LLAMADA ORANTE
9 de
abril de 2012
Diferentes aspectos parecen indicar
que, en un momento -quizás salpicado en la humanidad-, aparece la consciencia
de sufrir. Sería difícil precisar qué aspectos fueron los que se confabularon
para que se tuviera esa consciencia, y que nos acompaña desde hace… no se puede
precisar cuánto tiempo.
Da la sensación de que, aunque tiempo lleva manifestándose, no… no está diseñada aún -la estructura general- para aforntar ese cambio, esa otra forma de percibir lo que ocurre o determinados acontecimientos que ocurren.
O sea que, el sufrir no es un elemento -material o inmaterial- que aparece, se desarrolla… sino que es la consecuencia de un nivel de consciencia que tipifica sucesos de una forma, les da un valor, les da un criterio.
Aproximarse al sufri-miento desde el sentido orante es, sin duda, la mejor óptica; puesto que las oraciones, las súplicas, las salmodias, las plegarias que en el mundo se desarrollan, se practican y se ejercitan, están, en su mayoría -mayoría, mayoría-, dedicadas a pedir por el sufrimiento, para mitigarlo, aliviarlo, quitarlo. E incluso hay corrientes -como el budismo- que afirman que, tras ejercitarse en ciertos sentidos, consigue alcanzar el cese del sufrimiento.
Cuando -desde la óptica orante- decimos que el diseño estructural, el diseño general no está preparado para sufrir, lo hacemos en base a que a partir de esos momentos y con una dosis continua y mantenida de micro sufrientes, el ser empieza a deteriorarse, a degenerarse, a degradarse, a dolerse, a enfermarse, a colapsarse. Y no es difícil seguir ese proceso.
Pareciera que las modificaciones de los estado de consciencia fueran los motivos que desencadenaran, no solamente formas de estar, de ver, de percibir y de concebir el vivir, sino también maneras de liberarse y de buscarse a través de la propia dimensión de la vida, de un estado tal que albergue la posibilidad de reconocer, de vivir en el espacio tiempo necesario para alcanzar una consciencia cósmica.
Sí, igual que aparece la consciencia de sufrir y también aparecen ejemplos de cese del sufrir, aparecen consciencias que no sufren, que alcanzan perspectivas intuitivas, clarividentes, videntes… que incluso llegan a modificar patrones funcionales de nuestro diseño. No es una mera hipótesis. Desde la óptica de la ciencia, ya hace tiempo que se sabe que la configuración estructural de la materia cerebral, por ejemplo, se modifica, se cambia continuamente en base a su relación con el entorno. Hemos dicho “continuamente”. Y no es que queramos darle al cerebro una prepotencia, pero sí es el almacén donde se juntan las letras para entender, para conocer; es el almacén donde se recombinan los recuerdos para extraer enseñanzas y, obviamente, todas las funciones que por materialidad conocemos: motoras y sensoriales.
Sí, también los demás constituyentes del diseño humano se modifican continuamente. Pero el despertar de la consciencia a niveles diferentes a los previos -que no sabemos bien cómo fueron-, parecen anclarse o desarrollarse en el gran centro del almacén, en una función extraordinaria que es capaz de recoger, archivar, almacenar, clasificar lo que los sentidos -y no sentidos- permiten que pasen a nuestro interior y nuestro interior reaccione y se establezca una simbiosis con el medio.
Se podría decir que, en el nuevo diseño humano, la vida conlleva un sufrimiento inevitable.
¿Será que la consciencia de vivir se ha hecho tan estrecha y rígida que cualquier variable nos perturba?
¿Será que la aparición del hombre como poder, como representante o como la propia divinidad, establece un rango jerárquico a partir del cual se violenta, se agrede y, en consecuencia, se sufre? Tiene muchas posibilidades, esa opción.
Hay suficientes experiencias -dramáticas, impresentables y cualquier otro adjetivo moral que podamos poner- a lo largo de la historia, en diferentes momentos de guerra, de persecución, de experimentación, en la que se puede comprobar que, si el condicionante externo -educación, cultura, reflejos, reacciones condicionadas- está suficientemente preparado, el ser empieza a ver como normal, sin consciencia de sufrir, una serie de hechos que, si no está condicionado, los consideraría sufrientes.
