EN EL FUEGO DE SAN JUAN
2
de julio de 2018
Y mientras el fuego se avivaba por el viento, las
peticiones de librarse de las espesuras, y los deseos de adquirir nuevas
perspectivas, se consumían y ascendían en humo o en calor intenso… esperando,
con la fe ¡justa!, a que se cumpliera lo peticionado; que el Santo Juan hiciera
de intermediario, y las plegarias llegaran allí donde... donde el Misterio
deambula.
“¡Ah!... –parece
decir desde allí algo que murmura- ¡Nuevas
peticiones!… Algunas son ‘de milagro’…”.
Es también necesario, a la hora de pedir, colaborar.
Más que nada para no impresionar, no crear envidias; que los milagros se hagan
suavemente, como el bañista que deambula por la orilla: no se le ha visto nunca
entrar de lleno en la mar, pero ahí en la playa está, como personaje natural.
¿Milagro…? ¡Oh! ¡Sí! Parece que están en desuso, con
tanto saber acumulado y tanta explicación por cualquier número que salga del
dado. Parece que se han acabado.
¡Se acabaron los milagros! Ya todo está explicado. Ya
todo está entendido, comprendido y analizado.
¿Desde dónde?... ¡Ah!, ¡sí! Desde la cárcel.
Claro, claro. La visión desde la cárcel –preso- de un
universo constreñido y tan limitado como la cara de un dado –hoy es 1, hoy es 2, hoy es 3, hoy es 4, hoy
es 5, hoy es 6-…, lo tiene todo explicado. Pero si se sale de la cárcel y
se sube a las montañas, o se recorren los valles, o se navega en los mares, o
se disfruta de los sentidos… ¡Ah! ¿Y si hubiera algún sentir, qué decir?, ¿cómo
explicarlo?
Era bien dicho –aunque no con este sentido que lo
vamos a decir ahora- esa frase que decía: “Estoy
vivo, de milagro”. Sí. ¡Es verdad! Si nos ponemos a analizar un poquito, la
poquita vida que se ha llevado, ¿no es cierto, acaso, que se está vivo de milagro?
Sí: “El milagro
de aquel día en el que coincidió que estaba, y que no pasó, pero podía haber
ocurrido…”. “Yo podía haber estado en
aquel golpe, pero no…”. “Sí. Aquella
enfermedad, conmigo, lo normal es que hubiera acabado, pero… no. Sí, la quimio…
Pero no. Hay algo más. Porque, las compañeras, en el camino se quedaron. Verás…”.
Y cada uno puede rescatar sus milagros.
“Estoy aquí, de milagro”.
Si… –según nos recomienda el Sentido Orante- si nos
hacemos producto milagroso –“hacernos”,
en el sentido de la consciencia; porque milagro somos, pero hay que asumirlo-, claro,
la pregunta inmediata que surge en este siglo XXI es:
.-
¿Y tiene fecha de caducidad? Es decir, ¿dura un rato, se acaba, y luego vuelve
otra vez como antes?
.-
No… ¡Sí!…
.-
¿En qué quedamos?
Verán. El Milagro es un empujón –¡je!-, un empujón
clarividente, totalmente inocente, por parte del Misterio Creador.
Un empujón
inocente, por parte –clarividente-… de un Misterio Insondable.
.- O
sea, vivimos a base de empujones.
.- ¿No
me diga?
.- Sí.
Algunos se dan cuenta y pueden contar varios milagros en su vida. Otros
prefieren ser protagonistas; envejecen pronto y, más pronto aún, culminan con
achaques.
Pero, en esa profundidad del alma, nadie puede negar su milagro: el empujón que tuvo que
vivir para… seguir.
Sí: “Aquel día…”
y “Recuerdo aquella vez… –como decía
la canción- que yo te conocí”…
¡Ayyy! ¡Qué cerca!, ¡qué cerca y qué íntimo!... está
el Misterio. El Misterio Amante. ¡Qué cerca y qué intimo está! ¡Y qué lejos se lo vive! Amparados en
los gustos, deseos, posesiones, logros…
Razones… carcelarias.
Quizás, quizás podría descubrirse que las peticiones
que se necesitan, si se confrontan con las que se deben marchar, en nuestra
parte de ayuda puedan colaborar.
Y si mi frígida ternura es superficial, al darme
cuenta, puedo “seleccionar”, en vez de aparentemente ser samaritano o
samaritana de la caridad, que parece que roza a todos y no llega a nadie.
¡Es tan fácil engañar, cuando se está tan lejos del
Amor Creador!, que resulta hasta natural una apariencia sentimental, cuando en
realidad es una defensa y una huida para no ser lo que realmente se siente.
Todos pueden ser yupis y santos a la vez, pero ocurre
hoy que la mayoría deciden ser yupis. Es cuestión de elegir entre “¡Aleluya!” o
“Yupi, yupi”. “Yupi, yupi” resulta más barato, más accesible, más in-comprometido, más volátil, más… “No, no, no, no. Por si acaso, no, no, no”.
“Aleluya” ya implica, al menos, pronunciarlo bien. Al
menos. Y al darse cuenta de lo que significa, pues quizás haya que ejercerlo
con un poco de decoro.
