Hay “ahí, allí”. Hay “aquí”.
18 de septiembre de 2017
Y a las habituales
consciencias, los murmullos de la vida se hacen ¡exclamaciones!; los murmullos
del vivir se hacen… ¡peticiones!; los murmullos del soñar se hacen
¡predicciones!
¿Cuántos mundos de
consciencia gravitan en la vida humana?
¿Cuántos reclamos de
exigencia se imponen en la cotidianidad?
¿Cuántos olvidos de
inolvidables se quedan en el trastero?
¿Cuántos arreglos
inacabables de razones y justificaciones se enredan, se enmarañan en inquietas
posiciones?
¡Hay! ¡Hay ahí! Hay ahí
un vacío inconmensurable ¡Hay! Hay ahí una emanación permanente de
posibilidades. ¡Hay! ¡Hay ahí!... hay ahí nuestro origen. Pero he
aquí que el aquí se hace dictador, se hace exigente, se hace indolente,
se hace radical, se hace sectario, se hace –como se suele decir- “como
siempre”.
Así que ¡hay ahí! y
hay aquí. Y el aquí reclama sacrificios, reclama… el diario
lamento, reclama posesiones, reclama sacrificios de cada día, como un impuesto
por vivir.
Hay. Y hay, ¡hay!, ¡hay ahí!...
lo que no reclama, lo que no exige, lo que no impone, lo que plácidamente se recrea
y crea. ¡Y ese “hay ahí” está en esa cotidiana consciencia!
Y si no se ve ni se siente
es porque ha sido usurpada por sí misma, ante la imposibilidad de dominio,
control, manejo, manipulación ¡de lo que “hay ahí”!
Podría decirse que –¡quién
sabe cuándo!- el humano se sintió embriagado por el lenguaje paradisíaco de los
dioses, y a la vez se sintió fuerte y poderoso; y trató y trató de subyugar a
los vacíos, a las misteriosas oscuridades. Y trató y trató tanto que, en
desespero, inició una fuga para adorar su talento, y se empezó a adorar y a
cubrirse de lienzos.
Y siguió adorándose y... y
admirándose como gesta. Mientras, a la vez, construía equiparables modelos –a
lo humano, claro-, dándoles el imperio de Dios; como si eso dependiera de la
humanidad.
Así, la consciencia
cotidiana se encuentra bruñida de recovecos y de resabios; apenas con
claridades o con vacíos dispuestos; condicionada, amoldada, acomodada…
Pero… pero ¡hay ahí!;
¡de ahí! somos. Hay aquí; aquí transcurrimos.
No es aquí nuestra
pertenencia, y ahí, allí, nuestro dominio. ¡No!
Es ahí, allí, nuestro
origen. Es ¡de ahí, de allí, nuestro sustento!
Es aquí… es aquí
un transcurrir con lamentos, con exigencias e imposiciones y combates sin fin
–consigo mismos y con todo lo que les rodea-.
Pero parece –y así se siente
y se cree habitualmente- que el “he aquí” es seguro, es manejable, es
predecible; es… hasta que se ve que no lo es. Entonces viene el suspiro de allí,
hacia ahí. Pero se queda en un suspiro. Y, salvo excepciones, se vuelve aquí,
con un aquí de dominio, un aquí de manipulación, un aquí
de… suerte engañada.
Y no se trata de elegir allí,
ahí o aquí. Grave error… caer en un dualismo generado por la
consciencia cotidiana, para defender la posesión de aquí.
No se vaya –¡no!- no se vaya
a creer que ese dualismo indeciso ha sido gestado por la vida. No. No. ¿El pez
acaso duda de si seguir en el agua o salir a la superficie!
¡Acaso el águila duda entre
volar o... ser una gallina que pone huevos?
¿Duda?, ¿duda el insecto de
si polinizar o echarse la siesta para recapacitar: “¿No será que soy un
elefante y no me he dado cuenta?”…?
¡Ah!, pero el humano
concienzudo sí se permite erigirse en protagonista.
Las costumbres, aquí,
se hacen leyes; y las leyes se hacen intransigentes; y la intransigencia se
hace prejuicio; y el prejuicio se hace juicio; y el juicio se hace condena; y
la condena se hace penitencia; y la penitencia se convierte en castigo... Así
hasta llegar ¡a la cadena perpetua!
Y se ha ido acostumbrando aquí,
y ahí y allí. Se ha ido acostumbrando aquí, y así se ha
gestado todo lo establecido: acostumbradamente.