Se han buscado, sin éxito, vías específicas –neurológicamente hablando- que justifiquen el dolor en el parto, por ejemplo. No se han encontrado aún. Y, de hecho, hay suficientes descripciones y experiencias como para afirmar que, dolor o sufrir en el acontecimiento del parto, no son obligada competencia. Y más bien, parece estar condicionado por un factor de consciencia, de cultura, de moral, de castigo.
Da la sensación de que, aunque tiempo lleva manifestándose, no… no está diseñada aún -la estructura general- para aforntar ese cambio, esa otra forma de percibir lo que ocurre o determinados acontecimientos que ocurren.
O sea que, el sufrir no es un elemento -material o inmaterial- que aparece, se desarrolla… sino que es la consecuencia de un nivel de consciencia que tipifica sucesos de una forma, les da un valor, les da un criterio.
Aproximarse al sufri-miento desde el sentido orante es, sin duda, la mejor óptica; puesto que las oraciones, las súplicas, las salmodias, las plegarias que en el mundo se desarrollan, se practican y se ejercitan, están, en su mayoría -mayoría, mayoría-, dedicadas a pedir por el sufrimiento, para mitigarlo, aliviarlo, quitarlo. E incluso hay corrientes -como el budismo- que afirman que, tras ejercitarse en ciertos sentidos, consigue alcanzar el cese del sufrimiento.
Cuando -desde la óptica orante- decimos que el diseño estructural, el diseño general no está preparado para sufrir, lo hacemos en base a que a partir de esos momentos y con una dosis continua y mantenida de micro sufrientes, el ser empieza a deteriorarse, a degenerarse, a degradarse, a dolerse, a enfermarse, a colapsarse. Y no es difícil seguir ese proceso.
Pareciera que las modificaciones de los estado de consciencia fueran los motivos que desencadenaran, no solamente formas de estar, de ver, de percibir y de concebir el vivir, sino también maneras de liberarse y de buscarse a través de la propia dimensión de la vida, de un estado tal que albergue la posibilidad de reconocer, de vivir en el espacio tiempo necesario para alcanzar una consciencia cósmica.
Sí, igual que aparece la consciencia de sufrir y también aparecen ejemplos de cese del sufrir, aparecen consciencias que no sufren, que alcanzan perspectivas intuitivas, clarividentes, videntes… que incluso llegan a modificar patrones funcionales de nuestro diseño. No es una mera hipótesis. Desde la óptica de la ciencia, ya hace tiempo que se sabe que la configuración estructural de la materia cerebral, por ejemplo, se modifica, se cambia continuamente en base a su relación con el entorno. Hemos dicho “continuamente”. Y no es que queramos darle al cerebro una prepotencia, pero sí es el almacén donde se juntan las letras para entender, para conocer; es el almacén donde se recombinan los recuerdos para extraer enseñanzas y, obviamente, todas las funciones que por materialidad conocemos: motoras y sensoriales.
Sí, también los demás constituyentes del diseño humano se modifican continuamente. Pero el despertar de la consciencia a niveles diferentes a los previos -que no sabemos bien cómo fueron-, parecen anclarse o desarrollarse en el gran centro del almacén, en una función extraordinaria que es capaz de recoger, archivar, almacenar, clasificar lo que los sentidos -y no sentidos- permiten que pasen a nuestro interior y nuestro interior reaccione y se establezca una simbiosis con el medio.
Se podría decir que, en el nuevo diseño humano, la vida conlleva un sufrimiento inevitable.
¿Será que la consciencia de vivir se ha hecho tan estrecha y rígida que cualquier variable nos perturba?
¿Será que la aparición del hombre como poder, como representante o como la propia divinidad, establece un rango jerárquico a partir del cual se violenta, se agrede y, en consecuencia, se sufre? Tiene muchas posibilidades, esa opción.
