jueves

Lema Orante Semanal

Reclama la oración el prestigio de nuestra presencia
20 de noviembre de 2017

Amanece… con una certeza impecable.
Se atempera el medio, según necesidad y necesidades de entornos.
Se hacen cronologías perfectas… de máximo equilibrio.
Las luminarias se expresan sin error… ¡Y ahí y allí se las encuentra!, solemnes.
Las mareas culminan jugueteando en la orilla de la playa… mientras las nubes se confabulan con el sol.
Germinando van las semillas, con un apreciado mensaje que no decae… por muy adverso que sea el ambiente.
Se apuran en cada estación los desplazados alados, para emigrar; peregrinos del viento, que confían en sus plumas con absoluta certeza.

Y entre toda esa magnificencia, el humano se encuentra. Y se encuentra enredado en sí mismo y… con nudos en el entorno, sin saber realmente dónde se debe encontrar; sin conocer, en su sapiencia, cuál es su verdadero lugar.
E investiga y busca y descubre… sus [1]tropelías, que aún le dejan estar.
Pareciera no importarle a nadie lo que el humano realiza. Como si estuviera tan de paso, de paso, de paso que… casi ha pasado.
Y cada cual, en su micro mundo, se pregunta cuál debe ser su posición, su postura, su actitud… en su propia especie. Eso domina la obsesiva mente de humanidad, sin evaluar lo suficiente el entorno que le da cobijo, colchón y posición para que tiempo y espacio le arropen, le coordinen, establezcan las referencias.
 Pero la cabeza es dura, y aunque tiene orificios que se alimentan de sonidos, olores, sabores, visiones y tacto, no parece ser suficiente como para que el poroso y osmótico ser que debería constituir el humano, se comporte como tal, y no como un almacén con actitudes propietarias, que busca la hegemonía a través de hacer paredes, alambradas, fusiles… y defensas que siempre son ataques.

Se ha convertido, el humano, en “humanidad”, cuando su proyecto es convertirse en ¡una “eternidad”!...
No es nuestra evolutiva presencia una estancia acomodada. Es un tránsito de continuas renovaciones, ¡conversiones!, ¡asaltos del alma!... hacia nuevas dimensiones.
Esa es nuestra consciencia operativa, al darnos cuenta de nuestro origen… y de las inspiraciones que la Creación nos brinda.

Si el ser se dispone en estas perspectivas, permitirá el desarrollo y la continua recreación de la vida. Y hará, de su vida, no algo propio sino algo solidario; con la originalidad de cada ser, capaz de impresionar e impresionarse en cada paso, como si en cada avance generara un vergel.
Hay recursos para ello. No somos enmohecidos procesos de estancados medios y posibilidades. Somos potenciales de grandiosidad. ¡Y no podemos retenernos, impedirnos, reprimirnos!… No podemos dejar de expresarnos en los infinitos desiertos, en las inacabables selvas o en las inagotables montañas.

El Universo, como expresión de Creación, nos reclama una posición de dignidad alegre, creativa y novedosa; ¡no de herencia ruin y decadencia progresiva!

Nos llama, la Creación, a los versos, a los piropos, a las fantasías. ¡Y no por ello dejaremos de comer!
Nos llama la Creación, a darnos cuenta de la posición liberadora en la que está nuestra creación. ¡Que no precisamos asegurarnos! Que el deleite y la complacencia nos ¡reclaman! No el dolor, el sufrimiento y el sudor.
Nos reclama el deleite amable de “la complacencia”, que nos lleva a un rapto enamorado de naturaleza permanente, con sus vaivenes en la comba del espacio y del tiempo.
¡Ay!... A sabiendas ¡ya! –a sabiendas ya- de que cada ser debería sentirse lo suficientemente amado para sólo reflejar dicha experiencia. Y no, andar enredado en concupiscencias que no sabe cómo desenredar; ¡que amargan, a unos y a otros, la existencia!, con palabras, gestos y actitudes; y que en vez de rodearse de belleza, hacen hincapié en su fealdad.
Con la simple admisión de las evidencias, en cada amanecer hay una nueva opción que no se puede desperdiciar. ¡Porque cada vez que el ser se entrega!, sea cual sea su faena, descubre su grandiosidad. En cambio, cada vez que, reprimido, se retrae, escasea en su servicio, duda en su dedicación y se amedranta ante los retos, ¡ay!, entonces se hace residuos irrecuperables. Se convierte en manías azarosas que no admiten sorpresas ni regalos, incapaces de obsequiar con su presencia, ¡y menos aún ser remedio!... con su belleza.