Ahí, allí, cada vez para
más y más, no existe.
Porque ya… ya se gestó la
costumbre de nacer y crecer, reproducirse, preocuparse…; bachillerato,
universidad, hijos, pubertad…; ¡ah!, amores, amoríos, friegas y refriegas…;
orgasmos –o algo parecido-, sin saber qué es, cómo es y a dónde va… Pero así:
todo bruñido. ¡Es la norma! Es la horma. Y de ahí no se puede salir.
Y así te lo dice el pequeño,
el mediano, el mayor, el longevo… ¡mientras preparan su urna!... para
asegurarse de que “lo único certero es la muerte”.
Así se está aquí.
Pronto, es fácil –¡pronto, pronto, pronto!- pronto, es fácil –como se puede
escuchar- recordar rápidamente lo que ocurre y lo que va a pasar. Claro, cuando
eso pronto-pronto se descubre, ¿qué merecimiento tiene el vivir? ¿Para qué?, si
sé que las muelas se me van a pudrir, que los pulmones se me van a atascar, que
las piernas se me van a cansar… ¡Si ya todo me lo han dicho! Si ya parece que
todo lo que significa “vida” está escrito. Si el allí, ahí...
¡bueno!: especulaciones de desespero. Muchas veces –sí-, de nada sirven.
¡Ay! Aquí, aquí…
aquí ya está todo cumplido. Y claro, dentro, obviamente, de la cárcel
que cada consciencia se ha ido haciendo: individual, social, popular, de
barrio, de país, de idioma… Pero extraordinaria y parecidamente igual.
Las excepciones que se
pueden dar, son miradas con recelo porque no son “igual”. Son observadas con
cautela y vigilancia, ¡no nos vayan a hacer mal!
Sí. La consciencia cotidiana
y ordinaria está muy ocupada en proteger, en defender; en exponer continuamente
el serrucho de la razón: “Es que aquí el pan es pan y el vino es vino”
y… y cuatro cosas más.
–¿Qué… qué fue de ese ánimo
de vivir, de descubrir, del joven que indagaba?
–¡Oh, no! Rápidamente se
informó. Y de inmediato supo y aprendió que esto era así, así, así, y así y así
y así y así, aquí.
–¿Allí…? ¿Ahí?...
–¡Bueno!… sí. Pero ¡bueno!…
Parecer ser –“parece ser”-
que el diseño de la vida es impredecible. No se somete a costumbres, aunque
lleve ritmos, frecuencias, cambios, modificaciones, mutaciones… Pero no es una
costumbre.
Pero, sí, prontamente, al
soñador, al idealista… se le hace recapacitar sobre su recibo de luz, de
teléfono, de casa, de seguridad… Rápidamente se le obliga: “Y si no, tú
verás”.
“Y si no, tú veras”: la
amenaza permanente del aquí.
Mientras allí, ahí...
se crea, se recrea, se expande, se mueve. Una sinfonía de misterios se
entrecruzan. Un sinfín de intenciones nos abruman, aunque no se escuchen ni se
vean ni se intuyan; ni siquiera se fabulen.
Orgulloso se siente el
hombre cuando, “en aquí”, domina y controla y maneja. Se ve ganador, se
ve triunfador… No tardará mucho en verse apartado, en verse retenido.
“¡Ah!, porque la ley de la
vida...”. “¡Ah!, porque la costumbre…”. “¡Ah!, porque las leyes…”. “¡Ah!,
porque tu edad…”. “¡Ah!, porque…”.
¡Ay! ¡Qué efímero aquí
se plantea!
Por un momento, ¡por un
momento!, el allí y el ahí reclama su eternidad.
¡Por un momento!, orando,
nos suspiran infinitas e incomprensibles inmortalidades.
¡No!... Desde aquellas
Creaciones no se gestó ningún aquí para que se muriera.
Las eternidades y los
infinitos no tienen esa capacidad. Sólo saben de eternidades, de infinitos.
Nunca empiezan ni terminan.
Y todo parece indicar –a
pesar de la obsesiva compulsión de lo científicamente razonable- que de ahí,
de allí, venimos; y de ahí y de allí estamos compuestos,
estamos hechos.
¡Claro, claro, claro!, ¡no
se va a cambiar todo de repente!, no. ¡No se puede tirar todo por la borda! No,
no. Ante todo hay que asegurarse.
Nunca se podrá demostrar que
el allí, ahí nos engendró, nos insufló y nos mantiene.
En consecuencia, el sentido
común…
–¿El qué?