Hay suficientes experiencias -dramáticas, impresentables y cualquier otro adjetivo moral que podamos poner- a lo largo de la historia, en diferentes momentos de guerra, de persecución, de experimentación, en la que se puede comprobar que, si el condicionante externo -educación, cultura, reflejos, reacciones condicionadas- está suficientemente preparado, el ser empieza a ver como normal, sin consciencia de sufrir, una serie de hechos que, si no está condicionado, los consideraría sufrientes.
Se han buscado, sin éxito, vías específicas –neurológicamente hablando- que justifiquen el dolor en el parto, por ejemplo. No se han encontrado aún. Y, de hecho, hay suficientes descripciones y experiencias como para afirmar que, dolor o sufrir en el acontecimiento del parto, no son obligada competencia. Y más bien, parece estar condicionado por un factor de consciencia, de cultura, de moral, de castigo.
Si nos fijamos en otras formas de
vida: vegetal, animal, probablemente descubramos que la consciencia de sufrir
no está presente. Hay consciencia de supervivencia, de alarma, de alerta, de
miedo… pero, ¿consciencia de sufrir…?, y que con ello se desencadene toda una
serie de acontecimientos que conducen al colapso del ser. Sí, son sensibles al
medio, y reaccionan; desde una simple planta que, colocada en un sitio,
marchita, y en otro reverdece. Pero, cuando se marchita en el lugar inadecuado,
¿sufre? No tenemos consciencia de saber que esto ocurre.
En consecuencia, podríamos decir que la “consciencia de sufrir” es una característica adquirida del ser humano -por el desarrollo de sus actividades- en torno a la comprensión del medio ambiente que le toca vivir; sin que exista, fuera de él, motivos, razones, hechos que generen sufrimientos. Es suficientemente inteligente -en principio- para estar, vivir, desarrollarse y adecuarse al lugar que ocupa; y permanecer, desarrollarse y vivir, sin grandes dificultades.
EL sentido orante se sensibiliza, se sensibiliza ante la pregunta:
¿Pero se puede variar esa consciencia de sufrir como inevitable? ¿Se puede interactuar con el medio y comprenderlo de tal forma y manera que no sea paso obligado y, en consecuencia, no sea paso que nos conduzca al colapso?
En consecuencia, podríamos decir que la “consciencia de sufrir” es una característica adquirida del ser humano -por el desarrollo de sus actividades- en torno a la comprensión del medio ambiente que le toca vivir; sin que exista, fuera de él, motivos, razones, hechos que generen sufrimientos. Es suficientemente inteligente -en principio- para estar, vivir, desarrollarse y adecuarse al lugar que ocupa; y permanecer, desarrollarse y vivir, sin grandes dificultades.
EL sentido orante se sensibiliza, se sensibiliza ante la pregunta:
¿Pero se puede variar esa consciencia de sufrir como inevitable? ¿Se puede interactuar con el medio y comprenderlo de tal forma y manera que no sea paso obligado y, en consecuencia, no sea paso que nos conduzca al colapso?
No asumirse como poder. No
reconocer poder alguno. Puede ser una consciencia capaz de desarrollarse y, en
consecuencia, mantenerse en su medio con la alerta, la alarma, la atención,
pero sin el miedo deteriorante que conduce a la consciencia de sufrimiento.
El plan está ahí, la posibilidad está ahí. Ciertamente, dentro de un movimiento de humanidad, no es fácil. Pero el saber que -a través de la oración- no somos seres condenados al colapso a través del sufrimiento, con el despertar del miedo, por la escala piramidal del poder -ejercitado expresamente por nuestra propia especie-, es una consciencia -o llamémosle pre-conciencia- liberadora: Saber que no estoy condenado; saber que no he cometido un delito; saberme inocente, aunque esté rodeado de cargos, de acusaciones, de críticas, de persecuciones.
Toda la experiencia sufriente y la catarsis de acontecimientos que siguen, colocan a todos los seres humanos en el corredor de la muerte. Están condenados ¡en vida!; y parece que la única forma de librarse de esa condena, es muriendo, ejecutándose, colapsándose.