No es ése el camino fiel. Esa ruindad no es precisa. No es necesario caer en ella, para tratar luego de superarla, ¡cuando ya somos, en sí, superación!
 Aunque nos advierte y nos avisa, nuestra propia delegación, ¡de que no somos superación sino supuración!; y que tenemos que estar en permanente tratamiento de las impías dehiscencias que nos… ¡degradan!

¡Reclama!... reclama, la oración, el prestigio de nuestra presencia.
¡Reclama la oración!... la transparencia.
¡Reclama la oración!, la condescendencia que se adapta. Se hace embozo de ternura. Se hace caricia de escuchas. Se hace, de cada sentido, un sentir; un sentir de cosechas: cosechas de colores, de aromas, de regalías de elegancia, de bendita presencia.
¡Menos, no!
Menos es traición. Menos es huida. Menos es… ¡renegado! Menos es fracaso. Menos es… ¡impresentable!

La Revelación Orante es reclamar, en cada instante, nuestra revelada presencia; en la que cada cual ofrece su mensaje, da su bendición a la vez que la recibe, y se entrega ¡con pasión!, sin reservas para la vuelta. Porque ¡no hay vuelta! Hay expansión y hay deseos de ansiedad, ¡de ansiedades de infinitos!, de vivencias de eternidades.
Despertar a consciencias resucitadas que se hacen inmortales, y que vagan amando por los Universos en todos sus rincones.
No hay restas ni divisiones. Hay sumas y multiplicaciones.

Nos llevan, y nos ofrecen permanentemente… nuevos espacios y dimensiones. ¡Abramos el objetivo de nuestro sentido!
¡No quedarse en el hedonismo recalcitrante, que es producto del esclavismo!, ¡del secuestro!, ¡de la cárcel!...; de esas cárceles del alma…
Traspasar los barrotes es nuestro idilio. Disolver los grilletes, nuestra función. Abrirse paso ¡a nado!... es nuestro progreso. Sin secuestro. El mar y el amar nos aguardan, como reflejo fiel del azul que nos envuelve, que nos salpica… generosamente.

Umbrales nos contemplan, de lejos y cerca. Y nos colocan en precipicios para enseñarnos a volar; para quitarnos el miedo del salto… y darnos la certeza de que vamos a flotar.
 Los abismos no son avernos que aguardan para castigarnos. Son la cripta del Gran Templo consagrado desde donde emanan los misterios; desde donde bullen los secretos. Todo aquello que despierta nuestra curiosidad. Todo aquello que nos atrae por el vínculo del amor, deseosos de fundirnos en plena Creación, y que ella nos utilice como elementos según la ocasión: ahora, como luces; mañana, de montaña; pasado, de guirnalda; luego, de fuego…
No importa en qué se recree la Creación, si estoy en la masa de ella; si estoy fermentando, como el buen pan, para encontrarme con el fuego de la pasión… que me haga convertirme en un manjar inolvidable.

Ambrosías son las vidas, y no, arados de torturas.
Ambrosías son las acciones, y no, las posesiones perdidas.
Ambrosías de ilusiones que adornan nuestros sonidos, son las verdaderas palabras, y no, las que anuncian temores.

A-máss…

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[1] Lit. “tropelerías”.