En cambio, el “yupismo”
no necesita decoro: se puede equivocar y pide disculpas o perdón rápidamente y…
como si fuera el propio confesor: “Ego te
absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, amen”.
Uno de los grandes pecados de la Iglesia:
se dedicaron a perdonar siempre todos los pecados.
Una buena estrategia
para perdonarse todas sus perturbaciones.
¡Sí! Las comunidades humanas se
establecen entre la arrogancia, la disculpa, la vanidad y… algún “aleluya” que
circula por ahí.
Qué bien, qué bien sería que, bajo la ayuda de cada cual –entre lo que pide y
lo que trata de desprenderse-, y a sabiendas de que se le va a escuchar,
recupere cada uno sus milagros, los haga vivenciales; vivenciales porque, sin
duda, una vez descubiertos los milagros que cada uno vive, ha vivido, se puede
dar cuenta de que están en activo.
Los milagros no caducan.
Se pueden –sí-, por la voluntad y la
razón, rechazar o apartar. O se puede decir que… “Quizás fue un momento de locura, en el que pensé…”.
¡Ah, sí, sí! Una vanidad más.
“Antes
era creyente, pero ahora me he dado cuenta de que es una tontería” –por
ejemplo-.
“¡Ah!
¿Tú solo te has dado cuenta? ¡Qué inteligente! Es sorprendentemente increíble…
que llegues a la conclusión de que tú mismo te has creado”.
Sí. Por eso, ante la renuncia a los
milagros que en su momento fueron, y que lo son, tengan cuidado: están
vigentes. Porque ahora descubran razones y explicaciones, verán que siempre
queda un fleco… para hacer coincidir todos los elementos para que se diera
aquel evento.
Es fácil percibir que, en este Sentido Orante,
la persona se pierda o se inhiba o tenga sus propias consideraciones.
Cuando
se acude a orar, las consideraciones propias… ¡sobran! ¡Totalmente! No hay
opinión propia. No hay criterio propio.
Hay
escucha de Universo.
Hay vivencia
de existencia.
No
es el momento para el coloquio interno. Es el momento para la escucha, para la
asimilación, para la aceptación complaciente.
¡No
es momento para discutir si creo o no creo, si me parece bien o me parece mal!
Eso déjenlo ¡para luego!, cuando estén en
el mundo racional, ¡cuando tengan sus propias opiniones y las tengan que
debatir y contrastar con la oración que han escuchado!
De nada servirá, por cierto. De nada
servirá. ¡Bueno!, en todo caso para favorecer la importancia personal.
Sí. El… –podríamos decirlo así- el pequeño milagro orante, nos debe
emocionar, conmocionar, porque no lo conocíamos, no sabíamos cuál era, no
sabíamos lo que tocaba hoy. ¡No es la repetición de un sermón o de una monserga!
¡Un pequeño milagro!… natural, como el
que pasea a la orilla del mar y nunca se le ha visto meterse… Pero parece que
es natural.
El tiempo, a veces, actúa como un gran
borrador; y, sobre todo lo escrito y acontecido, borra por aquí, borra por allá…
y luego es difícil de restablecer y
de traducir lo que estaba escrito,
lo que se vivió.
Es lo más frecuente.
En cambio, si recogemos el tiempo –puesto
que nos lo imponen- y lo utilizamos para, en vez de borrar, reescribir… lo que ya está escrito, y
escribirlo a nuestro estilo y modo para que podamos ¡recordar!...
Si el milagro está hecho y no tiene
caducidad, y recordamos –porque reescribimos- la historia que se vive en cada
momento de eternidad, no puede haber rupturas, no puede haber cortes,
separaciones. Es una unidad que late.
Es como si quisiéramos coger el corazón…
y separar las aurículas de la proximidad de los ventrículos, y poner unos en un
sitio, y otros en otro. Y decir: “No,
pero yo… yo soy consciente de mi corazón”.
No. Dejarían de latir. “Dejarían de latir”.
Y la vida se haría zozobra, susto, preocupación… inoportuna.
Es fácil encontrar, tal y como se vive en
lo actual, una vida sin espacio propio, deshilachada, y siempre preocupada por…
por lo que hacen otras vidas.
La bruma del amanecer ya ha desaparecido.
La luz se hace vigilia y se hace sentido.
Los sentidos se alertan… y no les queda
más remedio que permanecer en la luz. Con ella tendrán que realizar las
demandas de este –¡este!- día, con todos los recuerdos de todos los milagros de
cada día. Y eso hará que este día sea diferente, innovador, sorprendente.
Pero, como se decía, la colaboración es
imprescindible. Es la parte más nimia, pero necesaria. Aunque el Misterio se sobra, pero… la interpretación que
hacemos de las señales nos indica que, aunque no sea necesario, el aporte
personal ha de hacerse.
La vigilia nos llama hacia otro momento.
Y si sabemos evaluarlo, probablemente sea tan milagroso que… todas las demás
vigilias que han de llegar en cada amanecer, sean realmente sorprendentes, y
afrontemos ese despertar con el carisma de sabernos apoyados, de sabernos
cuidados, de sabernos ¡milagros!,
que no caducan, que no se acaban, que siguen actuando. ¡Y que precisan de
nuestra memoria!... para actualizarlos, porque son intemporales.
***