Fíjense bien cómo actúa esa consciencia. Evidentemente, se puede condenar a alguien y ese alguien tener consciencia de inocencia. Pero cierto es también que, al condenarlo, se le somete a una serie de vivencias, de condicionantes, que no favorecen –precisamente- su permanencia, su gozo, su disfrute, sino todo lo contrario.
Ciertamente, el prejuicio, el juicio, la condena y el castigo, tiene mucho que ver en ese sufrir constante, que parece como si se saliera de un corredor y se entrara en otro cada vez más mortecino. Pareciera que, terminada una condena, se saliera de ella y se volviera a delinquir y fueras de nuevo condenado: ahora por esto, mañana por lo otro, pasado por lo otro. Ahora eres condenado por niño inútil; ahora por adolescente insoportable; ahora por adulto perseguidor; ahora por viejo inservible. La condena te persigue.
El despertar de la consciencia del sufrir -por la hegemonía del poder y la ebullición del miedo-, hacen surgir por doquier jueces, pre-jueces, prejuicios, juzgadores, verdugos. ¡Ay!
Hay que preguntarse en un rincón: ¿Hay alguien que me quiera como soy? ¿Hay alguien que me acepte como soy? O siempre -¡como una maldición!-, siempre habrá una duda, una pega, un inconveniente, una deformación, un aspecto, ¡un algo que me condene!
Parece que la creación se encargó de hacerme, pero está claro que quien se encarga de mantenerme -nuestra propia especie-, sólo trata de cambiarme, modificarme, cincelarme de nuevo y, con ello, reniega de mí.
Puede ser que, después de profundas comunicaciones y arreglos -dos o tres, más… no sé-, se pongan de acuerdo en aceptarse como son, sin condenarse. Pero es que cada uno, como tiene su modelo de demandas, de necesidades y de imposiciones, difícilmente puede aceptar -de otro o de otros- respuestas que no estén en su gusto. Y el disgusto produce sufrimiento.
El vivir, fácilmente se convierte en una persecución entre condenados, entre penas, entre salidas y entradas a corredores mortecinos. Mientras, la forma se desfigura, el ánimo se deteriora, la esperanza se borra. Ciertamente, eso no es un diseño inmortal, no es un diseño de vida eterna; es un diseño de cadalso, de antesala de muerte segura.
Se vive, habitualmente, en el corredor de los sufrimientos, con la amenaza continua de la muerte. Porque la consciencia se ha condicionado a sufrir y deteriorarse indefectiblemente.
Ni siquiera es un diseño de supervivencia.
Pero, en esa posición, cabe preguntarse: ¿Y por qué, entonces, no acontece un suicidio colectivo para acabar con ese drama?
Sin obviar los suicidios continuos de la especie, si eso no ocurre, es porque también está la consciencia inmortal; también está la consciencia de resucitar; ¡también está la consciencia de eternidad!, ¡de infinitud!, aunque no se tenga muy asumida en el hacer y en el vivir cotidiano. Pero, sin duda, hay fuerzas que animan a seguir viviendo, que mantienen la vida; y que nos inspiran -en la oración, por ejemplo- para que modifiquemos los patrones de poder, miedo, sufrimiento, dolor, enfermedad, colapso, desaparición.
El plan está ahí, la posibilidad está ahí. Ciertamente, dentro de un movimiento de humanidad, no es fácil. Pero el saber que -a través de la oración- no somos seres condenados al colapso a través del sufrimiento, con el despertar del miedo, por la escala piramidal del poder -ejercitado expresamente por nuestra propia especie-, es una consciencia -o llamémosle pre-conciencia- liberadora: Saber que no estoy condenado; saber que no he cometido un delito; saberme inocente, aunque esté rodeado de cargos, de acusaciones, de críticas, de persecuciones.
Toda la experiencia sufriente y la catarsis de acontecimientos que siguen, colocan a todos los seres humanos en el corredor de la muerte. Están condenados ¡en vida!; y parece que la única forma de librarse de esa condena, es muriendo, ejecutándose, colapsándose.
Fíjense bien cómo actúa esa consciencia. Evidentemente, se puede condenar a alguien y ese alguien tener consciencia de inocencia. Pero cierto es también que, al condenarlo, se le somete a una serie de vivencias, de condicionantes, que no favorecen –precisamente- su permanencia, su gozo, su disfrute, sino todo lo contrario.
