El intermediario
29 de mayo de 2017
Nuestra sola presencia como vida,
como estructura, es un intermediador.
Intermediamos en fluidos, en
resonancias, en vibraciones, en mensajes, en contactos… En un sinfín de
mecanismos.
No es nuestra presencia, vana. Es
precisa y necesaria, según la necesidad que en el Misterio permanece… y que
continuamente cambia; igual que espacialmente nunca estamos quietos, detenidos
en un lugar, sino que estamos en permanente viaje, en una constante aventura.
Mientras ésta se produce, cada ser
–y no es difícil de descubrir- es intermediario de aconteceres. Actúa de “medio”
para que aquello suceda… o que lo otro no ocurra.
Somos, como seres, semejantes a
nuestra propia estructura, en la que billones de células se combinan –en sus
funciones y en sus mensajes- con billones de otras células de otras especies…
–especialmente bacterias- con las que intercambiamos información que hoy por
hoy no conocemos con claridad –dejémoslo así-.
La intermediación de cada unidad
celular, hace posible… dificulta… favorece… retarda…
De ahí la responsabilidad –sin que
se tome como algo de miedo-… la responsabilidad de ¡vivir! Porque constituimos
y somos unidades intermediarias, de intermediación. Y si no estuviéramos… éste,
aquél o el otro, no pasaría aquello.
Esto no constituye ningún
protagonismo en los infinitos momentos del vivir. ¡Claro que no! Es más, aquel
que se erija en protagonista, lo que hace es dificultar la intermediación de
los otros, acaparando y bloqueando otras funciones.
Y si bien no somos o no debemos
actuar como protagonistas, sí –bajo esa responsabilidad, bajo esa consciencia
de que somos Creación Misteriosa, dispuestos en posiciones misteriosas para
realizar misteriosas funciones para las cuales misteriosamente estamos
diseñados, que no sabemos, misteriosamente, cuándo, cómo y de qué forma–
recibiremos el auxilio misterioso, necesario.
Y, misteriosamente, no sabremos
cuál es realmente nuestra función, que tantas veces los filósofos se
preguntaron: “Quién soy, de dónde vengo,
adónde voy… y qué hago aquí”…
La asunción, el asumir la
intermediación como “una clave misteriosa de la vida”, nos coloca –y hay que
fijarse bien en esto- nos coloca en una posición libertaria infinita.
¡Lo que ocurre es que la vanidad,
el orgullo, la soberbia, la ‘acaparación’, nos da rabia!, por no saber… ese
misterio. Y justamente el misterio nos capacita para don’t worry: “no se preocupe”. ¡Para quitarnos preocupación! Porque
si tuviéramos que preocuparnos y ser responsables de esa intermediación, no se
daría la vida.
¡Y es una acción! ¡Hay que actuar!...
Pero la liberación que da el no hacerse el protagonista, el imprescindible, el
necesario…; aunque seamos imprescindibles y necesarios, pero no vivirlo como
una particularidad personal, sino como un cuadro de necesidad Creacional
¡Misteriosa!
Porque, sin duda, si nosotros
tuviéramos que hacer el mundo y la vida, lo haríamos de forma diferente, como
así se trata de hacer. Sin conseguirlo, por cierto. Al menos, desde el punto de
vista orante. Porque mucho se podría decir de que el hombre ha conseguido y ha
logrado adulterar de tal forma y manera, la vida, que… bla, bla, bla, bla, bla…
Sí, pero… el misterio continúa. Y
las causas, las razones y las explicaciones no llegan a satisfacernos.
¡Pero no somos capaces de vivir
libertariamente, liberadoramente, gracias al auxilio del Misterio! ¡Parece como
si tuviéramos que tener una participación especial! Parece que un virus nos
reclama el convertirnos en actores protagonistas, y no queremos salir en la
obra como el que lleva el agua, el que barre o el que enciende la luz. Queremos
un puesto de primer ministro, de jefe del ejecutivo o de… general, de obispo,
de arzobispo, de cardenal… ¡Bueno! Y si es posible, de Papa.
Pero ese mundo que queremos
fabricar, al desconectarnos de nuestra posición de intermediación, no… no se
da. Fracasa una y otra vez, porque no es. Pero el Misterio de los Misterios lo
consiente, lo permite.
Y nos preguntamos: “¡Ay!… ¿Cómo es posible que…?”.
Por ejemplo, la noche del pasado
lunes, un atentado terrorista en Mánchester, en un concierto para jovencitos: 22
muertos y cincuenta y tantos heridos. De momento.
Y cuando esto sucede, nos
preguntamos y nos ‘alharacamos’ –de “alharacas”-: “¡Qué barbaridad!”…
Pero es curioso: en nuestra
intermediación no cuenta que 400.000 seres humanos están en una hambruna
desesperada, en el cuerno de África; y que, ¡bueno!, tan sólo cerca de 200.000,
en Yemen, morirán en breve por el cólera, producido por el bloqueo guerrero
consentido por –evidentemente- el poder de occidente.
¡Es curioso! ¡Pero eso no cuenta! ¿Ven?
Ahí asume el papel protagonista. Y no se trata de comparar, sino de incluir
todo.
Nos podemos imaginar la desolación
de las personas que han estado implicadas: familiares, amigos… Eran jovencitos que
se reunían en un centro, en el “Mánchester Arena”, con capacidad para ¡21.000
personas! Y por fuera explotaron dos bombas y… se creó el terror, el horror.
¡Ay, ay!... No hay que estar muy
lince… para saber que estamos “muy cerca”.
Y hemos secuestrado de tal forma la
realidad de la vida –o la vida de la realidad- que sectorizamos nuestras
preferencias, sectorizamos nuestras capacidades, y nos hacemos inter-pendientes,
pero parciales; inter-mediarios, pero a medias –o en cuarta parte-.
