Evaluarse y considerarse en lo que realmente se es
30 de julio de 2018
Misterio es… la presencia de cada
ser de humanidad… en un lapso llamado “vida”.
Y sentimos, en la consciencia, que
cada ser tiene un sentido; un sentido en cuanto a función, acción, realización…
Y todo ello viene, en alguna forma, codificado…
por una serie de claves que, bajo nuestra óptica, son biológicas, pero que
no están sujetas al “azar” desde la óptica orante.
Si aparece ese ser –cualquiera de
los que conozcamos o desconozcamos, de los miles de millones que somos-… de ser
así, como acabamos de decir, todo estaría perfecto:
cada uno con su código, con su sello, con su papel, con su función…
El plan es perfecto.
Pero sucede que… el bagaje que trae
cada ser, se tiene que “presentar”… a
la cultura social, al pensamiento
actual, a la situación económica, a las diferentes enfermedades, a las legítimas mentiras, a…, más la oferta de modelos que cada
sociedad, en cada tiempo, da, ofrece: ahora se lleva el modelo pop, o pink, o punk, o tin, o tang; y si no asumes esos modelos, probablemente te vean raro, como
mínimo.
Es lícito preguntarse: “¿Pero cuándo se rompió ese ensamblaje…
perfecto?”.
Cuando alguien o ‘álguienes’
–seguramente- se dieron cuenta de que había posibilidades de variar ese código,
de hacerlo más fuerte o más poderoso, de hacerlo más ganancial, de hacerlo más…
dominador, conquistador.
Y esa modalidad se fue extendiendo.
Y se fue imponiendo la acción de esos nuevos… –¿nuevos?- cambios, sobre
cualquier nuevo enviado, cualquier nuevo recién llegado que traía su código, su
función. Pero… pero le dijeron: “¡Tú
puedes ser… Carmen Sevilla! Tú puedes cantar… ¡de maravilla!”.
A otro le dijeron: “Tú puedes ser un gran piloto. Sí. Tú puedes
ser Fernando Alonso. ¿Tú? ¡Pero si tú vales mucho! Tú puedes ser… un gran
matemático. Tú te vas a comer el mundo. ¡Este mundo es pequeño para ti!... ¡Te
lo vas a comer entero, de verdad! Ahora, en cuanto salgas del huevo, te lo vas
a comer todo. ¡Vas a ir a cualquier parte, a cualquier sitio! ¡Éxito seguro!
¡Pero si tú vales mucho!...”.
¡Claro!… la tentación es grande.
A todo esto, los núcleos más
cercanos te animan en tu gran proyecto, o…
a veces ocurre todo lo contrario:
“¡Pero
si tú no vales pá ná! ¿Pero tú qué haces aquí? ¡Si tú no sabes ni hacer la “o”
con un canuto!... Pero qué desperdicio de ser, ¡hombre! ¿Cómo se te ha ocurrido
venir a este planeta? ¡Si tú sólo creas problemas, tensiones, dificultades!...
¡Apártate a una isla por ahí, donde no haya nadie!”.
Y eso, si te lo dicen varias veces seguidas,
terminas siendo un isleño. Por ejemplo.
En cambio, si te dicen cincuenta
veces seguidas que eres Marifé de Triana –otra famosa de la canción, del arte-
pues… pues no terminas siendo Marifé de Triana.
Es como si te dicen:
.-
¡Si tú cantas mejor que Frank Sinatra!
.-
¿Yo?
.-
Sí, tú. ¿Tú…? ¡Vamos! Sinatra… no es que haya aprendido de ti –porque llegó
antes-, pero… ¡vamos!, no te llega ni a la suela de los zapatos. Es más, tú
cantas mejor que Sabina.
.-
¡Hombre!, cantar mejor que Sabina no es tan difícil, sobre todo ahora que se
vuelve afónico.
Y claro, todas esas –vamos a
seguirlo llamando- “tentaciones”, inciden sobre un código que no está aún maduro; que está inquieto, que está
inseguro. Por supuesto, el proceso de adoctrinamiento
es tremendo: familia, padre, madre, país, escuela, colegio, título,
competencia, trabajo… ¡Ufff!
La consecuencia es un ser que…
intuye “ligeramente” para qué está, por qué está por aquí, pero incide
diariamente en hacer lo que le imponen…
a propósito de lo que tiene que ser y lo que tiene que hacer.
¡Claro!, como podemos suponer –y es
evidente y claro el verlo- se constituyen sociedades muy desequilibradas:
neuróticas, alcohólicas, paranoicas, sicóticas… –por nombrar así, “lo grueso”-,
deprimidas, desquiciadas, desesperadas…
¡Sí, claro! Cuando se está en
alguno de esos estados, se busca siempre algún culpable. Pues el culpable a lo
mejor es el Siglo XVIII, o el Siglo XIX de nuestra era, o el siglo XXI, el actual.
¡Hala! ¡Cúlpale!
Porque ha sido desarrollado tanto
el ego, en la planificación de modelar y cambiar el código que se trae, que el
ser se cree prepotente, autosuficiente; y sobre todo se cree con el derecho a
mentir, a ocultar. Y, en consecuencia, cuando entra en ese terreno de la
inseguridad, de la indecisión, de la tristeza, de la rabia, del rencor, etc.,
pues siente… siente herido su ego. Porque él quería esto, quería lo
otro, quería lo otro…
Sólo “quería”.