Ciertamente, el prejuicio, el juicio, la condena y el castigo, tiene mucho que ver en ese sufrir constante, que parece como si se saliera de un corredor y se entrara en otro cada vez más mortecino. Pareciera que, terminada una condena, se saliera de ella y se volviera a delinquir y fueras de nuevo condenado: ahora por esto, mañana por lo otro, pasado por lo otro. Ahora eres condenado por niño inútil; ahora por adolescente insoportable; ahora por adulto perseguidor; ahora por viejo inservible. La condena te persigue.
El despertar de la consciencia del sufrir -por la hegemonía del poder y la ebullición del miedo-, hacen surgir por doquier jueces, pre-jueces, prejuicios, juzgadores, verdugos. ¡Ay!
Hay que preguntarse en un rincón: ¿Hay alguien que me quiera como soy? ¿Hay alguien que me acepte como soy? O siempre -¡como una maldición!-, siempre habrá una duda, una pega, un inconveniente, una deformación, un aspecto, ¡un algo que me condene!
Parece que la creación se encargó de hacerme, pero está claro que quien se encarga de mantenerme -nuestra propia especie-, sólo trata de cambiarme, modificarme, cincelarme de nuevo y, con ello, reniega de mí.
Puede ser que, después de profundas comunicaciones y arreglos -dos o tres, más… no sé-, se pongan de acuerdo en aceptarse como son, sin condenarse. Pero es que cada uno, como tiene su modelo de demandas, de necesidades y de imposiciones, difícilmente puede aceptar -de otro o de otros- respuestas que no estén en su gusto. Y el disgusto produce sufrimiento.
El vivir, fácilmente se convierte en una persecución entre condenados, entre penas, entre salidas y entradas a corredores mortecinos. Mientras, la forma se desfigura, el ánimo se deteriora, la esperanza se borra. Ciertamente, eso no es un diseño inmortal, no es un diseño de vida eterna; es un diseño de cadalso, de antesala de muerte segura.
Se vive, habitualmente, en el corredor de los sufrimientos, con la amenaza continua de la muerte. Porque la consciencia se ha condicionado a sufrir y deteriorarse indefectiblemente.
Ni siquiera es un diseño de supervivencia.
Pero, en esa posición, cabe preguntarse: ¿Y por qué, entonces, no acontece un suicidio colectivo para acabar con ese drama?
Sin obviar los suicidios continuos de la especie, si eso no ocurre, es porque también está la consciencia inmortal; también está la consciencia de resucitar; ¡también está la consciencia de eternidad!, ¡de infinitud!, aunque no se tenga muy asumida en el hacer y en el vivir cotidiano. Pero, sin duda, hay fuerzas que animan a seguir viviendo, que mantienen la vida; y que nos inspiran -en la oración, por ejemplo- para que modifiquemos los patrones de poder, miedo, sufrimiento, dolor, enfermedad, colapso, desaparición.
Los modelos que somos capaces de
percibir del universo en el que habitamos, de infinitud y expansión; las
expectativas de acrecentar el vivir en condiciones de disfrute; las capacidades
de humor que conducen a una espiritualidad, basada en la permanencia a través
de diferentes estados de consciencia, suponen unas referencias a través de las
cuales podemos modificar los patrones obligados de poderes, de terror, de
sufrientes quantums que conducen a dolores, enfermedades, deterioros,
degeneraciones.
No está todo escrito.
Ámen.
No está todo escrito.
Ámen.
*****
Different aspects seem to indicate
that, in one moment – maybe dotted around the humanity- appeared the
consciousness of suffering. It would be difficult to be precise as to what were
the aspects that confabulated so that there could be this consciousness, that
accompanies us since…its not possible to say how much time.
It gives the sensation that
although it has had a long time manifesting itself, until now the structure has
not been designed to affront this change, this other way to perceive what
happens, or the determined events that happen.
So, to suffer is not a material or
immaterial element that appears, develops… but it is the consequence of one
level of consciousness, that typifies events in one form, there given value,
there given criteria.
