El día es excepcional… ¡siempre!
19 de junio de 2017
Se hace tibio el afecto, cuando no
se lo cuida.
Se hace frío… lo cálido, cuando se
descuida.
Se hace distancia, la proximidad,
cuando se olvida.
Se hace aullido de reclamo, cuando…
se vive, se va, en escondida.
Se hace desprecio, el no hacer
aprecio… de lo pequeño e insignificante.
Se hace vanidad… con los
desprecios.
Se hace soberbia, con los logros
conseguidos.
Se hace egolatría, con la
esclavitud de los otros.
Se hace egolatría, con la
imposición a la obligada aceptación
de lo que se piense y lo que se diga.
Se hace drama, de cualquier
acontecer que no encuadre en el esquema personal.
Se hace tragedia, la falla de no
lograr alguna propuesta o alguna ganancia.
Se hace envidia, de cualquier
alegría ajena.
¿Qué clase de hacer es éste? ¿Qué
clase de hacer, ¡tan apartado de la vida!, el que cotidianamente el ser realiza,
hace y hace? ¡Dejando la vida atrás o a un lado! Creyendo que el vivir es… el
logro del más capacitado.
¿Qué vivir es éste, cargado de
intereses, de alcances, de logros, de acopios, de posesiones? ¿¡Qué hacer
extraño!, alejado de las bondades que propician la vida?
El sentido orante nos recuerda…
algunos perfiles que nos alejan del vivir; y no sólo eso, sino que impiden el
vivir de otros.
Se hacen tan
frecuentes estos perfiles de ‘haceres’ que, el ser, con frecuencia, no se da
cuenta; con lo cual establece un estilo de vivir, sin vivir, el cual acepta
como lo adecuado, porque él puede protagonizar todo ese acontecer. Y como de lo
que se trata en ese perfil sin vida es de ser protagonista, no hay cuenta –no
hay cuenta- de otras posibles actitudes, de otros posibles perfiles: de
aquellos que están pendientes; de aquellos que están buscando; de aquellos que
están soñando, imaginando, recreando; de aquellos que están… solidarios; de
aquellos que están aliviando, consolando; de aquellos que son ¡compasivos!…; de
aquellos que hacen bondad en sus ‘haceres’; de aquellos que dan sin buscar
respuesta; de aquellos que ofrecen… sin aplausos; de aquellos que no buscan
protagonismo, sino tan sólo ser una ofrenda; emisarios de la Creación;
peregrinos… de vidas eternas.
Sí hay otros
perfiles, que parece –por aquello de los infinitos perfiles- que parece que sí
se corresponden con un hacer viviente, con un hacer sorprendente, con un hacer
extraordinario… que se evidencia por las muestras; que no se conforma con hacer
lo justo, sino que se dispone siempre a lo extraordinario.
Recelos, celos y
competencias; envidias y… ganancias, con pérdidas y angustias: ése es un día… “corriente”.
¡Fíjense hasta
qué punto la consciencia del ser ha manipulado la vida y la conciencia de vivir,
que ha dado consistencia y existencia a “un día corriente”!
¿Qué es “un día
corriente”? ¿La absoluta desidia, y la vanidad de dominar y controlar y…
acostumbrarse a lo que manden, a lo que mandan, a lo que mando…?
Sólo existe “el
día corriente”… en los que no están al corriente de la vida. ¡No existe el día
corriente, que pasa –como se suele decir- “sin pena ni gloria”!
El día es
excepcional… ¡siempre! Y en el momento en que deja de serlo es cuando el hombre
ha secuestrado su estar en vida, y empieza su estar en muerte.
Tiene entornos y
potencialidades que reclaman… la consciencia extraordinaria de cualquier día.
El “día
corriente” ha sido la esclavitud de cerrar los sentidos a lo que nos da todo un
ambiente.
Y al lado de ello
está otra sentencia hacia la muerte: “¡Como
siempre! ¡Aquí, como siempre!”.
¡Qué vanidad de
eternidades! “Qué vanidad de eternidades”. Como si se conociera de “siempre”.
“¡Siempre
es así!”. “Porque siempre ocurre…”.
¡Qué vulgaridad
de deducciones! ¡Qué desagüe de residuos! ¡Qué irrespeto al “siempre”!
“Siempre”, está
fuera de nuestro alcance. Gravita sobre la vida. Es expresión de vida. Cuando
el hombre se apropia del “siempre”, cataloga, ratifica, dramatiza y ¡sepulta!...
cualquier acontecer.
“¡Siempre
es así!”… “No, si ya se sabe que siempre que pasa esto… ocurre lo otro”.
¡Claro! Habla desde
el punto de vista de una consciencia secuestrada que ha raptado un trozo de
vida; que lo ha vulgarizado, manejado y estipulado… y que lo ha condenado a
muerte.
Y la palabra va
haciendo y haciendo… convenciendo y convenciendo… en esa guerra que el ser ha declarado a la vida. Él, vivo, declara la
guerra a la vida, con esos perfiles tortuosos, con esas palabras finales, con
esa petulancia de credos.
¡Ay!... Oración
de claridades, que nos muestras las penurias y nos abres ventanas de ilusiones.
¡Ay!...
Oraciones de… amplificados mares, en donde se pierde la vista y se inquieta la
consciencia… ¡por no saber!, pero que se calma cuando sabe que el Misterio la
envuelve.
¡Ay! Orar en la
intimidad de ser… ¡de ser en un Infinito, de ser en un Eterno, de ser en un Inacabado!...
¡No estoy acabado! Nunca llegaré a estarlo, porque en los infinitos no hay
acabados. Hay culminantes, secuenciados, alternados.
“Siem-pre” es pronto. Sí. “Siempre”, es pronto
en la Creación. Y esa prontitud es sorpresa, es imprevisto, es inesperado;
cambiante, creativo, novedoso… Eso sí se parece al ”siempre”.
Recién amanece, una eternidad nos
contempla; una novedad nos ampara; una sorpresa nos corteja…
Y en la medida en que reflejamos
esa amparada presencia, en esa medida nos hacemos en ¡nuevas conciencias!… y
nos apartamos de las sentencias que han secuestrado y que han manipulado el
vivir, con preferencias, con sectarismos, con racismos, vigilancias e
incredulidades.
Abrimos la puerta para salir del gueto
conceptual. Abrimos las ventanas para que se ventile al Universo nuestra
consciencia aprendida, controlada y dominada. ¡Y convertirnos en frágiles,
sensitivos y… disponibles!
¡Proponerse, predisponerse para
hacer vida… de la vida, en vida!…
La que sintoniza con el “siempre”.
La que sólo se referencia con lo Eterno
Misterioso.
¡La que no está atada!... a nudos
de importancia y de ganancia, de privilegio, de ¡seguridad!...
¡Qué distorsiones!...
***