–El sentido común.
–¿El qué?
–¡El sentido común!
–¡Ah, sí!
…dirá que la costumbre y la
razón son la ofrenda; la certeza y la ganancia; el logro y él éxito…
Aunque el morir sea una
incómoda consecuencia.
–¡Ah, no importa, no
importa! –dice la razón-. Hasta que
te llegue la pelona, hasta que te llegue el ataúd, puedes hacer y hacer y
hacer…
–¿Y…?
–Pero es que eso es la vida.
…
–¡Ay!, ¡los sueños!...
–¿Los sueños?
–Sí. Hasta ocurría y ocurrió
que, por “sueños”, los hombres de humanidad se dirigían, se guiaban y se
sentían. Hasta comunidades enteras se movían.
–¿Qué fue de aquello?
–¡Ah!, era mejor soñar con
lógicas, soñar con realidades. Y los sueños quedaron sometidos a un trazado
electroencefalográfico que indica que los neurotransmisores están funcionando.
Y los sueños, entonces son y
se convierten en una buena propaganda, en una excelente idea de marketing.
Ahí están, ahí están… más de 800 000 seres humanos con sus sueños destrozados
porque un presidente les ha quitado la insegura inseguridad que tenían: los “dreamers”.
–¡Ay! ¿Qué será de su sueño?
–Pero ¿qué sueño? ¿De qué
sueño hablan? ¡Ah, sí!: de los móviles, del ‘Studebaker’, del ‘Cadillac’, de la
casa, de la tarjeta del seguro…
–¡Aah! Es que ahora los
sueños son así, ¿sabe usted? Ahora los sueños son “eso”.
Y si... –¿cómo diríamos?- y
si quieres soñar un poco mejor, pues eliges a Alberto Contador y le aplaudes
una hora –aunque no haya ganado ni haya hecho nada, pero majo él, combativo,
¡oye!-. Y ya sueñas con Fernando Alonso, porque es lo mejor conduciendo; la
culpa la tiene el coche. Eso ya son sueños de nivel, ¿eh? Y se mantienen. ¡Sí!
¡Los mejores! ¡Fantásticos! ¡Extraordinarios!
¡¿Pero esto qué es?!
Claro, es como una
reminiscencia de aquellos sueños que… que eran sueños; ¡que estábamos
dormidos!...
No. Pero, ahora, ¿soñar
dormido? Esto… ¡no! Ahora hay que soñar despierto, con razón y con lógica, con
banderas y con laudes y aplausos y…
Y, como siempre, se gestó
esa manía de: “Hay que hacer realidad los sueños, hay que hacer realidad los
sueños, hay que hacer realidad los sueños…”.
Y la realidad se quedó
ceñida en lo material. Pues ahí están, “erre que erre”.
–¿”Erre que erre”, a qué se
refiere? ¿A Esquerra Republicana? ¡Viva Cataluña libre, republicana!
“Erre que erre”, el sueño revelador
de “erre que erre” de realidad.
No se ha descrito el “homus
brútidus”. No, no se ha descrito como tal. Pero… pero ¡qué forma tan… tan
“pedrusca” de llevar los sueños a esa materialidad!
“Si no, si no los llevas,
fracasas. Y un fracasado es un despojo”.
Así que, por aquello del
orden y la norma y la costumbre –sobre todo-, pues se estructuran los sueños.
¡Claro! Se estructuran, se calibran, se ve las calorías que consumen –en
despierto, claro-, se les ven las posibilidades… Se le recomienda el gimnasio,
el pádel o la natación, y se les coloca debidamente para que puedan cumplir sus
sueños y hacerlos realidad: tener una casa en el campo y un vehículo que
cuidar. ¡¿Para qué más?!
Por ejemplo.
¡Ay!... En un desliz –pero
probable cuando en Oración se está-, hay ahí, allí… una atracción
que embelesa; hay ahí, allí… un amor que nos inunda; hay ahí
y allí, un contemplar… de sinfines, sin saber; hay ahí y allí…
un reclamo a nuestras gracias, a nuestros recursos; hay ahí y allí,
flotando, una bondad… que envuelve, que recoge, que ¡calma!
Hay ahí y allí…
–¡hay!- refugio de verdades; evidentes sinceridades.
Si por un momento dejas de
escucharte, las escucharás.
Como un inmediato
transporte, te sentirás contemplando inmóvil… embelesado… asombrado…
impresionado.
Hay ahí, allí…
¡Hay!...
¡Hay!…
***