To approach suffering from the
sense of the prayer is without doubt the best viewpoint, for the fact that, the
prayers, the supplications, the psalms, the pledges that are developed,
practised, and exercised in the world, are in the majority dedicated to the
suffering, to mitigate it, to take it away. Also there are streams like
Buddhism that affirm that through exercising yourself in certain ways it’s
possible to bring suffering to an end.
When, from the point of view of
those who pray, we say that the structural design, the general design, is not
prepared to suffer, we base this on the fact that through these moments, and
with a dose of continual micro-suffering, the being begins to deteriorate
itself, to degenerate itself, to degrade itself, to have pain, to become sick,
to collapse. And it’s not difficult to follow this process.
It seems like, that modifications
of states of consciousness are the motives that trigger, not only ways to be,
to see, to perceive, and to conceive life, but also are ways to liberate
oneself, to seek yourself through your own dimension of life, from a state that
harbours the possibility to recognise, to live in the space and time necessary
to reach a cosmic consciousness.
In the same way as appears the
consciousness of suffering and also appears examples of the ceasing of
suffering, consciousness that doesn’t suffer appears, that reaches intuitive,
clairvoyant perspectives, that even modify functional patterns of our design.
It is not a mere hypothesise. From the viewpoint of science, it’s been known
for some time that the structural configuration of the brain material,
continually modifies, changes, based on its relations with the environment. We
said, “Continually.” It’s not that we want to give the brain arrogance, but
yes, it is the warehouse where the letters are joined together to understand,
to know. It’s the warehouse where the memories are combined, to extract
teachings and obviously all of the material motor and sensorial functions that
we know …
Yes, also the rest of the
constituents of the human design modify continually. But to wake up the
consciousness to levels different to those previous - that we don’t exactly
know how they were - seems to be anchored in, or to develop in the great centre
of the warehouse, in an extraordinary function that is capable of taking,
storing, archiving, classifying, what the “senses” and the “no-senses” permit
to come in to our interior, our interior reacts, and a symbiosis is established
with the surroundings.
You could say that, in the new
human design, life brings with it an inevitable suffering.
Could it be that the consciousness
of life has become so narrow and rigid that whatever variable disturbs us?
Could it be that the apparition of
man as power, as a representative of, or as the divinity itself, establishes a
hierarchical ranking from which violence is made, aggression is done, and in
consequence there is suffering? This option has many possibilities.
There are sufficient dramatic,
unpresentable -and whatever moral adjective that we could use- experiences in
the passing of history, in moments of war, of persecution, of experimentation,
in that we can check that, if the external conditions,-education, culture,
reflexes, conditioned reactions- are sufficiently prepared, the being begins to
see as “normal,” without consciousness of suffering, a series of things that if
weren’t conditioned, they would be considered as sufferings.
They have, without success
searched for specific neurological paths that justify for example, the pain in
child birth. As yet, they haven’t been found. There are, in fact, sufficient
descriptions and experiences to affirm that pain or suffering in giving birth,
is not obligatory.
It seems actually more to be conditioned by a factor of consciousness, of
culture, of morals, of punishment.
If we look at other forms of life,
vegetable, animal, probably we would discover that the consciousness of
suffering is not present. There is consciousness of survival, of alarm, of
being alert, of fear, but consciousness of suffering…? And with that a series
of events triggers that conduces to the collapse of the being. Yes, they are
sensitive to the surroundings, and they react; from a simple plant that put in
one place withers, and in another becomes green again. But when it withers in
an inadequate place… it suffers? We don’t have consciousness that this happens.
In consequence we could say
that the consciousness to suffer is an acquired characteristic of the human
being - for the development of its activities - concerning the comprehension of
the environment that he has to live in; as there aren’t reasons, motives or
facts outside of “him,” that generate suffering. He’s sufficiently intelligent,
to be, to live, and to develop himself, and fit in to the place that he occupies;
to stay, to develop himself, and to live, without great difficulties.