La batalla estaba abierta. [1]Ante
un código general al que a todos se les obliga a aceptar, y que contraviene el
código particular para el que cada uno vino a ejercitarse, es inevitable el
combate; es ineludible el choque.
El Sentido Orante nos muestra esta
evidencia, sobre la que cada ser debe recapacitar; es decir, capacitarse para darse cuenta… y descubrirse en evaluarse y en
considerarse realmente en lo que es, e intuir al menos el porqué de su
presencia, y ejercitarse en ello, reclamando la posición que corresponda.
En ese sentido, la oración es un medio, remedio, manera, forma y aplicación, para religarnos con nuestro origen y planificarnos en nuestra estadía de vida.
Me
gestaste desde lo infinito…
Me
pensaste…
–sin
pensar-…
en
las líneas de las eternidades.
Me
configuraste sitio, lugar y momento
y
aparentemente me dejaste…
Me
dejaste sin recuerdos de tu gestación
Me
dejaste… sin… saber
y
depositaste tu confianza en otros
para
que me enseñaran
para
que vieran quién era.
¡Ay!
Pero los otros,
aunque
intuí que eras Tú quien los ponía,
los
otros… se imponían,
los
otros… me utilizaban,
me
manejaban, me ¡hacían!…
Y
aunque algo reclamaba exigiendo mi propio hacer
¡poco
podía hacer!
Hasta
parte de mi ser se convirtió…
en
lo que los demás querían.
Y
en esa conversión, poco había de lo que yo traía.
La
plegaria era mi recurso de cada día,
era
el Misterio de la confabulación con Tu silencio,
era
sentir que de Ti emanaba la vida
y
era –y es- reeducarme en no…
en
no exigir, ni pedir, ni culpar.
Se
diría, se diría que lo que se oraba cada día
era
un intentar ¡recordar!
–lo
que se oraba cada día era un intentar recordar-…
la
esencia de mi sentido,
mi
posición… y mi aceptación.
Insignificante,
sí.
Y
cada vez que la plegaria… concluía,
la
insignificancia como ser era ¡total!
Así
se moldeaba algo fundamental: La Humildad.
Así
se gestaba algo trascendental: La Sumisión.
Así
se podía sentir algo… algo ¡propio!,
algo
de mensajero…
–que
somos todos-.
Así
se podía intuir… cuál era la mejor actitud;
y
que ésta no dañara, no preocupara,
no
incomodara, no chantajeara.
¡Ay!
De la insignificancia…
se
pasaba a las acciones imposibles.
Realmente,
las únicas que merecían la pena…
y
las únicas que ¡resucitaban!
Sí,
las únicas que nos resucitaban de…
de
las muertes seguidas que había sentido el ser,
al
tenerse que vender
–por
inevitable-
a
la oferta que diariamente le daban.
En
eso “imposible”,
lo
extraordinario, lo impecable,
lo
elegante, lo bello,
empezaban
a tomar importancia
y
empezaban a ser características a tener en cuenta.
¡Ay!
Y en esos procesos,
¡cuántos
fracasos se acumulan!...
y
estorban, y dificultan, y desesperan.
La
humildad de nuevo se hace imponente
y
la sumisión se hace más trascendente
para
librarnos de esos llamados “fracasos”
y
empezar a considerarlos como virtuales, tramposos…
Un
abanico de olas tiembla en el océano.
Creo
que alguna de ellas me corresponde; no sé cuál es…
¿¡Tan
grande es el AMAR!?
¿¡Tan
grande es el AMOR que nos gestó!?
Tiembla
la superficie del mar,
con
su oleaje diferente.
Y
ahí estoy yo, ¡y aquél y el otro y el otro!...
buscándonos
sin encontrarnos,
pero
a la vez sintiéndonos… en el regazo adecuado.
Que
sigan, ¡que sigan temblando las olas!,
que
por momentos siento su vibrar…
¡como
si aquélla o aquélla o la otra!…
fueran
mi ser.
¡Qué
difícil se hace nadar!
¡Qué
agotados momentos llegan!
¡Y
es tan fácil dejarse llevar hacia la profundidad…
y
ahogarse en lo… vulgar!
¡Ay!
Y cuando el nadar se hace agotador…
y
no se acepta ser “ahogado”…
sólo
queda ser un flotador… navegando a la deriva…
como
aguardando que una gran ola lo sepulte.
Se
confió tanto, ¡y se confía tanto en la fuerza del nadar!,
que
se traiciona la humildad.
Y
el agotamiento llega.
En
cambio, cuando el estar en ese Océano de Amor
no
se hace con el interés de ganar, de soportar, de ¡aguantar!…
sino
se está como perteneciente –así es- a ese gran océano,
las
corrientes te llevarán por los senderos adecuados.
Aunque
no se entiendan.
¡Aunque
de entrada no se acepten!
La
sumisión comprenderá…
y
nos dirá… lo sorprendente.
Dejarse
sorprender orando…
y
así sintonizarse en lo extraordinario,
¡en
lo imposible, en lo excepcional!
Con
este Sentido Orante…
nos
podemos Restituir.
Reconocer.
¡Ayyy!...
***