Y en la sectorización, perdemos la
perspectiva de nuestra responsabilidad; de nuestra responsabilidad de nuestra
consciencia. ¡Porque la responsabilidad no es sólo lo que vayamos a hacer!; es,
fundamentalmente, lo que en consciencia sentimos. Ese es el pívot de la
responsabilidad. Luego, el hacer es una parte; insignificante pero necesaria.
Y con tantos misterios… que en
realidad es El Misterio: El Misterio Creador, lo Divino, lo Inabordable… pero
que nos aborda, que nos promociona, que nos permite…
El ser humano ha establecido una
estrategia muy curiosa, y burda a la vez, según la cual, bueno, por ahí está…
por ahí está lo Misterioso, la Creación y tal…, ¡y aquí estamos nosotros!
Hay que ser… –iba a decir “burro”,
pero no, los burros son inteligentes; a su modo, claro- hay que ser obtuso y
oblongo para separar la vida en este lugar del Universo, del resto del Universo.
Es como si quisiéramos separar la tierra del sol o de la luna; que ya lo
intentamos quitándonos horas, poniéndonos horas, diciendo que es “de tarde”, o
mañana, diciendo que es “de noche”…
¡Perseverar en el error de forma
indefinida es un fracaso de dolor!...
Perseverar en el error hasta
descubrir el sentido correcto, es un cese del sufrimiento…; es “calidad”.
Está bien eso de que… “Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda”,
pero que nos dejen aplaudir.
La humanidad, con el fin de
apropiarse ‘protagonizadamente’ del fenómeno de vivir, nos ha sectorizado. Hemos
gestado guetos desconectados. Y así, se establecieron fronteras, aguas
territoriales, espacios aéreos…
En realidad, no era ni más ni menos
que un reparto de posiciones; un resquebrajado nivel de consciencia, según el
cual, yo me ocupo de lo mío, y tú, de lo tuyo…
Y como es obvio, la intermediación
ya… cuenta con un bloqueo, cuenta con una interferencia, al llegar a esas fallas
resquebrajadas, violentas, de “control de pasaportes, de control de entrada, de
control de control”… –para verlo mejor; como ejemplo-.
Pareciera –y es una buena
estrategia para asumir esta posición-, pareciera que siempre estamos en medio
de todo. Y en esa intermediación, mediamos con nuestras actitudes, nuestros
gestos, nuestras palabras, nuestros silencios, nuestras sonrisas, nuestras
seriedades…
Y, sí, misteriosamente –otra vez-…
somos el medio a través del cual todo sucede. Y eso ocurre simultáneamente en
todos. Y de esta manera podemos actuar responsablemente, testimonialmente… con
un saber, un conocer, un buscar, un encontrar…
No pertenecemos a ninguna región.
Somos producto de un… acontecer
misterioso.
No nos pertenecemos ni siquiera a
nosotros mismos…
Y eso nos da la apertura, la
consciencia de inter-pendencia, la consciencia de intermediarios… “a”, ”hacia”…;
quizás “a”, “hacia” algo más que nuestras vidas, las vidas, la vida… pero que
aún no se está preparado para concebir.
.-
¡Ah! ¿Pero hay algo más que la vida?
.-
¡Qué pena de pregunta!... ¡Por supuesto!
La negación del misterio hace que
el ser se vuelva petulante y limitante en su saber. Y se codifica y se ordena… “y esto es lo que hay, y nada más… y aquí se
acaba, y aquí…”.
¡Que birria de pensar! “Birra”, no. Birria.
¿Acaso cuando el niño inicia sus
primeros pasos o esboza sus primeras sonrisas de contacto o sus primeras
palabras, pretende saber –o sabe-… algo de algo? ¿O misteriosamente se va
abriendo como una flor, y exhalando su aroma para que se nos haga eterno?
Sí, podemos decir: “¡Claro! Es un niño, es un…”. ¿Y los
otros qué son? ¿Los adultos, qué son? ¿Los ancianos, qué son? ¿Qué son?
Salvando características
morfológicas, son lo mismo que el niño. ¡Nada de llevar un niño interior y… mamonadas
de ese tipo!: “¡El niño interior, que le
dice…!”.
¡No! ¡Él es el niño! ¡Él es un
niño! ¡Siempre! En este plano del estar. ¡Lo que pasa es que te adornas de
mantones de Manila… y te adornas de barba o bigote o tonsura o… o “conocimientos”, y crees que ya no eres
un niño. Ya…
Ya, ¿qué?
El Sentido Orante nos hace hincapié
en el ejercicio de nuestro estado libertario y liberador, basado en el Misterio.
El Sentido Orante nos coloca en la
intermediación, en ser el medio del
medio del medio… sin protagonismo, con la servidumbre propia del testimonio, de
la colaboración.
¡Nos coloca en un Universo abierto…
en vida, y más allá de ella!...
No nos sectoriza. Por ser medios,
nos intermedia y nos posibilita el recoger la versión, la visión de lo que ha
hecho, de lo que hace la humanidad, como precepto, como ley, como norma; lo que
provoca y lo que promueve; y el inmenso misterio de ver que misteriosamente… ¡ocurre!
Es como si la Creación, desde su Infinito
Misterio, nos facultara para lo libertario y, en consecuencia, “permitiera”
–entre comillas- ese ejercicio de libertades que puede llegar a barbaridades, a
horrores, a terrores…
Y en vez de decir: “El fin justifica los medios”, se podría
decir: “La Eternidad justifica los medios”.
Bajo la óptica del Misterio.
Asumir nuestra ignorancia no es un
defecto. Es un acicate para despertar a ignorancias superiores.
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