace con el perdón según
convenga.
¡Ah! ¡Qué terror!, ¿verdad? ¡Qué
terror renunciar a tanto esfuerzo dedicado! ¡Qué terror!, renunciar a tanta
fuerza implicada en un –¡un!- individuo. Qué terror que, ¡tanto que se ha
puesto!… casi no sirva para nada.
“Terror”. Es buena palabra. Cuando
se habla de terrorismo no se incluye este proceso. ¡Qué pena! Sería bueno. A lo
mejor las personas se plantearían, se replantearían sus posiciones.
¿No es terrorismo, acaso, el darse
cuenta –el que se dé cuenta, pero no es difícil ¿eh?- el darse cuenta de todo
lo que se ha implementado, y todas las circunstancias, hechos, aconteceres y
vivencias que se han gestado y creado específicamente para ¡usted! –sí, y para aquel también otras cosas, distintas, pero para
usted-… y usted qué ha hecho de ello?
Las ha abandonado. Ha cogido lo que
más le ha interesado. Por supuesto, ha abandonado aquellos aspectos que
comprometían, que implicaban una intención, una vocación.
¡Ah! ¡Claro, claro! ¡No! ¡No es
terrorismo todo eso, no, no! No es terrorismo. ¡Qué torpeza la nuestra! ¡Es que
se ha hecho mayor! ¡Ah!, ¡claro! ¡Es que se ha hecho mayor!
.-
Verá. Mientras se estaba formando y le estaban dedicando todos los universos, todas
la mejores cosas para performance, para transformarle, para cultivarle… claro,
mientras... Pero, claro, cuando se hizo mayor, cuando se hizo ya una mujer, un
hombre, entonces ya, ¡claro!, ya tiene su propio criterio.
.-
¡Ya! ¿Pero por qué no tiene nada que ver ese criterio...? “Nada, nada, nada”,
no, pero... prácticamente nada que ver con...
.-
Bueno, ¡porque se ha hecho mayor!
.-
Pero mayor de edad… ¿o es que ya es anciano?
.-
No… Ha vuelto a casa por Navidad.
.-
¡Ahhhhhh!
…
.-
Verá. Durante ese periodo anterior, él salió de su órbita, sí. Una energía
superior…
.-
¿Superior?
.-
Sí. Una energía superior le sacó de su órbita para enseñarle otras órbitas,
otros orbitales. Cuando empezó a conocerlos, desde su órbita le reclamaban y le
reclamaban y le reclamaban. Y un día –hasta podría precisar cuándo en algunos
casos- volvió a su orbital. Y perdió toda la energía que le había sacado de su
órbita, y volvió a su órbita de país, de lugar, de sitio. Como dirían… –ahora
que está de moda Venezuela- 'volvió a la misma “vaina”.
.-
¡Qué horror! ¿Otra vez?
.-
Sí. Otra vez la bufandita, la corbatita, los pendientes... Por decir algo,
¿verdad?
.-
¡Pero eso es volver otra vez al horror!
.-
Sí, sí, sí. Pero ya vienes más pulido, ya eres mayor. Ya sabes que el horror es
la parte consustancial de… vivir con la envidia puesta y el orgullo en alto.
Además, ahora es un tiempo muy propicio, porque se va a celebrar “el orgullo
gay”, y un millón de personas… –¡y más!, y el otro millón que no sale, ¡más!-.
Evidentemente,
no se conocen mucho los seres a sí mismos. Le conoce más el otro que le ha
hecho la caricia, o la otra que le ha hecho la caricia y le ha… “convertido”.
.-
Ehhh... ¡Fffff! Sería pasar del terror al horror.
.-
¡Yaaaa! Pero más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
.-
¡Ah! Es verdad. Para que todo siga igual. ¡Es verdad!
Y todo empezó por un instante de
relación con el entorno, en el que empezó a importar mucho la opinión ajena. El
sujeto se fue enclaustrando hasta que explotó, y cuando explotó se difuminó… y
pasó a ser esa opinión ajena.
A pesar de ¡todo lo que se invirtió
en él! Sin ánimo de renta, por supuesto. Pero, a pesar de eso, el terror apareció.
Y ese terror le hizo ir a su casta –que es como decir a su casa-… a vivir el
horror. Pero todo se perdona, todo se disculpa.
Como humanidad, se está cometiendo
un severo y dramático proceso destructor, terrorífico, de horror, que arrastra,
que seduce, que convence; que hasta se ofrecen víctimas.
Todo ese proceso tiene una fuerza
desmesurada… que no se suele alcanzar a ver porque ya se pertenece a ella.
El
asumir como fundamental, importante, transcendente, cualquier labor de… el
ánima… como el verdadero pan y la verdadera esencia de cada día, nos puede
preservar de ese vaivén entre el terror y el horror… y nos puede hacer ver
clara la potente marea que, como un viento nuclear, arrasa por donde pasa.
¡Ten
piedad!
***