The praying sense is aware of this
question:
Can this consciousness of
suffering as inevitable be varied? Can we interact with the surroundings and
comprehend them in the way that suffering is not an obliged step, and in
consequence, it’s not a step that conduces us to the collapse?
Don’t assume yourself as power,
don’t recognise any power. This could be a consciousness capable of developing,
and in consequence, maintain you in the surroundings in a state of alert, of
alarm, and attention, but without the deteriorating fear that conduces to the
consciousness of suffering.
The plan is there, the possibility
is there. Certainly, inside the movement of humanity it’s not easy. But knowing
that - through the prayer - were not beings condemned to collapse through the
suffering, with the waking of fear, for the pyramidal scale of power -which is
exercised specifically by our own species-. It’s a liberating consciousness, or
let’s call it pre- consciousness, to know that we are not condemned, to know
that I haven’t committed a crime, to know that I am innocent, although I am
surrounded by charges, accusations, critics, persecutions.
All of the suffering experiences
and the catharsis of events that follow, puts all of the human beings in the
corridor of death. They are condemned, in life! And it seems that the only way
to liberate oneself from this sentence is by dying, by executing yourself, by
collapsing.
Take a good look at how this
consciousness acts. Evidently someone can be condemned and this someone could
have the consciousness of innocence. But it’s true that by condemning them,
they are subjected to a series of conditioning experiences that don’t precisely
favour their permanence, their pleasure, their enjoyment, but exactly the
opposite.
Certainly the prejudice, the
judgement, the sentence, and the punishment, have a lot to do with this
constant suffering. It seems as if they come out of one corridor and go into
another one, each time deadlier. It seems as if when one sentence is finished,
they come out, commit another offence, and are condemned again: now for this,
tomorrow for that, the day after for the other. Now you are condemned for being
a useless child, then for being an unsupportable adolescent, then for being a
persecutor adult, then for being uselessly old. The sentence pursues you.
The waking of the consciousness of
suffering – because of the hegemony of power and the boiling of fear – make
judges appear from everywhere, pre-judges, prejudices, executioners. Ah!
You have to ask yourself in one
corner: “Is there anyone that likes me as I am?” “Is there anyone that accepts
me as I am?” - Or as a curse! – There will always be a doubt, an objection, an
inconvenience, a deformation, and an aspect, something that condemns me!
It seems as if the creation made
me, but it is clear that who is entrusted to maintain me - our own species -
only tries to change me, to modify me, to carve me new, and with that… renege
me.
It could be that after profound
communications and repairs - two or three, or more… I don’t know, - they agree
to accept themselves as they are, without condemning themselves. But it’s that,
as everyone has their model of demands, of necessities and impositions, they
have difficultly in accepting other answers that aren’t to their taste, and
this upset, produces suffering.
To live, easily converts into a
persecution between the condemned, between sorrows, between entrances and exits
to deadly corridors. Meanwhile the appearance disfigures, the mood
deteriorates, and hope is erased. Certainly, this is not an immortal design,
it’s not a design of eternal life; it’s a design of the gallows, of the waiting
room of sure death.
We live, usually, in the corridor
of suffering, with the continuous threat of death, because the conscience has
conditioned itself to indefectibly suffer and deteriorate.
It’s not even a design of
survival.
But, in this position, it fits to
ask yourself: Why does a collective suicide not happen to end this drama?
Without forgetting the continuous
suicides of the species, if this doesn’t happen, it’s because there is also an
immortal consciousness; there is also a consciousness of resurrection; there is
also a consciousness of eternity, of infinity! Although it isn’t assumed in the
everyday doing and living, But without doubt there are forces that encourage to
carry on living, that maintain life; and that inspire us, - in the prayer for
example - to modify the patterns of power, suffering, pain, fear, sickness,
collapse, disappearance.
The models that we are capable of
perceiving of the universe in which we live in, of infinity and expansion; the
expectations of growing to live in conditions of pleasure; the capacities of
humour that conduces to a spirituality based in the permanence through
different states of consciousness, supposes references through which we can
modify the obliged patterns of powers, of terror, of the quantum of suffering
that conduces to pains, illnesses, deteriorations, degenerations.
Everything is not written.
Amen.